Barroquismo y política, Horacio González, Página/12.
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Barroquismo y política, Horacio González, Página/12.
Por lo que estuve leyendo por acá se ve que hay lío con el estilo de Carta Abierta ¿no? Veo que Gregorich en La Nación y, por lo que dice González también Sebrelli se tiran contra el estilo. Pero que el estilo molesta también a varios «cartabierteros». Me parece que no da para hacer un espelote por el estilo de González. Que Carta Abierta se enfoque y siga. Que es lo qeu se necesita. Es interesante cómo Gregorich después de putear dice algo así como «bueno, el problema tambíen es nusetro que no creamos algo así como ‘Carta Cerrada’ para contrarrestarlo, jodámonos'». Es importante cuando el progresismo primerea en algún lado, porque no suele ocurrir.
Aquí varios escribieron «barroco» para calificar el estilo de CA. Por ahí resulta que Sebreli lee artepolítica y usó la misma palabra. O por ahi González tambien la leyó aquí y cuando la escribió Sebreli llegó a su punto de saturación.
De todas maneras no recuerdo que JJS haya usado ese término y si que se refirió a Laclau como «criptico». De todas maneras, y aunque está de más decirlo, aquí nos hemos referido a la extrema complejidad de las Cartas Abiertas no para denostarlas, como se declara ofendido el amigo González, sino justamente para defenderlas. Que conste en actas.
Acá hay por lo menos dos cuestiones: 1) Gregorich tiene por lo menos la honestidad de reconocer que esta vez fueron primereados. Desde hace mucho, muchísimo, décadas, la intelectualidad de «nuestro lado» (no voy a decir «de izquierda» ni «progresista» ni «popular» ni «nac & pop» porque ningún rótulo alcanza y todos son poca cosa comparados con eso a que se alude: se entiende de qué hablo y que cada uno le pegue la etiqueta que le guste) estaba como paralizada, absorta, sin poder dar una señal, arrinconada, expectante, preguntándose hacia dónde van las cosas mientras la palabra aparecía en boca de comunicators mediáticos, gurúes de la city, presidentes con peluquín, modelos, actrices y conductores de shows o almuerzos televisivos. Y ahora, de repente, esa intelectualidad condenada a la invisibilidad y el ostracismo descubre que tiene la iniciativa. Y ellos, los otros, llámense «posmodernos», «a-ideológicos», «superadores de viejas antinomias», «de gabinete», «prácticos», «serios», «objetivos» o como quieran, que tenían todos los micrófonos, todas las cátedras, todas las becas y todas las columnas de los diarios (tanto que hasta los de nuestro lado teníamos que comportarnos parecido a ellos, no para que nos dieran lugar sino simplemente para ser escuchados, para no parecer que delirábamos, y hasta, más aun, algunos nos autoconvencimos que así eran las cosas sin remedio) se dan cuenta de que no encuentran cómo responder. Sebreli, Kovadlof, Aguinis, Ale Rozitchner y Gregorich son muy poco, poquísimo, no dan la talla ni de lejos. Entonces intentan salir mal que bien Sarlo, Caparros y Abraham (al payaso histérico de Quintín no podemos contarlo), pero tampoco alcanzan. Un poco más, sí, consiguen responder algo gente como Palermo. Pero no hay verdadero debate. Por el contrario. Es por izquierda que viene el más interesante debate con Carta Abierta: Borón, Cerdeiras, y, con más calidad y más cercanía, Grüner (tampoco vale la pena mencionar a superacorazados apóstoles de la fe del marxismo impoluto como Néstor Kohan). Pero hay otro debate, y esa es la cuestión número 2) dentro mismo de Carta Abierta, o en gente que está muy de acuerdo con ese Espacio, hay reproches, con mayor o menor fuerza, al «barroquismo» o a que «no se entiende» o a que, en vez de ser un documento «de intelectuales», las cartas son «para» intelectuales. Viejas disputas no saldadas y que, en mi opinión, no se van a saldar nunca. González, el objeto de los mayores ataques (a veces muy enconados, e incluso muy injustos, de los que exigen «que se entienda») está brillante y muy certero en esta nota, a mi juicio, pero es obvio que no va a convencer a los que no quieren ser convencidos. Y tienen sus buenos motivos. Resumiendo, retomo tres cosas que dice Escriba: a) que Carta Abierta siga (y si hay un grupo que quiere hacer una Carta Abierta sencillista que la haga, ¿quién se lo impide? No nos vamos a quitar la clientela, vamos a confluir por distintas vías en pos de un mismo objetivo. b) no vale la pena hacer un despelote por la cuestión del estilo. c) gracias, Gregorich, por la sinceridad: está demostrado que ustedes ya no tienen nada que dar. Y esto porque la nueva derecha, como bien lo hizo notar Casullo, ya no se expresa a través de sus intelectuales, sino de los movileros de TN o de Canal 26, de los que titulan los diarios, de los modos en que Bonelli y su socio arman las entrevistas, de los subtítulos que aparecen debajos de las imágenes en los noticieros de TV, del uso de la cámara partida. Veremos si los nuevos socios de la derecha (Sarlo, Palermo, etc.) pueden relevarlos. Relevarlos, dije, no asociarse con ustedes, porque no creo que les dé el estómago. Y ahí sí que va a ponerse interesante.
Igualmente, me parece que, paradójicamente, lo importante de Carta Abierta no son tanto las cartas, sino los actos. O sea, el juntarse, el salir a la palestra, dar la cara, más allá de lo que se escriba. Y si ahora en La Nación rechiflan, será porque les duele. Iban a pegar en algún lado, y eligieron éste.Esto es una indicación de éxito, no al revés.
Esta nota fue publicada por Miradas al SUR el domingo pasado. Parece que no perdió actualidad. Gracias. Sal SIPUEDES
LOS INTELECTUALES Y LA POLÍTICA
Carlos Girotti- Sociólogo-Conicet
Cierta vez, en el programa “Tiempo Nuevo”, que conducían el finado Neustadt y el siempre resucitado Grondona, el primero no ocultó su asombro por la profundidad y agudeza con las que Germán Abdala demolía la enjundia neoliberal de ambos. Para sobrarlo, el inefable Bernie le espetó al invitado: “Usted es dirigente gremial, pero parece que quiere ser un intelectual”. Germán no se amilanó: “¿Y qué, acaso los obreros no podemos ser intelectuales?”. Como en la mítica canción de Bob Dylan, la respuesta a la pregunta de Abdala flota en el viento.
Habrá que asir esa respuesta, pero no porque sea inmaterializable ni etérea sino porque el conocimiento instituido y aceptado queda perplejo y atónito ante semejante vuelo. Algo similar ocurre con las preguntas que formula Carta Abierta. De repente, se le reclama a este espacio que sea más claro, que su escritura abandone ciertos giros académicos, que postergue para los cenáculos los trazos barrocos, que incida en el sentido común con un fraseo sencillo y comprensible para las grandes mayorías. O sea, lo mismo que le dijo Neustadt a Germán, pero al revés. Irrita Carta Abierta, no entra en los cánones del discurso político habitual, carece de programa explícito, rechaza las consignas, abjura del mensaje televisivo, transgrede la lengua bendecida del videoclip, el blog y el sms. ¿Qué les pasa a los intelectuales?, se preguntan entre incrédulos y ofendidos los sempiternos dueños de la palabra y el acto, los censores del decir y el obrar ajenos, los fiscales de conciencia, los monitores del deber ser de las cosas.
Nada, no les pasa nada, nada en particular que no sea que se sienten incómodos hasta con la categoría con la que se los pretende amansar y domesticar. Por eso escriben como escriben, se pronuncian, ponen el cuerpo en las marchas, se reúnen en plenarias, emiten declaraciones conjuntas con la CTA y la CGT (hecho inédito si los hay), hablan con los dirigentes de ambas centrales, intercambian pareceres con los movimientos sociales, recorren el país toda vez que otros los convocan para lanzar nuevas cartas abiertas, reciben a un ex presidente de la Nación como un asambleísta más (hecho insólito si los hay), se conmueven cuando Leonardo Favio los insta a seguir durante una jornada plenaria. Desconfiados de las viejas prácticas elitistas, rechazan la autocomplacencia y, como dicen los pibes, no se la creen, no se engrupen diríamos los más viejos. Entienden que, como ciudadanos, lo mejor que pueden hacer es usar el pensamiento crítico, aquel que viene de su práctica cotidiana como artistas plásticos, científicos, docentes, periodistas, editores, teatristas, actores, ensayistas y estudiantes.
Entonces preguntan, osan preguntar en un país de piolas que se las saben todas, un país rápido para los epítetos y las acusaciones pero moroso en el reconocimiento (como cuando los discriminaron a León Ferrari y a León Rozitchner, o los condenaron sin condena a Hermenegildo Sábat y a Pino Solanas). Los de Carta Abierta preguntan, sí, pero sin ingenuidades, porque a la hora de ponerle los puntos a las íes lo hacen en la Plaza de Mayo o en la del Congreso, junto a miles y miles que no se arredran ni aunque los cuatro jinetes del Apocalipsis vengan degollando.
Y parece que las respuestas fáciles no los convencen. ¿Qué escritura deben tener los movimientos sociales, la de las frases hechas y lugares comunes, o la de un escritor colectivo, constructor, protagonista y sujeto directo del poder popular que nos falta para avanzar más? ¿Qué clase de intelectual necesita este país en disputa, el obediente, acomodaticio y políticamente correcto; el contestario atrincherado en el living porque da igual Macri o los Kirchner; o el que resigna nombre y apellido, se funde en una práctica horizontal y asume que desde ésta debe buscar lo que las grandes mayorías aún buscan? ¿Qué cosa hay que buscar, un puestito, la alcuza con el óleo de Samuel para ganar el poroteo, el favor oficial, la palmadita adulatoria en la academia, o un rumbo, un rumbo cierto que ratifique el espíritu indómito de todas las gestas emancipatorias de este pueblo memorioso?
A ver si nos entendemos: en la Argentina del bicentenario, que es lo mismo que decir en la Latinoamérica del bicentenario, la relación entre los intelectuales y la política no es ni puede ser la de los iluminados y los oscurecidos. La vieja cultura política argentina acepta que el intelectual dé lustre pero mientras no joda demasiado o, como suele ocurrir, se lo considera parte de los equipos profesionales y técnicos del candidato de turno porque eso ayuda a “medir” en la opinión pública. Es decir, el intelectual como cosa, como objeto de uso. Y lo que aquí viene a ponerse en discusión, entre otras cuestiones, es esa cultura política por la cual ha quedado establecido que el intelectual piensa y el político actúa. Lo curioso es que esta matriz de conceptos rige tanto para las neoderechas como para ciertas izquierdas que aún hoy recitan de memoria al intelectual orgánico de Gramsci, pero ni se te ocurra discutirles el programa de laboratorio.
La elaboración del pensamiento contemporáneo no puede estar disociada de la práctica social contemporánea ya que ésta, como lo vemos ahora en Bolivia, tiene su característica principal en el conflicto de intereses. Por ende, ese pensamiento no puede ser sino acción, intervención política en la realidad, crítica e interpelación, cambio en la correlación de fuerzas. De lo contrario ¿cómo explicar que lo que la reacción procura destituir en toda la región sea, precisamente, las condiciones materiales, históricas e institucionales que realimentan al pensamiento crítico?
No veo, María Esperanza, cómo separar las cartas de los actos. No niego que sean cosas distintas, claro que lo son, y muy conscientemente, pero de lo que se trata es de que se refuercen mutuamente, no de que las cartas vayan por un lado y los actos por otro. Son dos costados de una misma militancia, y se necesitan mutuamente. Dos costados muy distintos, pero a su modo complementarios. Nadie en CA quiere ser una rata de biblioteca y en mayor o menor medidas casi todos sienten vibrar la pasión de estar en la calle (esa falta de grisura que le provoca urticaria a Sarlo) pero reivindican al mismo tiempo la alta elaboración intelectual. La singularidad es justamente el derecho a juntar las dos cosas y el gusto de juntar las dos cosas. Y darse el derecho a hacerlo. Para mi, los actos, de parte de CA son importantísimos, fundamentales, distintivos, pero no tendrían ni la mitad de la importancia que tienen si CA no fuera lo que es intelectualmente. Y, la verdad, si Gregorich y La Nación rechiflan, no es por los actos, sino porque descubren que dejaron de monopolizar el título de dueños del pensar. No eligieron este porque iban a pegar en algún lado y no encontraron otro: no soportan que les hayamos ganado de mano. Lo que no entiendo es tu frase «esta es una indicación de éxito, y no al revés». Coincidio en que lo de Gregorich es una indicación de éxito, lo que no entiendo es a qué se refiere el «esta» y el «al revés». De todos modos: desde el fin de la dictadura y el inicio del imperio de la socialdemocracia liberaloide tilinga en el campo intelectual, esta es la primera gran derrota que sufren, y no se la bancan.
La verdad es que más allá de alguna crítica a la complejidad de las cartas, creo que este espacio es muy positivo en todo sentido. Pero, ¿no se están poniendo un poco susceptibles? A mi me están dejando la sensación que para hablar de Carta Abierta hay que tener mucho cuidado, parece que cualquier cosa que uno diga se puede interpretar como una agresión.
Yo, al menos, Sergio, no lo interpreto como agresión. Sí tiendo a ser maniático y a tratar de evitar malentendidos, quizá innecesariamente, quizá excesivamente, porque yo mismo me confundo con mucha facilidad porque tal vez tema repetir algunas malas experiencias del pasado, sin darme cuenta, probablemente, de que la situación es otra. Si es así, mis disculpas.
González despierta muchas polémicas en el campo intelectual por su estilo y por no sé qué cosas de años de polémicas varias. No lo defiendo, se sabe defender solo. Simplemente digo que no es tan importante el tema y espero que no hagan de esto una interna en CA.
PD: Qué cosa que la derrota se da en un marco en el que nosotros perdimos. Que la próxima derrota que les infrinjamos sea cuando ganemos, Balvanera (es un chiste no es chicana).
Saludos
balvanera: más arriba usas el término «sencillista». El sencillismo, por lo menos en poesía, pretendía romper con la excesiva ornamentación literaria del modernismo, movimiento al cual_muy modestamente_adscribo.
Para terminar de dejar en clara mi posición con el estilo de Carta Abierta, soy de los que piensan que el virtuosismo suele esconder la calidad, no destacarla.
Firmé y seguiré firmando CA, ya que es un espacio de pensamiento notable y necesario. Como lector, me gustaría que se abandonara el uso agobiante de adjetivos y filigranas que sobran, que sobresalen por encima de lo medular.
A mi, como a muchos otros nos hincha las pelotas el lenguaje rebuscado, venga de donde viniere. Ese hablar en «difícil» para demostrar que uno sabe.
Entre ese fárrago de palabras, los errores de concepto pasan desapercibidos.
Es como una sinfonía de Berlioz para 150 instrumentistas, campanas y cañones, cuando es hora de hablar como si fuera en una partita de Bach para violín solo. Con lo mínimo y no con lo máximo es con lo que se construyen el arte, la filosofía y_sobre todo_la comunicación. Claro; siempre y cuando el objetivo son los demás y no uno mismo.
Por lo menos dos, no de los lectores, sino de los firmantes de Carta Abierta, (uno es amigo personal, y el otro es Jorge Schusseim, que comenta en Artepolítica) se quejaron del estilo de la Carta.
Mi amigo es un intelectual con mayúsculas y Schusseim no se queda atrás. Por humildad sólo dicen que no se entiende. Mi amigo dice que firmó sin leer, que la Carta no tiene importancia, pero la leyó, a mí no me engaña.
Quien como yo no es firmante y está acostumbrada a leer y disfrutar textos complejos, no tengo prurito en decir la verdad de lo que pienso: que la Carta se entiende perfectamente, que la única complejidad que tiene no deviene de lo conceptual ni de lo analítico, sino de una mera superfice.
Tener la Carta frente a los ojos, rebela. Su complejidad aparece inmediatamente como injustificada. Y ese no es un juego limpio.
Los lectores comunes pueden decir que no se entiende, y unirse en coro a los dos firmantes que conozco, pero la verdad es que éstos últimos tienen prurito de revelar que el Rey está desnudo.
Perdón, Schussheim.
Jorge: hemos escrito al mismo tiempo, si hubiera leído tu comentario anterior, no hubiera escrito el mío.
Obviamente, cuando dije que no interpretaba como agresión lo que se dice de CA, no me refería a juicios como el de Eva Row, con el que discrepo completamente. No creo ser el único, entre los que aquí escribimos comentarios (incluyendo, me parece, a Schussheim, que habla de un «pensamiento notable y necesario») que no pensamos eso de que «el rey está desnudo». En esa apreciación de Eva lo único que veo es mala disposición, o algo peor: el tufillo a dueños de la verdad que emanan quienes hablan muy seguros de todo.
Schussheim: sé bien lo que es el sencillismo dentro de la historia de la poesía argentina. Lo estudié y lo enseño. La palabra mal usada se me chispoteó en el apuro. No me parece nada mal la búsqueda del mayor despojo de ornamentación: es lo que trato de hacer en mi poesía. Mi me parece mal la ornamentación de otros, cuando carga al texto de una extraña virtud. Pero no estamos hablando de poesía, y tampoco en ese plano me parece mal buscar el despojamiento si es que se consigue hacerlo sin abaratar ni empobrecer las ideas, sólo que hay gente que no consigue exponer ideas complejas sin recurrir a un lenguaje «difícil» o «complejo», y en ese caso me parece preferible que use ese lenguaje a que simplifique en el sentido de reducir, como reducen los reducidores de cabezas. Cada uno tiene sus recursos y que use el que mejor le sirve, del mejor modo.
balvanera, le pido disculpas si apareci como queriendo marcarle lo que es el sencillismo. Solamente lo mencione por si alguien no lo sabia.
Me parece que la frontera entre poesia y filosofia se ha difuminado, asi como la que separaba a la filosofia de la politica real. Antonio Porchia, que fungia de poeta siendo filosofo lo demostro, al igual que demostro_y esplendidamente_ que se puede exponer lo complejo de manera sencilla. La Bauhaus tambien lo demostro con su emblema «Menos es mas».
Admiro todo lo que usted escribe y le mando un abrazo fraterno.
Balvanera: no quería decir nada más que lo que dije; que rechiflen de la Nación no es un problema sino un éxito. Eso nada más. Tampoco quería separar los hechos de las palabras (si pensara eso no escribiría en un blog.) Sólo me parece que no hay que detenerse en esta polémica, hay que seguir escribiendo-haciendo sobre las cosas, la crisis financiera, la garrafa social, el acceso a la salud, el peligro que conlleva el gobierno de Macri. Me parece que si nos ponemos a discutir internamente o a defender este espacio caemos, de alguna manera, en lo que La Nación nos propone. Entrar en una posición defensiva es perder la iniciativa.
De acuerdo. Pero hay algo en la nota de Gregorich a lo que no le hemos prestado mucha atención y que tal vez constituya su principal objetivo. Entre todas las cosas que dice hay una que es como un reclamo y es a eso a lo que probablemente apunte en realidad, más que a cualquier otra cosa: denuncia que las reuniones de CA se hacen en un espacio público, del Estado, la Biblioteca Nacional. No me extrañaría que sea el inicio de una campaña.
Paréntesis light para tirar flores: ¿es usted el Schussheim de los café concert de los 60? Permítame decirle, si es así, que es un honor.
festivamente, don balvanera. Ese fui y pretendo seguir siendo. Y bienvenidas las flores, vegetales nobles si los hay, entre tantos bifes que la realidad le da a uno en estos dias.