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17.01.2013 |OPINIÓN
Mucho se ha hablado en estos días –a raíz de la clara y transparente respuesta que dio la presidenta de la Nación ante un comentario del actor Ricardo Darín–, acerca de la existencia de una supuesta corriente de odio e intolerancia que, promovida por el kirchnerismo, estaría dividiendo a la sociedad.
Por:
Julio De Vido
Desde esa perspectiva, el intercambio entre la presidenta y un actor –que solicitó a través de un reportaje periodístico una explicación y la obtuvo– no sería más que un nuevo capítulo que ratificaría ese presunto clima de «confrontación». Como si no asistiera a la presidenta el derecho de replicar un comentario que consideró injusto e inexacto, máxime cuando se aludía a una persona –en relación a Néstor Kirchner– que obviamente no puede defenderse.
En una columna publicada el martes en el diario La Nación, con el amenazante título «No agitemos los fantasmas del ’55», el escritor Álvaro Abós supera el límite del paroxismo y lleva el argumento a extremos absurdos cuando alerta sobre los «peligros de fracturar los ánimos de la sociedad», y advierte que el odio a Perón llevó a los bombardeos de Plaza de Mayo.
En primer lugar, es lamentable que se banalice así una de las mayores tragedias que se produjeron en nuestro país durante el siglo XX y se la compare con una simple carta de la presidenta a un actor. Los bombardeos sobre la Plaza de Mayo por parte de la aviación de la Marina de guerra, de los que también participaron civiles, constituyen uno de los capítulos más nefastos de la historia de la violencia en la Argentina y del uso de la fuerza para obtener lo que no se puede lograr por medios democráticos: en ese caso, derrocar a un gobierno popular. Y tampoco repararon en la filiación política de sus víctimas cuando lanzaron las bombas.
Ese brutal ataque fue producto del odio y el primer capítulo de un plan que culminó con el Plan Cóndor en 1976, que sembraron y promovieron los que siempre se oponen a los procesos de transformación y cambio, no sólo porque pierden sus privilegios sino porque les resulta intolerable que los sectores populares puedan acceder a sus mismos beneficios.
Al igual que el peronismo de 1946 expresaba «la sublevación del subsuelo de la Patria», el kirchnerismo, que sin dudas es la etapa actual del peronismo, es producto del hartazgo y la desesperanza a los que nos llevaron las políticas neoliberales, con 60% de pobreza, 25% de desocupación en una sociedad acostumbrada a la movilidad social ascendente. Para explicarlo más sencillamente: una sociedad donde los nietos tuvieran más posibilidades que sus abuelos.
Por eso no es casual que mientras muchos pronostican, más como expresión de deseo que como análisis objetivo, el fin del kirchnerismo, Abós entrevea similitudes entre este momento y el odio salvaje que tuvo su punto más alto con los bombardeos a la Plaza, porque ese odio reaparece nuevamente producto de las transformaciones iniciadas el 25 de mayo de 2003. ¿O acaso alguien recuerda que se haya odiado tanto cuando el país estaba alineado a los grandes intereses transnacionales y seguía al pie de la letra los designios de los organismos multilaterales de créditos que nos llevaron a un endeudamiento estructural, sojuzgando nuestra soberanía un poco más cada día? Las mayorías silenciadas veían como todos los días se sepultaban uno a uno los sueños que el peronismo les había mostrado que podían ser realidad.
El odio del que habla Abós está presente sin duda en los cacerolazos que él tanto reivindica como expresiones democráticas de la ciudadanía, que como no están de acuerdo con el rumbo elegido por el voto popular recurren a la descalificación, al insulto e incluso desean la muerte de la persona que conduce los destinos de la Patria. O se alegran por la muerte del ex presidente Kirchner, su compañero, o recuerdan con nostalgia el bombardeo a Plaza de Mayo o, lo que es peor aun, lo esgrimen como un correctivo a los que se animan a desafiar los intereses que ellos representan -o que simplemente defienden como empleados-.
En consecuencia, no es que se agiten fantasmas sino que reaparecen por la intolerancia de un sector o elite para la que es inconcebible que el Estado se proponga redistribuir mejor la riqueza, para que no existan pocos que tengan mucho y muchos que no tengan nada o casi nada. Por ello, el título suena a amenaza: ¿Espera o desea algún nuevo bombardeo? ¿Especula con que tal vez los derrotados en las urnas recurran a la violencia para imponer su proyecto de hambre y exclusión?
Por otra parte, no es cierto que Perón rompió el diálogo, como erróneamente recuerda Abós. Fue Perón quien convocó al diálogo luego de los criminales bombardeos. Fue la oposición -la misma que se había aglutinado en la vergonzosa Unión Democrática- la que llevada por el odio apoyó los bombardeos y luego, ignorando al diálogo convocado por el presidente constitucional de la República, no vaciló en hacer caer un gobierno democrático que contaba con el apoyo de vastos sectores sociales, fundamentalmente los que por primera vez sentían que eran parte de esa Patria de la que tanto les habían hablado y que tan poco lugar les había dado.
El odio, la envidia y el rencor son sentimientos muy negativos para quienes los profesan, porque anulan en el ser humano la capacidad de abstraer, que es lo que nos diferencia de los animales, coartando la posibilidad de crear y de amar al semejante. Es cierto que Perón volvió, después de 18 años de exilio, abierto al diálogo, tal cual lo hizo luego de los criminales bombardeos con que nos alerta o amenaza la nota, reemplazando argentino por peronista en uno de los axiomas de nuestro movimiento, pero no por eso felicitó a quienes asesinaron a cientos de inocentes que iban a trabajar. Nunca nadie fue condenado por esos crímenes, ni siquiera se oyó que alguien pidiera perdón. Lamentablemente tampoco lo hace Abós en su nota, más bien los justifica. Será porque, como señala con absoluta claridad Rodolfo Walsh en uno de los epílogos de su monumental Operación Masacre, existe una oligarquía «temperamentalmente inclinada al asesinato» o a la desaparición física de los que defienden los intereses populares.
Es por ello que no se trata de cortar la espiral de «supuesta violencia», como propone Abós, sino de que por una vez respeten la expresión de las mayorías. ¿O acaso creerá que hay que desandar este camino de transformaciones? ¿Volver a privatizar YPF, las AFJP o el Correo o el Agua, o tal vez devolver el control del espacio radioeléctrico a Thales? ¿Habrá que derogar la Ley de Medios? ¿O debería eliminarse la Asignación Universal por Hijo o suprimir las millones de pensiones y jubilaciones que los gobiernos de Néstor y Cristina dieron a aquellos que hicieron aportes, y sus patrones no las depositaron durante su vida laboral? La memoria popular tiene grabados los padecimientos de 40 años de proscripciones, persecuciones y desapariciones, la dictadura militar y el pensamiento único y excluyente de los ‘90. Sabe que siempre vienen por sus conquistas, con los profetas del odio al frente, sólo que esta vez el pueblo argentino no los dejará avanzar por que ha consolidado como nunca, con su presidenta como garantía, los valores de Memoria, Verdad y Justicia.
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Mucho se ha hablado en estos días –a raíz de la clara y transparente respuesta que dio la presidenta de la Nación ante un comentario del actor Ricardo Darín–, acerca de la existencia de una supuesta corriente de odio e intolerancia que, promovida por el kirchnerismo, estaría dividiendo a la sociedad.
Por:
Julio De Vido
Desde esa perspectiva, el intercambio entre la presidenta y un actor –que solicitó a través de un reportaje periodístico una explicación y la obtuvo– no sería más que un nuevo capítulo que ratificaría ese presunto clima de «confrontación». Como si no asistiera a la presidenta el derecho de replicar un comentario que consideró injusto e inexacto, máxime cuando se aludía a una persona –en relación a Néstor Kirchner– que obviamente no puede defenderse.
En una columna publicada el martes en el diario La Nación, con el amenazante título «No agitemos los fantasmas del ’55», el escritor Álvaro Abós supera el límite del paroxismo y lleva el argumento a extremos absurdos cuando alerta sobre los «peligros de fracturar los ánimos de la sociedad», y advierte que el odio a Perón llevó a los bombardeos de Plaza de Mayo.
En primer lugar, es lamentable que se banalice así una de las mayores tragedias que se produjeron en nuestro país durante el siglo XX y se la compare con una simple carta de la presidenta a un actor. Los bombardeos sobre la Plaza de Mayo por parte de la aviación de la Marina de guerra, de los que también participaron civiles, constituyen uno de los capítulos más nefastos de la historia de la violencia en la Argentina y del uso de la fuerza para obtener lo que no se puede lograr por medios democráticos: en ese caso, derrocar a un gobierno popular. Y tampoco repararon en la filiación política de sus víctimas cuando lanzaron las bombas.
Ese brutal ataque fue producto del odio y el primer capítulo de un plan que culminó con el Plan Cóndor en 1976, que sembraron y promovieron los que siempre se oponen a los procesos de transformación y cambio, no sólo porque pierden sus privilegios sino porque les resulta intolerable que los sectores populares puedan acceder a sus mismos beneficios.
Al igual que el peronismo de 1946 expresaba «la sublevación del subsuelo de la Patria», el kirchnerismo, que sin dudas es la etapa actual del peronismo, es producto del hartazgo y la desesperanza a los que nos llevaron las políticas neoliberales, con 60% de pobreza, 25% de desocupación en una sociedad acostumbrada a la movilidad social ascendente. Para explicarlo más sencillamente: una sociedad donde los nietos tuvieran más posibilidades que sus abuelos.
Por eso no es casual que mientras muchos pronostican, más como expresión de deseo que como análisis objetivo, el fin del kirchnerismo, Abós entrevea similitudes entre este momento y el odio salvaje que tuvo su punto más alto con los bombardeos a la Plaza, porque ese odio reaparece nuevamente producto de las transformaciones iniciadas el 25 de mayo de 2003. ¿O acaso alguien recuerda que se haya odiado tanto cuando el país estaba alineado a los grandes intereses transnacionales y seguía al pie de la letra los designios de los organismos multilaterales de créditos que nos llevaron a un endeudamiento estructural, sojuzgando nuestra soberanía un poco más cada día? Las mayorías silenciadas veían como todos los días se sepultaban uno a uno los sueños que el peronismo les había mostrado que podían ser realidad.
El odio del que habla Abós está presente sin duda en los cacerolazos que él tanto reivindica como expresiones democráticas de la ciudadanía, que como no están de acuerdo con el rumbo elegido por el voto popular recurren a la descalificación, al insulto e incluso desean la muerte de la persona que conduce los destinos de la Patria. O se alegran por la muerte del ex presidente Kirchner, su compañero, o recuerdan con nostalgia el bombardeo a Plaza de Mayo o, lo que es peor aun, lo esgrimen como un correctivo a los que se animan a desafiar los intereses que ellos representan -o que simplemente defienden como empleados-.
En consecuencia, no es que se agiten fantasmas sino que reaparecen por la intolerancia de un sector o elite para la que es inconcebible que el Estado se proponga redistribuir mejor la riqueza, para que no existan pocos que tengan mucho y muchos que no tengan nada o casi nada. Por ello, el título suena a amenaza: ¿Espera o desea algún nuevo bombardeo? ¿Especula con que tal vez los derrotados en las urnas recurran a la violencia para imponer su proyecto de hambre y exclusión?
Por otra parte, no es cierto que Perón rompió el diálogo, como erróneamente recuerda Abós. Fue Perón quien convocó al diálogo luego de los criminales bombardeos. Fue la oposición -la misma que se había aglutinado en la vergonzosa Unión Democrática- la que llevada por el odio apoyó los bombardeos y luego, ignorando al diálogo convocado por el presidente constitucional de la República, no vaciló en hacer caer un gobierno democrático que contaba con el apoyo de vastos sectores sociales, fundamentalmente los que por primera vez sentían que eran parte de esa Patria de la que tanto les habían hablado y que tan poco lugar les había dado.
El odio, la envidia y el rencor son sentimientos muy negativos para quienes los profesan, porque anulan en el ser humano la capacidad de abstraer, que es lo que nos diferencia de los animales, coartando la posibilidad de crear y de amar al semejante. Es cierto que Perón volvió, después de 18 años de exilio, abierto al diálogo, tal cual lo hizo luego de los criminales bombardeos con que nos alerta o amenaza la nota, reemplazando argentino por peronista en uno de los axiomas de nuestro movimiento, pero no por eso felicitó a quienes asesinaron a cientos de inocentes que iban a trabajar. Nunca nadie fue condenado por esos crímenes, ni siquiera se oyó que alguien pidiera perdón. Lamentablemente tampoco lo hace Abós en su nota, más bien los justifica. Será porque, como señala con absoluta claridad Rodolfo Walsh en uno de los epílogos de su monumental Operación Masacre, existe una oligarquía «temperamentalmente inclinada al asesinato» o a la desaparición física de los que defienden los intereses populares.
Es por ello que no se trata de cortar la espiral de «supuesta violencia», como propone Abós, sino de que por una vez respeten la expresión de las mayorías. ¿O acaso creerá que hay que desandar este camino de transformaciones? ¿Volver a privatizar YPF, las AFJP o el Correo o el Agua, o tal vez devolver el control del espacio radioeléctrico a Thales? ¿Habrá que derogar la Ley de Medios? ¿O debería eliminarse la Asignación Universal por Hijo o suprimir las millones de pensiones y jubilaciones que los gobiernos de Néstor y Cristina dieron a aquellos que hicieron aportes, y sus patrones no las depositaron durante su vida laboral? La memoria popular tiene grabados los padecimientos de 40 años de proscripciones, persecuciones y desapariciones, la dictadura militar y el pensamiento único y excluyente de los ‘90. Sabe que siempre vienen por sus conquistas, con los profetas del odio al frente, sólo que esta vez el pueblo argentino no los dejará avanzar por que ha consolidado como nunca, con su presidenta como garantía, los valores de Memoria, Verdad y Justicia.
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