Desde hace bastante tiempo desde este espacio hemos insistido en el concepto de “caprilización”. Decíamos aquí, aquí y aquí que dicha estrategia política descansa en una posición discursiva y política que rescata elementos positivos del gobierno y se erige como la superación del mismo a partir de ser “la solución, más que la oposición”. Esta táctica opositora tuvo como epicentro la Venezuela chavista a partir de la asunción de una figura convocante como Henrique Capriles que combinó en su propuesta discursiva elementos de continuidad y ruptura frente al chavismo gobernante. Es cierto que luego de la derrota electoral frente a Nicolás Maduro en abril y diciembre del año pasado, el dirigente opositor venezolano viró su estrategia para reforzar el componente de la ruptura sin rasgos de continuidad. La última derrota electoral le señaló a Capriles que su firme posicionamiento a favor de una salida anticipada (y antidemocrática) del chavismo tuvo sus costos en la apreciación de su figura y en su imagen pública. Hoy en el interior de la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD) le disputan seriamente la conducción de ese espacio partidario.
Decíamos entonces, que esta estrategia se evidenciaba como novedosa en el oasis sudamericano y se convertía en una modalidad de posicionamiento político que superaba a la oposición lisa y llana frente a los gobiernos de izquierda y progresistas de la región. Es decir, se comenzaba a perfilar una estrategia que combinaba elementos de quiebre y continuidad y que reemplazaba el enfrentamiento directo frente a estos gobiernos que validaban su poder y se reelegían con porcentajes históricos de votos. Puntualmente la continuidad se expresaba en términos de apoyo a una serie de políticas públicas que cuentan con amplios niveles de legitimidad en el interior de las sociedades sudamericanas. Los liderazgos presidenciales de Chávez, Correa, Evo, Lula, Dilma, Néstor y Cristina Kirchner se convertían en barreras infranqueables para estas oposiciones que denunciaban la concentración de poder, la corrupción y el autoritarismo de estos gobiernos a los que había que desalojar para defender los valores democráticos. La evidencia histórica mostró que la táctica de enfrentamiento (sin recuperar ningún elemento positivo de estas administraciones) pocos réditos le trajeron a dichas oposiciones sudamericanas, las cuales fueron sometidas a derrotas, en muchos casos aplastantes.
Como observamos en Venezuela, Capriles fue el primero en tomar nota de la dificultad de enfrentar a estos gobiernos desde la negación pura y absoluta de su obra, fabricando una estrategia de superación a partir de contener dentro del dispositivo discursivo elementos oficiales. La experiencia de Marina Silva en Brasil (a la que hoy se le abre nuevamente la posibilidad de caprilizarse) y la de Sergio Massa en nuestro país, emergían como los casos simbólicos de este nueva forma de posicionarse frente a los exitosos gobiernos regionales. algo de esto se discutió estos días en los medios opositores acá, aquí y allí
El caso de Massa en Argentina de presentaba de manual. Su caprilización durante la campaña electoral del año anterior lo convertía en el candidato a “superar conteniendo” a la experiencia kirchnerista. Sin embargo luego de la victoria electoral, el ex intendente de Tigre pasó la frontera de la caprilización para iniciar un giro descaprilizador que hasta el día de hoy, a pesar de nuevos giros, se mantiene. Por lo tanto, la pregunta que me formulo en este contexto es si es posible que la caprilización se convierta en un espacio vacío sin sujeto de representación. Para formularlo más adecuadamente: ¿ningún candidato/a ocupará el espacio de la caprilización? ¿Ningún candidato/a opositor tomará una agenda que combine continuidad y ruptura? ¿Es posible que ese espacio quede vacío?. Por lo tanto ¿es posible que ese lugar lo ocupe un candidato oficialista? ¿Podría desplegarse un intento de caprilización en el interior del kirchnerismo? ¿Es redituable ese lugar en términos electorales?
Pensemos juntos: de cara a las PASO y la elección presidencial emergen en el horizonte cuatro (hasta hoy) grandes propuestas político-electorales. El oficialismo por un lado, con sus variados candidatos, los más K y los menos K; El Frente Renovador con la hegemónica candidatura de Massa; El Faunen con sus candidatos más a la derecha y más hacia el centro; y, por último, el Pro con Macri como bandera. A primera vista, nadie en el espacio opositor muestra interés hoy en caprilizar su discurso. Massa como ya dijimos, producto de las exigencias de los sectores del verdadero poder (el económico) que lo empujan a posturas cada vez más alejadas de la continuidad y más cercanas a la ruptura. Del lado de Faunen el sector Carrió- Sanz muestra desde siempre una postura principista anti K que los alejan de cualquier intento de caprilización, en tanto Cobos y Binner estarían en condiciones de ocupar ese espacio, pero hasta hoy se muestran reacios a hacerlo. Del lado de Macri obviamente no se puede esperar ninguna clase de caprilización.
Por lo tanto: ¿quedará vació el lugar de la caprilización? Démonos una vuelta por el universo oficialista: ¿es viable la existencia de un candidato kirchnerista pasible de caprilizarse?. Para decirle de un tirón, ¿puede ser Daniel Scioli el Capriles argento? Hasta hoy el gobernador de la provincia de Buenos Aires exhibe como uno de sus principales activos su pertenencia histórica al universo K, al tiempo que genera desconfianzas latentes en el interior del kirchnerismo más duro. Su discurso, desde hace muchísimo tiempo, viene combinando dosis justas de continuidad y ruptura. Es cierto que hasta los rasgos del primero superan al segundo, pero al acercarse los tiempos electorales, los primeros en los que Scioli será cabeza de lista, es probable que sea a la inversa. No pretendemos realizar aquí un racconto histórico de sus posicionamientos políticos y de sus aliados durante esta década, pero es nítido que se trata del candidato oficialista que más juego propio posee y el cual puede presentar credenciales de lealtad al proyecto (continuidad) y ofertas de cambio (ruptura). Se sabe que Daniel Osvaldo recoge adhesiones por igual dentro de cada lado de la “grieta” y su postura siempre distante del kirchnerismo ortodoxo lo ubica en la pole position del caprilismo nacional, algo de esto le adjudica Randazzo cuando sitúa al gobernador en el pelotón de los mediáticos junto a Massa y Macri.
Entonces, ante la ausencia de candidatos opositores que se asienten posicionalmente en este espacio, ¿es factible la caprilización de un oficialista? ¿La caprilización es sólo patrimonio del universo opositor? ¿Hablaremos de aquí a un año de un novedoso dispositivo caprilizante?. A un año de las PASO sobran las preguntas y escasean las respuestas