Este no es un post para convencer, sino para convencidos. Convencidos que Argentina vive un momento crucial, ya que el proceso iniciado en 2003, caracterizado por el fortalecimiento del estado y la resultante explicitación del conflicto elites-sociedad, está otra vez bajo peligro de ser revertido.
Como cada vez que se ve amenazado, el peronismo kirchnerista ha levantado la apuesta. En este caso, con las notables leyes de pago soberano y de protección frente a los abusos de los oligopolios. Pero la verdad es que no hay demasiado para festejar. Para llegar a la nación justa que soñamos, necesitamos muchos años más de gobiernos inspirados por el bienestar del pueblo y decididos a aprender de sus errores. Para profundizar, es primer requisito ganar las elecciones del año que viene. Pero además, y por si se pierde en las urnas, hay que armar diques de contención para evitar un nuevo despliegue ilimitado de la restauración conservadora. Se plantearán aquí entonces ideas para justificar y fortalecer la irreversibilidad de lo mucho ya logrado.
I – La política argentina en cuatro párrafos
Argentina produce más riqueza de la que consume, invierte o ahorra el 99,9% de su población (la cifra no es exagerada, los fugadores de dinero relevantes no superan por mucho a 42.000 individuos/empresas – y entre ellos, sólo el 1% es realmente relevante). Esto significa que tenemos un superávit neto de riqueza, lo que a su vez significa que deberíamos tener una economía, una moneda y salarios envidiablemente fuertes. Esto no sucede por lo siguiente: 1) se fuga una enorme cantidad de capitales; 2) se pagan enormes cantidades de deuda; 3) se transfieren enormes cantidades de dinero en concepto de utilidades de las multinacionales. Es decir: “quienes hacen mucho dinero en este bendito suelo” (también conocidos como las elites, o el establishment, o el círculo rojo, o la oligarquía) tienen por costumbre llevarse afuera ese mucho dinero que este castigado pueblo y este bendito suelo les permiten ganar. Y si pudiéramos contarle esto a Mariano Moreno y sus contemporáneos, nos mirarían con desdén, de tanta obviedad expresada. Es que es difícil cambiar.
La primera elección que votó toda la población argentina mayor de edad fue el 11 de noviembre de 1951. Ganó el peronismo con el 62,5% de los votos. Desde entonces -y con unas pocas e indignas excepciones- el ciclo es bien preciso: gobiernos elegidos por el pueblo intentan frenar el drenaje de riqueza hacia otros pagos y distribuirla mejor en nuestros pagos. Las elites abortan estos procesos. Durante un buen tiempo no les fue difícil: el pueblo comprensiblemente creyó que a la violencia había que responderle con violencia, y así nos fue, con la militarización de la política que derivó inevitablemente en 30 mil mártires y en un ojalá que eterno aprendizaje. Desde el 83, con la llegada del pobre y querido Don Raúl, tuvieron que hacer más sutiles sus métodos. Profundizaron entonces los golpes de mercado y la promoción de sus propios candidatos. En eso todavía estamos.
Las elites dicen que fugan porque este es un pueblo de ladrones. Y dicen que tenemos alta deuda eterna porque somos un pueblo de ladrones. Y que expatrian tantas ganancias por el “costo argentino”, es decir porque somos un pueblo de ladrones. Mentiras. La verdad es que fugan por tres razones: a) gente que vive en el extranjero mantiene un exceso de poder (por ejemplo y por decir sólo un área, manejando y/o financiando a casi la totalidad de los medios de comunicación); b) las elites locales todavía no logran identificar su éxito con el éxito del pueblo que las enriquece, lo que es fruto ante todo de nuestro origen colonial y de la juventud y complejidad de nuestra heterogénea y amplia comunidad nacional; y c) aun si fortalecido por el desendeudamiento, tenemos todavía un estado pequeño y débil, que tiene que pedir permiso y le arman un escándalo aun si es sólo para intentar controlar los abusos de poder de quienes manejan la economía. Un estado que, dado que no controla los bancos, ni siquiera logra el control real de su moneda, logrando así las elites que sus preferencias dolarizadoras se extiendan a la clase media.
Corregir estas cuestiones llevará, obviamente, mucho tiempo. En el ínterin, a las elites fierros les sobran. Es que lo que el pueblo en general no sabe es que hay poca pero muy poca gente que gana mucha pero mucha plata en estas tierras. No sería humano que entreguen sin resistencias la vaca atada. Pero, de todos modos, no es el cambio de largo plazo lo que aquí se trata. Necesitamos antes ganar las elecciones, para seguir aprendiendo este complejo baile que es el implementar políticas que profundicen la democracia, es decir que construyan un solvente y sustentable estado de bienestar. Y para eso, primero hay que lograr que nos voten aquellos que nos votaron en 2011, pero no en 2013.
II – Políticas para la emergencia
Ante todo una frase para decir lo que se supone es obvio: si no logramos seguir disminuyendo la inflación (proceso que viene bien) y evitar el previsible y recientemente bien denunciado golpe de verano (que incluye y excede por bastante la repetición de cortes de luz y policías amotinados), mejor olvidémonos de 2015 y preparémonos para morder el polvo. Esto abarca también el lograr detectar y denunciar el origen de las cada vez más comunes amenazas de bombas y de algunos de los muchos crímenes extraña y particularmente violentos, que tan lógica como efectivamente alteran, desalientan y alienan a la población.
Suponiendo que esos flancos serán cuidados por nuestro liderazgo, creemos vale la pena hacer breve hincapié en algo que Mempo Giardinelli y otros vienen marcando desde hace un tiempo: hay que darse cuenta que en realidad hay dos Argentinas. Esto dicho en terminos anímicos más que socioeconómicos, y por supuesto en numeros promedio y no absolutos. La Argentina del Interior, que no sufre del stress megaurbano y goza de estados provinciales más ricos en términos per capita, recuerda bien las todavía no lejanas penurias del estado mínimo y convertible, y comprende mejor lo recientemente logrado (esto no incluye, claro, a quienes obtienen suficientes excesos de la propiedad de tierra agrícola como para obsesionarse con el precio del dólar blue, que es el precio del dólar fugable). La otra Argentina es la de los centros urbanos, en especial la interminable población de esa gran y fascinante selva de cemento que es Buenos Aires, que es un tercio del país, y que vive en un estado emocional (promedio) de notable alteración. Esto tiene un impacto concreto en la capacidad de manipulación de los medios controlados por las elites, y por lo tanto en la política.
En otras palabras: al Interior -salvo Santa Fe y Córdoba, que contienen dos grandes urbes y muchos terratenientes sojeros- se lo gana tranquilo (bueno y también está Mendoza, que además de una gran urbe tiene mucha gente capaz de votar a Julio Cobos). El tema es no repetir en la metrópoli el resultado de 2013, cuando el muchacho que conmemoró el último 24 de marzo en el Departamento de Estado nos sacó una enorme tajada. Sobre cómo hacer esto no abundaremos. Confiamos en el trípode Cristina-Capitanich-Kicillof, que viene demostrando alta creatividad y coraje para utilizar el poder del estado contra las fuerzas devaluacionistas e inflacionarias y sus miles de bien pagos mercenarios de la desinformación y del desánimo, eficaces encargados de vulgarizar y así desorientar el debate y el análisis político. Pero sí vale la pena insistir: nos quedan diez meses para darle más pruebas de renovado amor al pueblo conurbánico. Hablamos de acceso a la vivienda, por ejemplo: el Procrear, así como está hoy, en Buenos Aires parecería que no alcanza. O dicho más concretamente: las muchas y correctas políticas que se están intentando desde el último verano pueden no alcanzar para recuperar el voto del conurbano bonaerense.
III – En las campañas hay que saber elegir
Fascinante y difícil fue ver el año pasado la reacción kirchnerista frente a la candidatura lista para hornear del representante de turno del establishment. Se decidió copiar el juego, nada menos. Así nos fue. Aquí postularemos que la estrategia 2015 tiene que ser la opuesta: hay que profundizar la identidad del peronismo kirchnerista. Y que no nos resulte esto evidente es, antes que nada, una muestra del poder real del sistema propagandístico del capital.
Profundizar nuestra identidad significa, fundamentalmente, dos cosas. Primero, explicar más y mejor. Explicar el verdadero origen de la inflación, la relevancia de la fuga de divisas, la concentración de los mercados, el manejo del sentido común, el invalorable apoyo que el capital recibe de los principales centros de poder, y el estado real de las democracias que lograron éxitos hasta fines de los setenta pero cuyos estados de bienestar son hoy, sin prisa y sin pausa, esquilmados.
Pero atención, en este aspecto no vamos tan mal, o por lo menos tenemos el primer ingrediente necesario, que es el adecuado liderazgo. Basta escuchar a la Presidenta y verla nombrar con nombre y apellido a Blackstone, algo que difícilmente tiene parangón en el mundo de hoy. O al Jefe de Gabinete decirnos: “(los buitres) son financistas del poder político estadounidense y condicionan los fallos de la Justicia de ese país. La independencia de ese poder es una mera caricatura. (…) Nadie parece estar dispuesto a ponerle freno a la primera potencia del mundo. No podemos pactar con los buitres. Esos grupos denominan a la Argentina la nueva Arabia Saudita, quieren arrodillar al país y quedarse con los activos”. Y quien crea que este lenguaje político es normal por fuera de Sudamérica, bueno… se nota que no lee mucho los diarios de países más lejanos.
Necesitamos ampliar y perfeccionar la comunicación de este mensaje, y llegar cada día a un poco más de gente. Lo de 678 y su lógica contrasistema emitida desde el estado es histórico, un esfuerzo que un día será reconocido como una conmovedora piedra de David que ayudó y mucho a disparar el cambio mental y por lo tanto material. Pero por favor no nos engañemos: 678 no alcanza. Sabemos que pujamos con un sistema propagandístico todavía bastante más fuerte que nuestra voz. Pero también es cierto que el juego está algo más parejo que antes de la 125. Y el pueblo, o una parte importante de él al menos, cada vez come menos vidrio. Y quien no crea esto, seguramente proponga volver a copiar a los obedientes candidatos que quieren “volver a los mercados”.
El segundo aspecto trata de la humildad. Y esto implica la autocrítica. Acá es importante intentar salirse un poco del mundo propio: los traspiés suelen resultar obvios para quienes pujan por el avance democratizador, por eso muchas veces no los explicitan. Al fin y al cabo, en todo accionar humano los errores son tantos como inevitables. Pero da la impresión que hay una parte del pueblo que quiere escuchar más y mejor la confesión de errores por parte de la fuerza que gobierna hace más de una década. Convengamos que tampoco es ilógico: la falta de humildad y de autocrítica suele ser el más obvio indicador de chatura intelectual y moral. Hay que hacer autocrítica y decirlo fuerte, y explicar por qué nos equivocamos y como nos corregimos o corregiremos. Por ejemplo y en primer lugar, cómo permitimos que los formadores de precios disparen la inflación a pesar de que ya desde 2005 se los viene denunciando desde el atril presidencial para abajo. Esto ayudará a que mucho votante apolitizado que ni nos odia ni nos quiere termine de volver a confiar en la conveniencia de la continuidad del proceso iniciado el 25 de mayo de 2003.
En resumen, y esto es lo clave: ir a perder en las próximas elecciones es jugarle al capital con su mismo discurso y sus mismas ideas. Y si no alcanza con analizar lo sucedido hace poco más de año, quizás alcance con citar al meme hoy ya muy conocido: si querés resultados distintos, no hagas las cosas de la misma manera.
IV – Por si nos ganan
Y con todo, es evidente que podemos perder. Y así los endeudadores seriales -los ajustadores más perversos, como bien decía Mendieta en el post anterior- pueden volver a la cancha. Y sepan gente que llegará de a decenas de miles de millones la plata de Wall Street para financiar la fuga de dólares, como sucedió en los 70 y los 90. Dinero que luego obviamente volverá a Wall Street – y a las guaridas fiscales, la alcancía de las elites, a salvo de los estados nacionales.
Para esto, el dique defensivo, el catenaccio, que necesitamos construir, parece claro. Los detalles los dejamos a quienes saben, pero todo indica que es necesario legislar para que si Macri o Massa llegan al sillón de Perón no puedan hacer lo mismo que Menem o Videla. La deuda debe ser sólo para muy grandes obras de infraestructura. Nada de “cubrir momentáneos déficit de balanzas de pagos”, que les permita mantener una sensacion de normalidad y ganar elecciones mientras la bomba crece indetenible. Si no alcanzan los dólares del superávit comercial, entonces no debe haber dólares para fugar, ni para pagar deudas ilegítimas. Creer que con deuda resolvés en lugar de alimentar el problema es no conocer la idiosincracia argenta, tan propensa a atar todo con alambre. Si no hay dólares no hay dólares. No se piden prestados.
Hay que cuidar las arcas de Banco Central como si fueran propias, y hay que cuidar el patrimonio neto del estado como si fuera el propio. Para esto, entonces, el gobierno de Cristina puede darle un broche de oro a su tiempo promoviendo una ley que obligue a contar con mayorías calificadas para tomar deuda con “los mercados”. Por favor, y por si nos ganan: no les regalemos un nuevo festival de bonos, que luego volverá a condicionar a un gobierno distributivo y desendeudador.
Como sabemos, la falta de dólares es el único problema que realmente les importa. Bueno, no. También les importa un estado que crece, un estado que se fortalece para combatir los abusos oligopólicos, un estado que expande derechos. Un estado que se democratiza, bah. Y que deja poco a poco de estar en sus manos. Es decir, su problema es exactamente lo que a nosotrxs nos emociona, por ser la solución. Pero habrá todavía que trabajar duro para que esta relación no se revierta. Lo ganado está lejos aun de ser irreversible.
Imágen: Eva votando por primera y última vez en elecciones presidenciales, 11/11/51