“A mí me hicieron crecer políticamente los errores de Estados Unidos… En 2002 antes de la segunda vuelta apenas teníamos 27 de 130 senadores y 8 de 27 senadores. Con esa mayoría: ¿qué hubiésemos hecho? Nada, hubiera fracasado. Y la embajada de Estados Unidos juntó a los dos partidos neoliberales para ganarme. Gran error de la embajada”, recordaba Evo Morales la derrota electoral del año 2002 frente a Sánchez de Losada, cuando aún el recursos de poder del dirigente del MAS eran escasos, y de haber sido ungido presidente, pobres perspectivas se abrían para las enormes transformaciones que el líder cocalero prometía para su Bolivia. Su inexperiencia de gobierno, una composición parlamentaria adversa, una coalición de partidos y movimientos aún no aceitados, un apoyo popular que apenas alcanzaba al 20% y una economía que se deshilachaba al compás del ajuste perpetuo, hubiese hecho muy cuesta arriba a un gobierno novel con ansia de cambios económicos, políticos y sociales. El triunfo de Sánchez de Losada, vivida como un alivio para los intereses norteamericanos, se convirtió posteriormente en un boomerang. Con apenas un año de gobierno, el presidente que hablaba mejor el inglés que el castellano, debió renunciar en medio de intensas movilizaciones por izquierda y por derecha, en el interior de un clima de ingobernabilidad creciente. La sucesión recayó en Mesa, el vicepresidente que intentó hacer pié entre el Oriente y el Occidente boliviano y navegar entre las protestas sindicales y autonomistas de la “media luna” con epicentro en Santa Cruz, y que debió renunciar tras casi dos años de gobierno. El camino quedó allanado para Evo Morales quien debió disputar en diciembre de 2005 la elección presidencial con Jorge “Tuto” Quiroga un representante de los sectores tradicionales y custodio de los intereses de la aristocracia del Oriente cruceño.
La propuesta electoral de Evo para aquella elección, se ceñía fundamentalmente a la nacionalización de los recursos naturales y a la constitución de la Asamblea Constituyente como herramienta para refundar el Estado boliviano. A pesar que desde la recuperación de la democracia en los ochenta ningún presidente había podido alcanzar la mayoría absoluta de los sufragios (en Bolivia durante los años de la democracia pactada 1980-2003 la segunda vuelta electoral la decidía el Congreso), el dirigente del MAS alcanzó el 53,7%, sin necesidad de una nueva elección. El triunfo de Evo terminó no sólo con una democracia basada en pactos partidarios enamorados del consenso de elites, que dejaban afuera a más del 50% de la población (anulados de derechos civiles y sociales), sino que clausuró una etapa de gobiernos de coalición designados indirectamente por el propio parlamento. El sistema político al que le cantaban loas desde la ciencia política tradicional y sus satélites, por la atenuación del presidencialismo y la exaltación de los pactos, quedó barrido de un plumazo por las fuerzas plebeyas e indígenas del masismo.
Luego del triunfo electoral y en el primer viaje como presidente electo no asumido, Evo Morales viajó a Cuba y Venezuela (a quienes ayer les dedicó el triunfo) con el objetivo de firmar varios acuerdos relacionados con programas sociales y convenios de colaboración, que incluían la entrada a Bolivia de médicos cubanos y personal petrolero venezolano calificado. La señal que enviaba el líder del MAS era clarita: habría nuevas alianzas internacionales que se alejarían para siempre del norte imperial. Apenas asumido Morales se rebajó el sueldo en más de un 50% y eliminó los gastos reservados de los funcionarios públicos. Los fondos ahorrados fueron destinados a una cuenta especial del Tesoro General de Nación para que fuesen invertidos en educación y salud.
Desde el inicio de su primer mandato Evo procuró dar cumplimiento a su programa electoral y la política de hidrocarburos se convirtió en el eje de su estrategia de gobierno. El 1° de mayo de 2006 (a menos de seis meses de gobierno) firmó el decreto de nacionalización de hidrocarburos, desde el yacimiento de San Alberto en Carapari tomando el control del mismo las tropas del ejército. La nueva normativa obligaba a que las empresas que explotasen los yacimientos sean empresas mixtas en las que YPFB tendría el 51% del capital y las compañías extranjeras debían pagar el 82% en carácter de gravámenes revirtiendo, de manera simbólica, el porcentaje que era extraído de Bolivia por las mismas empresas en las décadas previas. Siguiendo al excelente libro de Martín Sivak “Jefazo”, el Estado boliviano pasó de percibir por ingresos de gas y petróleo 1299 millones en 2006 lo cual contrastaba de manera evidente con el exiguo 173 millones de 2002
Sin embargo, «la madre de todas las batallas” de su primer gobierno fue la sanción de la nueva constitución, una herramienta de transformación que también utilizó Venezuela y Ecuador y se convirtió en marca registrada sudamericana. A los tres meses de iniciado su mandato promulgó la ley de convocatoria a la Asamblea Constituyente y el Referéndum Autonómico y el 2 de julio se realizó la elección obteniendo el gobierno nuevamente el 53% de los votos, logrando 137 de los 255 convencionales. A pesar de que también ganó el Referéndum Autonómico por el 57,6%, en la opositora “media luna” (Santa Cruz Tarija, Pando y Beni) triunfaron las posturas autonómicas. El análisis del resultado no se tornaba sencillo, ni homogéneo, ya que para los opositores el triunfo en sus regiones debía de ser vinculante para el departamento. Por el contrario los partidarios del MAS esgrimían que el mismo era nacional y valían, por lo tanto, para todos los departamentos del país. Esta interpretación electoral se convirtió en una constante de aquellos años: el masismo argumentaba que los resultados eran nacionales, la oposición que eran regionales.
Finalmente, la nueva Constitución se aprobó a finales de noviembre sin la presencia de la oposición la cual se puso en pie de guerra frente al gobierno realizando marchas de carácter indefinidas, proclamando autonomías de facto y agrediendo todo aquello que tuviera color u olor a masismo. En aquellos turbulentos 2007 y 2008, Evo evitaba pisar suelo oriental por temor a reacciones violentas desatadas por los grupos autonómicos que eran mayoría en sus comarcas. El antagonismo llegó a tal extremo que ambos contendientes debieron llevar adelante una ardua negociación que derivó en una convocatoria a una amplia revocatoria de mandato que abarcó a la propia presidencia y a los gobernadores. Es decir, la imposibilidad de acordar se zanjó con un llamado a legitimar a todos los ejecutivos del país. El 10 de agosto de 2008, Morales fue ratificado en su cargo al obtener el 67.43% de votos, siendo también confirmados los prefectos de Santa Cruz, Pando, Beni, Tarija de la dura “media luna” opositora, y revocados de sus mandatos los prefectos de La Paz y Cochabamba. El resultado significó, una vez más, una victoria para ambas partes, aunque el aumento en el caudal de votos de Evo en un 12% (ganó en todos los departamentos, menos en Tarija, Beni y Santa Cruz, donde obtuvo el 40,73%, el porcentaje más bajo de todos), significó un salto de calidad en la legitimidad del gobierno. Con ese aval el primer mandatario avanzó en la ratificación de la nueva constitución y el 25 de enero de 2009, en lo que significó la tasa de participación más alta de todas las consultas electorales celebradas en el país hasta ese momento (90,2%), la nueva carta magna fue aprobada por el 61,43% Los resultados electorales igualmente, volvieron a resultar un calco de las contiendas anteriores: el SI triunfó en los departamentos de Chuquisaca, La Paz, Cochabamba, Oruro y Potosí, y el NO hizo lo propio en Tarija, Santa Cruz, Beni y Pando. Con la legitimidad del voto popular, el presidente avanzaba hacían su reelección. Para el 6 de diciembre de 2009 y con el 64% de los votos, Evo Morales se convertía en el presidente, del ahora Estado Plurinacional de Bolivia, con un aumento en términos porcentuales del 11% en referencia a la elección del 2005. Una vez más la “medialuna” le daba la espalda y el activo electoral provenía de los bastiones del Occidente, que en el caso de La Paz alcanzaba el 80% de los votos.
Luego de cuatro años intensos, el presidente lograba consolidar su gobierno con una política estatista e inclusiva. A pesar de los reiterados conflictos, el gobierno pudo llevar adelante una serie de medidas que implicaron la expansión del gasto público, una política de fortalecimiento de la moneda, inversiones productivas, sobre todo en el área de la construcción, aumento de las reservas internacionales y un conjunto de políticas sociales que permitió la inclusión de millones de bolivianos y bolivianas. Esto se materializó en el aumento del salario mínimo siempre por encima de la inflación, el congelamiento de tarifas de distintos servicios públicos y la expansión de distintos subsidios de la mano de diversos bonos sociales. Estos cambios se consolidaron durante su segunda presidencia a la par que el país se insertaba regionalmente en el ALBA, pedía pista en el Mercosur, y la figura de Evo Morales se proyectaba internacionalmente en su lucha por la legalización de los cultivos tradicionales. La política cocalera, otro de los puntos álgidos con EEUU fue abordado por el presidente boliviano con una estrategia muy nítida: “Narcotráfico cero” que antagonizaba con el tradicional “coca cero”. La reducción del 96% la ayuda militar a Bolivia junto a la expulsión del embajador norteamericano (con agencia antidroga incluida) marcaron momentos de una relación diplomática que comenzó malparida desde el vamos.
Luego del triunfo electoral de 2009 las tensiones al interior de la “media luna” se disiparon al compás de un sostenido crecimiento económico, de la extensión de la obra pública sobre esas latitudes, de una política pragmática de captación de dirigentes opositores, como anota aquí Pablo Stefanoni y de la evidencia empírica de que se debía convivir con un liderazgo imbatible en las urnas, del que se podría sacar ventajas en la negociación. En ese marco, las “tensiones creativas” se trasladaron al interior de las fuerzas oficialistas, en lo que García Linera denomina la contradicción entre los aspectos generales y particulares (el alcance universal del proyecto vs. el particularismo corporativo) que tensiona el bloque social popular. Las diversas movilizaciones sociales en estos últimos años por aumentos salariales y contra la política de gobierno apuntan en esa dirección. A pesar de que pudieron ser neutralizadas y contenidas por el masismo, fueron una llamada de atención sobre los aspectos irresueltos en el interior de las fuerzas oficialistas. Los resultados de ayer evidencian estas tensiones entre el interés general y el particular que son comunes a los gobiernos movimientistas y que emergen cuando las condiciones políticas son estables. En el caso boliviano en particular, las demandas particularistas proveniente de la base de sustentación histórica de Evo que se muestran en algunos casos poco tolerante con la política económica heterodoxa de su líder, y en otros, con las reivindicaciones de clase y del proyecto original. Las “impurezas” del Evo, tan similares (y distintas) a la de los liderazgos presidenciales sudamericanos del giro a la izquierda, evidencia, como sugiere Nicolás Tereschuk, “el pragmatismo impuro de su gestión, las idas y vueltas de estos procesos y el manejo de los tiempos que tienen sus líderes”. La inexistencia de un manual de contenidos revolucionarios o reformistas invita a pensar en la escasa linealidad que estos procesos políticos adoptan a la hora de llevar adelante la gestión de gobierno.
A pesar de que Morales apuntó al 70%, para superar la marca de cinco años atrás, el resultado es impresionante. Con el 61% de los votos y una ventaja casi del 40% al segundo y 50% al tercero, dos egresados de universidades norteamericanas, Evo superó una vez más sus propias marcas. Es cierto que disminuyó el porcentaje de votos si tomamos la última elección presidencial, pero esta vez el triunfo fue más homogéneo. Si en el 2009 la fortaleza de sus bastiones de Occidente le permitió compensar las derrotas en la “media luna”, esta vez la victoria fue en ocho de los nueve departamentos. Sólo Beni escapó del “Huracán Evo”, pero tanto Tarija, Pando y la ultraopositora Santa Cruz cayeron en manos del masismo. A estas horas y a la espera de confirmación oficial, Morales alcanzaba más del 50% en estas regiones, en una elección impensable cinco años ha. El aumento de votos en la “media luna” contrasta con una disminución en las zonas propias. En el Occidente boliviano, el masismo triunfó con guarismos superiores al 60%, pero no con la contundencia de la última elección presidencial. Parte de las tensiones comentadas en los párrafos precedentes, sumada a una política de alianzas diferente a la de 2009, explican a grandes rasgos esta leve disminución de las preferencias electorales. Una oposición disgregada en cuatro candidatos, incapaz de llevar adelante un proceso de unificación y con nula voluntad de caprilizarse, asistió pasivamente al festejo del MAS.
Si logra culminar con éxito el nuevo mandato Evo Morales llegará a cumplir lo que ningún presidente en la historia de Bolivia: estar catorce años sucesivos en el gobierno. Amado por las izquierdas sudamericanas, respetado por las derechas “racionales”, el primer presidente indígena de Bolivia se encamina a profundizar su revolución democrática. Sin reelección a la vista (sin embargo ayer habló de los “próximos nueve años”) el aquél simpático y pintoresco dirigente gremial hoy se lo observa con dimensión de estadista. Muchas cosas cambiaron en Bolivia. De la transformación monumental del país, mucho tuvo que ver el liderazgo presidencial de Evo Morales. Una presencia incasable, un líder de indiscutible carisma y un gobernante que finalmente se asemeja a su pueblo, son marcas indelebles de un presidente indígena que le hace honor a sus ancestros.