Esta nota fue publicada originalmente aquí: www.elloropolitico.com
Ser oposición no es fácil. Ante todo, porque es escaso el margen de maniobra para disponer de iniciativa política y se debe actuar, en gran medida, por reflejo y reacción a la gestión oficialista. En efecto, la identidad opositora (ser moderado, inflexible, negociador) se define principalmente por lo que hace y deja de hacer quien ocupa el sillón de Rivadavia. En estas condiciones, contar con diagnósticos certeros sobre la realidad política general y, en particular, sobre la naturaleza del gobierno actual constituyen herramientas indispensables.
Pasados los cien días desde la asunción de Mauricio Macri, proponemos realizar un breve balance -no exhaustivo- sobre algunos aspectos del rol desempeñado hasta el momento por el amplio y heterogéneo espacio opositor. Elegimos tres temas que aún generan mucho debate entre quienes apoyan al macrismo y quienes lo cuestionan.
Inflación. Con la tan anunciada devaluación (o el fin del cepo, en la jerga oficialista), la inflación se disparó, revirtiendo la tendencia a la baja que mostraba durante la última parte de 2015, con la gestión Kicillof. Luego de haber sostenido en campaña -equivocadamente- que la suba del dólar iba a tener un impacto inflacionario nulo (porque los precios de la economía ya estaban funcionando al nivel del dólar blue), ahora el gobierno promete que el alza de precios irá cediendo a partir del segundo semestre.
Aunque sea imposible delinear con precisión el futuro, no resulta para nada descabellado suponer que el designio gubernamental pueda cumplirse. La lectura que podría hacer entonces un votante macrista, siguiendo el “relato oficial”, es la siguiente: 1) la actual administración heredó un problema (parte de la pesada herencia), 2) que el anterior gobierno ni siquiera reconocía y frente al cual mentía; 3) Macri no solo reconoció la inflación desde el primer momento; la declaró además como su enemigo principal; y prometió que en menos de un año iba a lograr bajarla. Cumplió; 4) el kirchnerismo, luego de años de mentiras, pronosticó que Macri no iba a lograr bajar la inflación y se equivocó, porque finalmente sí bajó.
El tema, según creemos, hay que encararlo de otra manera: la inflación es, desde nuestra perspectiva, más bien un síntoma y no tanto un problema en sí mismo. No es difícil bajar la inflación, si se prescinde de cualquier otro costo: empleo, salario, crecimiento económico; industria nacional.
¿Puede pasar que la inflación no baje tal como espera el gobierno? Claro que sí. Pero las tendencias económicas presentes hoy sugieren como probable un escenario de mediano plazo en el que el alza de precios comience a revertirse a partir de un enfriamiento de la economía (con recesión, desempleo, reducción del salario, y apertura económica).
En lugar de jugar en el terreno que propone el adversario (discutir si va a bajar o no la inflación), resultaría más efectivo centrarse en cuestionar el ajuste que el nuevo gobierno está emprendiendo contra la clase trabajadora y los sectores populares. Postular, por ejemplo, que el alza de precios es una expresión de otros problemas estructurales e históricos de la economía argentina; que es parte, además, de una puja distributiva entre clases sociales; que durante el kirchnerismo la clase trabajadora, año a año, logró incrementos salariales por encima de cualquier indicador (oficial y no oficial), y que esa tendencia a la mejora en el poder adquisitivo es lo que vino a poner en discusión el macrismo, con el argumento, justamente, de la lucha contra la inflación.
La corrupción. Asistimos en los últimos años a constantes denuncias de corrupción (mediáticas, políticas y judiciales) contra el kirchnerismo. Algo similar ocurre en Brasil y en otros países latinoamericanos. Es evidente que hay una intencionalidad política en estas denuncias. Ahora bien, ¿cuál es la respuesta para dar desde el campo nacional y popular? ¿Alcanza con decir que todo es parte de una maniobra política? ¿Es correcto decir que los casos de corrupción denunciados, además de que requieren ser probados, no opacan de ningún modo las virtudes de procesos políticos que mejoraron tal vez como nunca las condiciones de vida de millones de personas? ¿No se encuentra esta última respuesta muy asociada, en el imaginario popular, al “roban pero hacen” de la década menemista?
Estas preguntas, frente a las cuales no hay sólidas respuestas, ponen en evidencia que la batalla por el sentido común sobre el tema de la corrupción se ha perdido: está instalado, por ejemplo, que el principal flagelo tiene que ver con la corrupción pública mientras que la contraparte privada queda en un segundo y relegado lugar. Asociado con ello, la solución que suele desprenderse de estos análisis es que hay que reducir el tamaño y las funciones estatales, cuando en verdad, nuestra propia historia ha demostrado que achicar el Estado significó generalmente agrandar los márgenes de discrecionalidad empresarial, o sea, abonar tierra fértil para la corrupción.
Marzo se va, el macrismo se queda. Un tercer aspecto sobre el cual se puede realizar una autocrítica es respecto de los pronósticos apocalípticos que hicimos durante el verano sobre lo que iba a ocurrir en marzo. Se dijo que la política de despidos, represión y censura del gobierno de Macri era insostenible y que, con la llegada de marzo, el conflicto social y político iba a estallar (“en marzo aparecen los gremios”, “en marzo se reabre el Congreso”, etc.). Lo cierto es que marzo se extingue, y el macrismo sigue en pie. Tuvo derrotas y victorias, muchos errores y pocos aciertos, pero sin dudas el escenario apocalíptico no se cumplió.
En una parte significativa del espacio opositor subyace la idea según la cual la presidencia de Macri no puede durar demasiado. Pesa en este tipo de análisis una especie de determinismo económico: la pérdida de derechos de grandes franjas de la población llevaría inevitablemente, en esta visión, a que el gobierno caiga. Un revival de De la Rúa.
Creemos que es hora de dejar de subestimar a una fuerza política que logró algo inédito para la derecha en la Argentina: el acceso al poder por vía democrática. No se pone en duda aquí la naturaleza del gobierno macrista, de claro signo regresivo. Pero la pérdida de derechos no necesariamente produce efectos políticos progresivos ni conduce a un estallido social. El desempleo, por ejemplo, suele generar desánimo y desorganización. Nuestra propia historia reciente así lo demuestra: la experiencia del neoliberalismo en la Argentina no duró solo dos años. Su eclosión en 2001 vino a cerrar una etapa que se había abierto 25 años atrás, en 1976.
Una Oposición responsable
El calificativo de “oposición responsable” se encuentra hoy en día estrechamente asociado con la idea de hacer concesiones al gobierno macrista. Creemos que se le puede dar otro sentido: ser responsable puede significar también hacer una oposición severamente crítica (cero concesión a los despidos, a la represión y al ajuste), pero sin renunciar a emitir diagnósticos certeros de la realidad, a elaborar juicios analíticos que se puedan comprobar fácticamente y que le sirvan al ciudadano para comprender mejor lo que le pasa en el día a día. No está de más recordar lo que le sucedió a la oposición anti-kirchnerista en gran parte del período 2003-2015: pronosticó, en forma continua, apocalipsis y catástrofes que, al no cumplirse, fortalecieron aquello que pretendían debilitar.
Aún suponiendo que el campo nacional y popular conserva aquél 49% que se expresó en el ballotage, resulta imprescindible ir en búsqueda de al menos una parte del 51% restante. Y para hacerlo, es necesario comprender que, en su mayoría, ese porcentaje de la población no solo votó a Macri sino que comparte con él una determinada visión sobre lo que ha ocurrido en los últimos doce años en la Argentina. Esto es, asume como creíble el Relato sobre la pesada herencia, los ñoquis en el Estado, la inflación, la corrupción kirchnerista, etc. Por lo tanto, si lo que se pretende es disputar ese espacio, hay que proponer nuevas articulaciones discursivas que puedan interpelar y construir una mirada integradora sobre lo que está pasando con el nuevo gobierno, que conecte con lo que ha ocurrido años atrás.
La inflación, la corrupción o el apocalipsis anunciado que no ocurrió son solo tres ejemplos de una lista que se podría ampliar. No queremos criticar desde un lugar de supuesta superioridad. No venimos a batir la justa. Creemos que hoy en día un problema de muchos militantes es que en la búsqueda de hacer autocrítica (necesaria, por supuesto), pecan de pesimismo. Así como fue nocivo ser oficialistas acríticos, no resulta productivo caer en su reverso: el opositor que se auto-flagela en forma permanente y que piensa que el macrismo es invencible.
Esta nota trata simplemente de ofrecer disparadores sobre cuestiones cuya resolución exige respuestas colectivas. La nueva etapa requiere agudizar el ingenio y la capacidad analítica para poder diagnosticar correctamente la naturaleza del nuevo gobierno, y con ello, enfrentarlo de manera exitosa.