De un tiempo a esta parte una palabra emerge para definir los tiempos sudamericanos: crisis. Los triunfos electorales de Mauricio Macri, de la oposición venezolana en las parlamentarias pasadas y el ascenso (¿el golpe?) de Temer en Brasil configuran un nuevo mapa político en la región que lejos de brindar certezas acerca de su estabilidad política, nos invita a reflexionar sobre la persistencia de ciertos planteos que vuelven una y otra vez. ¿Es posible la estabilidad en la región en contextos de políticas económicas de orientación neoliberal? ¿Es sostenible en el tiempo las políticas orientadas al mercado sin gobierno inestables en Sudamérica? ¿Es factible que luego de un ciclo de gobiernos de orientación distribucionistas o “neokeynesianos” sea posible el ajuste sin grandes costos internos? ¿Será posible mantener la estabilidad política de las décadas anteriores en un contexto recesivo?¿Es Sudamérica una región genéticamente inestable que sólo los “pocos” puede domesticar? ¿Es probable que se retorne a un nuevo ciclo de inestabilidad presidencial?
Hagamos un poco de historia (un poco nomás ya que sobre esto dijimos bastante). A principios de los ochenta, una vez que los países sudamericanos recuperaron sus democracias, los académicos interesados por la estabilidad política en la región discutieron sobre cuál era la mejor forma de gobierno para garantizar una democracia plena y vigorosa. Lo hicieron desde sus cátedras y en la opinión pública e intentaron incidir en la clase política en una región que recuperaba su sistema democrático luego de dictaduras sangrientas. En ese marco, se destacó Juan Linz al advertir sobre la incompatibilidad existente entre la Democracia y el Presidencialismo. Allí donde perviviera el sistema presidencial habría muchas posibilidades que la democracia se truncara. La evidencia empírica era notable, y el politólogo español reforzaba su argumento expresando que 35 de las 43 democracias existentes a principios de los ochenta era parlamentaristas. Y decía algo más: la inestabilidad del gobierno llevaba como consecuencia la inestabilidad del Régimen democrático. Desde allí que auguraba la necesidad de que Sudamérica adoptase un sistema parlamentarista de gobierno como la mejor alternativa para consolidar sus jóvenes democracias. Sin embargo, dos décadas más tarde de esos pronunciamientos, las democracias en la región se mantenían “vivitas y coleando”. Es cierto que los episodios de inestabilidad no culminaron, pero los mismos no afectaron en forma directa al régimen democrático. Es decir, la inestabilidad, como dijimos en otro post, se ubicó en el presidente, ya no en el presidencialismo. En ese sentido, la tesis de Linz acertaba a medias ya que la crisis se encorsetó en “crisis o inestabilidad de gobierno” y no se extendió a “crisis o inestabilidad de régimen”. Desde allí es que podemos caracterizar al periodo de los ochenta y de los noventa como de “inestabilidad del presidente”.
¿Podemos caracterizar de igual forma a los presidentes del siglo XXI?¿Fueron inestables Chávez, Morales, los Kirchner, Uribe, Correa, Lula, Vázquez, Bachelet? ¿Podemos decir que en Sudamérica, los presidentes del siglo XXI se caracterizaron por la estabilidad presidencial, y con ello la de sus sistemas políticos?
La evidencia histórica demuestra que la estabilidad que gozaron dichos mandatarios se convirtió en la principal característica distintiva de estos nuevos liderazgos. Lo que distingue a estos presidentes de sus antecesores, y casi de cualquier etapa posterior al advenimiento de la ampliación electoral a principios del siglo XX, es su performance en lo que atañe al mantenimiento de la estabilidad política. Es cierto que contaron con un contexto socioeconómico diferente a los presidentes de los 80 y los 90, pero no por ello no sortearon situaciones de inestabilidad. Durante los últimos 15 años Sudamérica vivió un proceso de bonanza económica, pero siempre dependiente de una economía mundial que impactó en sus desequilibrios estructurales. La crisis económica mundial de 2008-2009, la desaceleración económica de 2013-2015 cuentan también en su haber. Si el resultado de estos liderazgos se explicase en soledad por los aspectos económicos, durante esos años hubiesen sido reemplazados y/o sometidos al escarnio popular (como sus predecesores inestables) cosa que no ocurrió y que puede explicarse a partir de otras dimensiones. ¿No resulta entonces meritorio estabilizar los sistemas políticos en una región en donde la inestabilidad primó de forma recurrente?. Desde allí es que se torna relevante insistir en los Liderazgos presidenciales como variable explicativa, más que los diseños institucionales, los poderes constitucionales o el “viento de cola” económico. Para enfatizar el argumento, Fernando Lugo en un contexto de un excepcional crecimiento económico paraguayo, sufrió la inestabilidad en carne propia. ¿Por qué cayó entonces Lugo si la economía florecía en su país?
A partir del año 2015 la región comienza a sufrir transformaciones políticas. Como iniciamos el post, el triunfo de Mauricio Macri en Argentina, la victoria electoral de la oposición chavista en Venezuela, traducida en la obtención de las dos terceras partes de la Asamblea Nacional, y la reciente suspensión de Dilma Rousseff del ejecutivo brasileño marcan un nuevo momento en Sudamérica. ¿Cómo entender estos cambios en los elencos ejecutivos a la luz de la experiencia de los liderazgos presidenciales precedentes? ¿Estos nuevos presidentes vienen a consolidar la estabilidad política lograda por los anteriores? ¿Son estos nuevos ganadores la expresión política de la pérdida de dicha estabilidad? Para decirlo con más fuerza, ¿serán estos nuevos liderazgos garantes de la estabilidad lograda o estaremos asistiendo a un retorno de la inestabilidad? Las decisiones de política económica aplicadas por Macri y su homónimo Temer en Brasil, sumada a las desavenencias históricas venezolanas con una oposición tomando la delantera, ¿auguran un nuevo tiempo de estabilidad en la región? ¿O los nuevos tiempos golpean la puerta de la inestabilidad? ¿Estaremos asistiendo a un cambio de nombres solamente, o también a un cambio en las perspectivas de la estabilidad regional? Habría que agregar a estos interrogantes, un nuevo desafío encarnado en estos gobiernos neoliberales que recuperan la llave de la administración política y económica de nuestros países, y es que lo hacen luego de un proceso de ampliación de derechos sociales, económicos y civiles inédito para Sudamérica. Desde allí que resulta oportuno preguntarse qué viabilidad política tienen estos nuevos gobiernos para aplicar sus recetas de ajuste en un contexto en que las sociedades sudamericanas apostaron más a un cambio de elencos que les brindaran “más” y no “menos”.
La vuelta de las protestas sociales, la instauración de políticas de clara identificación neoliberal, un Estado que va perdiendo peso en su tímido disciplinamiento de los grupos de poder real que ahora reconquistan los resortes del poder estatal, son muestran fehacientes que los nuevos tiempos sudamericanos no transitarán por la cálida estabilidad de un tiempo atrás. ¿Con ello decimos (y/o presagiamos) un nuevo ciclo de caídas presidenciales? La historia reciente nos muestra que estos procesos dependen más de la destreza (de la virtú diría el genio florentino) y los recursos de poder que puedan ostentar o conquistar estos nuevos liderazgos durante el ejercicio de su poder. Y estos nuevos liderazgos deberán hacerlo en contextos distintos, y caracterizados por condiciones económicas internas, pero sobre todo externas muy adversas y concebirlo frente a una sociedad desafiante que ganó derechos y subió el piso histórico de su status socioeconómico. Un ajuste clásico con ausencia de “hiperinflaciones” o de “recesiones económicas estructurales” es una faena que requiere de un relato confiable y a prueba de muchas dudas que surgirán con el tiempo ante el evidente (e inevitable) deterioro de las condiciones de vida de la población Desde allí la difícil tarea que les espera a los nuevos liderazgos del “giro a la derecha” en la región.
La mesa está servida, y los actores políticos preparados para un nuevo ciclo político. Los contornos que éste tome dependerán de la dinámica política siempre complicada de nuestra región. Y por supuesto de los liderazgos presidenciales. Claro.