Desde hace meses, crece la pregunta: ¿Qué hará Cristina Fernández de Kirchner? Cada mes que transcurre, y cada aproximación a la fecha de las elecciones de 2017, el interrogante arriesga nuevas respuestas. Desde ajenos al peronismo, convencidos hasta hace muy poco que CFK ya no tenía destino político sobre la tierra (especialmente los periodistas que con cierto placer repetían la deplorable expresión “cadáver político”) hasta propios, seguros que el liderazgo del peronismo no cambiará de nombre. Sin embargo hoy ninguno se arriesga a afirmar cómo continuará la película, cuyo tramo final alcanza a 2019. Incluso los más convencidos acerca de que solo ella puede contener las variantes que implica el peronismo, saben que el escenario político ha cambiado en la Argentina y que, después de todo, el peronismo ha sido derrotado en las urnas, donde más le duele. (Por tanto de donde más le cuesta recuperarse. Nota al pie: suele escucharse el optimista, y razonable, “vamos a volver”, poco acompañado de una lectura de aquella derrota, que produce ahora esta esperanza). Para que la incertidumbre sea aun mayor, la propia ex presidenta se niega a dar mensajes contundentes, aunque todos parecen estar muy lejos de la apertura de un café literario. Es cierto que ha dado ciertas afirmaciones sobre esta cuestión, que veremos más adelante, pero en ningún caso ha sido concluyente.
Para que esta situación de incertidumbre se presente, deben existir una serie de condiciones; la primera y fundamental es que la persona en cuestión, Cristina Fernández en este caso, cuente con una cuota de poder relevante, traducido hoy en un sostenido apoyo popular, como lo demostró la plaza del 9 de diciembre de 2015, y las sucesivas muestras de acompañamiento que fue recibiendo durante este año. La incertidumbre se alimenta también de los límites que encuentra su figura, para volver a capitalizar un apoyo popular de las dimensiones que supo construir.
La historia continúa siendo para las ciencias sociales, el mejor de los laboratorios. ¿Podemos obtener algo de ese juego que resulta recorrer el pasado? Esto es ¿existen antecedentes respecto de una situación semejante de ex presidentes y la continuidad de su liderazgo? La respuesta obviamente es sí, y aquí vamos a hacer un breve repaso. Interponiendo una consideración fundamental: no existe un lugar institucional para los ex presidentes. Pueden reelegirse una vez de manera inmediata, y dejando pasar un mandato está en condiciones de volver a presentarse. Es decir la Constitución no lo manda a la casa. A la vez, nuestra experiencia democrática es tan joven, que no sabemos muy bien qué hacer con ellos; esto es: no hay demasiada tradición en el tema, que resuelva lo que la institucionalidad no hace. Quienes piensen que el ex presidente debe retirarse de la escena política, subestiman, como mínimo, las relaciones de poder. (Por otra parte renunciamientos de ese tipo no suceden ni en el más pequeño de los clubes de barrio). El poder es una disputa, sino ni siquiera existiría el término. El PRI, dicen, logró mantenerse en la presidencia, durante 70 años, entre otras cosas, porque sí enviaba al ex presidente a su casa e impedía la reelección. EE.UU. la permite solo una vez. Pero es muy común que el o la ex presidente, continúe rondando el sistema político; sucede aquí y en Chile, Perú, Brasil, Uruguay, Colombia… Algo semejante encontramos en algunos países de Europa. A veces los organismos internacionales sirven como alternativa para los ex mandatarios. En cualquier caso, no se trata de un “problema” de la política argentina.
Veamos entonces la historia. Primera consideración: para ingresar en este grupo es necesario haber sido Presidente de la Nación. Segundo, mantener cuotas de poder relevantes una vez fuera de la Casa Rosada; no podemos aquí construir los indicadores de esta realidad pero, siguiendo los trabajos de Fraschini y Tereschuk sobre liderazgo presidencial, mencionemos popularidad, control del partido, ascenso sobre los legisladores, éxito electoral, capacidad de seguir gravitando en el sistema político, entre otros recursos. Con este punto de partida, en la historia argentina que se inicia con la Constitución Nacional de 1853, pocos, pero no muy pocos, han conformado ese club. Aquí entenderemos que ellos son (fueron): Julio Argentino Roca, Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. ¿No lo fueron Bartolomé Mitre o Agustín P. Justo? No, porque las posibilidades de continuar su liderazgo fueron acotadas y volver a ingresar a la presidencia, fue siempre poco probable. Por otra razón Néstor Kirchner ingresa de un modo particular a este club. Vayamos a los casos.
Julio Argentino Roca, fue electo presidente en 1880, por el Partido Autonomista Nacional. Se había ganado el prestigio a fuerza de las armas con la “Conquista del Desierto” que encabezó en su cargo de Ministro de Guerra y Marina. Siendo hombre “del interior” (tucumano él) supo desplegar una política de alianzas que le permitió gobernar con cierta estabilidad. Se dice que buscó reformar la Constitución para reelegirse, pero ello no sucedió. En esa competencia entre elites que eran las elecciones nacionales en aquel tiempo, Roca, para neutralizar el ascenso de Dardo Rocha y con él de Buenos Aires, apoyó a Miguel Ángel Juárez Celman, gobernador de Córdoba y cuñado suyo. Todos los historiadores coinciden en que no se trató en una decisión basada en nepotismo, en nombrar a un continuador de su obra, sino en impedir el ascenso de otros; y aunque tenía cierta confianza con Juárez Celman, no puede considerarselo un roquista. En esa elección sí compitió un ex ministro suyo, Bernardo de Irigoyen, que no logró nunca el apoyo de su jefe. ¡Ah! el vicepresidente, Carlos Pellegrini, sí era un hombre de confianza del general. Fuera del gobierno, Roca sigue siendo un hombre clave. En 1888, dos años después de dejar la presidencia, asume como Senador Nacional por la Capital Federal, cargo que ocupa hasta 1890, año de la revolución del Parque. Allí no forma parte de los insurrectos, pero no está entre quienes defendieron a Juárez Celman. La presidencia quedará en manos de quien el líder había sugerido como vicepresidente, Carlos Pellegrini. Roca jura como Ministro del Interior, durante un año; ese lugar le permite incidir en el armado electoral para 1892. Roca parece no tener posibilidades de ser electo y otra vez opta por la segunda opción: impedir que surjan nuevos liderazgos que opaquen su figura. En esos años se trataba de Roque Sáenz Peña, un joven abogado con ideas innovadoras aun dentro de la matriz liberal oligárquica, que se identificaba con el grupo denominado “modernistas”. La jugada de “el zorro” es recordada por lo memorable: postula a Luis Sáenz Peña, padre de aquel, a la presidencia (siendo un destacado jurista sin actuación política), lo que hace que el hijo decline la candidatura. En 1893 asume como Senador Nacional, ahora por su provincia, Tucumán. Se retira dos años a Europa y regresa en 1895 para ocupar el mismo cargo. En 1898, parece que le ha llegado la hora de volver y se convierte nuevamente en presidente de la Nación. Los dos presidentes que fueron electos en el lapso de sus dos presidencias, Juárez Celman y Sáenz Peña, no lograron completar mandato y fueron sucedidos por sus vicepresidentes. Ninguno de los jóvenes dirigentes del PAN, lograron desplazar a Roca de la conducción y convertirse en sucesión a su liderazgo. Su eficacia política llegó hasta lograr que no se generara ningún partido opositor exitoso (a pesar del nacimiento de la UCR). Cuando Roca abandonó la política y se retiró a su estancia en Córdoba, el roquismo fue derrotado en pocos años. Jamás nombró un sucesor.
Hipólito Yrigoyen llegó a la presidencia en 1916. Veintiséis años hubo de esperar la Unión Cívica Radical desde que se levantara en armas en 1890 (y lo volviera a hacer varias veces más). “El peludo” había atravesado todas las luchas para llegar a conducir al partido, peleándose en la ya lejana década del 90, con el mismísimo Alem, su tío. En 1922, frente a nuevas elecciones presidenciales Yrigoyen postula a Marcelo Torcuato de Alvear, quien ni siquiera viaja a Buenos Aires para la campaña electoral (residía como embajador en París). Alvear es presidente, pero no es, ni remotamente, el delfín o sucesor de Don Hipólito, quien en esos años (1922 – 1928) dicen que solo se cruza una vez con el primer mandatario. Con 76 años Yrigoyen vuelve al poder para suceder a Alvear de la mano de una UCR que ya se había partido en torno del eje personalistas / antipersonalistas. El primer golpe de estado lo deja fuera del poder en 1930 y queda encarcelado. Se dice que recompuso su relación con Alvear, pero también se comenta que poco antes de morir pronunció unas enigmáticas palabras: “rodeen a Marcelo” ¿Era el primer diseño del cerco en la historia argentina? Otro dirigente que muere sin dejar un continuador.
Juan Domingo Perón. No es necesario contar mucho sobre él, ni acerca en su aparición en la historia. Perón gana las elecciones presidenciales de 1946 y las de 1952. Jamás sabremos que hubiese pasado de no ser derrocado por la autodenominada Revolución Libertadora de Lonardi y Rojas y varias cias. Sí sabemos que Domingo Mercante, gobernador de la Provincia de Buenos Aires, quien llevó adelante una importante reforma, tuvo sus contrapuntos con “el Pocho”; y que algunos atribuyen esos enfrentamientos a la posibilidad de que Mercante pudiera erigirse en un sucesor del líder. Por motivos varios y fruto de otras internas, Mercante es expulsado del Partido Peronista en 1953. Durante dieciocho años, Perón debió vivir la política argentina desde miles de kilómetros. En todo ese lapso, Perón jamás renunció a ejercer la conducción de su movimiento. Al fin puede volver en 1973, pero ya es tarde para todo. Incluso la posibilidad de ungir un sucesor, si es que eso estuvo alguna vez en la mente de Perón. “Mi único heredero es el pueblo”, sentencia desde el balcón, frase que presenta con contundencia una despedida, pero no resuelve el tema del liderazgo. Catorce años le llevará al peronismo lograr resolver la ecuación de una nueva conducción. Otra vez no hay delfín.
En el otoño de 1983, seguramente pocos argentinos sabían quién era Raúl Alfonsín. En octubre lo elegía el 52% de los votantes. Ocupó el liderazgo vacío luego de la muerte de Ricardo Balbín a quien había enfrentado en los ´70. Su victoria fue arrolladora; su liderazgo en la UCR indiscutido: por primera vez un radical vencía al peronismo. Intentó reformar la Constitución Nacional (con clausula de reelección incluida) pero los resultados electorales de 1987, hicieron naufragar el proyecto. Para las presidenciales de 1989, el gobernador de Córdoba, Eduardo Angelóz, es el único que puede mostrarse como ganador y con alguna chance de triunfar en los comicios. Pero no es del riñón alfonsinista. Alertados de esta situación, los ya menos jóvenes de la Junta Coordinadora Nacional, le llevan a Raúl lo que creen será una buena noticia: “tenemos fórmula propia: Dante Caputo, Ricardo Barrios Arrechea”. Pero Alfonsín no piensa lo mismo, y ordena bajar la fórmula. No habrá interna. Angelóz es el candidato. Y el vice será una alfonsinista de la confianza del líder, Juan Manual Casella. En una de esas Angelóz gana. Pero no. En 1995 el radicalismo ni aspira a ser competitivo en las elecciones y a Horacio Masaccessi, nadie le sale a competir. Alfonsín, luego del Pacto de Olivos, que tejió él a espaldas del partido, permanece a un costado.
Pero en 1997 se forma la Alianza (en el living de la casa de Dante Caputo, dicen) y Alfonsín es uno de los grandes armadores, otra vez. La cosa sale bien. Se entusiasman, la Rosada vuelve a estar en el horizonte, y Fenando De La Rúa es primero Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y ahora si, después de varios años, candidato “natural” a la presidencia. Rodolfo Terragno, le avisa “al Gallego” que se quede tranquilo, que está dispuesto a dar la batalla para tener un candidato propio. El tema es que Alfonsín ya estaba tranquilo, y le comenta al Senador, que no habrá interna, que el candidato del partido, es “Chupete”. Ya sabemos como sigue la historia. Y en la elección del 2003, la UCR apenas supera el 2%. Pero “el Gallego” tiene una batalla más por delante. Para las presidenciales de 2007 impone un peronista para encabezar la fórmula (¿un gusto que quería darse?) y Roberto Lavagna, acompañado de Gerardo Morales, probarán suerte en las urnas. Dos años después, Raúl Alfonsín, fallece. Durante 26 años, manejó la interna partidaria, (siendo además Senador Nacional durante los años 2001 y 2002) casi sin retrocesos. Fue el gestor de su propia candidatura presidencial y definió quien la encabezaría hasta poco antes de su muerte (eligiendo a dos rivales internos y a uno de otro partido). Ni delfín, ni sucesor, ni nada. En las elecciones de 2011, su hijo Ricardo, será candidato a presidente y ocupará un cómodo 3º lugar. El alfonsinismo, el primer movimiento radical que había logrado vencer al peronismo, había dejado de existir.
Pero volvamos hacia atrás. En 1988 Carlos Saul Ménem derrota a Antonio Cafiero en la interna, la única interna presidencial hasta el momento del peronismo, y se pone fin a la etapa de un peronismo sin liderazgo. Menem gana con comodidad las elecciones presidenciales de 1989 y las de 1995. Entre tanto se ocupa de que posibles competidores tengan algunos problemas políticos: Cafiero, Grosso, Saadi y algunos más, comienzan a ser desplazados de la escena política. En 1999, sólo le faltó filmar un spot de apoyo a la candidatura de Fernando De La Rua. “El Carlos” hizo lo que pudo para que la campaña de Eduardo Duhalde fuera lo más complicada posible. Por la causa que fuera, su deseo se cumplió y “El Cabezón” no fue presidente. En 2003, crisis mediante, la historia le regaló otra oportunidad. Apenas dos años después de estar preso en una quinta, Menem se presenta nuevamente y gana la primera vuelta electoral para la presidencia. Su piso es muy alto en ese contexto. El problema es que era casi igual a su techo y en un sentido mensaje filmado, se baja del ballotage, a sabiendas que una nueva victoria era imposible. Su máxima se cumple “jamás he perdido una elección”. No hay sucesor, ni quien quiera levantar sus banderas y el menemismo, sin estridencias, pero sin dramatismo, entra en las sombras.
Esa elección había consagrado Presidente de la Nación a Néstor Kirchner. Con un magro caudal electoral, debe ocupar uno de los momentos más complejos de la historia reciente. Con un poco de corte y pegue, arma su propio perfil, que lentamente va definiendo. En 2007 anuncia que la candidata será Cristina Fernández de Kirchner, no él. Hay sucesión, es cierto dentro de una pareja pero eso, justamente, parece facilitar las cosas. ¿Pensaban una sucesión recíproca que durara 16 años? No lo sabemos. En cualquier caso poco puede saberse sobre el futuro. En 2011 podía darse esa posibilidad, pero la vida quiso que “el Pingüino” falleciera en 2010, y Cristina fue la candidata “natural”. De allí en más nacieron las posibilidades de resolución: ¿El kirchnerismo promoverá una reforma constitucional para habilitar un nuevo mandato? ¿CFK nombrará un candidato heredero? Por último ¿se resolverá la candidatura en las PASO? Las elecciones de 2013 sepultan las posibilidades o intenciones que haya tenido la reforma constitucional, si es que tuvo algunas. Queda el dedo o la interna. ¿Ahora sí, CFK designará un heredero que sostenga los postulados del kirchnerismo en esta nueva etapa? Daniel Scioli se convierte en el candidato, sin definición en las PASO (previo pedido de la presidenta de un “baño de humildad” a quienes pretendían pelear por el sillón de Rivadavia). Nosotros, simples mortales, no conoceremos quizás nunca, las instancias del declive de la candidatura de Florencia Randazzo. Está claro que Scioli no es el krichnerismo “puro y duro” pero nunca dejó de ser un hombre que jugó en la lógica del espacio. Uno que si es puro, Carlos Zanini, lo acompañará en la fórmula. Por esas cosas que todavía deberán ser analizadas, el próximo presidente peronista anunciado por todos, saluda desde abajo y Mauricio Macri ocupa ese lugar. Como sucede cada 16 años, el peronsimo pierde una elección presidencial (1983, 1999, 2015).
Y hasta acá llegamos. El peronismo otra vez está fuera del poder. Cristina sigue siendo una dirigente relevante. Sigue convocando mucha gente y siguen todos los medios, todos, hablando de ella. Scioli está presente. Randazzo no aparece, pero se lo nombra. Sergio Massa sigue diciendo que es más o menos peronista. Jorge Capitanich acepta ser intendente, pero no solo. Urtubey se casa. El liderazgo del peronismo está en suspenso.
Repasemos entonces qué han hecho los ex presidentes cuando quedan a la intemperie: no nombrar un delfín, un sucesor que continúe su obra y a la vez han impedido que surja otro liderazgo en su propio espacio. Roca, Yrigoyen Perón, Alfonsín, Menem. Los cinco unidos por la misma tradición. ¿Lo hacían movidos por la perversión? No, lo hicieron porque el poder no es algo que se construye solo con buena voluntad, y parte de sostener un proyecto político es asegurar su conducción. Pero la tenacidad de algunos en impedir esa continuidad, el lector decidirá a quienes elige, terminó matando al mismo proyecto. “Después de mi, el diluvio”. Entonces, si el tema central son las políticas que la conducción encarna, importan más estas que el purismo de un delfín, o delfina. ¿O será que la sociedad y los votantes no aceptan alegremente votar a quien le dicen que deben hacerlo? Quizás fruto de esta lógica, es que los nuevos liderazgos han surgido ante la muerte de un predecesor o por ruptura.
No hace falta aclarar que esta situación la encuentra hoy a CFK. No eligió un delfín en 2015, aunque despejó el camino para que “DOS” fuera el único candidato. Se perdió la elección y ahora hay otra situación. Más o menos ha dicho algo que puede definirse del siguiente modo: “Yo no voy a conducir, yo no voy a entorpecer”. Sí, desde luego, se seguirá haciendo política e interviniendo en la definición del peronismo, pero el camino del purismo parece abandonado. ¿Será Cristina, aun bajo la lluvia de la ex presidencia, la primera en romper el modo de continuidad política que eligieron sus antecesores? ¿Apelará, una vez más, a la política creativa?