El sociólogo peruano Nicolás Lynch, al trazar un crudo panorama de la situación política y social de su país hace dos semanas durante Foro Internacional por la Emancipación y la Igualdad realizado en Buenos Aires, señaló:
«Esta es una democracia barata. Así como las mercancías que nos hacen comprar sin pagar los derechos de aduana respectivos. Es un poco el modelo que (Philippe C.) Schmitter y (Guillermo) O’Donnell diseñan en la llamada teoría de las transiciones a la democracia donde básicamente lo que existe son algunos derechos civiles y políticos y básicamente la represión de los derechos sociales«.
Para un politólogo argentino con título de la Universidad de Buenos Aires (UBA), por más (auto) crítico que uno quiera ser de los fundamentos de la disciplina, la frase retumba en el Teatro Cervantes. Y fuerte. No se suelen escuchar reflexiones de este tipo en la academia local, poco afecta al ejercicio de mirarse a los ojos y reflexionar -en contexto, con templanza y decisión- hasta dónde puede ser que se haya ido demasiado lejos con una idea o de qué manera esta puede haber quedado demasiado corta.
La lectura del esencial libro Passion, Craft and Method in Comparative Politics, compuesto de un conjunto de entrevistas a los más prominentes exponentes mundiales de la Ciencia Política -incluido, por supuesto, O’Donnell- realizadas por Gerardo Munck y Richard Snyder, me dejó pensando en un problema clásico de este campo del quehacer intelectual. Como toda ciencia, esta debe poder clasificar. ¿Y qué clasifica, principalmente, la Ciencia Política nuestra de cada día? Desde que existe como tal, desde mediados del siglo XX, en un contexto muy especial, sobre todo se dedica a determinar qué cosa es una Democracia y cuál otra no lo es. Esto es una democracia (vaya cuestión problemática) y esto otro no lo es (más aún).
Ante esa tarea, cuando los politólogos no mostramos demasiadas luces -y aún en algunas ocasiones le puede ocurrir a aquellos que son brillantes- nos parecemos un poco a aquel segmento del sketch radial «El Gato y el Zorro» que protagonizaron durante años Rolando Hanglin y Mario Mactas. Como parte de un diálogo delirante y bastante gracioso, a veces Hanglin y Mactas comenzaban a clasificar animales con una determinada pretensión «científica». Entonces, uno de ellos decía, por ejemplo «vaca» y el otro señalaba «buena». Pero si decía «león», el interlocutor señalaba «maaaaaalo». Y así podían referirse a todos los seres del Reino animal.
No sólo la Ciencia Política es a veces parte de una producción de folletos contra los «malos» que no encajarían dentro de la categoría «democracia», sino que además, busca ser prescriptiva, marcando la ruta que lleva a «la democracia«. Imaginemos entonces al biólogo que recomienda al malvado «león» ciertas estrategias para convertirse en la bondadosa «vaca».
¿Y qué entendemos por democracia en la Argentina? Para comprenderlo es imprescindible repasar el libro «La reinvención de la democracia. Intelectuales e ideas políticas en la Argentina de los ochenta», de Nicolás Freibrun. La obra cuenta con un ìndice de autores. Los más citados son Atilio Borón, Emilio De Ípola, José Nun, Guillermo O’Donnel y Juan Carlos Portantiero. En su recorrido, munido de una fuerte dosis e teoría, Freibrun busca demostrar «cómo la formación de un discurso intelectual sobre la democracia en el transcurso de los años ochenta generó un nuevo lenguaje político y articuló un campo semántico, un movimiento de mutación que va de la palabra a la creación del concepto de democracia». La creación del concepto de democracia.
¿Y cómo es ese concepto? Por un lado, Freibrun es enfático en señalar que estos autores en su recorrido se enfrentan «conceptual e ideológicamente al neoliberalismo». Sin embargo, el concepto que se va conformando se trata de una democracia política que «se autonomiza crecientemente de las condiciones sociales que también le dan existencia histórica».
El libro va mostrando frente a nuestros ojos la «innovación conceptual» producida duarante los años 80. Se trata de un movimiento con varios aspectos:
- Por un lado, la idea de que «aspectos sustanciales del liberalismo deben ser incorporados para articular la democracia». «Es obvio que la democracia no es identificable con un Estado liberal, pero aparece tambíen evidente que el socialismo no podría prescindir de la acumulación cultural y política que implican ciertas adquisiciones del liberalismo. A la teoría política del socialismo le ha sobrado Rousseau y le ha faltado Locke. Por ese exceso y por ese defecto le ha nacido la tentación por Hobbes». La cita de Portantiero es ilustrativa.
- Otra cuestión es la disputa entre «democracia formal» y «democracia sustantiva», donde la segunda le gana con claridad la pulseada a la primera.
- La aparición del concepto de «consenso», a decir del autor «un término clave en la legitimación discursiva del régimen político».
- El resurgimiento del concepto de «pacto», que resultará así, «una de las categorías predilectas sobre la que se irá construyendo la estrategia intelectual en esos años».
- El concepto de «reforma», por sobre el de «revolución».
- El rechazo a la noción de «populismo», entendido por los principales intelectuales de la década del 80, destaca el autor como «una lógica política que, en el límite, se presenta de forma contradictoria con las formulaciones de la democracia política«. «Si bien históricamente el populismo había sido el concepto que permitía explicar la democratización y la movilización del mundo social, durante la recuperación de la democracia era comprendido también en un nivel conceptual e ideológico, y no solo como una lógica política (…). Al autonomizar lo político de lo social, el populismo era descartado». «Sucede que, tal como son utilizados y aplicados en este concepto, socialismo y liberalismo -en rigor, un socialismo leído en clave liberal- fueron representaciones eficaces para confrontar la democracia con el populismo y, en ese movimiento restarle a la primera cualquier significación que pudiese remitirla a la tradición populista. Todo esto era posible en el marco de una revisión del concepto de ‘pueblo’ y sus desplazamientos, sobre todo, ante la emergencia de nociones como la de ‘ciudadanía’, cuya legitimación política y conceptual descansaba sobre la representación de una democracia ahora habitada por una ‘pluralidad de sujetos'». «(…) en la disputa entre democracia y populismo, los conceptos aparecían antitéticos e ideológicamente contrarios. En cierto sentido el pupulismo figuraba como una forma corrupta y degradada de la democracia, y si bien no se lo asociaba de modo directo con el fascismo, por momentos sí con expresiones autoritarias». «(…) la exclusión del populismo no implicaba el restablecimiento de una pura democracia liberal -por cierto, una tarea imposible- que obviase el poder y la relevancia política de los grupos sociales. Más bien, su aplicación pretendía discutir la formación del poder colectivo, pero sin recurrir en sus argumentos a la noción de pueblo como fundamento último de la soberanía. Es por eso que las ideas de ‘pacto’ y de ‘contrato’ funcionan como un contrapunto necesario, articulaciones institucionales que alcanzan a justificar un tipo de racionalidad que presupone la representación contable de las partes de la comunidad política».
Como verán, me copé con la cita. Mis disculpas por la extensión, que podría seguir.
Los autores extranjeros más citados para describir el clima de la época, el clima del momento en que los (intelectuales) argentinos (re) inventaron un cierto concepto de democracia son, por supuesto, Jürgen Habermas y Norberto Bobbio.
Lean el libro. Dice mucho sobre los debates que tenemos, sobre quiénes estamos debatiendo qué cosas en la Argentina. Invita también a pensar sobre si en esta época no nos estaremos pasando de rosca, quizás, con algunas formulaciones. Claro que para pensar eso también podría pensarse si no se pasaron de rosca otros con otras formulaciones. Si no es que en algún momento se quiso hacer del león «malo» una vaca «buena». Si al despojar a la democracia de algunas «peligrosas» armas no se la terminó entregando mansamente, como un corderito a las garras del neoliberalismo y del neoconservadurismo.
El libro invita a pensar sobre cómo pensamos, cómo juzgamos, cómo condenamos. Sobre si una ciencia debe o no optar por el peligroso camino de prescribir antes de saber siquiera cómo hacer los palotes que implican la ya bastante compleja tarea de describir.
Pensemos juntos.
Foto.