La reciente victoria de Andrés Manuel López Obrador en México fue interpretada por distintos analistas como un freno al giro a la derecha que atraviesa América Latina. Desde esta óptica, el triunfo del líder de Morena, sumado a un eventual éxito del progresismo en las elecciones presidenciales de octubre en Brasil, configuraría el inicio de una nueva oleada continental que restituirá en el poder a las fuerzas de izquierda.
Los gobiernos neoliberales de la región están, en efecto, enfrentando problemas para ejercer su autoridad y ser reelectos, pero no por ser esencialmente neoliberales, sino por ser gobierno. Son los oficialismos en general los que experimentan una tormenta -para usar la metáfora meteorológica preferida por Mauricio Macri- y no las administraciones ortodoxas en particular. Esta adversidad común que atraviesan todos los presidentes en ejercicio, explicada por un contexto internacional negativo, sugiere que la división oficialismo-oposición contribuye a comprender mejor la tendencia electoral de la región que el clivaje izquierda-derecha, que nunca logró una implantación fuerte en la mayoría de los sistemas políticos latinoamericanos.
La política en América Latina es decididamente presidente-céntrica: el titular del Poder Ejecutivo impulsa las principales políticas públicas, controla la distribución de los recursos estatales y moldea la agenda pública. No hay otro actor con una influencia y un protagonismo equivalente. Por su lugar simbólico y su poder institucional efectivo, los mandatarios son percibidos por la opinión pública como los grandes responsables de la evolución general de sus países. Así, cada elección funciona como un plebiscito de la gestión de gobierno, en la que los votantes castigan o premian a los mandatarios en virtud del desempeño económico general.
Sin embargo, los presidentes en América Latina son juzgados por causas que en cierto punto los exceden. Una investigación de Campello y Zucco demuestra que el voto en la región está condicionado por las variables económicas internacionales antes que por las políticas domésticas. Dos factores exógenos -el precio internacional de las materias primas y la tasa de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos- son los mejores predictores de la popularidad del presidente y de su posibilidad de reelección o la de su partido.
Los países latinoamericanos son básicamente exportadores de commodities: la variación de su precio afecta su capacidad para generar divisas. Por su parte, la tasa de interés de Estados Unidos es una referencia para el costo del endeudamiento del Estado y los privados -como bien conocemos los argentinos por los episodios de los últimos meses. Ambos factores, combinados, impactan en la dinámica nacional y terminan condicionando la imagen de los presidentes. Las políticas de gobierno influyen, pero están subordinadas a los ciclos internacionales.
Desde esta perspectiva, los mandatarios latinoamericanos enfrentan desde 2015-2016 el peor de los mundos. Durante este bienio la Reserva Federal norteamericana comenzó a subir las tasas de interés tras casi una década, en un ciclo de endurecimiento monetario que continúa hasta hoy. A su vez, en este período el precio de las principales materias primas tocó su punto más bajo desde 1999 según el índice de Bloomberg, y fue solo levemente compensado en los años recientes por el repunte del barril de petróleo.
Estas condiciones externas desfavorables se tradujeron, en efecto, en un discreto desempeño electoral de los oficialismos latinoamericanos. Es un tiempo difícil para gobernar en la región, con independencia de la orientación ideológica del Poder Ejecutivo.
La tabla de abajo compila el resultado de los nueve comicios presidenciales y los tres referéndums llevados a cabo en los últimos dos años y medio en América Latina. El balance arroja seis victorias para los oficialismos y seis derrotas. Una tasa de éxito del oficialismo del 50%, que será menor cuando se consume en octubre la elección en Brasil, donde el PMDB de Michel Temer carece de un candidato viable. En conjunto, el panorama regional ofrece un escenario brumoso para los partidos de gobierno, que contrasta con el auge reeleccionista del ciclo electoral precedente: entre 2009 y 2012, los oficialismos ganaron en siete de las nueve elecciones presidenciales que hubo en Sudamérica.
Año | País | ¿Ganó el oficialismo? |
2016 | Bolivia* | No |
2016 | Perú | No |
2016 | Colombia* | No |
2016 | Nicaragua | Sí |
2017 | Ecuador | Sí, ballotage |
2017 | Honduras | Sí. |
2017 | Chile | No |
2018 | Ecuador* | Sí |
2018 | Costa Rica | Sí, ballotage |
2018 | Paraguay | Sí |
2018 | Colombia | No |
2018 | México | No |
2018 | Brasil | ¿? |
Fuente: elaboración propia. Bolivia 2016: referéndum constitucional para habilitar la reelección indefinida del presidente. Colombia 2016: Acuerdo de paz con la FARC. Ecuador 2018: Referéndum constitucional y consulta popular. Entre una serie de preguntas, la principal cuestión era prohibir la reelección indefinida del presidente. Aclaración: no se incluyó la elección presidencial de Venezuela de 2018, cuyo resultado fue desconocido por 14 países de la región.
Aún entre los triunfos oficialistas recientes se registran algunos datos que dan cuenta de las dificultades que enfrentan los partidos de gobierno. La victoria más amplia se dio en Nicaragua. En 2016, Daniel Ortega arrasó con el 72% de los votos. Hoy, sin embargo, el país está sumido en una profunda crisis política y social; por la represión estatal a una serie de protestas populares ya hay más de 300 muertos y el presidente tiene severos problemas para mantener el orden político y su legitimidad en el cargo.
A fines del 2017, Juan Orlando Hernández consiguió la reelección presidencial en Honduras en unos comicios llenos de irregularidades. Por la falta de certezas en el resultado, la OEA llegó a pedir la repetición de las elecciones. Por su parte, en Paraguay el candidato oficial, Mario Abdo Benítez, se impuso en los comicios por un estrecho margen de victoria, algo impropio en la tradicional hegemonía del partido colorado.
En definitiva, la tendencia que mejor describe el actual ciclo electoral en la región es la del repliegue de los oficialismos antes que la del avance o retroceso de los gobiernos de una determinada orientación ideológica. Esto es así en parte porque a diferencia de la homogeneidad neoliberal que caracterizó los años del Consenso de Washington y la marea rosa que dominó a inicios del siglo XXI, en la actualidad hay una heterogeneidad bastante marcada en América Latina.
La izquierda puede ser derrotada (Chile 2017) o derrocada (Brasil 2016), pero también regresa al poder (México 2018). La derecha gana elecciones (Colombia 2018), pero también cede terreno (renuncia de PPK en Perú). Aunque las fuerzas populares han retrocedido decididamente en los últimos años, aun no hay un patrón político claro. Lo que abundan son oficialismos con menor capacidad para permanecer en el poder.
Una digresión sobre el caso argentino. Lo anterior no exime de responsabilidad al gobierno de Mauricio Macri. El sobreendeudamiento y el esquema de valorización financiera, entre otras medidas, aumentaron la vulnerabilidad nacional ante los shocks externos y explican por qué la última suba de tasas de Estados Unidos se tradujera acá en una profunda crisis cambiaria pero no en el resto de la región. Complicada por la situación externa, la economía argentina se vio agravada por la estrategia de la Casa Rosada.
Ahora sí, concluyamos. América Latina se movió en la historia reciente como un bloque. En los ´80 se produjo una democratización de los regímenes políticos en el marco de una década perdida en economía por la crisis de deuda externa. En los ´90 los países adoptaron programas económicos eminentemente ortodoxos al calor de la caída del muro de Berlín y la presión globalizadora. En los ´2000 se revirtió este proceso con el giro a la izquierda y la llegada al poder de gobiernos posneoliberales, que coincidió con el boom de las commodities. Hoy la región se mueve, pero aún es prematuro decir hacia dónde. Lo que hay, por el momento, son oficialismos en aprietos.