Autocrítica y futuro, un desafío compuesto.

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«La resistencia no es suficiente: sin contraataque no hay victoria».

John William Cooke, Apuntes para la militancia, 1964.

 

Ni fue un diciembre caliente ni la temporada de verano estalló.

En parte porque nuestro calendario electoral tiene la particularidad de que los nuevos funcionarios, empezando por el presidente, asumen sus cargos el 10 de diciembre. Y para esas fechas ya estamos más cerca de pensar en el vitel toné que en el destino de la patria. Además, justo es decirlo, todo nuevo elenco gubernamental tiene su merecida luna de miel con la sociedad. Los famosos 100 días. Bueno: ya se cumplió la mitad.

Entonces, si bien es apresurado pretender realizar grandes balances o intentar proyectar lo hasta aquí realizado por la nueva administración, algunas cosas podemos empezar a decir.

Y vamos a empezar por hablar de nuestra casa.

Perdimos. Y cuando se pierde lo primero que hay es desorientación. Es natural. Lo segundo que hay es ansiedad. Ansiedad de encontrar respuestas a los motivos de la derrota, ansiedad de encontrar nuevos horizontes discursivos que «expliquen» lo que pasa. Y también es natural.

Quizás lo único que podamos decir, sin temor a equivocarnos, es que todo el andamiaje político electoral del Frente para la Victoria y de su principal componente, el peronismo, está hoy en juego y en tensión. Conducciones, alineamientos, posicionamientos ante el flamante gobierno y decenas de etcéteras más son objeto de múltiples charlas, debates y reuniones.

De todos estos tópicos quizá sea el de la «autocrítica» el que más se menea y genera rispideces. Están los que plantean que las autocríticas deben hacerse solo «para adentro» y aquellos que, en el otro extremo, están más cerca de directamente hacer «critica» que «auto».

Pues bien, quisiera detenerme aquí y postular mi opinión al respecto. Suponer que una derrota no trae consecuencias está peligrosamente cerca de la necedad. En este sentido, tener una reacción «reactiva» a la derrota -enojándonos con la realidad- constituye un error mayúsculo y un enorme riesgo hacia el futuro. En el otro extremo, y con iguales dosis de riesgo, pretender «despegarse» de lo realizado durante 12 años, cuando fuiste parte de ello, tiene un componente de cretinada importante hacia los compañeros de ruta y una pésima señal hacia la sociedad en su conjunto: mucha gente puede ser crítica de varios aspectos del proyecto que gobernó 12 años, pero tampoco olvida de un día para el otro quienes formaron parte de él. Y a las mayorías no le caen bien los conversos abruptos.

Volvamos al temita de la autocrítica. Idealmente, uno podría postular que hay autocríticas que efectivamente deben hacerse hacia el interior de las fuerzas políticas, en especial aquellas que hacen a la propia vida interna de esa fuerza: métodos de conducción y construcción, estrategias electorales, disputas varias acerca de los liderazgos de todo orden. Este tipo de cuestiones nos interesan exclusivamente a los dirigentes, militantes y politizados comprometidos con ese amplísimo campo que denominamos -a falta de categorías que no excluyan a casi nadie- nacional y popular.
Pero hay otro enorme campo de autocríticas que sí debemos darlas de cara a la sociedad en su conjunto por el sencillo motivo que hacemos política para representar. Y para representar hay que estar siempre dispuestos a corregir lo que haya que corregir para seguir representando. Como siempre, el arte de la praxis política encarna dos dimensiones paralelas: liderazgo y representación. El fino equilibrio entre esas dos dimensiones es inestable y contingente. Y debe siempre estar puesto en discusión, visitado y revisitado.

Como acabo de postular, esta divisoria de qué se discute para afuera y qué se discute para adentro es ideal. Pero también sabemos que en la práctica esos límites no son «objetivos». Y que, precisamente, parte de la disparidad de criterios puede ser puntualmente cuáles cosas discutir para afuera y cuáles para adentro. También sabemos que en la política interna (también en la general, claro, pero acá estamos discutiendo una parte) toda derrota es vista por algunos como una posibilidad, en especial por aquellos que no detentaban la hegemonía interna en el momento previo a ser derrotados. Pretender que esto no suceda sería también un infantilismo y acá somos todos grandes. Pero sí podemos pretender que esos reposicionamientos internos no sean a costo de la totalidad del amplísimo y vasto campo nacional y popular. Porque, cuidado, como decía un poeta zen podemos advertir: «tu crees que me matas, yo creo que te suicidas». Y algo más, quizás provocador: las autocríticas no se piden a un otro, se hacen. Si sos parte, se hacen. Y como somos parte hacemos autocrítica. Donde corresponda, agrego, tratando de ser coherente con algo escrito arriba.

Finalizando este tema: el peronismo sabe ser muy monárquico cuando está en el poder, aceptando la conducción aún a regañadientes. Pero también sabe ser muy horizontalista cuando vienen las derrotas. Y ahí hay una pulsión -a mi modo de ver sana, potente, regeneradora- donde todos, desde los máximos dirigentes hasta el último de los militantes, nos creemos con derecho a decir cosas. Por cierto, también sabemos que todos los compañeros somos iguales, aunque hay algunos más iguales que otros. Estos últimos tienen, como siempre, más responsabilidades. Por eso mismo son dirigentes. Pero hasta el último de nosotros tiene una cuota de responsabilidad que debe asumir. Aunque más no sea poniendo en duda algunas de las cosas que consideramos tener razón. Poner el oído abierto al resto de los compañeros con buena leche es un buen comienzo.

Dicho esto, también hay que advertir que en un momento hay que empezar a mirar para adelante. Porque ni la desorientación ni la ansiedad son buenas consejeras. Y tampoco lo es el refugiarse en tiempos mejores e intentar seguir usando categorías de los buenos viejos tiempos para entender los actuales.

Soltar. Quizás el mayor desafío de corto plazo para el campo nacional y popular es soltar lo simbólico e intentar, al menos tibiamente, enfocarnos en lo trascendente. Que bajen el cuadro de Néstor podrá molestarnos, sensibilizarnos, ofuscarnos. Pero no podemos distraernos con eso más que un rato. Sencillo: lo que debe dolernos es que descuelguen las medidas populares que Néstor Kirchner impulsó y materializó. El resto es intranscendente para las mayorías y así debemos asumirlo. Aunque sea costoso.

¿Nos molesta que despidan compañeros del Estado? Sí, claro. Pero más nos molesta que cierren programas de salud, discontinúen políticas públicas que fueron transformadoras o apliquen modelos económicos que benefician a pocos y perjudican a mucho ¿Nos molesta que muchos compañeros pierdan sus lugares políticos? No. Ajo y agua.  Esto es así: cuando sos gobierno tenés lugares que cuando perdés no tenés más. Esto es una obviedad, pero como venimos de 12 largos años del mismo proyecto político a veces se pierde de vista.

Lo digo de nuevo:  el desafío del campo nacional y popular es reconstruirse y rearmar las alianzas sociales imprescindibles para gobernar y construir mayorías. La historia argentina es clara al respecto: solo con una fuerte alianza entre los sectores populares y parte mayoritaria de las clases medias se logran gobiernos transformadores y sustentables (por favor, compañeros, basta de putear a las clases medias desde las clases medias, eso se parece peligrosamente al trosquismo más adolescente y pueril). Esa alianza de clases sustentó al kirchnerismo y fue construida por el kirchnerismo. Luego, por errores, aciertos de los adversarios o lo que sea, se rompió. Y, también la historia lo muestra, claro, siempre se rompen. Porque luego de años de crecimiento y avance popular cambian las demandas y las expectativas.

Pues bien: pasará el tiempo de la autocrítica, de los pases de facturas y de los reproches. Estamos en ese momento y es, también, comprensible y natural. Pero no podemos dejar de señalar que quedarnos sólo con eso no conducirá a nada. Como tampoco conducirá a nada buscar una única explicación o un único responsable. Porque las victorias pueden ser monocausales, pero los derrotas nunca.

En paralelo, debemos ir retomando lo mejor de lo hecho en este último ciclo, procesar colectivamente los errores y abrevar en lo mejor de las tradiciones políticas populares de nuestra historia para empezar a (re)construir una nueva oferta política que es, ni más ni menos, un nuevo horizonte de país.

Pero sobre todo, debemos dejar de mirarnos el ombligo e intentar reflejarnos en espejos que se rompieron. Vuelvo sobre la sensibilidad militante de estos tiempos: no es justo que nos victimicemos ni que pretendamos que la tristeza que hoy nos sobrevuela sea compartida por aquellos que ni militan ni se sienten representados por nosotros o por nuestros proyectos. Un desafío militante -complejo, claro- es volver a representar. Y no podremos representar a otros si no dejamos de sentir en nosotros y empezamos a sentir en los otros.

En definitiva: con las derrotas no hay bitácoras, ni mapas, ni certezas. Hay bajezas y altruismos, solidaridades y despistes. Somos humanos, no máquinas perfectas esclarecidas. Somos humanos y eso siempre debe ser más un motivo de orgullo que de vergüenza. La vida sigue y nos gusta la política para ser gobierno y cambiar cosas. Estará en cada uno de nosotros volver a ganarnos esa hermosa responsabilidad en el futuro.

 

 

 

 

Acerca de Abe "Mendieta" Vitale

De chiquito, Mendieta no quería ser bombero ni policía. Soñaba con ser basurero. Ir colgado, como un superhéroe, del camión. Despúes se las ingenió para ser y hacer muchas cosas, todas más interesantes que lo que terminó siendo: un Licenciado en Comunicación, algunas veces como periodista, otras como funcionario público. Sus únicas certezas son su sufrimiento racinguista, la pasión por el mar y cierta terquedad militante. Todo el resto puede cambiar mañana. O pasado.

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