No terminamos de tomar noción de la puerta que se abriría si, finalmente, Lula es proscripto en las elecciones de Brasil en octubre próximo. Para el 7 de octubre faltan poco más de tres meses. Lula lleva más de dos encerrado en un calabozo en la ciudad de Curitiba. Los tiempos importan porque marcan una dinámica acelerada, que en los próximos días y semanas tendrá definiciones que tal vez pesen durante años, no sólo en Brasil sino en toda la región.
El domingo 10 de junio la empresa Datafolha publicó en el diario Folha do Sao Paulo su última encuesta nacional (la anterior había sido publicada en abril, pocos días después de que el líder del PT fuera preso). Los lectores del diario, inmensamente anti lulistas, habrán tenido un desayuno amargo: Lula sigue liderando con exactamente el mismo caudal electoral que cuando entró a prisión. Un sólido 30% de intención de voto. Comparado con las encuestas de principio de año, cuando el escenario de la cárcel era solo una hipótesis, la baja es de apenas 3 o 4 puntos porcentuales. El segundo dato completa el descalabro político: si Lula no puede competir en las elecciones de octubre, el voto en blanco se dispara hasta el 33%. Al no haber ejemplos comparables en la historia de Brasil, habría que remitirse a lo que pasó en las elecciones argentinas de 1963. Aquella vez el voto en blanco como protesta por la proscripción de Perón rozó los 20%. El detalle no menor es que por ahora el PT no está proscripto, “solo” su líder.
A la persistencia del voto en favor de Lula se suma la insignificancia de todos los ensayos de candidatos del establishment. Henrique Meirelles, Presidente del Banco Central durante los gobiernos del PT y actual ministro de Hacienda, no supera el 1%. Gerardo Alckim, que supo sacar 40% frente a Lula en el 2006, está hundido con 6%. Y así.
El único otro candidato que cuenta con un favor estable es Jair Bolsonaro. Pero lejos de ser una indetenible ola fachistoide, se mantiene en un modesto 17-19%. Sólo el vacío que genera sacar al candidato del PT de la cancha lo convierte en un verdadero “peligro” electoral como insólitamente se quejan desde las columnas de opinión los mismos que defienden la cárcel y proscripción de Lula. Marina Silva, como ya ocurrió en las elecciones anteriores puede estar en el balotaje o no, subir o bajar en las encuestas de manera un tanto aleatoria, dejando ver que es una figura instalada (en Brasil, ser conocido a nivel nacional ya es pertenecer a un selecto grupo de políticos) pero sin base electoral sólida. Ciro Gomes aparece por las últimas semanas como un nuevo ensayo de candidatura pasable con el agregado de que podría comer algunos votos de la base lulista, pero tampoco despega.
Y ahí termina todo. No hay más. La imaginación de la elite brasileña para terminar con el ciclo histórico del lulismo quedó en encarcelar a Lula y prohibirle participar en las elecciones (falta una última decisión judicial que todos dan por descontada). En parte, esta ausencia de imaginación electoral es hija de la decisión de sostener a Michel Temer, rechazado por más del 90% de la población. Es decir: la elite que asaltó el poder en 2016 cuando destituyó a Dilma, eligió bancar a un gobierno de “clase”, antes que ensayar una salida política más compleja. El gobierno de Temer llegó hasta acá a partir de la premisa de ser un gobierno “técnico” que aplica el programa más extremo de los grandes empresarios, sin importar la legitimidad política, por la sencilla razón de que nunca la tuvo. Las dos leyes más importantes que sacó Michel Temer -el congelamiento del gasto estatal por 20 años y la reforma laboral- sólo podían ser posibles en un momento de suspensión democrática, de impasse republicano. En verdad, la elite brasileña debe querer detener el tiempo: gane quien gane en octubre, resulta imposible que logre mejorar la situación que tiene hoy, con un Presidente que cumple sus deseos sin mayores preocupaciones porque no tiene futuro político. Sin embargo el tiempo pasa y las elecciones se acercan, irremediablemente.
Desde el lado del PT, el sostén de la candidatura de Lula que parecía improductiva, empieza a dar sus frutos. O cuanto menos a mostrarse como la opción menos mala que tenían a mano sus seguidores. No eran pocos los que planteaban dentro y fuera del partido que el PT debía comenzar a instalar lo antes posible otro candidato presidencial y que Lula se concentrara en trasladar la mayor cantidad de votos a una nueva figura de su confianza. La tesis remarcaba que en un país tan grande como Brasil hacerse conocido lleva meses, trasladar votos, todavía más.
Pero la encuesta de Folha muestra que al mantener la candidatura de Lula, el PT evita dispersar el voto y desde ahí sigue presionando para cambiar el escenario de prisión y proscripción. En el mismo estudio, Datafolha deja ver el peso propio nulo de otros posibles candidatos del PT: ni Jaques Wagner ni Fernando Haddad superan el… 1%.
El convite a que Lula anuncie ya un nuevo candidato parece más a un deseo de sus opositores. ¿Qué ganaría? Probablemente la designada o designado subiría unos cuantos puntos, pero entonces comenzaría el ataque mediático y, por otro lado, la campaña por la liberación de Lula pasaría a un segundo plano. Y, al menos, Lula tiene que ser nombrado en los medios. Otros no tendrían esa suerte. En todo caso, el cálculo político de Lula y el PT pasa por mantener la candidatura de Lula hasta la recta final, cuando el 15 de agosto se inscriba formalmente en la Justicia Electoral. Por esa fecha, el PT podría nombrar al candidato muletto, en lo que sería un gesto unívoco de que se trataría de un reemplazo obligado por las circunstancias, y que la conducción política seguiría en manos de Lula. Los súper entusiastas ven a ese candidato-muletto ganar las elecciones y, una vez en el poder, indultar a Lula y hasta nombrarlo al frente de la Casa Civil (una especie de Jefe de Gabinete). Un océano de supuestos, que además tiene la gran debilidad de no contar con una presión social en las calles que obligue a todo el arco económico y político anti Lula a mover nuevas fichas en el tablero. La elite parece conforme con que el incendio callejero no se haya producido y Temer termine su mandato. Todo el resto es una nebulosa, un camino manso a ciegas hacia un abismo desconocido, donde la única tranquilidad es que Lula no será elegido presidente en octubre.
Lo único seguro, inevitable, es que los próximos tres meses de Brasil van a marcar los próximos años de toda la región.