A lo largo de este mes que inicia, se realizarán tres elecciones presidenciales en Sudamérica. El próximo domingo será el turno de Brasil, el 12 la atención pasará a Bolivia y el 26 se realizaran las de Uruguay, y muy probablemente la segunda vuelta brasilera. Se trata de votaciones donde se podrá a prueba la sustentabilidad del “giro a la izquierda” en la región, ya que los tres gobiernos, en mayor o menor medida, abrevan en este universo político- ideológico. A su vez, las agrupaciones políticas que gobiernan desde la década anterior estos países (El PT, el MAS y el FA) lo hacen luego de años de haber sido parte de la oposición a las administraciones neoliberales de los noventa. Los tres mandatos del PT, los dos de Evo y los dos del FA se pondrá a prueba durante este mes de octubre y sellarán la nueva cartografía regional que desde este año consolidó a la Revolución Bolivariana luego del resonante triunfo de Maduro en las elecciones de diciembre, la victoria de la Concertación de la mano de Bachelet en febrero y la revalidación del mandato de Santos en Colombia en el mes de junio.
Sin lugar dudas, las elecciones de octubre se desarrollan en tres países que tienen distinto peso en la arena internacional, pero los resultados tendrán un impacto inmediato en la región, y por supuesto, en Argentina. Pero empecemos por partes.
La primera estación tendrá por escenario al país más grande de Sudamérica y séptima economía del mundo. La elección del domingo en Brasil, será obviamente la que concentra la mayor atención. Por primera vez desde que es gobierno, el PT tiene un desafío nacido de las entrañas de su Partido, que puede poner en riesgo su hegemonía durante los últimos doce años. A pesar de que las principales encuestas realizadas durante estas semanas hablan de un repunte electoral de la presidenta Dilma Rousseff, que habría ampliado la ventaja a 13%, no le alcanzaría para triunfar el domingo con el 50% y deberá volver a medir fuerzas con la candidata del Partido Socialista de Brasil Marina Silva en un segundo turno electoral que promete ser muy competitivo. A pesar del liderazgo excepcional de Lula durante esta década, el PT nunca pudo ganar en primera vuelta.En 2002 obtuvo el 46,4%, en el 2006 el 48,6% y en el 2010 el 46,8%, debiendo en todos los casos triunfar en el segundo turno electoral con porcentajes que fueron disminuyendo en el tiempo (61,3% en 2002, 60,8% en 2006 y 56% en 2010). Luego de doce años en el gobierno, el desgaste de la gestión, sumado a las recientes protestas en las grandes ciudades, la demanda de un salto de calidad en la provisión de servicios, lo que acertadamente el politólogo José Natanson denominó “crisis de crecimiento”, y una candidatura competitiva en la oposición, que promete mantener las conquistas petistas, explican muy a grandes rasgos esta declive electoral, que sin embargo aún le alcanza para mantener la hegemonía electoral.
En dos domingos, Bolivia irá a las urnas para revalidar el mandato de Evo Morales. Aquí la cosa parece más sencilla. Las encuestas hablan de un triunfo rotundo del líder del MAS frente a una oposición fragmentada y sin competitividad electoral. Muy atrás quedaron los años en que las movilizaciones anti- Evo ganaban las calles de la medialuna (los departamentos más ricos de Bolivia, que conforman una medialuna en el oriente del país) de Pando, Beni, Tarija, y en especial, Santa Cruz, pidiendo la renuncia del presidente aymara. Hoy, como dato de color, Morales estaría venciendo cómodamente en todo el país, y haciéndolo en la opositora Santa Cruz por casi el 50% de los votos. Sin lugar a dudas, el liderazgo presidencial de Evo Morales logró superar la prueba del tiempo y revolucionó la economía social y política del país a partir de un proceso de nacionalización de los principales recursos naturales (históricamente en manos foráneas), un proceso de distribución social inclusivo, cuentas fiscales ordenadas para envidia de la derecha regional, una nueva Constitución aprobada por el pueblo boliviano, una ampliación de la coalición de gobierno a partir de la captación de grupos opositores y un pragmatismo político que le permite gobernar su país con altísimos índices de apoyo popular. El principal líder opositor boliviano, Samuel Doria Medina se queja de antemano de una elección despareja, todo un síntoma que evidencia la derrota fatal que se le avecina.
Para fin de mes, el país más pequeño de la región tendrá nuevamente a los tres principales partidos (FA, Partido Nacional y Colorado) dirimiendo electoralmente por el principal cargo del país. El candidato del Frente Amplio será nuevamente Tabaré Vázquez quien luego de haber anunciado su retiro de la política a fines de 2011, se presenta como el sucesor de Pepe Mujica (hay que recordar que Uruguay no tiene reelección) en el interior de las filas frenteamplistas. A pesar de no contar con la popularidad de antaño, Vázquez puntea las encuestas electorales por diez puntos de diferencia, pero no le alcanza, al menos por ahora, para vencer en el primer turno electoral. Al igual que el PT la performance electoral del FA viene disminuyendo desde el 51,6% que obtuvo el propio Vázquez en el 2004 y del 47,9 de Mujica en el 2009. Aquí también el desgaste de la gestión, junto a un opositor competitivo como es el caso de Luis Alberto Lacalle Pou (hijo del presidente que gobern{o entre 1990-1995), se presenta como las principales explicaciones de la incertidumbre que genera la posible segunda vuelta en el país charrúa.
¿Está en riesgo el giro a la izquierda en la región? ¿Podrán los tres oficialismos retener el gobierno en un contexto de desgaste intrínseco a más de diez años de gestión? ¿Qué tiene para ofrecer la oposición que logra generar expectativas en el electorado que otrora no forjaba?
El caso boliviano se presenta más claro. Evo será revalidado en las urnas con una importante distancia frente al segundo, según marcan algunas encuestas, superior al 40%. Las presidencias de Evo han generado beneficios tangibles en amplias capas de la población anteriormente postergadas de la renta del petróleo y de la tierra. La creencia de que aún “quedan cosas por hacer” que platea el MAS se mantiene incólume y le permite al presidente avanzar en un nuevo periodo que a la postre se presenta como factible. La oposición boliviana no ha encontrado la manera de entrarle a Morales y continúa su estrategia de deslegitimación. Este dispositivo no ha mostrado grandes avances electorales en estos años, salvo para permanecer en los reductos históricos de la medialuna. El efecto “Capriles” no ha motivado al antievismo hacia posturas de un mayor reconocimiento de la obra del MAS en el gobierno.
En Brasil y Uruguay las condiciones son diferentes. Tanto el PT, como FA, han sentido el desgaste de la gestió. Las protestas del año pasado en Brasil fueron la muestra fehaciente de la disconformidad de una sector de la población con el gobierno y el apoyo de una importante corriente de la opinión pública. En el caso de Uruguay, la crítica al no aprovechamiento de las épocas de bonanza económica y a una inserción regional que no dio réditos, evidencia las dificultades de la oferta política de Tabaré. A su vez, la emergencia de líderes opositores propositivos que se presentan más como “la solución que la oposición” y que rescatan parte de la agenda del gobierno a la que quieren suplantar, complica aún más el panorama electoral. El “dilema de la caprilización” que deben enfrentar los oficialismos gobernantes permite avizorar elecciones reñidas en ambos países vecinos. Sin embargo, las posibilidades de triunfo de Dilma y Vázquez son concretas, y el esfuerzo en estas últimas semanas realizados por ambos (presencia completa de Lula en la campaña y viraje de la estrategia electoral del FA) muestran a las claras el activo con lo que aún cuentan el PT y el Frente.
Se viene un octubre pletórico en novedades políticas. De las tres elecciones de este año dos fueron para los oficialismos y uno para la oposición en Sudamérica. Se viene otras tres, de las cuales, la de Brasil será vital para la región. A la espera de lo que ordene el soberano, única fuente de poder en nuestras democracias, quedamos con la incertidumbre que nos provee la política, cuando son los pueblos quienes dictaminan su destino.