Un partido de centroderecha, market friendly, todo lo liberal en lo social que el conservadurismo de las elites argentinas que lo componen permite, arriba al poder por vía electoral y derrotando al peronismo: evidentemente se trata de una novedad para la política argentina, ¿pero cuánto de novedad tiene efectivamente?
El núcleo social de Cambiemos —tomando al radicalismo como lo que es, un mero apéndice electoral— solo ejerció antes el poder junto al partido militar o como ánima del corpus menemista. En elecciones libres, López Murphy fue quien más pudo acercarse, en las circunstancias excepcionales de 2003, sumando un escaso 16%. Desde la muerte de la UCeDé, y más aun desde la fallida experiencia de la Alianza UCR-Frepaso, fue un lugar común señalar la ausencia de un partido de centroderecha asumida. El PRO vino a ocupar ese lugar, por vacancia más que por convicción, cuando en sus comienzos coqueteó con corporizar un neomenemismo. Las elecciones de 2015 demostraron que las elites que adversan a la base electoral del peronismo cuentan con capacidad para conformar una coalición con poder de fuego electoral, manipular el humor social, servirse de los actores políticos subsidiarios y aprovechar la institución ad-hoc del balotaje.
¿Es una novedad, entonces, Cambiemos? ¿No contamos con referencias a las que apelar en nuestra historia? Si existe una línea Rosas-Yrigoyen-Perón para sustentar el imaginario nacional y popular, ¿los grupos de poder que integran Cambiemos podrían referenciarse en la línea Uriburu-Lonardi-Martínez de Hoz o, más reciente, en la que enlaza a Menem, Cavallo y De la Rúa? Como nadie puede ser obligado a testificar en su contra, solo queda lo fundacional o el tibio homenaje a Arturo Illia de junio pasado. Pero aún como novedad, el macrismo puede ser referenciado en su experiencia más cercana: el gobierno que el propio Mauricio Macri y Rodríguez Larreta llevaron adelante en CABA. Son tantos los paralelos que podríamos, con pereza, hablar de que Macri “trasladó» a Balcarce 50 las directrices de su gestión al frente de la Ciudad Autónoma. Recordemos, desde su arribo en 2007, todo lo que está replicando ahora al frente del PEN:
1. Despidos de estatales, calificados como “ñoquis». A poco de su arribo a la jefatura de gobierno, una nota nos recordaba su promesa de «reducir un 33% de los cargos políticos en los ministerios» (pero en cambio) «aumentó los fondos que tiene cada ministro y otros funcionarios para contratar asesores».
2. Ocupación represiva del espacio público vía la UCEP.
3. Avance a prueba/error, buscando los límites de lo permitido: privatización de las bicicletas porteñas, incrementos en el subte o la disminución del número de becas a estudiantes en CABA, por apelar solo a los primeros resultados de Google.
4. Triplicó la deuda en dólares de CABA, utilizando el endeudamiento para gastos corrientes.
5. Negocios para amigos.
6. Incrementos sucesivos y superiores al 100% anual del ABL porteño.
7. En infraestructura priorizó lo electoralista, con bacheo al tope de la ejecución en el presupuesto. Ahora presidente, el Plan Belgrano es motivo de chanzas en el NOA mientras reasigna partidas para CABA y GBA.
8. Subejecución presupuestaria en lo que a políticas sociales y de salud se refiere.
9. Priorización de la educación privada. Ahora, en un contexto de alta inflación e incrementos tarifarios, congela los fondos a las universidades nacionales.
10. Los negocios inmobiliarios, leitmotiv de la creación del PRO, ¿pueden extenderse al Estado nacional?
También formaron parte de sus políticas el culpabilizar al kirchnerismo; el asistencialismo a los barrios del sur y villas, lo que ahora le vale el calificativo de “nueva» derecha; la excelente política de comunicación sumada a la protección mediática; también en CABA supo apalancarse en terceras fuerzas políticas como Proyecto Sur, preludiando lo que el Frente Renovador implicó en 2015 para dividir el voto peronista y garantizar la segunda vuelta. Negoció políticamente por abajo —y el FPV-CABA se comportó como el pan-PJ macri-friendly ahora— para denigrar lo político por arriba, en un juego de balanzas entre política y comunicación.
Visto todo lo anterior, el macrismo representa novedades pero, a la vez, se recuesta en continuidades claras. Puede ser entonces una nueva derecha y, al mismo tiempo, demostrar casi involuntariamente los reflejos de clase de nuestra vieja oligarquía. Por supuesto, lo que en CABA le alcanzó durante años puede no ser suficiente, aunque el salto a Nación le abrió un crédito que está dilapidando. Cuenta con herramientas para salir del atolladero en el que se introdujo por principismo liberal y ya advertimos que le bastaría con moderar el ajuste y sumar la colaboración involuntaria de la oposición, fragmentada y sin conducción, para obtener resultados que no impliquen un certificado de defunción el próximo año.