Escribimos Mariano Fraschini y Nicolás Tereschuk
En el primer balotaje de la historia argentina el candidato de la Alianza Cambiemos Mauricio Macri derrotó por escaso 2,8% de los sufragios al oficialista Daniel Scioli. La diferencia de 700.000 votos a favor de candidato amarillo muestra lo reñida de la elección y la paridad que tuvo esta compulsa evidencia que la legitimidad de origen del nuevo presidente es más acotada que lo que preanunciaban las encuestas y los boca de urna difundidos en las horas posteriores al comicio. A las 19.30 se dieron los primeros datos, como se había prometido, y con una tendencia irreversible, el candidato oficialista reconoció su derrota dos horas después. Por primera vez en la historia, una agrupación política con los colores y la ideología de centro derecha llega al gobierno con mayoría de votos. Estos es un dato en sí mismo. A continuación, observamos estos otros:
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El candidato de Cambiemos ganó en 9 provincias. En tres de las cuatro más numerosas: Córdoba (72% a 28%, un verdadero “Cordobazo” neoconservador), Ciudad de Buenos Aires (65% a 35% como era de esperar ya que ese parece el techo del FPV en el distrito) y Santa Fe (55% a 45%, el votante socialista parece inclinó la balanza hacia el candidato opositor ). También lo hizo en Mendoza (60% a 40% reeditando guarismos similares a la elección ejecutiva provincial), Entre Ríos (54% a 46%) y La Pampa (51% a 49%) para completar la franja del medio del país donde habitan los sectores productivos ligados a la agroganadería, un corte en el que mayoritariamente moran los sectores medios, medios altos y altos del país que durante los últimos años han mostrado disconformidad con las políticas del oficialismo. Asimismo, Cambiemos se acreditó victorias en Jujuy (había ganado en octubre la gobernación), La Rioja (¿el fantasma del voto menemista?) y San Luis (donde el voto de los hermanos Rodríguez Saa resultó más amigable para Macri). Es, territorialmente, el voto más concentrado que ha tenido un presidente electo. Macri es el primer presidente que no es el más votado en la provincia de Buenos Aires, es el más votado en menos provincias y no resulta el más votado en las zonas más “populares” del país (Gran Buenos Aires y Norte).
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El derrotado candidato oficialista ganó en el resto de las 15 provincias. En su Buenos Aires por poquito (51% a 49%, con triunfos rotundos en La Matanza, Lomas, Merlo Moreno, Varela, Berazategui, por nombrar los populosos), en todo el Sur del país, Neuquén (53% a 47%), Río Negro con gran ventaja (63% a 37% con candidato no K como gobernador), Chubut (59% a 41%) Santa Cruz (58% a 42% con porcentajes similares a la elección de gobernación) y Tierra del Fuego (59% a 41%)-. Igualmente, venció en el norte (salvo Jujuy, como observamos) con guarismos similares al sur, en Salta (54% a 46%), Tucumán, la “tierra del Fraude”, pero que Scioli ganó por tercera vez consecutiva con el mismo sistema electoral, esta vez 60% a 40%, Catamarca (53% a 47%), San Juan (60% a 40%) Formosa (64% a 36%) Chaco (59% a 41%) Santiago del Estero (72% a 28% expresión cabal de un pueblo ante la altanería porteña de un futuro ministro) y el nordeste del país con Misiones (58% a 42%) y Corrientes (55% a 45%)
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Como se expresó arriba, el sistema electoral funcionó de mil maravillas y la oposición no denunció irregularidades a lo largo del comicio, ni mucho menos fraude (a pesar de que algunos de sus adláteres lo hicieron a medida que se ajustaba la distancia), como sí gritaron en la PASO. Algunos nos preguntamos qué hubiera sucedido de haber sido al revés los resultados y si el oficialismo hubiese sido el victorioso con esa diferencia, pero quedará para la historia virtual contrafáctica. El voto en blanco fue del 1,19%, menor a lo normal, lo que deja en ridículo a las fuerzas de izquierda tradicional que bregaron y militaron por el ninguneo de las opciones. El electorado se expresó masivamente hacia los candidatos en pugna, y el voto positivo se llevó el 97,53% de las adhesiones.
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La democracia argentina funciona bárbaro, y no de ahora. Es vigorosa, intensa, pacífica, permite dirimir las diferencias políticas, económicas y sociales por vías institucionales. Y contiene el ingrediente clave de cualquier democracia: incertidumbre de resultados. Nadie tiene nada asegurado, las cosas pueden salir bien, mal o más o menos, con unos elencos o con otros. Se dice que sólo puede gobernar un partido, que el sistema electoral es arcaico y que hay que oxigenar el sistema político. No es verdad que el peronismo no pierde elecciones: cayó derrotado en presidenciales (1983, 1999 y 2015) y en varias legislativas (1985, 1997, 2009, 2013).
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Hasta acá los números. En términos políticos un análisis cualitativo del proceso electoral de estos meses evidencia que las propuestas de un cambio sin contenido concreto, con expresiones de conservación de los activos más importantes del gobierno y de una candidatura ajena a los partidos tradicionales (para decirlo de una: “no peronista”) superó por muy poco a la expresión de la continuidad con cambios que encarnaba el candidato del Frente para la Victoria. El desgaste de 12 años consecutivos de gestión al frente al ejecutivo nacional, sumado a la emergencia de disidencias en el interior del elenco gobernante, en especial durante los últimos cuatro años (salidas de Moyano y Massa, por nombrar dos simbólicas), la reciente derrota en la provincia de Buenos Aires, configuró una suerte de cadenas del desánimo en el universo oficialista.
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A pesar que los autores de este post entienden que la multicausalidad ayuda a comprender la derrota del FPV de ayer, estos elementos son insoslayables para comprender el triunfo de Macri. Y acentuamos aquí la cuestión ya que las derrotas oficialistas tienen más que ver con cuestiones ligadas a quienes gobiernan que a quienes se oponen. Es decir, a pesar de las habilidades discursivas (o para decirlo claramente: la política comunicacional de Cambiemos) del candidato opositor no deben desdeñarse (todo aquello que involucra la estrategia de Durán Barba) la derrota radica en primer lugar en los debes del propio gobierno. En el “podemos estar mejor” se encuentra un gran acierto de Cambiemos, como así también un déficit del gobierno que no encontró una política comunicacional dirigida a esos sectores que “van por más” y que ya lo premiaron en varias contiendas electorales anteriores. Insistimos, no son errores puntuales, son parte de un proceso que generó las condiciones para que esto suceda. La combinación de desgaste, floja oferta electoral en algunos distritos, la predisposición al cambio de una buena parte del electorado a pesar de que no hay crisis, el casi nulo crecimiento de las variables económicas, una escasa apertura hacia nuevos aliados, parecen ser a primera vista, algunas de las razones. Nadie tiene la culpa solo, o al menos no se la puede descargar en una sola persona. Vale la pena citar el comienzo de una nota clásica de un referente para nosotros. Esa que comienza con un simple “perdimos”. Metámonos en algunas de esas:
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Con respecto a los últimos cuatro años de gestión, nos parece que lo central es preguntarnos si los intensos conflictos desplegados rindieron frutos a nivel político, es decir, resultados que pudieran ser valorados por la población. Para complejizar un poquito más el análisis: los conflictos permitieron la nada fácil tarea de que Cristina Kirchner finalizara su mandato con una estabilidad, solidez y hasta popularidad inédita en 30 años de democracia. Pero ¿para encarar un proceso electoral cuánto aportaron? Así, el “7D”, las leyes de democratización de la Justicia, las restricciones cambiarias y a las importaciones, el Memorándum de Entendimiento con Irán, por citar algunos ejemplos resultaron poco valiosos en términos de votos, por no decir lo contrario. Nuestra impresión es que sobre todo las restricciones a la compra de dólares tuvieron en vastos sectores de las clases medias el mismo efecto que suele tener la violación un tabú.
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Asimismo, recordemos los conflictos que “le cayeron” al Gobierno: Derrota electoral en la Provincia de Buenos Aires (octubre 2013), rebeliones policiales (diciembre 2013), cortes de luz (enero 2014), devaluación (enero 2014), batallas por la desaceleración de la inflación (los últimos años), recambio del presidente del Banco Central en medio de una disparada del “blue” (octubre de 2014) y tras un breve “verano del amor” (diciembre-enero 2015) todo lo vinculado al “Caso Nisman” (hasta marzo de 2015. Y luego las trifulcas por la sucesión. Más de 48 por ciento de votos después de eso, eso sí que “no fue magia”, eh…
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Toda esta situación tiene dos caras. Por un lado, el kirchnerismo logra lo que nadie ha logrado: gobernar 12 años y sin decir “Felices Pascuas, la casa está en orden”. Culmina con un candidato que bancaba (en discurso y hechos) prácticamente todo lo actuado. Y con una presidenta que, a menos de diez días hábiles de retirarse a su casa conserva montones de resortes de poder. Es más, hoy continua teniendo una centralidad política a pesar de que hay presidente electo. ¿La otra cara? Son difíciles las transiciones dentro del oficialismo. Uno se resta juego para producir “cambio y continuidad” al mismo tiempo. Y queda una bolilla pendiente, una vez más, en el peronismo la materia “entregar la banda y el bastón a un ‘otro’ peronista”.
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Hace varios post atrás alertamos sobre lo difícil que venía siendo revalidar mandatos en nuestra Sudamérica . Maduro ganó por menos de 2%, Dilma por casi 3%, por lo que era posible que la derrota inundara uno de sus países. Lamentablemente fue el nuestro. Esto muestra que la imbatibilidad de los oficialismos regionales, made in siglo XXI hoy está en apuros. La elección parlamentaria de diciembre en Venezuela parece ir por el mismo rumbo que la de ayer en nuestro país. La insistencia de Evo Morales por asegurar su reelección indefinida, sumada a la negativa de Correa de ir por la misma están marcando las debilidades que va teniendo el ciclo político regional que se abrió con Hugo Chávez en febrero de 1999.
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La nueva derecha regional tampoco las tiene todas consigo. El experimento de Sebastián Piñera en Chile, las peripecias de los presidentes empresarios en Sudamérica (la mayoría de ellos con pobrísimos resultados), y la necesidad de ir aggiornando el discurso para parecerse a los gobiernos que intentan desplazar, deja a las claras la dificultad de la derecha para vencer con su discurso original y de consolidarse en el poder. La “caprilización” discursiva de muchos de sus referentes evidencia que las conquistas logradas durante estos últimos quince años en la región parecen ser un activo adquirido por importantes segmentos sociales y de difícil reversión. Más allá del poco atractivo eslogan, electoralmente hablando, de lo “irreversible” del proceso (si lo es, entonces que gane cualquiera), será muy complicado para los gobiernos que triunfan con el discurso de “paz y amor” desandar abruptamente el camino de la ampliación de derechos sociales y económicos de la última década.
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El gobierno que llega tiene fortalezas y debilidades. Cuenta con algunos -y muy buenos recursos- por nombrar sólo un par que no se suelen nombrar, pero como para tengamos dimensión: el primero (Nación), el tercero (Provincia) y el noveno (Ciudad) mayores bancos del país. Y la más importante empresa argentina (YPF). Pavadas como -arriesgamos a ojo, sin datos- el manejo de la mayor cantidad de uniformados (fuerzas federales, fuerzas provinciales y fuerzas armadas) por habitante en 30 años de democracia. Sumemos medios privados y el calor de la Justicia. Las debilidades se conocen: la principal son pocos gobernadores, no hay control “más o menos directo” de sindicatos y muy pocas bancas en el Senado y en Diputados. Estrictamente hablando el PRO solo no llega al tercio en ninguna de las dos cámaras. ¿Puede Macri tener éxito político (ser electo, reelecto, contar con amplios márgenes de maniobra para llevar adelante su agenda) y altos niveles de popularidad? Sí. Depende de él y de su pericia para gobernar, como suele ocurrir en nuestros países.
Comienza una nueva etapa política en el país. Un nuevo ciclo. Y nos siguen quedando preguntas de cara al pasado reciente y el futuro. Sobre todo en un país en el que, entre otras cosas, lo que se vota es “capacidad de gobierno”. ¿Estaba el Frente para la Victoria en condiciones de gobernar cuatro años más? ¿No estábamos ya algo cansados de la dinámica de “bancar” (que es lo que hace un oficialismo) ¿No estábamos un poco desgastados de administrar y gobernar conflictos? ¿No sería bueno poder recuperar un poco más la dinámica de militar las calles, los barrios, las charlas, las plazas y los conflictos vistos del otro lado del mostrador? Si la respuesta es “no”, el país y la Historia nos ponen igual nuevamente en ese lugar. La hoja de ruta será esa. No hay que romperse mucho la cabeza. No hay mucho más para dudar. Como dijo alguien alguna vez “mi empresa es alta y clara mi divisa; mi causa es la causa del pueblo”.
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