Iguales


Carola
tiene 18 años. Fue a la movilización con las tías. “Vine porque la situación que estamos viviendo es horrible y porque soy mujer y creo que es esta es la gran oportunidad de salir a las calles a gritar y a luchar y a pelear por lo que está pasando. Nos están matando masivamente por la condición de ser mujeres. Esto me moviliza muchísimo y creo que debería ser algo natural para cualquier mujer salir a luchar en estas situaciones y que creamos que podemos cambiar”.

Marta tiene 65 años. Marchó con sus hijas. “Vine porque es necesario visibilizar no solamente los femicidios sino también todos los lugares de trabajo que no se abren para las mujeres, toda la plata que las mujeres no ganamos y que sí la ganan los varones. Todos los trabajos que nos dan son todos en sectores de la economía en los que se cobra menos. Salud, educación, esos son los lugares reservados para las mujeres. Yo soy maestra y quiero que las maestras ganemos lo mismo que se gana en cualquier trabajo. No quiero más chicas pobres, con mucha vocación docente pero pobres”.

Ana tiene 30 años y fue a la marcha con compañeras de su organización. “Vine para gritar por las que ya no pueden. Quiero que mi presencia pueda marcar el contrapunto a la indiferencia. Indiferencia ante la violencia contra las mujeres,  la desigualdad y los estereotipos, con la esperanza de que juntas seamos muchas y visibilicemos el problema. Quiero que les caiga la ficha a los machos cobardes, a los violentos, a las mujeres que aún no saben que la lucha es de todas, a los publicitarios que nos venden una y otra vez el mismo estereotipo que agota y reproduce violencia simbólica. Quiero que les caiga la ficha a los jueces y a los operadores del Estado”.

Victoria tiene 14 años y fue a la movilización con dos amigas y con el papá. Marchó desde el  Obelisco hasta la Plaza porque “es importantísimo apoyar a la lucha totalmente y salir a la calle y pelear y hacernos ver”.

Eugenia tiene de 32 años. Fue a la movilización con una compañera de su trabajo. “Vine porque me horroriza lo que está pasando. Hay de todo: hay violencia en otros ámbitos, hay inseguridad, pero esto es violencia de género y nos están matando”.

Ani es española pero vive en Argentina desde hace cinco años. Tiene 38. “Vine porque soy mujer o más bien porque soy un ser humano y creo que hay que salir a cuidar que las cosas que no funcionan no se repitan más. La violencia, las agresiones, y por supuesto las muertes. Quiero que no haga falta llegar a estos extremos para defendernos”.

Julia tiene 30 años y se movilizó con compañeras de su organización.  “Esto es un hecho político: es salir a la calle, en una marcha masiva o con la masividad que le permitió la lluvia, las mujeres como grupo «oprimido» [hace gesto de comillas mientras lo dice] diciendo acá estamos. Es una manera de intimar al otro a que al menos se pregunte qué es el patriarcado o qué es el machismo. No sé si va a llevar a una solución, no lo creo, pero es una buena manera de visibilizar el conflicto y organizarnos, entre las mujeres y con los compañeros. Porque si nos organizamos, el patriarcado llora. Eso ponélo”.

Controlar los cuerpos para construir un orden

“Nos están matando”, “Vivas nos queremos” y “Ni una menos” fueron las consignas que más trascendieron y circularon en los medios de comunicación y también en los perfiles de Facebook, Twitter e Instagram de las amigas, conocidas y compañeras. Es lógico que estas consignas fueran las que más circularan. Es lógico que fueran centrales porque cualquier desigualdad puede resultar intolerable, pero más intolerable resulta la desigualdad cuando dos varones de 23 años y 41 años violan a una jovencita de 16 y no conformes con ello deciden empalarla hasta que muere. Cualquier injusticia que no se resuelve puede conmover, pero más conmueve la injusticia de que sigan sus vidas con total normalidad quienes evaluaron que era lógico y deseable matar a una mujer y depositar su cuerpo en una caja de cartón a la vera de la ruta como la basura que uno deja en una cajita al lado del container para que los cartoneros y las compañeras cartoneras la encuentren fácil, para que no revuelvan de más, para que no se ensucien tanto las manos.

Resulta lógico que exista una respuesta política a la política terrorista de las violaciones, que se vale del uso y eventualmente la destrucción total de los cuerpos de las mujeres para reproducir un régimen patriarcal en el que los varones tienen una posición dominante en todo lo público: en las calles, en las palabras, en los Estados,  en las Iglesias, en los parlamentos, en los partidos, en la política alta, en el runrún de los pasillos por los que circulan los varones con sus trajes grises mientras las mujeres ponen el cuerpo en los barrios, en las facultades, en los merenderos. Ponen el cuerpo aunque ese cuerpo corre el riesgo de ser violado, desfigurado, golpeado, torturado y destruido. Resulta lógico que exista esta respuesta porque la violencia física y sexual es una de las bases más horrorosas del patriarcado. Es tan horrorosa que nadie piensa que es racional.

Nadie piensa que hay una racionalidad social atrás de dos hombres que disponen del cuerpo de una jovencita como un bollo de carne que se puede manipular y en el que se pueden introducir los objetos que les parezcan más apropiados.  No parece racional. Y sin embargo, las compañeras de escuela de Lucía Pérez, y quizás las de la escuela más cercana, y quizás todas las jovencitas de Mar Del Plata, este año la van a tener más difícil para salir, salir de noche o de día, porque a Lucía la mataron al mediodía. Los papás, las abuelas, las amigas, sin darse cuenta de que al decirlo van a estar reproduciendo ellas mismos lo que Gabriel Farías y Juan Pablo Offidani le hicieron a Lucía. “Mejor quedate en casa. Mejor no salgas. Mejor no aceptes a gente que no conozcas en Facebook. Mejor si salís no tomes nada. Mejor no compres marihuana, no la aceptes, no la tengas. Mejor no te vayas de vacaciones. Mejor no vayas tan tarde a patín, a inglés, a la facultad. Mejor no.” La van a tener más difícil para ir a la escuela incluso. La van a tener muy difícil para salir con las amigas o con sus novios o con chicos que les gustan pero que, cuidado, a partir de ahora pueden ser sus asesinos. ¿Pero cuál es la probabilidad de que lo sean? ¿Cuál era la probabilidad de que el chico que le gustaba a Lucía, el chico que le dio un porro como los chicos les dan porro a las chicas como un regalo, como si fueran flores o chocolates, cuál era la probabilidad en la cabeza de Lucía de que ese chico que le gustaba la fuera a matar literalmente de dolor?

Algunas personas tratan de disociar las violaciones y las muertes violentas posteriores de los lugares relegados que el mundo guarda para las mujeres. “Es un violento, es un enfermo ¡es una bestia!” dicen del macho que viola y mata. Pero participan de los beneficios que este mundo garantizado por el que viola y mata tiene para darles. Participan de los beneficios de ser ellos los dueños de la parada.

Esto que suena tan exagerado en un territorio de paz, como es Argentina, es clarísimo en cualquier país que atraviesa un conflicto armado, ya sea interno o con otro país. En esos países los cuerpos de las mujeres son un campo de batalla. Soldados, guerrilleros, varones armados en general, conquistan las ciudades, las aldeas, con todo lo que tienen adentro y violan. Dejan su semilla y reproducen su dominio de generación en generación. Las mujeres violadas se vuelven parias. Nadie las puede ver. Nadie en su familia les quiere hablar. Nadie les da trabajo. Si quieren abortar, mueren o porque lo hacen clandestinamente o porque el Estado está quebrado y no puede garantizar ningún derecho, ni siquiera el derecho a la salud. Las mujeres que tuvieron suerte de no ser violadas son parias lo mismo porque no pueden salir ni a comprar pan, porque las pueden violar. Toda la organización de la comunidad afectada por la violencia sexual, cambia. Como los genocidios, las violaciones tienen una racionalidad. Reorganizan, organizan y ordenan. Perdón por la redundancia: construyen un orden. Ese orden puede tener distintos niveles de complejidad, pero es un orden que siempre incluye al patriarcado porque siempre está basado en el control sobre los cuerpos de las mujeres. ¿Por qué las mujeres no se arman y se defienden? Porque el patriarcado es un orden tan antiguo que precede a los Estados Nacionales, al capitalismo y al monoteísmo. El patriarcado es la base de todos los órdenes que conocemos y por eso es tan difícil de destruir.

Un sujeto político

Es tan difícil de destruir el patriarcado que todavía sigue en pie y sin embargo, como en tantos lugares del mundo y como en tantas épocas, todavía hay gente que piensa que se puede disolver para crear un orden más justo en el que las personas podamos ser más felices.  Ayer las mujeres, acompañadas por varones que se comprometieron y buscaron para ellos otro lugar que el lugar protagónico y dominante que el rol que el patriarcado les tiene preparado desde que son bebés, salieron a la calle, se tomaron el subte, el tren, el colectivo, y se encontraron.  Se juntaron en el Obelisco, tomaron la Diagonal Norte debajo de la lluvia y llegaron a la Plaza de Mayo saltando, cantando, haciendo el gritito de los indiecitos, abrazándose, sacándose fotos, cargando carteles. Se vistieron de negro por las que no están pero también se vistieron de negro por el orden injusto que de a poco están empezando a enterrar.

En Argentina, salir a la calle es lo que convierte a las personas sueltas en sujetos políticos. Los trabajadores, los familiares de desaparecidos, las patronales agrarias, los católicos, los estudiantes, los desocupados y hasta los fiscales y jueces, aún con todas las diferencias que puede haber entre ellos, aún cuando algunos tienen todo el poder consolidado y otros tienen poquísimo,  todos salieron a las calles para reconocerse, para encontrarse, para que los vean y para darse a ellos mismos una serie de objetivos y horizontes que los convierten en sujetos políticos. Ayer las mujeres hicieron eso.

Mucho más que sobrevivir

¿Cuál es el objetivo de este sujeto que es viejo y es nuevo a la vez? ¿Qué quieren las mujeres que fueron ayer a empaparse, a cagarse de frío y a matarse de risa? ¿Qué quieren Carola, Marta,  Ana, Victoria, Eugenia, Ani, Julia? No quieren solamente sobrevivir. No quieren solamente que no las maten o que no las violen o que no les peguen, aunque eso es imprescindible y más cuando dos días antes la Comisión de Justicia de la Cámara de diputados aprobó un dictamen basado en el proyecto del Ejecutivo que disuelve la unidad fiscal que investiga los delitos de violencia de género. Aún teniendo en cuenta el nulo nivel de empatía que parte de la clase política tiene con las mujeres que son víctimas de violencia, aún teniendo en cuenta el lugar relegadísimo que este problema tiene en la agenda de una parte de la dirigencia,  las mujeres que se movilizaron ayer quieren vivir la vida como la viven los varones.

Quieren ganar guita como los varones y dar órdenes como los varones y trabajar de lo que trabajan los varones. Y que eso esté bien visto como está bien visto en los varones. Quieren ser iguales a los varones. Igual de responsables e igual de irresponsables. Igual de aplicadas y de vagonetas. Igual de prolijas y de desprolijas. Igual de limpitas e igual de sucias. Quieren hacer un doctorado como lo hacen los varones y también quieren no estudiar y entrar a la Dálmine, o a Manliba, o a la línea 55 a manejar un colectivo, como lo hacen los varones. Quieren conducir camiones. Quieren ser sacerdotas, diáconas, quieren dar misa y confesar. Quieren dispensar el perdón de su dios tal como los varones lo dispensan. Quieren dirigir organizaciones sociales, como Milagro Sala, quien conduce la Tupac Amaru como el “Perro” Santillán conduce la Tupak  Katari. Y está presa hace nueve meses sin condena. Quieren dirigir orquestas y coros y películas. Quieren ser dirigentes sindicales y movilizar a los compañeros y hacer huelgas y negociar. Quieren comprar droga como los varones sin tenerle miedo al dealer. Quieren viajar a donde se les cante el culo. Quieren ponerse de novias, casarse y quieren tener sexo con todos los desconocidos que les gusten y que les digan que sí.  Quieren comer pizza, hamburguesa, helado, quieren tomar cerveza y tener una panza cervecera. Quieren gobernar el país, como Cristina Kirchner que gobernó el país y le decían que era un títere de su marido hasta que él murió. Quieren ser senadoras. Quieren interrumpir sus embarazos y ser las dueñas de sus cuerpos como los varones son dueños de los suyos y de los de ellas. Quien diga que las mujeres son las dueñas de sus cuerpos está mintiendo porque hasta el 2006 si una mujer se quería ligar las trompas antes de tener hijos tenía que pedirle a su médico un tratamiento ilegal. Quieren ser madres y cuidar a sus hijos pero no todo el tiempo. Quieren ser ingenieras químicas y tener el mismo acceso al mercado laboral que los ingenieros químicos. Quieren tener el mismo instinto maternal que los varones. Quieren vivir sin pareja como los varones que no tienen pareja y nadie siente pena por ellos. Quieren estar en desacuerdo con todos sin que nadie las llame locas, malas, jodidas, resentidas. Quieren ser igual de felices y de infelices. Quieren ser iguales.

Crédito foto: ES fotografía.

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