(Esta nota fue publicada originalmente en el excelente sitio Nueva Ciudad.)
Entre los días 29 y 30 de abril pasado tuve el privilegio de asistir a la conferencia “Declining Inequality in Latin America: Are the Good Times Over?” (“Desigualdad en descenso en Latinoamérica: ¿se terminaron las épocas buenas?”) organizada por el Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe de la Universidad de Brown. Gracias a la generosa invitación del CLACS y de su director, Richard Snyder, pude escuchar de primera mano a varios expertos y expertas en economía y política latinoamericana, tales como Ricardo Lagos y Nora Lustig, Rebeca Grynspan, Francisco Ferreira, Marcelo Bergman, Juan Pablo Luna y Victoria Murillo, entre otros. Lo que sigue es un intento de sintetizar de manera, por supuesto no sistemática ni exhaustiva, los consensos que sobrevolaron la conferencia. (La síntesis es mia, cualquier defecto en la información aquí presentada es mi responsabilidad y no de los y las autoras citadas.)
El primer dato, sobre el cual hay un acuerdo casi universal, es que en los últimos quince años América Latina pudo reducir la desigualdad social de una manera para nada despreciable. Esta reducción fue general en toda la región, fue muy positiva y–más importante aún–Latinoamérica pudo reducir las desigualdades económicas y sociales aún en un momento en que las mismas aumentaron en Europa y Estados Unidos. Existe un debate mayor sobre las causas exactas de esta reducción de las desigualdades, pero la mayoría de los expertos/as coinciden en que se combinaron dos factores: un contexto internacional favorable debido al aumento de la demanda de commodities aquí producidas y el ascenso de gobiernos de izquierda democrática que hicieron de la distribución un eje de gobierno (el ascenso de la izquierda causó que los gobiernos de derecha democrática también implementaron políticas distributivas, so pena de perder elecciones.) El menú de políticas distributivas fue muy amplio e incluyó aumentos en transferencias de seguridad social, en servicios educativos, en transferencias condicionadas de ingreso, entre otros. También deben sumarse los “efectos redistributivos” de cambios demográficos y sociales en la región, entre ellos, la reducción drástica de la tasa de natalidad y una igualmente drástica reducción del analfabetismo.
El segundo dato de consenso, sin embargo, es que la época de oro de la distribución terminó y la región va a encontrarse con turbulencias. Por un lado, los commodities han bajado de precio y nada indica que vuelvan alcanzar los picos de demanda de fines de los años dos mil. Por el otro, un efecto no planeado del propio éxito de la consolidación democrática regional y de las mismas políticas distributivas ha sido la multiplicación de las demandas sociales. Esto genera una posible sobrecarga al estado por el casi universal aumento de las demandas de segunda y tercera generación (educación superior, transporte, calidad de vida). Paradójicamente el aumento de demandas igualitarias se superpone a lo que podría llamarse tal vez una “demanda de mantenimiento de la distancia social” (mi término). El ascenso social de poblaciones pobres a posiciones de casi-clase media puede engendrar el temor al descenso social de aquellos grupos que ya están incluidos (como sucedió en Brasil); el riesgo es que desaparezca entonces el apoyo para políticas distributivas.
En conclusión, si se suma un contexto económico internacional más desfavorable a la reducción de los márgenes de maniobra política y fiscal para los estados latinoamericanos aparece un horizonte más turbulento y con mayor riesgo de ajustes fiscales que en la pasada década.
Finalmente, hay que remarcar tres áreas que aparecen, según mi lectura, como muy problemáticas y de las cuales dependerá el futuro de nuestra región:
Primero, como dije antes, cómo se resuelvan las presiones de realizar ajustes fiscales que vendrán sin duda en los próximos años y cómo logren los estados regionales resolver sus necesidades de contar con recursos fiscales para responder a demandas crecientes en un contexto baja demanda de commodities y grandes dificultades de los estados latinoamericanos de recaudar impuestos a la riqueza (como explicaba Tasha Fairfield, autora de un reciente libro sobre las razones políticas de las dificultades de los estados de la región para construir sistemas tributarios progresivos.)
Segundo, las verdaderamente tenebrosas estadísticas actuales sobre el aumento de los delitos violentos en toda la región. Marcelo Bergman de UNTREF presentó (entre otros) datos que no dejan dudas: a pesar (o a causa de, tal vez) de la década de prosperidad vivida los delitos contra la propiedad y la vida están en aumento en todos nuestros países y Latinoamérica es hoy la región con la criminalidad más alta del mundo. Esto representa un desafío que los estados deberán asumir más temprano que tarde–aún cuando no hay consenso sobre las políticas necesarias.
Tercero: la educación. Si bien todos los países latinoamericanos expandieron el acceso a la educación básica y superior y lograron ganancias importantes en cobertura universal y en disminución de analfabetismo, queda mucho para hacer en términos de calidad educativa. Los resultados de las pruebas PISA ponen a América Latina en general por debajo de regiones de PBI equivalentes; pero aún si no se acepta la legitimidad de estos datos, existen otro como egresados del secundario, graduados universitarios o patentes de ciencia y técnica, y estos no son tampoco positivos. (Hay que señalar que Argentina aparece muy mal en relación a su región en deserción secundaria, en relación entre ingresantes y graduados universitarios y en los resultados de aptitud de las PISA en general; estos temas deberían ser sin duda una prioridad absoluta del próximo gobierno.)
En síntesis: los últimos quince años han sido positivos para Latinoamérica y existen muchas razones para estar orgullosos de lo logrado. Pero hay nubarrones en el horizonte, y se requerirá talento, liderazgo y claridad política para sortearlos.