Algunos tipos, limitados, sólo conocemos dos maneras de transitar el dolor y la tristeza: con el enojo y la rabia o compartiéndolo con los amigos. Abrazándonos.
Ahora estoy sentado acá, solo, y acabo de llegar a mi casa y estoy enojado.
Y no tengo muchas palabras para decir. Porque hay cosas que nunca aprenderé a decir, parece.
Y tengo ganas de abrazar a los amigos-compañeros. Alguna vez vamos a escribir que las amistades construidas en torno a la militancia son raras, distintas, diferentes de las otras. No es necesario verse demasiado, ni compartir secretos o confesiones de madrugadas. Uno, cuando se hace amigo de otro militante se saltea estos pasos, tan tradicionales. Porque cuando uno es militante forma parte de un colectivo, y cada uno de los compañeros es, en parte, una parte de uno mismo. Porque uno se reconoce en el otro, se identifica, se constituye. Porque uno ya sabe eso y entonces te hacés amigo. Y después, sólo después, vienen los asados, las noches, las reuniones, las borracheras, las pasiones.
Entonces hoy, que somos muchos y uno, nos morimos un cachito con Iván. Y entonces hoy Iván vive un cachito en cada uno de ustedes.
Como decía. Me enoja la tristeza y el dolor. Pero también quiero abrazar a los que -aunque esté viejo- son mis compañeros. Sobre todo a los más chicos. A los que recién empiezan, a los desconocidos, a los que en los barrios ahora se preguntan por qué.
Al resto, a los que conozco, amigos-compañeros, no veo la hora de verlos y compartir.