Decidido: noche de cine. Sin improvisar nos tomamos el trabajo de ver comentarios generales y puntajes del film El ciudadano ilustre. La elegimos en lugar de Gilda, quizás porque en el momento nos convocó más cierta sensación de enigma generada por la propuesta argumental que las ganas de correr para ver la que promete ser una película que permanecerá por buen tiempo en cartel.
Los directores Duprat y Cohn nos presentan esta vez a un escritor Premio Nobel que retorna al pueblo de su infancia y juventud, pueblo del que necesitó huir pero, quizás por la misma razón, no puede dejar de escapar constantemente cuando dice que sus personajes nunca pudieron salir de allí. El anticipo del trailer promete la inclusión de algunos conflictos interesantes que de modo optimista imaginé abordados al modo de tensiones por un lado entre la endogamia propia del pueblo chico e infernal contra los intentos exogámicos malogrados en parte y por otro, entre una cultura cosmopolita que ofrece aperturas y opciones aunque también cierta hibridación y una idiosincrasia definida por identidades más estables pero cerrada sobre sí misma y por esto menos tolerante frente a algunas diferencias…
Recuerdo que El hombre de al lado (una película anterior de los mismos directores) nos conmovió al dejar planteadas algunas preguntas respecto a ciertos prejuicios sociales que se ejercen contra los que en apariencia serían los sujetos más antisociales, a la vez que su propuesta estética fue memorable por su originalidad.
Contando todos estos ingredientes llegamos al cine con algunas expectativas.
Desde el comienzo de la trama, el aire de superioridad y la soledad que caracterizan al millonario escritor Mantovani (Martínez) lo presentan en parte como un pobre niño rico (un poco quisquilloso, colmado de objetos y premios, pero con escasez de algunos afectos íntimos de los que a la vez parece defenderse). No obstante, se hace más clara su actitud resuelta. Mantovani esta conforme con quien es: un winner (?), hasta que una aparente necesidad de ajustar cuentas con su pasado, hace que su hábito corriente de desestimar todas las invitaciones se vea alterado por la aceptación de una inesperada convocatoria, la de visitar su pueblo natal tras cuarenta años de ausencia.
A los pocos días el best seller vuela desde Barcelona para arribar al pueblito bonaerense de sus orígenes donde se reencuentra y se desencuentra. El lujo y el orden de su habitat cotidiana distan mucho de aquella sucesión de afectos exagerados, reinas de belleza no muy bellas, hospedaje humilde y lagunas sin agua. Sin embargo, el Nobel se acomoda, resigna y hasta emociona con los homenajes. También ofrece clases públicas donde su semblante amable no se condice con una apertura tan genuina como la aparente. Su manifestación acerca de que las ficciones creadas por los artistas no guardan necesariamente relación alguna con sus posiciones frente a la realidad, lo exime de dar cuenta por ejemplo de los posibles vínculos entre personajes y personas (del pueblo) mientras que su interpretación del arte como pura invención, como realidad desconectada, como desinteresado en producir efectos determinados, le brinda a Mantovani la excusa para no decir abiertamente lo que siente por su pueblo y por su historia a las que en buena parte detesta. Aquí es notable como en correlato con esta lógica que separa de modo dicotómico realidad de ficción, los directores tampoco abordan más que superficialmente la historia personal del protagonista. Intuyo que les resultó más interesante subrayar (mediante un humor ridiculizante que busca la complicidad fascinada del público) la decadencia de lo pueblerino y desde allí de lo popular sin ajusticiar por lo propio al escritor estrella, aparentemente salvado de la contaminación del pueblo.
El pueblo en su acepción de pequeña y modesta urbanización y el pueblo como actor social quedan asociados en el film a las expresiones de la ingenuidad, del mal gusto, de la chatura cultural, de la hipocresía y de la idolatría que Mantovani parece tolerar hasta que una decisión aparentemente menor elaborada en su calidad de jurado de un concurso de pintura, lo confronta con la que podría ser la más marcada y peligrosa decadencia del pueblo: la del odio que define su barbarie. Parte de los habitantes intentan amedrentar a Mantovani con los métodos típicos de una patota mafiosa que en este caso combina la práctica de la violencia calculada de los terribles grupos de tarea con los rasgos de espontaneísmo salvaje que nos remiten a los muchachotes de La fiesta del monstruo (Borges- Bioy Casares). En aquel cuento del año 1947 es notable como sus autores se atrincheraron en la creación ficcional para manifestar su odio personal. En ese caso eran las hordas del Monstruo (Perón en la lectura canónica) las que asesinaban a un estudiante judío por el puro vicio ritual que exalta a estos bárbaros. En esta versión, la barbarie no amenaza al género humano desde su interior sino que es patrimonio exclusivo del pueblo interpretado como un actor que naturalmente no respeta diferencias, que no puede convivir con ellas, que necesita destruirlas.
Del mismo modo, los autores de la ficción (El CI) insisten en dejar exclusivamente del lado del pueblo, de lo pueblerino y de lo popular (así, todo homologado, degradados cada uno en su complejidad y especificidad) la decadencia. Del mismo modo, y en el intento de naturalizar la alianza pueblo-decadencia-popular-patria-barbarie, se exhibe un discurso patriótico en boca de reaccionarios que solo buscan expulsar al devenido “europeo traidor que en sus libros deja mal paradas a las personas de su pueblo”, donde solo unos pocos ilustrados parecen valorarlo. Por su parte, Mantovani, en apariencia tan neutral, va tomando posiciones aun en situaciones tensas, se muestra humano y responde con estilo civilizado, amistoso, a veces demasiado frontal (pero supuestamente justo) y controlado hasta cuando es atacado. Así presentadas las cosas, la secuencia va componiendo el mensaje de que son la insensatez y la incultura localista las responsables de expulsar “lo ilustrado”, de acechar al ciudadano de mundo que podía haber dado brillo a la opacidad del pueblo (en su doble acepción) sino fuera porque una piara incontrolable pretende impedirlo incluso con balas.
Sin ánimos de comunicar el final de la trama (quizás usted quiere ejercer su crítica o admiración de primera mano y para eso hay que ver el film), sí podemos usar la metáfora de que a Mantovani, no le entra una bala y esto lo hace salir airoso, sonriente.
Tal inmunidad no seria en sí misma problemática en cuanto al mensaje político de la película sino fuera porque es el mismo cinismo que hace inmune a Mantovani el que lo vuelve a convertir en un hombre exitoso a partir de la publicación de su nueva novela de ficción (homónima del film real). Para esta altura ya no me quedan dudas de que la búsqueda de los directores estuvo sostenida en reivindicar al hombre ilustrado e ilustre desestimando una crítica a la ética pragmática que lo lleva a renegar de sus elecciones (de su responsabilidad) con argumentos fascinantes como el que reza que toda realidad es producto de la interpretación que hagamos (es decir, relativa y por lo tanto no imputable en sus efectos prácticos a su autor, mucho menos si dichos efectos son conflictos y no galardones o dinero). Algunos podrán decir que la ironía como tono general de la película no deja a salvo a Mantovani. Sin embargo, la inmunidad-impunidad desplegadas disimuladamente por el escritor son tratadas como detalles menores que para ser abordados críticamente hubieran requerido de una mirada aguda más allá del señalamiento de sus berretines, propios de un típico carácter terco y avaro. Como algo más grave que los rasgos de carácter del hombre ilustre, están presentadas la idiotez y la barbarie como las hijas del pueblo y nunca como atributos de los hombres civilizados que las sobreviven. Por todo lo dicho hasta el momento entendemos que El Ciudadano ilustre no califica como mucho más que un rato de entretenimiento que se encarga de actualizar casi sin pudor el ya clásico y por desgracia vigente binomio «civilización o barbarie» que tanto daño le ha hecho a nuestros pueblos. De tal manera, lo que parecía ser un argumento prometedor, termina perdiendo la oportunidad de devenir en una propuesta artística realmente interesante capaz de indagar con honestidad intelectual en las tensiones de la realidad impidiendo que el odio haga su tarea ofreciendo lo que en definitiva no es mucho más que una mediocre producción de la city.
Y ahora que vuelvo a pensar desde todo esto en El hombre de al lado… veo más claro que quizás mi mirada mejor intencionada de años atrás veló lo que hoy, desde este segundo tiempo se vuelve más evidente. El personaje del salvaje vecino interpretado por Araoz podría haber sido comprendido de modo indulgente por alguien que, como es el caso de quien suscribe, no se identifica con la ideología del vecino acechado, el diseñador top que vive en la casa de Le Corbusier ¿Pero qué intenta decir (más en épocas de pedido de “mano dura”) que los personajes antisociales sean de estilo bárbaro y coincidan siempre en estas películas con los pobres, los populares y los pueblerinos?) Por lo pronto voy eligiendo el día para volver al cine y ver Gilda.
(Publicado originalmente aquí)