El año pasado, la Alianza Cambiemos sacudió el tablero de l@ polític@ al ganarle al Frente para la Victoria y alzarse con la trifecta de Nación, CABA y PBA. Así, en una misma contienda electoral se llevó puesto varios mitos caros a la patria politológica: el del invicto del peronismo pos 2001 (y su secular hambre de victoria), el del cerrojo inviolable de la Provincia de Buenos Aires y sus barones sedientos de poder y, sobre todo, aquel que rezaba que sin despliegue territorial propio era imposible llevarse el ticket al Sillón de Rivadavia. Desde ya que cada una de esas ideas estaba cimentada en una red de medias verdades que podían fallar, pero nadie suponía que iban a caer todas de golpe. Pero sucedió, Cambiemos -con el PRO de primus inter pares- instrumentó una disciplina partidaria bismarckiana que combinada con una actitud desprejuiciada a la hora de construir vínculos electorales se llevó puesto el Abismo de Helm peronista. Un David que se enfrentó a Goliat pero con twitter y focus group en vez de honda.
El batacazo del 2015 (todavía en proceso de metabolización) disparó la búsqueda de la trama ideológica detrás de la sorpresa, claro está. En un año plagado de elecciones de pronto todo fue relato y subtextos y a partir del 10D es Cambiemos quien debe construir su propia épica y estética. Este objetivo fue asumido de forma clara, y tal vez un poco urgente, por sus propios protagonistas: ya existe hasta un libro «Cambiamos. Mauricio Macri Presidente. Día a Día la campaña por dentro de Hernán Iglesias Illia», ghost writer y actual funcionario del gobierno nacional. El libro narra, en tono de road movie política, las vicisitudes del movimiento macrista victorioso (y se dedica a desmontar, con éxito dispar, los prejuicios en torno al carácter “cheto” de su formación). Sin embargo, y dejando un poco de lado ese tipo de relato eufórico, puede pensarse en intentar una primera aproximación al intento de trazar la grilla ideológica de Cambiemos en una duración más larga. Varios aspectos ya fueron esbozados en los últimos meses, en especial en el lúcido Mundo Pro de Vommaro, Morresi y Bellotti. Pero el libro es -según reza el subtítulo- una anatomía de un partido para ganar… resta ahora hacer el mismo trabajo sobre un partido que ganó.
A la hora de atribuirle una, o varias, tradiciones ideológicas a Cambiemos han picado en punta dos familias de ideas: el Desarrollismo y el Liberalismo. En el caso del primero, la vinculación no fue novedosa y más bien resultó parte de un consenso tácito neokeynesiano previo a las elecciones del 2015. Ya hace unos meses decíamos con Santiago Rodríguez Rey: “Hoy, los principales candidatos, los que según las encuestas que pululan en los medios dicen que sumarán el 90% de los votos, se dicen desarrollistas. El progresismo, por su lado, apenas si lucha por el 5% y parece cerca de retirarse de la pasarela. El desarrollismo ya está aquí, llegó para quedarse y no se va a ir”. 1 En efecto, el siglo XXI repleto de discusiones sobre el precio de las commodities y una nueva matriz productiva para Latinoamérica resultó tierra fértil para el tropo Desarrollista y el discurso de Cambiemos no fue la excepción. De hecho todo lo contrario, vía el Desarrollismo encontró el punto de fuga para pegarle a la bestia populista y la blitzkrieg aramburesca desplegada contra la administración saliente se concentró de hecho en un ministerio de la “Modernización”, ideal caro a la grilla frondizista.
Un poco más creativo, y todavía in progress, resulta el linkeo con el Liberalismo, y sin embargo es una relación que todos más o menos reconocen. Tanto para criticarlo (ubicarlo en el rancio linaje de los Martínez de Hoz), como para ponerle una ficha (pensarlo como el gestor de una nueva Generación del 80, presto a retomar el camino que nos llevará a ser Australia o Canadá), muchos piensan que Cambiemos en general y el PRO en particular, tienen algo de Liberal. Incluso los más osados aseguran que la CEOcracia montada en estos meses es un poco la hija dilecta de la combinación del Liberalismo con el Desarrollismo.
Ahora bien, ¿qué hay más allá de la vulgata o la diatriba?, ¿es posible calibrar el octanaje del Liberalismo del motor macrista?, ¿se puede ubicar en el universo liberal a un partido que hizo de eludir los etiquetamientos parte de su fortaleza? Y por otro lado, ¿existe esa cosa llamada Liberalismo que queremos adosarle a Cambiemos?, ¿puede haber una doctrina tan amplia que permita poner bajo el mismo cielo al roquismo, al radicalismo antipersonalista, a las Dictaduras Militares?, ¿vive ese animal mitológico de la historia de las ideas rastreado con denuedo por liberales, revisionistas, nacionalistas, corporativistas y hasta neutrales? No olvidemos que nuestro MacGyver historiográfico, Tulio Halperin Donghi, sentenció alguna vez que la Argentina es un país que nació liberal, ¿pero lo siguió siendo en las otras etapas de su vida?
El Liberalismo: un objeto opaco
“Abandona la esperanza si entras aquí", rezaba lacónica la puerta ubicada en el vestíbulo del infierno del Dante. La misma sentencia podría aplicar para aquellos que quisieran definir con unmínimo de precisión los contornos del Liberalismo en nuestro país. En Argentina, como en América Latina, el derrotero del liberalismo ha sido por demás sinuoso desde s consolidación en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, ya a finales de ese siglo el Liberalismo estaba presente de alguna forma en todas las fuerzas políticas. Mas nunca existió de forma pura sino combinado con un complejo ideario que involucraba el Republicanismo (ese hermano siamés, a veces sinónimo, veces antónimo, a veces parónimo), el Conservadurismo, el Historicismo, el Radicalismo francés, el Positivismo, el Socialcristianismo. Tal vez sea necesario bajar un poco más la lupa a la hora de reconocerlo a aquel entre tanta mezcla.
El primer ajuste de cuentas que podría hacerse, resulta de desacoplar el derrotero intelectual del Liberalismo con la cronología propia de la historia política. En efecto, camionadas de buenas investigaciones empíricas han demostrado con claridad que nuestras élites políticas y sociales han sido mucho más eclécticas (y hasta camaleónicas) de lo que quisiéramos reconocer. Argentina engendró de esta manera liberales de fuste que no vacilaron en los 30 a irse por la alcantarilla del autoritarismo y hasta del fascismo. Y la misma sentencia vale, pero a la inversa: en uno de los momentos más hostiles para el Liberalismo, como fue el primer Peronismo, vemos cómo luego de la polémica nacionalización de los trenes, las líneas no pasaron a llamarse Chacho Peñaloza o Gaucho Rivero. Se llamaron en cambio Roca, Alberdi o Urquiza (este hubiera sido por demás reemplazable por el caudillo López Jordán), quienes siguieron en el panteón de próceres de un gobierno popular. De hecho, también es necesario anotar que el Liberalismo no fue un fenómeno exclusivo de las elites y muchas veces resultó defendido por los sectores medios y hasta populares, por cierto que en un tempo distinto y mucho más tibiamente. La segunda previsión, y de hecho la más importante, tiene que ver con la definición del núcleo duro de la doctrina liberal y su despliegue hegemónico en los años de la Generación del 80. En las últimas dos décadas la historiografía ha llamado la atención sobre la heterogeneidad del mentado Orden Conservador y la irreductibilidad del mismo a un acontecer monolítico. Sucesivos autores han argumentado la complejidad del ideario de fin de siglo argentino, en especial la imposibilidad de simplificar las opciones de la época a los términos liberal y conservador. La cultura política del período roquista no debe ser exagerada en su homogeneidad (y es una precaución que bien vale tener en cuenta para el tablero actual poblado de Moyanos, Carriós, Prat Gays y Urtubeys). Un mitrista de bien no hubiera vacilado en criticar a los roquistas por ser poco liberales. Así como los roquistas se pasaron toda la campaña electoral de 1886 mirado con liberales sospechas a los principales candidatos, Juárez Celman o Dardo Rocha, a quienes encontraban demasiado advenedizos y propensos a cierto ejercicio impúdico del poder.
Queda claro entonces que no se trata de encontrar el eslabón perdido entre Mitre y Alsogaray y de hecho esa sola idea debe revisarse y requiere de mayor precisión a la hora de definir al Liberalismo argentino. Es necesario ganar en precisión para generar una definición operativa de una doctrina vital todavía a comienzos del siglo XXI, incluso asumiendo que sus contornos siempre serán bastante móviles.
Los must del buen liberal
Definir al Liberalismo en una columna es imposible (como tal vez también lo sea en trabajos de mayor aliento). Incluso separando el Liberalismo económico del político, hilvanar con algo de precisión un cuerpo de ideas que vayan de Adam Smith hasta Milton Friedman, pasando por John Stuart Mill y Alfred Marshall o desde Alexis de Tocqueville hasta John Rawls, es una empresa que no se intentará aquí (y no está del todo claro que tenga sentido hacerlo, más allá de la necesidad de escritura de manuales). Se intentará, en cambio, condensar el Liberalismo realmente existente en una serie de elementos identificables. Desde ya que los puntos que anotaremos no conforman una definición absoluto, sino que resultarán más como los ingredientes de un asado. En efecto, aquellos pueden ir variando y hay eternas discusiones sobre cuál es más importante, pero a la hora de mirarlo crepitar en la parrilla, todos reconocen que se trata de un noble asadito.
Un punto central a la hora de identificar un núcleo liberal va por el lado de las formas republicanas de gobierno y la búsqueda constante de equilibrio entre los poderes. Charles Hale señaló con acierto que uno de los aspectos centrales de la herencia liberal latinoamericana fue su entusiasmo por los sistemas constitucionales. Según él, la independencia política se conquistó en momentos de la codificación, donde se creía en el poder de las leyes escritas que, concebidas racionalmente, podrían distribuir el poder de manera eficaz y garantizar la libertad individual. Fue aquel carácter institucionalista el que le dio un tono de poca radicalidad al Liberalismo latinoamericano. En este subcontinente casi todas las transformaciones de se lograron mediante reformas y no por revoluciones -como pasó con las revueltas de 1830 en Europa-. Así Frank Safford encuentra en la legalidad uno de los puntos de mayor perdurabilidad de aquella doctrina. Para este autor, a pesar de los altibajos que tuvo dicho cuerpo de ideas a lo largo del siglo XX, es en el terreno de sus actitudes constitucionales donde mantiene una fundamental vigencia en el presente. ¿Puede, a su vez, hablarse de algunas especificidades del caso argentino? Para Paula Alonso y Marcela Ternavasio hay cuestiones propias del Liberalismo gaucho. Por ejemplo, la ausencia de luchas con grupos conservadores (gran diferencia por ejemplo con México, donde corrió más sangre bajo sus puentes) y los escasos desafíos de la Iglesia y luego del socialismo. Estas características forjaron un Liberalismo con menos necesidad de precisar sus principios y amojonar sus contornos que en otros países. Un modo argento definido con mucha menos pasión que con la que fue defendido o atacado. Una suerte de fideicomiso ideológico que a lo largo de décadas pagó dividendos a casi todos los miembros de la clase política argentina, tanto para denostarlo como ensalzarlo. Aunque no lo veamos el Liberalismo siempre está.
La pregunta entonces cae de madura, ¿por qué hubiese el macrismo desaprovechado la oportunidad de abrevar de esta fuente genérica?, ¿no sería casi hasta lógico al tratarse este de una construcción política amplia y que se movió con comodidad en el terreno de lo ambiguo (incluso mostrando más cintura que el peronismo, el histórico campeón en la labilidad doctrinaria)?
La Generación del 2016
Sin duda alguna, Cambiemos tiene dentro de su amplia matriz ideológica y discursiva, una fuerte apelación al Liberalismo en general y a la Generación del 80 en particular (en esto continuó un camino que recorrió de forma mucho más explícita el Recrear de López Murphy, muy dado al Alberdismo gore). Tal vez lo que más se nos aparezca como el intento en clave siglo XXI de emular a la generación del ´80 sea el Plan Belgrano, un ambicioso proyecto de infraestructura para el norte argentino que supuestamente viene a subsanar décadas de atraso. De todos modos tampoco esta es una empresa del todo original y la apelación a planes de gran transformación nacional suele aparecer en distintos etapas de la historia. Recordemos así los festejos del Sesquicentenario de la patria en 1960 y el Plan de Desarrollo urdido por el Frondizismo o los intentos por cambiar la matriz productiva del Plan Trienal del Perón herbívoro. Tal vez sí la originalidad del macrismo sea en vincularse de manera tan directa con los padres de la Argentina moderna (y un poco a contrapelo de los últimos años donde el clima de época fue más bien marcadamente revisionista). En un apurado punteo de por dónde va la agenda liberal de Cambiemos deberíamos anotar en primer lugar una notoria apuesta por la consolidación de los mecanismos de control de los poderes. En efecto, este fue uno de los tópicos altos de la campaña (con Carrió haciendo las veces de Capitán Ahab enfurecida contra la ballena blanca del Populismo de las Cadenas Nacionales y los Congreso escribanías). De todos modos la defensa de los valores republicanos, tan sentida a la hora de ser oposición, bien puede volverse un tiro en el pie al momento del control del Ejecutivo, como bien muestra la experiencia del poco ortodoxo intento de nombrar Jueces de la Corte en Comisión. El escándalo de los Panamá Papers, descartado como problema de forma demasiado ansiosa por el gobierno, debe ser leído en esa línea. Si la agenda de Cambiemos estuvo por meses dominada por la lucha contra la corrupción, y a tal fin sus partidarios usaron los más estridentes métodos, refugiarse ahora en los tecnicismos legales de las sociedades offshore tiene gusto a poco. El caso de Laura Alonso, personaje que en una voltereta pasó de furibunda tuitera a tibia funcionaria anticorrupción, muestra con claridad aquella encrucijada. Denunciar que el kirchnerismo no puede apelar a ese discurso, tampoco sirve de mucho. Sin dudas que sobre el particular a Cambiemos lo estarán monitoreando propios y ajenos y la oposición, incluso cristinista, invocará a la sombra terrible de Alberdi cada vez que le resulte útil. También podemos anotar dentro del uso del ideario de la Generación del 80 el discurso cosmopolita de “vuelta al mundo” que ha caracterizado la mirada sobre relaciones internacionales del actual gobierno. Un corrimiento del eje Mercosur-BRICS y un acercamiento manifiesta al de Estados Unidos – Alianza del Pacífico parecen ser las claves multilaterales en este sentido. El riesgo en esta dinámica de realineamiento tiene que ver sobre todo con los costos que puedan llegar a pagarse en un momento tenso de la geopolítica.
En el terreno de las políticas económicas el giro liberal se ve corporizada en el pago a los Hold Outs y la vuelta al crédito con menores tasas. Este es, de nuevo, un punto de coincidencia con el Desarrollismo. Recordemos el Plan Presbisch durante la Revolución Libertadora, el que abrió la puerta para sumarse al FMI, que cuestionaba duramente al Peronismo por no haber tomado entonces el tren de Bretton Woods. Menos desarrollista y más claramente liberal en lo económico es la apuesta macrista por el aperturismo de las exportaciones e importaciones, algo no tan a tono por caso, con Frondizi y su trato privilegiado a la industria automotriz (esto más allá del buen trato al gran capital extranjero que el bueno de Silvio debió procurar para poder escapar a la trampa de la restricción externa).
Tal vez las apuestas más arriesgadas del Liberalismo sui géneris macrista sean dos. Primero, la reformulación de las relaciones entre la Nación y las provincias, puestas en tensión con la discusión sobre una nueva Ley de Coparticipación. El flujo de recursos en el marco del federalismo caleidoscópico que supimos construir es un tema sensible desde los orígenes mismos del régimen del 80 (como supieron mostrarnos Oszlak y Botana). Y en segundo lugar, el giro anticlerical de gran parte del discurso oficial sobre la vida privada, que tuvo su corolario en la fría visita de nuestro primer magistrado al Papa Francisco. Aquí debe anotarse en la génesis un complejo juego de rupturas y continuidades entre los líderes, que pasaron de ser Mauricio y Jorge Bergoglio a el Presidente y su Santidad casi sin darse cuenta. Algo similar a lo que ocurrió con Cristina Fernandez, pero de forma especular. Todo, obvio, en una sociedad que puede combinar una apuesta secularizadora de avanzada con multitudes católicas ultramontanas sin ponerse colorada. Ambos lances son complejas y con éxito incierto pero desde ya que deben anotarse en el renglón de un ideario reactualizado como el que hemos visto desplegarse en estos 100 afiebrados días. Pero, de nuevo y para finalizar, recordemos que el Julio Argentino Roca peleado con la Iglesia de 1886 también dio paso a la misma versión de sí mismo abriendo los brazos al Vaticano en su segundo gobierno. En Argentina el Liberalismo (y casi cualquier otro ismo) siempre están a tiro de un pase por el taller para hacerse chapa y pintura.