Esta nota fue publicada originalmente en www.elloropolitico.com
Ellos, luego nosotros. El punto de partida para pensar qué tipo de oposición se puede construir es el macrismo. El sistema presidencialista, sumado al centralismo fiscal, confiere al Poder Ejecutivo Nacional el protagonismo estelar en el escenario político, además de cuantiosos recursos (económicos, financieros, políticos, simbólicos) para influir en forma disruptiva en el campo adversario. La oposición en la Argentina, o mejor dicho, las oposiciones, deben jugar en el terreno que propone el oficialismo. Por eso, se torna crucial definir la naturaleza del flamante gobierno. Aunque lleva menos de dos meses en el poder, se revelan ciertas tendencias a partir de las cuales es posible conjeturar cuál será el rumbo en los próximos cuatro años.
Estrategia a dos bandas. El macrismo pareciera operar en dos planos. Desde el punto de vista económico-social, las medidas tomadas hasta el momento son regresivas y apuntan a recomponer la tasa de ganancia del gran capital. En otra nota (Acá) sostuvimos que por ahora no se registran, más allá de casos puntuales (como por ejemplo, la puja por el valor del dólar o la disputa entre Telefónica y Clarín), conflictos estructurales entre los sectores dominantes. Ni por rubro (productivo, financiero, comercial, agrario) ni por origen (nacional e internacional) se observan diferencias en el trato que recibieron los distintos capitales: todos han obtenido su cuota de beneficios y los que parecen haber quedado relegados son más bien los de menor tamaño y, por supuesto, la clase trabajadora. La gran prenda de unidad, en tal sentido, es bajar el costo salarial. El macrismo se revela, con toda claridad, como un partido de centro-derecha, dispuesto a gobernar para las clases alta y media-alta.
El segundo plano es el político. El gobierno pretende reconfigurar la denominada grieta, no cerrarla. Las descalificaciones a los ex panelistas de 678 o llamar grasa militante a trabajadores estatales no son expresiones aisladas ni “derrapes”. Forman parte de una estrategia concebida para marginar y estigmatizar al “kirchnerismo duro”. El macrismo se para en la grieta y trabaja sobre ella, mostrando a la vez voluntad y predisposición para dialogar y negociar con el peronismo “portador sano”.
Resulta interesante observar las interacciones entre los dos planos. La estigmatización al núcleo duro K sirve para justificar el ajuste y las medidas regresivas. Los despidos en el Estado, uno de los ejes de las acciones gubernamentales, son paradigmáticos. Con esta medida, cumple varios de sus objetivos económicos y sociales: reduce el gasto público, desmantela áreas de intervención estatal a favor del mercado, fuerza a la baja las paritarias y envía señales para disciplinar al sector privado. Es el Estado poniéndose a la vanguardia de la ofensiva del capital contra el trabajo, bajo el pretexto de limpiar a los ñoquis de La Cámpora.
Los límites de esta estrategia a dos bandas quedaron expuestos con el aumento de los fondos coparticipables a la Ciudad de Buenos Aires. El intento de aislar al kirchnerismo duro se puso en tela de juicio con una medida que está en el ADN del macrismo: redistribuir hacia los que más tienen, en este caso al distrito porteño. Aquellas fuerzas que pueden generar dispersión en el plano político parecieran ser contrarrestadas con lo que ocurre en la esfera económica. Las paritarias preanuncian una dinámica similar.
En síntesis, los objetivos del nuevo modelo económico socavan en cierta forma la estrategia política de hacerle “bullying” al kirchnerismo y aislarlo. Al gobernar para las clases alta y media alta, deja un campo fértil para que emerja una oposición dispuesta a representar al amplio y heterogéneo conjunto que queda excluido de la Revolución de la alegría: clase trabajadora y sectores medios. Lo material, entonces, aparece como un potencial límite en el intento del macrismo por dividir y fragmentar el espacio opositor.
Las bases sociales del kirchnerismo. A lo largo de doce años, el kirchnerismo fue mayoría porque básicamente se sustentó en tres sectores sociales: clase trabajadora, franjas de la clase media y buena parte de las elites del interior (aquellas que están por fuera de la zona núcleo de la soja). En las cuatro elecciones presidenciales que se sucedieron entre 2003 y 2015 hubo, obviamente, mutaciones en los respectivos niveles de apoyo. En la última elección, por caso, la acumulación de errores y de problemas económicos, sumado a un evidente desgaste político, limaron el aporte (aunque en grado variable) de estos tres sectores (clase media y trabajadores afectados por el pago de ganancias y por el cepo, economías regionales en dificultades que restaron apoyo en las provincias, entre otros).
Aprender de los errores ajenos. Muchas lecciones se pueden extraer de la larga década kirchnerista: no solo aprender de los errores propios sino también de los ajenos. En ese período, la oposición mostró dos falencias evidentes. La primera fue su excesiva fragmentación. Decíamos antes que existen tendencias estructurales que la propician (además del centralismo fiscal y el protagonismo del Presidente, se puede agregar la desnacionalización del sistema de partidos). La segunda falencia fue la dificultad para elaborar un proyecto alternativo: gran parte de los cuestionamientos hacia el kirchnerismo estaban basados en las formas y no en el contenido. Les costó mucho a las distintas versiones opositoras definir su perfil e identidad. ¿Cómo hacer para no repetir estos errores, cuando ya hoy se encuentran dispersos los principales núcleos opositores (Gobernadores, Senadores, Diputados, sindicatos)?. Tal vez la solución pasa por enfrentar la segunda debilidad mencionada, elaborando un proyecto político alternativo al macrismo con una identidad opositora clara.
¿Hacia dónde vamos? Recapitulemos. La naturaleza de la oposición se define a partir de lo que es y hace el oficialismo. Si, como todo parece indicar, los sectores de mayor poder adquisitivo son la apoyatura fundamental del gobierno, será tarea de la oposición representar a los perdedores y caídos del modelo: sectores populares y parte de la clase media (el derrotero económico de la Argentina en los próximos años será crucial para determinar qué nivel de cooptación material puede realizar el macrismo para ampliar sus bases de sustentación social). En una reciente entrevista en Página 12, Capitanich expresó la necesidad de conformar «una centro-izquierda de base populista, progresista y no furgón de cola de un acuerdo con la derecha». Para justificarlo, dio un argumento de peso: «Si elegimos una conducción que sea funcional al oficialismo, vamos a tener un problema de representatividad”.
Queda en disputa un sector más: las elites del interior. Urtubey aparece en el plano político como su cabeza más visible, pero no es el único: la mayoría de las provincias del Norte, por ejemplo, están en manos del peronismo. Hasta el momento las medidas económicas y fiscales del macrismo no parecen incluirlas entre sus aliados principales. Pero en este juego de fuerzas el centralismo fiscal puede tener un peso decisivo para alinear voluntades y generar un peronismo de oposición dialoguista y negociador con el gobierno central. Esta tercera pata de lo que fue el kirchnerismo durante doce años es la que está en peligro y desde el llano será más difícil mantenerla en pie. No casualmente, más de la mitad de los doce Diputados que rompieron con el bloque del FpV provienen de la región norteña.
Para concluir. El macrismo tiene su base social en las clases alta y media-alta. Desde el punto de vista ideológico, puede ser catalogado como una fuerza de centro-derecha. Nuestro argumento central es que es necesario constituir entonces una alternativa de centro-izquierda, con eje en el peronismo pero que lo exceda. Así funcionó el Frente para la Victoria durante todos estos años, representando a una clase media progresista y a enormes capas de trabajadores y sectores populares.
El macrismo significó una novedad en la historia política de nuestro país. Por primera vez, la derecha accedió al poder por vía democrática. ¿Significará ello que la Argentina pueda finalmente adquirir un formato bipartidista, con dos polos, uno de centro-derecha y otro de centro-izquierda? Bajo un esquema de esta naturaleza, ¿qué lugar queda para aquellas fuerzas que buscan ubicarse en el centro del espectro ideológico y político? En tal sentido, ¿Sobre qué base social se sustentaría en el futuro una alternativa como la de Sergio Massa o la que pretende conformar desde el peronismo Urtubey? ¿Tendrá vida propia una propuesta de centro o será absorbida desde la izquierda y la derecha?