“Nosotros no tenemos pasado”. Le dice Alejandro Rozitchner, uno de los ideólogos del PRO, a Alejandro Fantino en una entrevista que este fin de semana tuvo cierta repercusión.
El PRO – más que Cambiemos – sostiene la tesis de que el espacio político, entre otras cosas, reinventó la idea tradicional de representación. Lo explicita el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, en el Coloquio de IDEA:
“Lo que ocurre distinto a lo que pasó es una representación más contemporánea a la demanda de la ciudadanía en este siglo XXI. En el siglo XX la representación se basaba en la lógica vertical de arriba para abajo. La oferta ordenaba a la demanda en términos más de mercado. Todo era más estático, más rígido, más paquete cerrado. Y hoy vivimos una demanda de la ciudadanía que quiere una horizontalidad mucho mayor. Que no quiere una delegación pura sino una conversación. Una horizontalidad asimétrica. Donde claramente uno tiene un rol de liderazgo pero se demanda una cercanía de decir ´teneme en cuenta, yo quiero ser protagonista de esta discusión´”.
Peña y Rozitchner mencionan el avance tecnológico como la “fuerza material” que produjo el cambio de conciencia. No se puede más “lo otro” porque avanzó esto, el teléfono celular, que nos sobreconecta a todos. Entonces hay gente que puede usar “bien” las redes sociales y otros que sólo pueden usarlas “mal” porque comunican de manera vertical.
Todos esos supuestos parten de un problema caro a otras actividades: el consumo del producto que se vende. Los ideólogos de la visión del PRO sobre la sociedad consumen la interpretación – por ejemplo – sobre el peronismo que, a la vez, le ofertan a un sector de la sociedad.
En esa visión, la movilización política (en sentido amplio, no sólo una movilización en la calle) es un fenómeno unilateral en el cual hay un líder, por un lado, y unos seguidores por el otro. Los segundos son convocados por el primero, al que escuchan y luego obedecen. Esa breve descripción tiene una serie de supuestos que interesan por lo que dicen y por lo que no está dicho.
En primer lugar, dice que los sujetos representados en ese tipo de liderazgos no presentan demandas propias. El liderazgo entendido como “verticalidad” no sólo marca la distancia entre los dos sujetos (líder y liderados) sino también el sentido de la relación: sólo hay vínculo de arriba para abajo, los liderados no tienen voz ni expresión. Así, una manifestación política (ahora sí, en el sentido de “una marcha”) es una puesta en escena en la que los representados van a escuchar un mensaje para luego cumplirlo.
Si esa es la noción del liderazgo, un líder político siempre es – o al menos tiene la potencialidad de ser – despótico e ilimitado. La diferencia entre un liderazgo y otro se puede explicar simplemente por sus características personales: cómo piensa, en qué cree, si “es” democrático o no.
El liderazgo explicado como la manipulación del líder a unas masas amorfas y a la vez homogéneas, como un pedido de renuncia a la individualidad, no es una invención de los ideólogos del partido de gobierno en la Argentina.
La psicología de masas que inauguró Freud en la década del ´20 del siglo pasado ya tenía algunos de esos elementos e, incluso, una interpretación más sofisticada y compleja sobre el vínculo. En esa visión – de hace cien años – ya se considera que el vínculo vertical y en un solo sentido no existe nunca sino en una reducción al absurdo. La tesis de Laclau en La razón populista está construida sobre esa complejidad que advierte en Freud: que el liderazgo político es un primus inter pares entre los liderados y que eso vuelve democrático un liderazgo. Por un lado, porque hace que la identificación no se produzca “por enamoramiento” sino porque líderes y liderados comparten algunos rasgos positivos. Por el otro, y consecuencia de lo anterior, si el liderado exige del líder la representación de esos rasgos entonces el liderazgo nunca puede ser ejercido de manera despótica y sin dejar de tomar en cuenta las demandas y los intereses de aquellos que son liderados.
En la historia del peronismo hay sobrados ejemplos de que el vínculo entre líder y representados está lejos de ser una relación unidireccional. Los movilizados no constituyen una masa homogénea que busca la simple identificación sino que constituyen, sobredeterminan y por lo tanto moldean el liderazgo. “Mucha gente gritaba por Perón – quizás por primera vez – sin tener todavía conciencia clara de su actividad”, dice un testimonio de un trabajador que asistió al 17 de octubre. Casi treinta años después, un sector de esa misma Plaza le preguntaba al mismo orador: ¿qué pasa, general?
No significa ni que Perón inventó a los trabajadores argentinos como sujeto político ni que ese sujeto político inventó a Perón. Quiere decir que las dos cosas son un poco ciertas a la vez y que gracias a esa sobredeterminación los liderazgos son democráticos.
Mauricio Macri, sin ir más lejos, ejerce un tipo de liderazgo que constituye a sus demandados y a la vez es constituido por esas demandas. Luego eso puede expresarse o no en movilizaciones en la calle, en redes sociales, en timbreos, electoralmente o de cualquier otra forma. Que se producen cambios en la forma de expresar las relaciones de representación es casi una verdad de perogrullo. Que de ahí se derive una transformación en la esencia del vínculo de representación, quizás es una hipótesis que necesita aún más tiempo.
En medio de la entrevista entre Fantino y Rozitchner, el periodista argumenta que quizás ni los gobiernos anteriores eran “tan ideológicos” ni el gobierno actual es tan vacío de ideología.
Tal vez con las formas de la representación pueda suceder algo parecido: ni los liderazgos anteriores eran tan verticales, ni el liderazgo actual sea tan horizontal.
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