Por Fernando Peirano (Economista. Profesor en UBA-UNQ. Subsecretario (2011-2015) de Políticas CTI en MINCYT) y Nicolás Freibrun: Doctor en Ciencias Sociales. Docente UBA-MDP.
El gobierno de Mauricio Macri le puso fin al Mincyt, al Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva creado hace solo 10 años y, al mismo tiempo, abrió un nuevo y triste paréntesis en el desarrollo de la ciencia argentina. Esta decisión presidencial se hizo en el contexto de rebajar de rango ministerial también a otras áreas clave del Estado, como Salud y Trabajo. No es poca cosa. Sobre todo, si miramos estas decisiones como parte de un proceso que desató una triple crisis (presupuestaria, institucional y de propósito) sobre las actividades de investigación, la formación de recursos humanos y el ejercicio del pensamiento crítico.
El argumento esgrimido fue que la decisión responde a necesidades fiscales y, por ello, un nuevo ajuste por el lado de los gastos. Sin embargo, en el caso del MINCYT, un Ministerio de pequeña estructura, el ahorro estimado no supera los 8 millones de dólares, cerca del 1 por mil de los recursos que se necesitan para alcanzar el déficit cero; todo sea por dar señales al FMI y a Wall Street, ofrendas que se llevan al altar de las finanzas internacionales para que los mercados concedan una reapertura del endeudamiento.
Una típica señal “market flrendly”, pero que también tiene otra cara; encierra un peso simbólico de importancia para los argentinos. Acaso, ¿cuál es la reflexión que debe hacer un becario que espera concluir su formación y concursar por un cargo en la carrera del investigador del CONICET? ¿Cómo lo debe interpreta un empresario pyme que intenta hacer de la innovación su fuente de rentabilidad? ¿Qué representación del futuro debe hacerse quien duda si seguir una carrera en ingeniería o volcarse a una formación más corta y menos exigente? ¿Cómo deberán imaginar el porvenir quienes desarrollan las nuevas herramientas tecnológicas para llevar al agro y a la industria a los más altos estándares de producción? Para todos ellos, que desde diferentes lugares articulan el entramado científico y tecnológico, se confirma que la apuesta por la ciencia y la tecnología argentina perdió fuerza.
Con el cambio de status del MINCYT no sólo reciben un duro golpe los becarios, los investigadores y los universitarios, también impactará en la vida social de los argentinos. Con menos ciencia y con menos tecnología será cada vez más difícil participar de las actividades productivas que dejan los mayores dividendos, y será más complejo incrementar la productividad y compartir parte de sus frutos con quienes aportan su trabajo; también quedará lejos la posibilidad de crear soluciones con foco en nuestros propios problemas ambientales o sociales, o en seguir integrando el selecto y reducido club de países que dominan las tecnologías “sensibles” como la satelital, la nuclear o de radares.
Las oportunidades por tener un sistema educativo y laboral necesariamente más integrado, que facilite procesos de movilidad social ascendente, serán cada vez menos. En definitiva, no solo se achicó el Estado, sino que también nos achicamos como sociedad, donde las expectativas relacionadas al progreso y a la democratización del conocimiento, a la integración social y al desarrollo de infraestructura, terminan quedando más allá de nuestros deseos y posibilidades. Y donde no tendremos más que reconocer que hemos vivimos una ilusión, porque para avanzar hacia el futuro que anhelamos, ya no tenemos ni los recursos ni las herramientas que se necesitan para construirlo. Ahora sí, una pesada herencia ya se vislumbra en el futuro.