Cuando la rectora del Consejo Nacional Electoral (CNE) Lucena Tibisay se dirigía, con su histórico paso cansino y su gesto adusto, hacia la sala de conferencia para brindar los resultados electorales, muy poco televidentes dudaban del ganador de la compulsa. Los nervios que antaño generaba ese andar de Tibisay (parecía que nunca llegaba) mantenía una incertidumbre agónica sobre los ganadores y perdedores. Como pocas veces en la historia electoral venezolana, el número más importante pasaba a ser la abstención. De antemano, se sabía que el presidente Nicolás Maduro partía con ventajas nítidas en todas las encuestas, y el llamado a “no votar” del grueso más importante de la oposición, aumentaba el favoritismo del candidato a la reelección. Conocidos los resultados se abren un conjunto de certezas e interrogantes de cara al futuro político venezolano.
Los números de la elección y un análisis histórico comparativo
Con una participación cercana al 50% (con una proyección que rondará el 48% según el CNE), Maduro obtuvo: 6.190.612, lo que equivale al 67,7%. El segundo lugar correspondió al candidato opositor Henry Falcón con 1.917.036 de votos (21%); más atrás quedaron Javier Bertucci con 988.761 sufragios (10,8%) y Reinaldo Quijada con escasos 36.246 de voluntades. ¿Quién ganó y quién perdió? Desde el gobierno bolivariano no hay dudas: perdió el abstencionismo, es decir la principal estrategia electoral de los partidos de la (¿ex?) Mesa de Unidad Democrática. Asimismo, desde el chavismo enuncian que los más de 6 millones de votos implican un aval vital para la revolución bolivariana. En términos comparativos con la elección presidencial de 2013 el gobierno pierde casi un millón y medio de votos. Sin embargo, a diferencia de las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015 incrementa su caudal electoral en más de 700.000 votos. ¿Qué medida debemos tomar? En ambos casos, el chavismo logra consolidar un voto vigoroso y constante que no mengua a pesar de la severa crisis económica, política y social que caracterizó el primer mandato de Maduro.
¿Cómo podemos medir el resultado opositor en términos cuantitativos? ¿Qué contamos, los votos de la elección de ayer, la abstención, todo ese universo junto? Veamos más de cerca. El total de votos opositores de ayer alcanzó los 3 millones. Muy lejos de los más de 7 de las elecciones presidenciales de 2013 y de la legislativa de 2015, pero más cerca de los casi 5 millones de las regionales de 2017, ¿Debemos contar entonces toda la abstención? Si sumamos toda la gente que no fue a votar, tenemos un 52% del padrón. Como nunca vota el 100% de los electores, el promedio venezolano y regional donde el voto es obligatorio es del 70% con mucho entusiasmo. Tomemos ese número entonces. La abstención, con estos supuestos de base, podríamos inferir que alcanzaría el 22% (70% – 48%). Tal vez más, el 25%. Es decir, continúa siendo inferior al voto chavista de ayer (el 67% del 48% de votantes extendido a 70% de participación rondaría el 46% de los sufragios.). Es puro cálculo matemático, No es magia. Simplemente hacer una regla de tres simple, Ud tiene los datos ahí sobre la mesa. Entonces, es cierto, si toda la oposición (la que participó ayer y la que se abstuvo) se uniera en una sola propuesta batiría electoralmente al chavismo. Pero esos supuestos están desde hace un tiempo en Venezuela y la oposición nunca se pone de acuerdo en cómo “sacar a Maduro” del Palacio.
El análisis político de lo que sucedió ayer (de lo cuantitativo a lo cualitativo)
Ayer, una vez más, se puso en escena el irreconciliable y por ahora indefinido conflicto económico, político y social en Venezuela. La solapada “guerra civil” que habita en el país, ayer volvió a hablar por sí misma. El oficialismo, por ahora el único que puede brindar una estabilidad política para nada exenta de conflictos de todo tipo, volvió a motorizar a su núcleo duro y decorar una elección más que aceptable. Más de 6 millones de votos dan cuenta que aún en los peores momentos económicos y sociales, el chavismo es una fuerza política, social y cultural robusta a la que no se debería subestimar. Elecciones como la de ayer echan por tierra cualquier discurso que apela al clientelismo, a la manipulación del electorado y a toda clase de ninguneo a un movimiento que viene venciendo en forma sistemática y con guarismos que envidarían hoy los partidos de derecha que gobiernan Sudamérica. No tomar en cuenta la potencia electoral y movilizada de la base chavista en cualquier análisis político que se digne de tal, sería cometer el primer error para el bartoleo analítico. Es cierto, esa base oficialista hoy no es la mayoría absoluta electoral en el país, como lo fue en las décadas precedentes. Pero le alcanza para derrotar a una oposición dividida y sin liderazgo unificador. ¿Esto implica que el chavismo consolidó su poder, y por ende le espera años de tranquilidad política y paz social? Para nada. Simplemente que logró retener el gobierno con una más que aceptable votación en un contexto económico sumamente complejo caracterizado por una inflación galopante, altos niveles de pobreza, desabastecimiento de productos básicos, decrecimiento económico, una importante emigración social y una oposición mayoritaria en el plano electoral que no logra (por limitaciones propias y ajenas) desbancar al chavismo. La figura de Maduro, en este contexto, se acrecienta. “Me han subestimado mucho y les he ganado cuatro elecciones al hilo” declaró ayer el presidente venezolano una vez conocido el reporte del CNE. No sólo eso, ha superado guarimbas de más de cuatro meses, desestabilización económica producida por núcleos opositores, ha superado los conflictos en el interior del chavismo acallando las voces que le disputaban el poder, se ha recuperado luego de la derrota electoral legislativa de 2015, cuando nadie daba “un peso” por la perdurabilidad política del “Hijo de Chávez” y, lo más importante, ha logrado estabilizarse en la primera magistratura cuando otros referentes del giro a la izquierda regional perdían elecciones, los “sacaban” del gobierno o los “traicionaban” en el ejercicio del poder. Analistas de otro costal ideológico lo han sintetizado hace un tiempo de esta forma. (https://www.lanacion.com.ar/2067109-la-leccion-que-nos-deja-venezuela
La oposición, por otro lado, no ha logrado en forma definitiva batir electoralmente al chavismo. Su principal problema radica en la ausencia de uniformidad en la línea política. En su seno anidan, desde hace un tiempo, dos estrategias, que algunas veces pueden resultar combinables, y otras veces no. La línea dura, que expresan Julio Borges Leopoldo López y Corina Machado en el interior y Antonio Ledezma con el nuevo “aporte judicial” de Luisa Ortega en el exterior, convergen en el objetivo de destituir por la fuerza a Maduro. Desde allí que clamen en escenarios internacionales por la “vuelta a la democracia” en Venezuela y por la salida del “dictador”. Para ello, no se privan de “pedir la intervención externa”, sea esta política o militar para terminar con el chavismo. Por otro lado, dentro de la oposición, se encuentran un conjunto de dirigentes que apuestan a la salida política desde lo interno. Los partidos históricos, Copei (que ayer apoyó la candidatura de Falcón) y Acción Democrática (AD, que ayer se abstuvo pero participó activamente de las regionales del año pasado y cuentan hoy con recursos institucionales) expresarían esta postura. El ex gobernador de Miranda y dos veces frustrado candidato presidencial Henrique Capriles surfea entre estas dos estrategias, moviéndose de una a otra mostrando su desconcierto (y pragmatismo) político. De ser el principal opositor al chavismo, luego de las elecciones de 2012 y 2013, hoy se encuentra inhabilitado judicialmente. La derrota de su delfín en Miranda el año pasado terminó de poner en un frízer su liderazgo en el espacio opositor. Esta división interna se puso de manifiesto en la elección de ayer. A pesar del llamado de la mayoría de la dirigencia de no concurrir a las elecciones, un grupo de esta aceptó el convite oficialista. La escasa performance electoral de ayer dio lugar a que un resignado Falcón exprese vía twitter que “desconocerá los resultados oficiales” antes que estos se hicieron públicos. Un desaguisado más que se convierte en la muestra palmaria de la deriva opositora.
Una participación electoral menor al 50%, en línea con las elecciones sudamericanas donde no hay voto obligatorio (este año en Chile participaron menos de la mitad del padrón en la primera y segunda vuelta electoral y en Colombia suelen votar en promedio el 45%), alienta, paradójicamente, a las huestes opositoras a desconocer los resultados. La estrategia deslegitimadora del antichavismo (ya empleada sin éxito en las parlamentarias de 2005) se muestra hoy triunfante en el universo opositor. El cuestionamiento de Falcón suma adhesiones a la causa. ¿Pero no fue la abstención la verdadera ganadora de la elección? ¿No se trató de una estrategia correcta? Como dijimos anteriormente, nunca participa el 100% del padrón por lo que la abstención fue minoritaria en comparación con el grueso de votantes que ejercieron su derecho en el día de ayer. Asimismo, no fue la estrategia abstencionista lo que explica ese porcentaje, ya que se deberá sumar a las razones del “no voto”, a la migración externa, a los chavistas desilusionados que también jugaron a la abstención y por supuesto, a los opositores.
Lo que viene, lo que viene
Luego de las elecciones de ayer, daría la sensación que la oposición jugará fuertemente a la carta de la “salida anticipada” de Maduro. A pesar de que demandó elecciones durante largos meses, una vez que las mismas se realizaron, prefirieron la abstención. Esa estrategia también tuvo costos internos. La sociedad venezolana le dio la espalada en las últimas tres elecciones. Sin embargo, esta postura cuenta hoy con el apoyo de EEUU y del “Grupo de Lima” que convergen con la oposición abstencionista en su propósito final de desalojar a Maduro de Miraflores.
¿Qué estrategia deberá llevar adelante el gobierno en este contexto? Maduro ayer fue explícito: llamó, una vez más, a una mesa de negociación (debe ser la trigésima en los últimos años). Ha habido intentos similares desde que es gobierno. Una combinación de impericias oficiales y opositoras, hasta ahora, han impedido que muchas de estas iniciativas lleguen a buen puerto. El gobierno deberá afinar la mano negociadora y ser más hábil y menos flexible en esta coyuntura internacional. A pesar de los apoyos explícitos, tanto políticos como económicos, de Rusia y China, a los que se sumaron Turquía y los de siempre, Evo Morales, Rafael Correa, Manuel Zelaya, entre otros, el chavismo deberá aceitar acuerdos más amplios y que trasciendan las trincheras propias. De ello depende, en gran medida, el sostenimiento del propio gobierno. Y también la paz social. Hoy el chavismo representa al único actor con capacidad de estabilización institucional. De él depende como se sigue jugando “el juego institucional”. ¿Habrá espacio para una negociación más amplia? ¿La oposición volverá a sentarse en una mesa de negociación con un chavismo más fortalecido? ¿Primarán las desavenencias internas en el antichavismo? ¿Se jugará a la carta de la intervención lisa y llana? ¿Le alcanzará al chavismo la fuerza y los votos que tiene para mantenerse estable? ¿Alcanzan los recursos de poder de Maduro para lograr conservar su posición política institucional? Los escenarios catastróficos como la “libianización” de Maduro, o la adjudicación de “dictadura” a la que se debería desalojar para volver a una fecunda “democracia”, por ahora, resultaron errados, por lo que la pregunta sigue siendo ¿Y ahora qué? ¿Cómo se resuelve esta guerra civil encubierta? ¿Cuál es la salida política? ¿Cuál es la forma de dotar de paz y
estabilidad a Venezuela? ¿Deberá ser una estrategia pactada entre los actores internos del país? Y lo más importante ¿Es posible una salida política sin el chavismo? ¿Es posible una solución al conflicto político y económico sin la principal fuerza política del país? ¿Es posible eludir al movimiento político que detenta la presidencia, 20 de las 24 gobernaciones, el 90% de las alcaldías, el apoyo militar y una compacta fuerza con capacidad de movilización y de votos? ¿Es posible?
Hay sectores, tanto nacionales, como internacionales, que indican que sólo habrá paz si se logra extinguir al chavismo como sujeto político y social. Como dijimos, no creemos que eso sea factible sino a fuerza de violencia. Entonces ¿cuál es la salida política para Venezuela, que implique niveles de reconocimiento mutuo que son esenciales para cualquier entramado político-institucional-democrático? En el corto plazo la apertura de una mesa de negociación emerge como la única salida a un casi cantado endurecimiento de las políticas de EEUU y de sus seguidores en Europa y la región. El bloqueo económico y político sobre Venezuela, que desde hace un tiempo vienen ensayando estos sectores, no parece ser una estrategia que estuviera dando fruto en lo inmediato. El aislamiento del país va en una dirección contraria a la consolidación de la paz en Venezuela. Desde allí que el aporte del gobierno chavista será fundamental en esta coyuntura. De éste depende, en gran medida, la estabilidad y la paz en el país.
Luego de 24 elecciones consecutivas en los últimos veinte años, Venezuela continúa siendo acusada de ser una nación “no democrática”. A esta altura resulta insignificante zanjar esta cuestión, cuando en lo inmediato los nubarrones se abren sobre el país. Tras una jornada pacifica y con nulos reportes de violencia, el soberano venezolano dio su veredicto. Estará en los propios actores custodiar y hacer cumplir el mensaje de la voluntad popular.