Hiperindividuos, individualización popular, promesa aspiracional, señalética de la riqueza, infantilización, populismo punitivista, derechización, ortopedia moral. En su nuevo libro, Paula Canelo utiliza y crea distintos conceptos para intentar dar cuenta de la presidencia encabezada por Mauricio Macri. Publicado por Siglo XXI Editores, “¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos” tiene como hipótesis central la idea de que el gobierno de Cambiemos fue un síntoma de las profundas transformaciones que viene atravesando la sociedad argentina en las últimas décadas.
Socióloga, investigadora del Conicet y vicedirectora del Centro de Innovación de los Trabajadores (CITRA-UMET), Canelo dialoga con Artepolítica sobre las razones del ascenso y la debacle del macrismo y también analiza el triunfo de la fórmula presidencial integrada por Alberto Fernández y Cristina Fernández en las primarias de agosto. “La diversidad actual del peronismo expresada en el Frente de Todos es más una fortaleza que una debilidad para los tiempos que vienen, porque va a gobernar una sociedad muy fragmentada e individualizada, y cada vez más heterogénea”, señala.
El libro plantea la llegada de Cambiemos al gobierno como un síntoma de ciertas transformaciones sociales que el kirchnerismo no supo representar, al menos hasta 2017. ¿Cómo sintetizarías algunos de esos cambios?
Cambiemos leyó mejor que el kirchnerismo los cambios que ha habido en el sentido común de los argentinos. Y su éxito en 2015 no puede ser entendido si no analizamos los últimos años del kirchnerismo y cierto clima de aislamiento relativo de ese gobierno con respecto a la sociedad. Por un lado, el macrismo identificó y recuperó elementos que están muy arraigados en nuestro sentido común desde hace décadas, y los repotenció: la cuestión del mérito; lo aspiracional, en un país formado sobre todo por clases medias, o conjuntos de individuos que, pertenezcan a la clase que pertenezcan, se autoidentifican como de clases medias; y la idea del “éxito”. Cambiemos interpretó mejor el proceso de individualización que se viene produciendo al menos desde la última dictadura. Para la última dictadura, la individualización fue un componente estratégico de su proyecto de país, desde el punto de vista económico, social, represivo y político. Es decir, apuntó a la fragmentación de las solidaridades. Luego, los años ochenta marcaron una combinación de esa individualización con colectivos novedosos, como los movimientos sociales, entre ellos el movimiento de derechos humanos. Y en los años noventa volvimos a otro proceso de individualización, aunque con objetivos diferentes a los de la dictadura. El menemismo logró la valoración de la individualidad, no solo por el auge neoliberal promercado y las transformaciones del mundo del trabajo, sino también por determinado tipo de consumo: el uno a uno marcó un escalón de ascenso para quienes pertenecíamos a las clases medias y las clases medias bajas, porque la convertibilidad permitió por un tiempo acceso a consumos que habían estado vedados anteriormente.
También marcás el surgimiento de una “individualización popular”, y no solo ligada a las clases medias.
Durante el gobierno de Cambiemos vimos transformaciones que son casi contradictorias con los sentidos comunes políticos y académicos que teníamos, porque en general asociábamos a los sectores populares con lo colectivo, o la solidaridad. También debemos entender que el kirchnerismo fue individualizante, un poco contradictoriamente. En este caso, la individualización fue un efecto tal vez no deseado de sus políticas de inclusión y de acceso al consumo –no sólo a bienes materiales, sino también a bienes culturales, a identidades nuevas-, porque generó procesos de ascenso de las franjas superiores de los sectores populares y de las franjas bajas de las clases medias. Así promovió, también, esa “individualización popular”.
¿Qué cambios políticos y sociales generaron esos procesos de ascenso durante el kirchnerismo?
Por un lado, tenemos nuevas expectativas “desde abajo” de aquellos que ascienden vía el consumo y plantean demandas aspiracionales, porque los sectores en ascenso buscan asimilarse a las franjas a las que pasan a pertenecer. Y eso genera no sólo individualización, sino refuerzo de los sentidos comunes de la aspiración, o el mérito. Por otro lado, tenemos reacciones “desde arriba”, de sectores que ven en aquella asimilación una amenaza a posiciones conquistadas. Eso provoca una “incongruencia de status”, y los individuos sienten que el status que les está siendo reconocido en la sociedad no es el que deberían tener, no es el que les corresponde, y no es el status por el que han luchado toda su vida. Surgen ciertos malestares difusos, que se ligan a esos imaginarios de la clase media que terminaron minando la legitimidad del peronismo: la idea de “las prebendas” que “el populismo le otorga a aquellos que no hicieron mérito ni se esforzaron como nosotros, que tuvimos que trabajar toda la vida”. Es decir, se gestan climas de opinión donde se percibe que había premios y castigos mal administrados por el gobierno kirchnerista. Así, durante los años kirchneristas, hay una grieta social que se va cerrando, pero a costa de la profundización de la grieta política. ¿Qué explicación hay para esto? El discurso del kirchnerismo tiene una forma de entender a la política a la que le cuesta aceptar estos procesos de “individualización popular”. Junto a otras fuerzas progresistas o nacional-populares, el kirchnerismo tiene una concepción de los sectores populares, y de las clases medias bajas, muy ligadas a lo colectivo, a la solidaridad, la idea de la comunidad. Supone la legitimidad de los elementos estatales para la inclusión, que es tematizada de manera muy fuerte en la idea de “la patria es el otro”, central en el relato del gobierno. De esa forma, se produce lo que llamo en el libro un “déficit de representación”, porque el kirchnerismo crea grupos sociales nuevos, vía el acceso al consumo, por ejemplo, pero no los reconoce, no los representa, porque le sigue hablando al que era y no al que es. Pero los sectores en ascenso ya no se sienten reconocidos en esa idea de “la patria es el otro”, sino que quieren ser reconocidos en su nueva situación de individuos que ascendieron socialmente, y quieren que se reconozcan sus méritos y aspiraciones. Así se gestan varios dilemas que el kirchnerismo no puede resolver. Esto no quiere decir que la culpa de la emergencia de Cambiemos la haya tenido el kirchnerismo, sino que eligió sus batallas y tuvo que renunciar a otras. Pero el kirchnerismo supuso que la ampliación del bienestar económico genera automáticamente lealtades políticas. Y eso no sucedió.
¿Por qué?
Porque en medio de ese bienestar económico y la lealtad política está la cuestión de la individualización. Entonces, cuando alguien ve su heladera vacía, puede echarle la culpa al gobierno en ejercicio, al gobierno anterior, o a sí mismo. Cambiemos logró durante algunos años que la situación de deterioro material fuera percibida como responsabilidad del gobierno anterior, o bien como culpa del individuo que las sufría, y no de sus políticas de ajuste. Esos son los efectos paradójicos de la individualización. Con el menemismo sucedió algo similar, por ejemplo, con quienes quedaban afuera del mercado de trabajo, que se culpaban a sí mismos por su desempleo. Una heladera vacía no significa siempre lo mismo: tampoco una heladera llena, porque puede ser atribuida sólo al propio esfuerzo, y no a las políticas gubernamentales que la posibilitaron. En el futuro, la política tendrá que desarmar estas certezas acerca de los vínculos entre lo material y las lealtades políticas. Es difícil decir esto luego de lo que sucedió en las PASO, donde parece que ganó la heladera vacía, y que la misma tuvo un solo sentido. Pero hay que esperar un tiempo para sacar conclusiones más firmes.
Otra de las tesis centrales del libro es la idea de la meritocracia entendida como una redistribución del sentido de la justicia y de las jerarquías sociales.
Durante los últimos años del kirchnerismo, vastos sectores de la sociedad entendían que había una desadecuación entre los premios y los castigos, que “los que iban a laburar no recibían la misma ayuda que los que no lo hacían”, y fue algo que empezó a permear con mucha fuerza el sentido común, porque esos malestares no eran resignificados en el discurso gubernamental. Una de las cosas que hizo Cambiemos es retomar uno de los criterios de justicia básicos que regulan la sociedad argentina (y muchas otras sociedades): la idea del mérito. Es algo que en la Argentina nos remite de forma inmediata a la ética de los inmigrantes, al imaginario de “nuestros abuelos que vinieron con una mano atrás y otra adelante”. En la ética inmigrante el mérito era un criterio de justicia válido. Y lo sigue siendo, porque es lo que les transmitimos todos los días a nuestros hijos cuando les explicamos, por ejemplo, que es importante que les tiene que ir bien en la escuela y que se tienen que sacar buenas notas para conseguir algo más. Pero hay una diferencia importante entre el mérito de la ética inmigrante y la meritocracia de Cambiemos: en aquélla el mérito era una realización individual pero que luego se trasladaba a la comunidad de pertenencia. Por ejemplo, si había un miembro de la comunidad italiana que lograba ascender socialmente de forma destacada, ese logro era toda su comunidad y revertía a ella en prestigio y en contribuciones materiales. Cambiemos pervierte esa idea y la transforma en meritocracia. ¿Qué diferencia hay? La meritocracia define un conjunto de individuos selectos, exitosos, sujetos a una carrera individual en la que, si el otro no es una oportunidad, es un obstáculo. Esta concepción de individuo se ve claramente en los libros de Jaime Durán Barba y Santiago Nieto: lo único que le importaría a este tipo de individuo es la satisfacción de sus necesidades cotidianas y si el otro no es una oportunidad comprobada se vuelve un obstáculo.
¿Cómo se liga esa idea de meritocracia con otro concepto que atraviesa tu libro: la estrategia de “infantilización” del electorado que desarrolla Cambiemos?
Cambiemos tiene una concepción infantilizante de los argentinos. Durán Barba concebía a los votantes, más que como “idiotas”, como se ha dicho, como niños pequeños. La infantilización está muy presente en las campañas electorales del macrismo y en la comunicación institucional, por ejemplo, del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Los individuos seríamos egoístas, caprichosos, volubles, emocionales, como los niños. Por eso, aparecen en sus campañas y en su comunicación una serie de elementos propios del mundo infantil: la estética empresarial de los festejos también es una estética de pelotero, de fiesta de cumpleaños. Me refiero a los globos, la música, el pogo: en los bunkers de Cambiemos se baila y se canta de forma descontracturada y se usa cotillón, como en los cumpleaños infantiles. Recordemos las imágenes de Macri con la galera del Mago sin Dientes, o la de Lilita con los lentes estrellados. Uno de los primeros mensajes que difundió Macri en su Facebook, luego de la asunción, fue una imagen del perro Balcarce sentado en el sillón presidencial, la imagen que es la tapa del libro. Hay una diferencia fundamental entre Balcarce y Dylan (el perro de Alberto Fernández). Dylan forma parte de la vida cotidiana y afectiva de Alberto Fernández, es su mascota, siempre lo fue y lo será, al mostrarse con Dylan el candidato muestra su capacidad de cuidar y de dar y recibir afecto. Balcarce significó otra cosa: la banalización de la política, disfrazada de descontracturación y pérdida de solemnidad de quienes “venían de afuera”. Balcarce no acompaña a Macri, sino que lo reemplaza en su lugar de trabajo. La infantilización también es parte de la banalización: recordemos también el uso de animales en los billetes, o la campaña “Vamos Buenos Aires”, con una estética de muñecos Lego representando estereotipos, independientemente del público al que se dirija el mensaje. En esa línea, hay un componente muy importante vinculado con la infantilización: ¿qué hace alguien cuando está criando un niño? Busca una normalización de las conductas.
¿Por eso hablás de una “ortopedia moral”?
Es algo que Cambiemos comparte con otras derechas, y también con algunas corrientes políticas de izquierda más vanguardistas: la necesidad de “educar a las masas”. Para Cambiemos, la pesada herencia, en realidad, es la gente: somos los argentinos y argentinas. Consideran que recibieron un pueblo ingobernable, ávido de salidas fáciles y “atajos”. Entonces, hay que someter a los argentinos a una suerte de “ortopedia moral”, de normalización dentro de un molde. Y la voluntad popular es vista como un problema, como un desborde. ¿Qué vimos cuando el lunes después de las primarias Macri se enojó porque habíamos votado en su contra? Una autoridad que culpaba a la voluntad popular por las consecuencias de sus decisiones, por sus “desbordes”. Y amenazando con castigos. Esa es la ortopedia moral.
O cuando el domingo de las primarias nos mandó a dormir.
En ese mensaje, como en muchos otros, se ven claramente la infantilización y la ortopedia moral. Hay una vocación pedagógica, normalizadora, correctora, de algo que está desviado, que hay que volver a poner en su lugar, como en una escuela. Durante todo su gobierno, los funcionarios de Cambiemos nos estuvieron diciendo cómo debíamos consumir, cómo debíamos comportarnos (ahora nos dicen cómo debemos votar); recuerdo a Marcos Peña, entre muchos otros, diciendo que teníamos costumbres de un país rico, y que debíamos pagar por ejemplo tarifas astronómicas porque consumíamos por encima de nuestras posibilidades. Para Cambiemos, los gobiernos kirchneristas fueron los años del desborde consumista. Por lo tanto, era necesario meter, “ajustar” a los argentinos dentro de una bota ortopédica, con límites que el propio gobierno iba a definir, para que todo vuelva a estar en su lugar.
¿Por qué después de la derrota Elisa Carrió vuelve a surgir como una figura central de Cambiemos? En tu lectura, señalás que ocupa el rol de la “buena madre”. Aunque también podría ser la “directora” de esa escuela normal.
En el libro analizo a seis de las mujeres más importantes de Cambiemos: Vidal, Awada, Bullrich, Stanley, Carrió y Michetti. Traté en todos los casos de romper con esa idea que permea el sentido común y que explica a las mujeres en política como motivadas por determinadas propiedades morales, o dotadas de ciertas aptitudes intelectuales: son “histéricas”, “taradas”, están “medicadas”, son “locas” o están allí gracias a algún hombre. ¿De qué político hombre se dice que es histérico? De ninguno. Evité deliberadamente estos estereotipos y busqué la racionalidad con la que cada una de estas mujeres actuó, y cómo cada una colaboró con la construcción de la sociedad desigual que nos deja Cambiemos. Carrió se autoconstituye siempre como la reserva moral de la Nación. Salvando las distancias, es la misma definición que en el pasado se atribuían a sí mismas las fuerzas armadas. Ella actúa como un árbitro suprapolítico, que se coloca por encima de toda nuestra sociedad y se autoatribuye el rol de “guardiana de la República”, como la llamo en el libro. Es una garante y una guardiana de la honestidad de la sociedad en su conjunto, de Cambiemos como fuerza política y de Macri como individuo particular. En el último año y medio, a medida que la imagen de Macri venía en caída, Carrió repetía su respaldo moral a la honestidad del presidente: “Es muy difícil ser hijo de Franco, pero le creo y soy redencionista, soy como Alem”. Ella jura que Macri es honesto, y si no es honesto, jura que puede redimirse. El juego de Carrió es muy riesgoso: para cumplir con su rol tiene la necesidad de ser incontrolable, porque su condición de custodia moral requiere que nadie la pueda controlar, de que no se la puede “arreglar” con nada. Juega siempre suelta, y eso le permite colocarse como un árbitro externo. Que aparezca ahora como la vocera de la mesa política de Juntos por el Cambio es un intento de volver a su rol como guardiana de la República, custodiando algo que está en riesgo por la derrota ante la amenaza del “populismo autoritario”, como lo calificó Peña. Así que Carrió bien podría ser la directora de esa escuela de niños que deben ser “enderezados”, como Cambiemos entiende a la Argentina.
O una inspectora, alguien que no está en la escuela.
Sí, necesita estar afuera, tiene que ser inmanejable y estar por encima. Aunque su problema también es ése: que es inmanejable. Así se convirtió en uno de los personajes más temidos por la mayoría de los jugadores más importantes del sistema político argentino.
Cambiemos reemplaza el “populismo del consumo” que endilgaba al kirchnerismo por un “populismo punitivista”, que mantiene hasta el final, con Patricia Bullrich respaldando al efectivo de la Ciudad que mató de una patada en el pecho a una persona en la vía pública.
La idea de populismo punitivo la empecé a trabajar luego de lo que se observó con el caso Chocobar. El discurso de Cambiemos empieza a hacerse más represivo, a apoyarse más en el castigo y la violencia, cuando la promesa aspiracional empieza a debilitarse con la crisis económica. Y lo curioso es que con la vara de Cambiemos su promesa punitiva podría ser fácilmente tildada de populista: porque ofrece soluciones “fáciles” a problemas difíciles, porque es muy mediática y espectacular, y porque su principal objetivo no es solucionar los problemas, sino satisfacer las necesidades más primarias de los individuos, atemorizados por sus “otros” sociales y por la desesperanza y la ausencia de futuro a la que Cambiemos mismo nos llevó. El problema es que, en ese camino, Cambiemos le abrió la puerta a sentidos comunes que cuestionaron varios de los pilares sobre los que los argentinos construimos la democracia: las memorias sociales sobre nuestro pasado reciente, el rol que deben cumplir las Fuerzas Armadas y de seguridad en democracia (por ejemplo, con la “doctrina Chocobar”), la legitimidad de las demandas de los organismos de derechos humanos. Sentidos autoritarios que estaban entre nosotros pero que siempre atribuíamos a sectores minoritarios, a derechas marginales, agrupaciones cívico-militares. En el libro hablo de “derechización”, porque Cambiemos le da voz y voto a esas demandas que parecían periféricas, porque creímos que había consensos democráticos establecidos y que no se iban a modificar. En este plano, Cambiemos fue más allá que el menemismo, porque los indultos de Menem no negaban la naturaleza de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura ni el número de los desaparecidos. El macrismo avanza un paso más en la derechización, porque cuestiona la veracidad de estas memorias sociales del terrorismo de Estado, y reproduce y le da representatividad política a nivel nacional a esos discursos. Esto también será un desafío para el futuro, porque una vez que se amplían los márgenes de lo decible, y ciertas memorias minoritarias adquieren visibilidad en la escena pública, no es tan fácil luego volver atrás. Por eso, es muy importante continuar con la batalla por el sentido común. (Álvaro) García Linera señala que la batalla cultural es permanente y tiene como tarea fundamental transformar el sentido común, que es nada menos que, dice “el orden del mundo que está impreso en la piel de las personas”. Es una definición maravillosa. No hay que dar por sentado nunca que determinadas memorias sociales, determinados relatos y narrativas, son para siempre. Cambiemos nos trajo un desafío nuevo a quienes defendemos esas memorias sociales. García Linera también explica que los éxitos electorales pueden estar ligados a factores coyunturales, pero que el sentido común es mucho más conservador que esos cambios. El éxito electoral del Frente de Todos puede estar expresando un cambio en el sentido común, por qué no, pero tiendo a pensar que tuvo que ver con esa confluencia de factores coyunturales: entre otros, castigo ejemplar al gobierno, la unidad del peronismo, candidaturas opositoras sólidas. Es muy importante no abandonar nunca la tarea de permear y transformar ese sentido común, y no olvidar nunca que la presidencia de Macri logró consagrar una sociedad profundamente desigual con bastante poca resistencia opositora. Las causas de la destrucción del gobierno de Cambiemos estuvieron en sus propias contradicciones mucho más que en las resistencias de la sociedad. Toleramos un ajuste feroz con una pasividad notable.
¿Cuáles serían los factores internos que provocaron la debacle del gobierno de Cambiemos?
Todavía es pronto para saberlo, pero una de las explicaciones posibles es la fuerte tensión que se originó en el interior de una elite económica que era, al mismo tiempo, política. En forma mucho más acentuada que en el pasado. Durante décadas los debates intelectuales distinguieron a la Argentina como aquel país que nunca pudo ser lo que hubiera podido, en parte porque su elite económica nunca había podido transformarse en elite política, por sus contradicciones internas, o porque siempre tenía enfrente el peronismo, o porque las Fuerzas Armadas la reemplazaban. En estos últimos tiempos hemos podido ver cómo una elite económica que había encontrado en Cambiemos su elite política, una elite política de derecha que además había logrado el apoyo de diversos sectores sociales, no dudó en devorarse rápidamente a sí misma. Mostrando una vez más que no puede (o no quiere) ser, al mismo tiempo, elite dominante y elite dirigente. Son ideas que me surgen ahora y que habría que estudiar con atención.
Una de las claves de Cambiemos, del macrismo y de Macri en particular, es que “vendían éxito”. ¿Qué pasa cuando se los ve derrotados, por primera vez desde 2007? En especial, si se tiene en cuenta que Durán Barba, por ejemplo, le aconsejó a Macri no arriesgarse a una derrota en las presidenciales de 2011.
La promesa aspiracional, que fue tan característica de Cambiemos, supuso un pacto de creencia entre un individuo que aspira y un erradicador (Macri, por ejemplo, o Rodríguez Larreta) cuya principal función es eliminar los obstáculos del camino al éxito. ¿Qué mejor erradicador para esa promesa aspiracional que un rico y exitoso? Por eso hablo en el libro de una “señalética de la riqueza”. Durante mucho tiempo fue una fortaleza política presentarse como “un gobierno de ricos”: quién mejor para mostrar el camino al éxito -a aquel otro que está aspirando- que alguien que realizó sus propias aspiraciones y hoy es rico y exitoso. Los funcionarios de Cambiemos se mostraban como ricos y exitosos porque eran algo así como profetas de la aspiración. ¿Cuáles son los límites de esa promesa aspiracional? Cuando tu erradicador comienza a ser percibido como obstáculo para tu aspiración. Cuando empieza a estar cada vez más claro que es Cambiemos el responsable de la crisis económica, o que tampoco puede evitar que fracases porque no es un buen erradicador, pese a que vos sacrificaste todo en esa carrera. Pero atención: porque ese componente aspiracional puede seguir muy firme en el sentido común, esperando el turno de un nuevo erradicador, por llamarlo de alguna manera.
En esa línea, va la última pregunta, cuya respuesta podría demandar varios seminarios y congresos. Si gana, Alberto Fernández anunció que buscará estimular el mercado interno vía una ampliación del consumo. ¿Cómo lograr que la sociedad entienda que los mecanismos de ascenso social deben ser colectivos y no individuales, para no caer otra vez en el mismo círculo que generó la derrota de 2015?
En primer lugar, es fundamental que no se confunda el éxito electoral con el éxito cultural, con el triunfo sobre el sentido común que hizo posible a Cambiemos. En segundo lugar, hay que comprender que, del bienestar material, si bien hoy es prioridad uno, no se derivan lealtades políticas automáticas. Y, en tercer lugar, cualquier recomposición de las condiciones materiales de la población debe ser acompañada por narrativas nuevas, por relatos alternativos y no antagónicos. ¿Qué quiero decir? Que hay que construir nuevas narrativas que incorporen los cambios que se produjeron en nuestra sociedad, y que reconozcan las demandas de mérito, aspiración, individualidad. Hay que incorporarlas al discurso, para resignificarlas. Y una parte importante de esa resignificación debe basarse en la idea de que cualquier logro o mejora en la situación individual no responde solo a las propias condiciones, sino también a las políticas públicas que lo posibilitaron. Pero esto requiere reconocer e incorporar al discurso las demandas y aspiraciones de estos híperindividuos, que adhirieron al proyecto de Cambiemos y luego avalaron la construcción de una sociedad cada vez más desigual, y que mostraron que son capaces de tolerar ajustes extraordinarios sin oponer resistencia. Hay que reconocer esta nueva sociedad, que Cambiemos recibió transformada pero luego potenció en su gobierno. En ese sentido, creo que la diversidad actual del peronismo expresada en el Frente de Todos es más una fortaleza que una debilidad para los tiempos que vienen, porque va a gobernar una sociedad muy fragmentada e individualizada, y cada vez más heterogénea. El gran desafío será construir narrativas que sean alternativas y no antagónicas. Y, en esa tarea de reconocimiento de esa sociedad transformada, y de gobierno de la pluralidad, la diversidad interna del Frente de Todos va a ser un buen recurso, más que un problema.