Tu has venido a la orilla
no has buscado a sabios, ni a ricos
tan solo quieres que yo te siga
Señor, me has mirado a las ojos
sonriendo, has dicho mi nombre
en la arena, he dejado mi barca
junto a ti, buscaré otro mar
(“Pescador de hombres”, canción religiosa)
Damián Selci tuvo la amabilidad de hacerme llegar su libro Teoría de la militancia. Organización y poder popular (Cuarenta Ríos).
Desde el kirchnerismo, Selci polemiza, señala, roza, muerde. En Revista Planta ha cuestionado los modos y el fondo del “campo intelectual” que observó al kirchnerismo con distintas críticas, en particular durante el último mandato de Cristina Kirchner. No quiere estar en el medio, quiere empujar. Y militar.
Selci hace teoría tomando y debatiendo a Laclau, Zizek, Hegel, Badiou. Hace teoría codeando a los grandes, como se hace teoría. Busca llenar un hueco que se hace patente ahora con los triunfos de la derecha en Argentina y Brasil pero que venía de antes. Es que Ernesto Laclau nos dice por qué puede haber populismo pero no qué pasa cuando ese populismo llega al gobierno. Y de una articulación de demandas que conforman un pueblo, que divide el campo social entre nosotros y ellos, debe pasarse a dar respuesta a esas (cambiantes) demandas. Dicho de otro modo: qué ocurre cuando un populismo se convierte en un orden. Nada impide que aparezcan problemas políticos a partir de esas demandas. No hay manual alguno para gobernar (lugar desde donde la palabra todos empieza a volverse necesaria y a la vez esquiva) y que se imponga en las urnas (o fuera de ellas) un proyecto político de signo contrario.
¿Qué hacer (ahora)? Selci responde: “hacernos cargo”. Responder al llamado -a quienes conocemos la retórica del catolicismo nos resuena una influencia-, interiorizar las contradicciones más allá de la frontera oligarquía/pueblo y entender que ellas están dentro nuestro. Pasando por el camino que nos convierte en politizados, en contraposición a los cualunques; luego en militantes y más tarde en cuadros de una organización. La libertad se convierte así en una Libertad Popular donde el ego queda de lado y todo es -será- política.
El autor se hace preguntas válidas. Probablemente las correctas ¿Cómo puede ser que no sólo no se profundice el proyecto político de los populismos sino que retroceda, que se vea jaqueado por la derecha? Ante ello no es ya tan importante pensar cómo volver al poder sino cómo evitarán estos sectores una nueva recaída cuando se acceda a ese lugar. Cómo ir más allá. ¿Cómo es posible avanzar sin ir y venir en una constante y casi banal repetición de ciclos? Más que para adelante, Selci respondería que el camino es hacia adentro.
Este libro que puede apasionar (entusiasmar o enojar) a quien guste de la teoría política se hace preguntas adecuadas y se anima a responderlas. Es algo que muchos de nosotros, a lo sumo intelectuales críticos, en palabra de Selci, no nos animamos a hacer. O, más aún, lamentablemente, pensamos que no es posible hacer.
Que quede claro: el militante merece admiración. Cuando veo a uno es lo que siento. No es sólo una admiración por un sacrificio. Lo es también por un tipo de saber que es único. El militante sabe más que el intelectual, aunque la razón de ser de este último sea tratar de mostrar todo el tiempo que la ecuación está dada vuelta. Si ese militante es dirigente sabe también más. Aún en la equivocación. Aunque -o justamente porque- un intelectual quiera decirle que no entiende nada.
Pero no hay cierre posible a esa tarea militante, a ese camino de interiorización de las contradicciones que nos propone el autor. Por decirlo de otro modo -insistimos- no hay respuesta a las preguntas de Selci. Y no porque el militante por el cambio social probablemente nunca pueda ver su sueño plenamente concretado. Sospecho que es por otra cuestión. Selci interpreta a ese militante con una causa -y un tipo de lógica, de orgánica y de línea– que demasiado rápidamente vincula con las tradiciones de la izquierda. Es cierto que este populismo en nuestra región tomó de hecho ese tinte. Se trató, se trata ahora en entredicho y en disputa, del “giro a la izquierda”. Pero creo que ahí está el punto discutible del libro. Un libro que dentro de la lógica que plantea, cierra, en una realidad argentina que no lo hace. El populismo no tiene la misma dinámica de la izquierda.
Vayamos al peronismo. La fuerza y la vigencia del peronismo -forma y fondo que Néstor y Cristina Kirchner nunca abandonaron- está justamente en no avanzar del todo hacia esa contradicción que propone Selci. Esa capacidad de hacerse fuerte en los intersticios, en los túneles selváticos cavados por el viet-cong de la sociedad, entre la población que no es de militar, que es civil, es justamente la fuerza (y el límite, diría también con razón Selci) del peronismo. “Yo nunca me metí en política, siempre fui peronista” es la contradicción, la afirmación típica de una forma de ser que va mucho más allá de pensar si todo, algo o nada es política. O mejor dicho, que incorpora todos eso términos en una forma original y contradictoria y que en algunas cuestiones es más y que en otras es menos potente que una fuerza de izquierda. El peronismo es más maleable que otras fuerzas políticas pero menos de lo que se lo caricaturiza. El peronismo es más vertical que otras fuerzas políticas, pero menos de lo que se lo apostrofa.
El pueblo, como construcción siempre contingente, no puede sino, como el protagonista de la película Memento, olvidar periódica y recurrentemente quién es. Y quién lo persigue para hacerle daño. No ha nacido el pueblo (argentino) que no se comporte así. Algunas marcas en el cuerpo lo hacen intuir -no siempre a tiempo- qué es lo que está pasando. Quién es, cuál es su historia, cómo llegó hasta aquí y cuáles son las palabras que lo definen. Quiénes éramos nosotros y quiénes eran ellos. Pero no está asegurado que zafemos del próximo ataque o que no estemos atacando a quien está destinado a salvarnos. No hay manera de salir de esta situación siempre limitada, aunque también conmovedoramente vital. La próxima vez que despertemos alguna marca nos recordará cuál es nuestra historia y cuál es el paso que sigue. Quizás podamos hacer algo para sobrevivir hasta el próximo olvido llamando a algún número telefónico tatuado. Si nunca nos metimos en política, pero siempre fuimos peronistas, puede ser incluso que a veces nos encontremos interpretando el rol del villano. Aunque creamos que somos el héroe o una marca nos recuerde que somos el perseguido. Es difícil saberlo de un primer e inocente (el adjetivo es de Selci) vistazo.
El peronismo, ante una situación de disputa, no siempre se recuesta en el pueblo. Se retira a la cañonera paraguaya. Probablemente sea la única fuerza política en Sudamérica -quitando los casos de Chile y Uruguay- donde un oficialismo que pierde por “dos puntitos” se retira rápida y mansamente del poder. Su presencia en el gobierno le genera a ciertos sectores un sentimiento de amenaza -incluso física- jamás concretada. Y que luego, ante el ascenso de la reacción, suele sufrir en carne propia. En el peronismo, el militante de Selci sólo puede sentir desorientación.
Querer producir un cierre a esta historia implica admirar aquello que es el fuerte -pero también el limitante- de la oligarquía, de le élite. Esa sed de dominio -ilimitada-, esa auto-conciencia de su proyecto de dominio. No es ese el negocio del militante, de nuestros militantes, esos pescador de hombres.
Decir sí a un llamado. Hacerse cargo. Animarse a ser libres. El sueño del militante es un sueño hermoso. Pero apenas es algo de eso en medio de un Pueblo-Memento. Por eso las preguntas de Selci no son ni peligrosas ni exuberantes. Son las correctas, pero ocurre que no tienen respuesta. Creo que la organización -sus integrantes- nunca proveerán del sentido completo que el autor intuye que es una superación pero que bien puede ser un retroceso.
Sin embargo, al mismo tiempo, probablemente, mientras tengamos militantes tendremos posibilidades de dar algunos pasos más hacia un horizonte que se aleja. Puede ser que así, en forma periódica y recurrente aparezca quien diga, weberianamente -adverbio que no está en Selci-, “sí, me hago cargo de los resultados aunque no hayan sido mi responsabilidad directa”. Tendremos a pescadores de hombres que digan “sí” a un llamado que, de tan fuerte, no puede sino venir de adentro, ya que no viene de más allá. Adentro, donde están las verdaderas contradicciones. Y donde, solo a algunos elegidos les está dado afirmar que nunca se metieron en política. Que siempre fueron peronistas.