En esta semana ha aparecido en los medios un debate: si al gobierno de Cambiemos le conviene o no le conviene polarizar con Cristina Fernández de Kirchner de cara a la próxima elección en Provincia de Buenos Aires. Polarizar, en este contexto, significa plantear como eje del discurso de aquí hasta octubre una dicotomía fuerte: “Voten a Cambiemos, o puede volver Cristina Fernández de Kirchner.” No polarizar, por el contrario, implicaría otro tipo de argumentos: “Voten a Cambiemos por la gestión” o “Voten a Cambiemos porque compartimos una identidad”, por ejemplo.
En un escenario de polarización, el gobierno apostaría a que el miedo de una mayoría de los votantes a que gane Cristina Fernández sea tan grande a que, enfrentados a esa posibilidad, elegirán a Cambiemos como la fuerza con más posibilidades de “jubilar” definitivamente a la ex presidenta aunque ellos no estén necesariamente felices con la performance de Mauricio Macri en el gobierno. Varios analistas (Federico Aurelio, por nombrar sólo uno) señalan que la polarización le conviene a Cambiemos porque “si los votantes de las fuerzas restantes tienen que optar entre la lista del Gobierno o la de Cristina, la relación es dos por uno en favor de Cambiemos”.”
Esta parecía ser sin duda la estrategia elegida por el comando de campaña orientado por Jaime Durán Barba durante toda la primera mitad del 2017. Luego de un primer año en donde el gobierno se esforzó en separar a los “peronistas buenos” de un resabio kirchnerista que, se suponía, no tardaría en diluirse, en el 2017 la táctica cambió hacia el intento de pegarle a todo aquello que según el gobierno ‘midiera mal’ la etiqueta de kirchnerista. (Tal vez la mejor condensación de esta práctica se dio en la frase de María Eugenia Vidal: “que los dirigentes gremiales docentes digan si son kirchneristas”.) En este escenario, además, Sergio Massa sería el mayor perjudicado porque sus votantes se supone que elegirían votar a Cambiemos, asustados por el posible retorno del kirchnerismo.
Sin embargo, en los últimos días se escucharon voces desde el mismo Cambiemos que alertaron sobre un cambio de estrategia. Según parece, algunas encuesta muestran que tanto Cristina Fernández de Kirchner como Sergio Massa mantienen sus intenciones de voto. Hernán Iglesias Illia, coordinador de políticas públicas de Jefatura de Gabinetes de Ministros, sostuvo hace pocos días que “No está claro que (la polarización) electoralmente sea beneficioso para el Gobierno (…) porque no está bueno tener a la mitad de la sociedad en contra.” Ayer mismo en el programa de María O’Donnell en la TV Pública todos los analistas presentes coincidían en que el escenario de polarización había sido diseñado el año pasado suponiendo que una economía en mucho mejor estado. Es la falta de buenas noticias económicas la que obligaría a un recálculo.
Ahora bien, la decisión de no polarizar tiene dos obstáculos para Cambiemos. El primero es que, aunque quiera, no se puede prender y apagar la polarización con Cristina Fernández de Kirchner como si se contara con un interruptor. El PRO y Cambiemos se constituyeron desde un núcleo de oposición al kirchnerismo desde el inicio del gobierno de Macri en CABA en 2007 o aun antes. Es la base de su identidad. El consultor Gustavo Córdoba encontró, en una encuesta reciente, que si se le pregunta a quienes están decididos a votar por Esteban Bullrich la razón de ese voto, el 60% contesta “para que no vuelva Cristina Kirchner”. Por ejemplo, el programa de Jorge Lanata de ayer fue todo Cristina, todo el tiempo, y hoy la tapa de La Nación pronostica acusaciones judiciales y hasta prisión para la ex presidenta. Esa es la base y el núcleo duro del voto de Cambiemos. Esa base demanda antikirchnerismo, y como muestra la alta intención de voto de Carrió, no está dispuesta a moderarse.
El segundo problema es que salir de la polarización requiere necesariamente reemplazar esa apelación al voto por la negativa por otra por la positiva. Esto requeriría o bien decir “votennos porque representamos una identidad fuerte de clase o ideológica” o bien “votennos porque estamos gobernando muy bien”. Pero por un lado, Cambiemos es un partido nuevo, que busca con los votantes de clase media y media baja una identificación más transaccional y aspiracional que ideológica. Por el otro, los propios dirigentes de Cambiemos reconocen (como dijo el propio Presidente hace sólo unas horas) que una parte importante de la población no percibe mejoras en su situación personal. La economía no representa el empujón que muchos pensaban que sería, y todas las encuestas de los últimos meses señala una insatisfacción con la gestión que ronda el 50%, o inclusive llega al 60%. Entonces, ¿qué valores, qué horizontes de política pública se le pueden presentar a los y las votantes populares?
Probablemente veremos un mix de discursos: Carrió y los voceros en los medios del gobierno ofrecerán antikirchnerismo, y los funcionarios y políticos intentarán ofrecer discursos positivos y aspiracionales, como hicieron en el 2015. Deberán medir bien la combinación. En una elección que promete ser reñida, los márgenes para las marchas y contramarchas de discurso no son amplios.