Esta nota escrita por Mariano Fraschini y Nicolás Tereschuk fue publicada originalmente en el Estadista
A través de una metodología novedosa y original basada en el uso de la red social Twitter, Ernesto Calvo y Andrés Malamud trazaron un mapa de coordenadas políticas que permite visualizar cómo se agrupan o distancian los principales dirigentes del país. En su texto, publicada en la edición número 94 de el estadista, los politólogos destacan que a partir de la visualización producida, “el eje ordenador de la política argentina o, más modestamente, de los políticos que tuitean, no es peronismo-antiperonismo ni izquierda- derecha sino Gobierno-oposición”.
Una primera línea de análisis (y de polémica) está referida al hecho de si se verifica o no el doble espectro conformado, por un lado, por izquierda y derecha y, por el otro, peronismo y antiperonismo (abajo/arriba), enunciado por Pierre Ostiguy. El propio politólogo canadiense respondió en otra nota que su hipótesis no parece haber quedado del todo invalidada. La presencia en el vértice inferior izquierdo de la presidenta Cristina Kirchner no deja de ser notoria en el gráfico. Más allá de esto, aquí vale la pena volver unos casilleros hacia atrás para preguntarnos por qué tendría lugar la nueva dinámica de la que hablan Calvo y Malamud.
Consideramos que resulta fructífero incorporar al análisis y darle relevancia al concepto de liderazgo presidencial, a partir de su centralidad no sólo en nuestro país sino también en Sudamérica.
LOS LIDERAZGOS
Una mirada más abarcativa nos permite comprender la importancia que fueron adoptando los liderazgos presidenciales en nuestra región en la última década. En los años ’80 y ’90, mientras que el régimen democrático mostraba estabilidad, aparecían como un fenómeno recurrente las salidas anticipadas de presidentes sudamericanos (Fernando Collor de Mello en Brasil, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Abdalá Bucaram en Ecuador y Cubas Grau en Paraguay, por sólo nombrar algunos).
Las caídas de estos mandatarios ocurrieron en el marco de distintos tipos de presidencialismo, caracterizados por disímiles sistemas de partidos y con desiguales poderes presidenciales y constitucionales del Poder Ejecutivo. Así, en la gran mayoría de los países de la región ocurrieron episodios de inestabilidad que presentaban rasgos novedosos: salidas anticipadas de presidentes y perdurabilidad del régimen democrático.
Desde allí que algunos autores comenzaron a denominar a este fenómeno como de “inestabilidad presidencial” (Ollier, 2008: 75) [1]. En el marco de un bajo nivel de institucionalización en la mayoría de los países de la región –lo que implica, salvo en los casos de Chile y Uruguay, la primacía de mecanismos informales, una baja rutinización de las reglas y constantes modificación de los parámetros legales– la variable explicativa de estas interrupciones anticipadas del poder debía buscarse entonces en la propia figura del presidente y no en las instituciones que lo condicionan en el ejercicio del poder.
En contraste con este proceso descripto, los recientes liderazgos presidenciales surgidos en el nuevo siglo en Sudamérica resaltan por su estabilidad. Y esto en el marco de una nueva lógica de funcionamiento en el interior del sistema político y que debe ser subrayada: como también lo señala Ollier, la tradicional tensión oficialismo-oposición se desplaza ahora, por la centralidad del liderazgo del jefe de Estado, a una dinámica presidente-oposición.
Es con estos conceptos en mente que el gráfico producido por Malamud y Calvo cobra un nuevo sentido. Esta nueva lógica se enmarca dentro de un nuevo proceso político institucional que tiene su centro en el liderazgo presidencial y que irradia a todo el sistema político. De esa manera, es probable que de usar la misma metodología de Calvo y Malamud en Bolivia o Ecuador, los datos diesen un resultado similar con el clivaje proMorales/Correa y antiMorales/Correa.
Desde allí que creemos indispensable para dar cuenta de las relaciones que se establecen en el sistema político en nuestros países sudamericanos y comprender su lógica de funcionamiento, interrogarse acerca de cómo gobiernan los presidentes, cuáles son sus estilos de liderazgo, qué recursos de poder detentan y cuáles nuevos generan los primeros mandatarios en su acción de gobierno. A su vez, se debe incorporar al análisis la capacidad de algunos de estos líderes de construir una nueva institucionalidad en el interior de regímenes políticos en los cuales los procedimientos formales explican sólo de manera parcial la dinámica política.
Debe recordarse además que estos procesos políticos comenzaron a desarrollarse a principios del nuevo siglo en un escenario de pronunciadas crisis de representación, lo que aumentó, de este modo, la atención y la esperanza depositada sobre los primeros mandatarios. Este marco explicativo permite comenzar a entender que esa división primordial Gobierno-oposición –más precisamente, presidente-oposición– no se da por generación espontánea, sino que obedece a una dinámica política particular en la que la estabilidad –en contraste con la pretérita inestabilidad– aparece como un rasgo clave.
[1] María Matilde Ollier: “La institucionalización democrática en el callejón: la inestabilidad presidencial en Argentina (1999-2003)”, América Latina Hoy, núm. 49, agosto, 2008, pp. 73-103, Universidad de Salamanca, España.
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La caracterización del eje ordenador que hacen Calvo y Malamud es, lamentablemente, correcta. Pero creo que deja de lado la cuestión de las causas profundas de esa confrontación, que reune al agua y al aceite contra el gobierno nacional.