Por Hugo Ce y Sergio De Piero
Hay un elemento, una dimensión que el macrismo gobernante comprendió inmediatamente: no alcanza con sentarse en el sillón de Rivadavia. Se está allí para construir poder y eso se hará con los mecanismos que se tengan a mano, aun cuando tensionen la institucionalidad republicana proclamada, valiéndose de la legitimidad que otorgó el voto popular hace apenas un mes. Si en los primeros días del nuevo gobierno se dudaba (los ciudadanos, la oposición, ¿también el mismo Macri?) respecto de si la apuesta era por una política gradualista o una de shock, bastaron solo un par de horas, para saber que el decisionismo se impondría por sobre cualquier expectativa de aplicación paulatina de las medidas que la Alianza Cambiemos representa en términos económicos y políticos. El debate populismo – republicanismo, al menos en los términos de procedimientos, carece de sentido.
Estamos pues, en medio de la salida del barco. Y no de cualquiera. Nos encontramos en un momento histórico novedoso: por primera vez una coalición conservadora llega al poder de la mano del voto popular y universal. No lo imaginamos. Incluso no nos preparamos para pensar cómo serían (serán) cuatro años bajo su gobierno. Con ese primer y rápido diagnóstico debemos prevenirnos de no repetir frases que tenían un sentido en un contexto, pero no en el actual. (Pues “eso” hoy ya no es una posibilidad, sino un gobierno; no tuvo el rechazo masivo de la población, sino el apoyo del 51%).
En primer lugar: la “grieta” y sus profundidades también estarán presentes en el debate próximo, pues qué sería de la política si no atendiese al conflicto. Los discursos de Macri ya como presidente electo, apuntaron a eliminar esas diferencias generadas principalmente desde nuestra vereda y avanzaron discursivamente en una visión no conflictiva de la política. La negación de los intereses en pugna profundiza la grieta, no la suspende. Su licuación se produce no ya en el concepto de Patria versión conservadora (amputado por el mismo Macri en la jura presidencial) sino en términos con muchísima menos densidad como “la normalidad” y uno que sin duda será clave, como el de “modernización”. Para marcar esa línea divisoria, entre el futuro y el pasado; entre la agresión y la felicidad, el macrismo no precisa de la existencia de un “678” (aunque sí menores dosis de periodismo no alineado, como inmediatamente ya estamos observando). Le basta el apoyo generalizado que obtiene hoy de las empresas periodísticas, cuya cercanía no se remite meramente a una cuestión de pauta publicitaria, sino a intereses mucho más amplios y específicos (caso Clarín, uno de los claros ganadores de este comienzo), o a una convergencia ideológica (caso La Nación). Pero más aún: el macrismo cuenta con un bien invaluable en política: puede apelar a la construcción de nuevos contenidos del sentido común para sustentar algunas de sus decisiones, aún, a fuerza de decretos. “El campo estaba ahogado”, “el dólar recuperó su valor real”,»se terminó la guerra contra el periodismo en la Argentina». Que los medios hayan dejado de informar el valor del dólar en operaciones paralelas, ilegales, forma parte de ese triunfo conseguido.
Del mismo modo, la desmesura que en algunos momentos se le aplicó desde la prensa, pero también desde ambientes académicos al peronismo kirchnerista, al punto de compararlo con el nazismo o el stalinismo (o bien las celebraciones en ciertos barrios, cuando se produjo la muerte de Néstor Kirchner), nos presenta la duda acerca de si el gobierno de Cambiemos tendrá la misma tolerancia cuando reciba críticas de tenores semejantes desde algunos sectores sociales y políticos. La baja de toda la programación en los medios públicos y el fin de ciclo periodísticos incluso en medios privados, críticos ya al gobierno de Macri, nos abre el inmenso interrogante, respecto a su capacidad de convivir con la crítica y la diversidad por parte de Cambiemos.
En segundo lugar ¿hacia dónde va esta nave que zarpó el 10 de diciembre? Recordemos una vez más: se trata de un gobierno conservador, de centro derecha si se quiere, validado en las urnas. A pesar de la legitimidad democrática indiscutible, es sumamente tentador identificarlo con procesos políticos semejantes si tomamos como referencia la coalición económica representada, el discurso hacia el peronismo y los actores claves. Así, la Revolución Libertadora y la Revolución Argentina emergen como momentos históricos con puntos de contacto, con “parecidos de familia” (como la figura de Américo Ghioldi y sus actuales salieris). Se trata, una vez más, de dictaduras militares y aquí nos importa un gobierno democráticamente electo, sin dudas sobre su legitimidad. Sin embargo, en todo proceso histórico político, los actores y los modelos a seguir no son interminables. El sector agrícola – ganadero, ha sido el que primero atendió el presidente Macri con un decreto que anuló la mayor parte de las retenciones y unificó el mercado cambiario que produjo una devaluación. Entre una y otra medida, el precio del trigo o del maíz, treparon más de un 40%, como consecuencia del anuncio de estas dos medidas. La eliminación de las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación (DJAI), la eliminación de la mayor parte de las restricciones a las importaciones (de 19.000 a solo 1.000) y la repetida consigna que el campo es el motor de la Argentina, parecen congraciarse con la tensión histórica entre el modelo agropecuario hacia afuera y el de industrialización hacia adentro. Una puja que nació tibiamente en la década del ´30, pero que el peronismo de los ´40, puso en el medio del debate político, no solo en términos económicos, sino principalmente, por el rol político otorgado a la clase trabajadora.
El otro aspecto central es el nombramiento de CEOs de distintas empresas, en el gabinete nacional, marcando un hecho casi inédito, pero que lo emparenta en ese aspecto, con la lógica empresarial – modernizadora, de la presidencia de facto del gral. Onganía. Como bien documentaron en Página/12 Alfredo Zaiat (La CEOcracia) y Fernando Krakowiak (El país atendido por sus propios dueños), los gerentes pueblan las oficinas de los ministerios, poniendo en jaque el principio aquel que coloca al Estado como mediador (dentro de un sistema capitalista, desde luego) entre los distintos intereses presentes en la sociedad, para fortalecer aquella “autonomía relativa”. Es muy difícil creer que el hasta hace poco gerente de una firma de determinado ramo, ocupe ahora la cartera ministerial, olvidando su pertenencia y relaciones en el ámbito privado. Como siempre, para muestra basta un botón. Miguel Angel Punte, ex jefe de Recursos Humanos de Techint, a cargo de la Secretaría de Empleo del Ministerio de Trabajo, tuvo que “mediar” en la UOM y la empresa Siderca Tenaris (del holding Techint), por el proceso de despidos y suspensiones de trabajadores (la necesidad del gobierno que no aparezca beligerante un aliado empresarial estratégico y la rápida movilización sindical impidieron que se mantengan firmes dichas acciones). Entonces, Macri tampoco debería olvidar que la disputa por los modos de intervención del Estado, la tendrá puertas adentro de cada ministerio, y eso no estará exento de ciertas conflictividades que también impactarán en la gobernabilidad. Cuando emerjan intereses contradictorios entre sectores empresarios, todos presentes en su propio elenco ministerial: ¿qué sucederá la primera vez que Macri diga no a algunos y si a otros?
Al mismo tiempo, el atisbo de dos conflictos sindicales sucedidos en los pocos días que lleva a Presidencia Macri (Cresta Roja y los empleados despedidos de la Municipalidad de La Plata), merecieron ambos sendas respuestas represivas. ¿Es la represión como primera respuesta a los conflicto el camino de conducción del país que propone la Alianza Cambiemos? ¿Le es imposible pensar otras formas de articulación de conflictos, en este caso además, de baja intensidad? ¿Qué escenario les espera a los trabajadores frente a las paritarias?
No convocar a sesiones extraordinarias al Congreso de la Nación, como hicieron todos los presidentes en su primer año de gobierno, y propalar la firma de decretos algunos de altísimo impacto, como la modificación de la ley de Servicios Audiovisuales o la designación en comisión de dos miembros de la Corte Suprema de Justicia (o el reciente decreto bonaerense de suspensión de paritarias por 180 días), corrió muy rápido el escenario de un “ni vencedores ni vencidos”, del Gral. Lonardi, hacia el decisionismo de Aramburu (los recientes despidos en áreas estatales o municipales por filiación política, no pareciera estar lejos del viejo espíritu del decreto-ley 3855/55, quedará por ver si irán esta vez por su lucha contra un nuevo “Tirano Prófugo”).
Hay nuevos aires de época. La Patria ya no es más el Otro. Nos enseñarán que La Patria será de aquí en más Uno y que este principio rector se manifestará en forma capilar en cada uno de nuestros registros cotidianos. Pronto las palabras de la “desconocida” filósofa ruso americana Ayn Rand, una de las lecturas referidas de Macri, inundarán nuestros debates (“toda interferencia gubernamental en la economía consiste en conceder un beneficio no ganado, extraído por la fuerza, a algunos hombres a expensas de otros”; “Es el mercado libre el que hace imposibles los monopolios. Si los trabajadores luchan por mayores sueldos, si claman como beneficios sociales, si los empresarios luchan por mayores beneficios, esto es condenado como «avaricia egoísta»).
Seguramente nos sentiremos en un comienzo como aquellos meteorólogos anunciando la alerta de tsunami, y la gente yendo hacia la playa. ¿Deberemos esperar los primeros efectos de la gran ola amarilla para poder empezar a debatir sobre la nueva etapa? La historia es más larga que nuestras existencias y una derrota electoral, solo un evento de un conflictivo camino. Sin embargo, la paciencia (que es parte de nuestro espíritu constructivo), parece que fue rápidamente desbordada.
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