Por Julia Mengolini.
“Porque el movimiento de mujeres es hijo e hija de esta historia antipatriarcal y anticapitalista, y emerge como alternativa en todo el mundo frente al avance represivo, racista y conservador. Por eso con orgullo hoy decimos: ¡Viva el Día Internacional de las mujeres trabajadoras! ¡Viva el paro internacional de mujeres!”
Fragmento del documento leído en el acto del 8 de marzo de 2017
Hace algunos días Malena Pichot volvió a ser tendencia en Twitter. Esta vez dijo que el feminismo no podía ser de derecha. La insultaron con todo como siempre. Pero, como siempre, nos dejó pensando. ¿Puede haber un feminismo de derecha?
Hasta hace muy poco el Día Internacional de la Mujer se celebraba con flores para las secretarias de la oficina y descuentos en el Alto Palermo. Borradísimas de la efeméride habían quedado las obreras huelguistas de Nueva York, reprimidas por la policía cuando marchaban para pedir mejores condiciones de trabajo. El 8 de marzo parecía una fecha desligada de la agenda del movimiento de mujeres.
Las primeras expresiones de un feminismo masivo en Argentina se dieron hace unos años bajo la consigna Ni una menos. Cientos de miles se congregaron en las plazas de todo el país para decirle basta a los femicidios. Hay que admitir, no para quitarle importancia a la lucha, que se trató de una movilización de consensos mínimos: pedíamos que no nos maten. ¿Quién podría estar en desacuerdo con ese reclamo? Pero la masividad no licúa la importancia del Ni una menos en tanto logró instalar que cuando un hombre mata a una mujer no es por “pasión” ni es porque la “quería demasiado” ni es una anécdota macabra del ámbito doméstico. Un hombre mata a una mujer cada 27 horas en Argentina porque una cultura machista le hace sentir que es dueño de la vida de esa mujer y que puede hacerlo. El femicidio es la expresión absoluta del patriarcado. Es la expresión final de un sistema. Es fácil estar de acuerdo en que no nos maten pero no es tan fácil ver el por qué. Entonces, la consigna Ni una menos encontró su límite.¿Y ahora? Ahora es tiempo de ir a fondo, de atacar las causas y entender además que toda desigualdad es violenta. Es tiempo, como aquel 8 de marzo de 1857 en Nueva York, de ir a la huelga.
El movimiento de mujeres está reverdeciendo, se está popularizando y mostrando su mejor cara: está organizando un paro internacional de mujeres. Lo que conocemos comúnmente como una huelga. La huelga, como expresión típica del conflicto laboral es una herramienta de lucha. El mecanismo que lxs trabajadorxs del mundo han utilizado para conquistar una más equitativa distribución de la riqueza, para discutir cómo se reparten las ganancias de una empresa y para reclamar por políticas públicas. Dicho de otra forma, es una herramienta con la cual se presiona no sólo para que se cumplan las leyes sino, fundamentalmente, para modificarlas.
La huelga ha nacido como una consecuencia propia del sistema capitalista. Es la herramienta con la que lxs trabajadxs se defienden de la angurria empresarial. La huelga, que antes era un delito y ahora es un derecho constitucional, no es bien vista por el gobierno de Cambiemos y es contestada como lo hace cualquier patrón: lejos de buscar un acuerdo, lo primero que intenta es deslegitimarla o romperla. El paro del año pasado dejó como saldo 20 personas detenidas en un operativo represivo y arbitrario con detenciones al voleo, la presencia de efectivos de civil y el uso desproporcionado, irregular e ilegal de la fuerza. Un mecanismo de amedrentamiento y disciplinamiento que el gobierno aplicó del mismo modo en otras manifestaciones callejeras.
A diferencia de cualquier otra movilización, la modalidad de la huelga este 8 de marzo -como el anterior-, pone en el centro del conflicto a la mujer trabajadora. Los reclamos contenidos en el documento leído el 8M de 2017 eran propios de las mujeres trabajadoras, de las mujeres pobres, de las trans, de las travestis, de las putas, de las mujeres en situación de prostitución, de las lesbianas, de las amas de casa, de las docentes, de las jubiladas, de las migrantes, de las sindicalistas, de las cualquiera. Los reclamos se le hacen a un modelo que este feminismo entiende opresor de las más débiles. Hace unos días @suzyqiu informaba en su cuenta de twitter que “las grandes protagonistas del proceso asambleario de este año fueron las trabajadoras despedidas. No fue una agenda que marcó una orga, fue la realidad imponiéndose. Por eso van a encabezar nuestra marcha, porque las principales afectadas por este gobierno somos las mujeres”.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿puede el feminismo ser de derecha? Puede, aunque el recorrido por las principales pensadoras del feminismo arroja un saldo inequívoco, donde feminismo e igualdad social van de la mano, con contadísimas excepciones. Eso es un dato.
Imaginemos un mundo en el que Jennifer Lawrence gane los mismos 20 millones de dólares por película que su compañero varón y en el que haya tantas mucamas como mucamos ganando miserias por hora y en negro. Imaginemos una Argentina en el que hubiera tantas conductoras de tele y radio como conductores y todos ganaran buenos sueldos por igual, pero al mismo tiempo, la mayoría de mujeres (y hombres) viven miserablemente.
Las feministas nos entusiasmamos con los reclamos de Jennifer Lawrence, o cualquier lucha que intente romper el techo de cristal, porque sedimentan y ayudan a modificar el sentido común patriarcal. Pero no queremos una “igualdad” que reproduzca el status quo. Queremos un igualdad que cuestione nuestros niveles de pobreza, de precarización laboral y de desprotección social. Una igualdad que, necesariamente, cuestiona los privilegios.
El feminismo tiene como horizonte la igualdad. ¿Pero qué igualdad? La igualdad entre varones y mujeres es el objetivo más patente y más fácil de asumir. Incluso, me atrevo a decir hoy, no es un objetivo insólito. El propio Presidente Macri en el discurso de la Asamblea legislativa propuso mecanismos para mitigar la brecha salarial. La pregunta no es una chicana: ¿será una oportunidad para nivelar salarios para abajo? No faltan muchas películas para que las actrices ganen lo mismo que su compañeros varones. No faltan muchos años para que las mujeres que tienen el privilegio de tener una carrera en el Poder Judicial dejen de toparse con el techo de cristal. Incluso -tal vez- no falte mucho para que las obreras ganen lo mismo que los obreros.
¿Es ese el mundo con el que soñamos las que paramos el 8M? Seguro que no. El feminismo, como se explicó mil veces, no es machismo al revés y las feministas, como se explicó mil veces, no odiamos a los hombres. No soñamos con un mundo de hombres oprimidos por mujeres, pero tampoco de hombres y mujeres oprimidos por otros hombres y mujeres. Nos revela la injusticia, empatizamos con lxs débiles. No podríamos nunca estar cómodas en un mundo para unos pocos, aunque ese fuera un mundo de aparente igualdad entre varones y mujeres. ¿Podría el feminismo ser de derecha? Tal vez sí, pero el actual movimiento feminista por su historia, por los reclamos que contiene, por las personas y colectivos a los que convoca, y por los enemigos que enfrenta, no lo es.