En tres semanas se celebrará el primer balotaje de la historia argentina. Luego de cinco elecciones presidenciales en las que primaron candidatos que superaron el 45% (la única excepción fue el 2003) llegamos al domingo 22 de noviembre a una segundas vuelta sumamente competitiva. Al no contar con evidencia empírica sobre cómo es el comportamiento del electorado nacional en esta clase de compulsa al todo o nada, son escasas las posibilidades de acertar el resultado final. De todas maneras, aquí esbozaremos algunas viñetas de lo que creemos que puede suceder el cuarto domingo de noviembre
- El candidato de Frente para la Victoria Daniel Scioli se alzó con el 36,8% de los sufragios y el candidato de Cambiemos Mauricio Macri alcanzó el 34,3%, contando como base siempre al escrutinio provisorio. La exigua ventaja obtenida por el candidato oficialista deja una elección abierta en la que todo puede pasar.
- Como dijimos no existe a mano experiencia alguna de segunda vuelta nacional. Tuvimos, eso sí, en nuestro país balotaje en Chaco, Tierra del Fuego (muchos) y en la Ciudad de Buenos Aires (gran cantidad también). En ese sentido, sólo Macri tiene experiencia directa en lo que hace a una elección de sólo dos opciones, ya que participó de tres en la Ciudad. Trasportar las experiencias locales a una nacional es un ejercicio inútil, por lo que de acá en más nos preguntaremos acerca de cuál es el significado de una segunda vuelta y cuáles serían las estrategias para abordarla desde ambas posiciones. Más que especular sobre el resultado final, nos formularemos interrogantes e intentaremos descifrar como se aborda una segunda vuelta a la luz de algunas experiencias regionales. Comencemos
- Los sistemas electorales de Mayoría Absoluta prevén, desde su espíritu, que un candidato obtenga para alzarse con el único cargo en juego, en el caso argentino la presidencia, más del 50% de los sufragios. Al no contar el voto en blanco, entonces, siempre un candidato superará el 50% y el otro no. En los hechos termina siendo una elección a mayoría simple de votos: quien más tiene de los dos, gana la elección. Se suele graficar a este tipo de sistema electoral como un sistema en el cual el ciudadano “vota primero con el corazón y después con la razón”. Es decir, en la primera votación lo hace por quién más le gusta, le simpatiza. Y en la segunda hace un cálculo estratégico, mucho más pensado, de quien le conviene más o menos. Se suele asegurar, además, que las segundas vueltas las ganan los más moderados, los que más se corren al “medio”, o para decirlo de otra forma, los que menos rechazos tienen. Los que suman menos cantidad de “anti….” son los que se encuentran en mejores condiciones. Para decirlo a secas: el electorado en estas instancias vota al menos malo. Hasta acá la teoría
- Vamos al caso argentino, a lo que se define el 22N. Las preguntas que uno a estas horas se hace: ¿A dónde irá el voto de los que eligieron a Massa, Stolbizer, Del Caño y el Adolfo? ¿Cambiará el voto quien eligió a Scioli y Macri? ¿Tendrá la misma incidencia las otras boletas del 25O que ayudaron a subir y a bajar a los presidenciables? ¿Influirá la participación de los candidatos y candidatas ganadoras en la campaña del balotaje o sólo importa los dos jugadores que están en la cancha? ¿Tendrá consecuencias sobre el balotaje desde que piso electoral llega cada uno? ¿A quién le conviene que se politice de manera intensa esta segunda vuelta? ¿Qué tiene más efecto, las campañas “anti” o “pro”, je? ¿Cómo se llega a ese casi 30% de los votantes que eligieron otros candidatos, repitiendo sus propuestas, jugando al temor, desde lo positivo? ¿Tiene peso lo que hoy llaman la “ola victoriosa”? ¿Cuánto dura la misma, un día, tres, una semana, cuánto? ¿la ciudadanía valorará más la continuidad con cambios de elencos o los cambios a secas? ¿Es la argentina una sociedad amante de los grandes cambios como se plantea en estas horas? ¿no existe un electorado más conservador que teme perder lo conquistado?
- Lo que queda claro es que la del 22 se trata, sin más, de una nueva (y última) elección. La decisiva. No es el segundo tiempo de un partido comenzado; es otro partido. Ya no están los jugadores que fueron parte de los primeros 90 minutos. Están sólo dos. Se pasó de un partido de futbol, a una pelea de box. Y aquí está (y estará siempre) la clave de un balotaje. Por lo que cómo llega cada uno, poca importancia tiene. Como en los clásicos dirían los futbolistas, “no importa quién llega mejor”. Es más, ha habido casos para todos los gustos en lo que hace a segundas vueltas. Han ganado los que puteabas, los que iba cómodos atrás, los que se subía a la ola victoriosa, los que se veían perdiendo, etc.
- Por citar algunos casos. Hace poquito más de un año, en Brasil Dilma Rousseff triunfó en el primer turno electoral con 42% de los votos frente a Aecio Neves que llegó al 34% y Marina Silva al 21%. A pesar de que esta último jugó explícitamente a favor del candidato opositor en el balotaje, la suma de sus votos no fueron en totalidad en dirección del candidato de la derecha brasilera. Y el resultado final fue una victoria por más de 3% para la actual presidente de Brasil. En Colombia, el año pasado el opositor Zuluaga venció en 1ra vuelta al presidente Santos por 29% a 25%. La candidata María Lucía Ramírez, quien obtuvo el tercer lugar, prometió hacer campaña por el triunfador de la primera vuelta. Pese a ello, Santos ganó por más de 5%. Es decir, dos ejemplos que no predicen nada, pero descartan transferencias automáticas de votos hacia uno u otro candidato. Y dos casos, en uno triunfó el que iba primero, y en otro, el que iba segundo. Desde allí que insistimos que se trata de una nueva elección.
- Estos dos últimos ejemplos tomados al boleo, ya que son de dos de los tres balotajes realizados en Sudamérica el año pasado (no tomé en cuenta el de Tabaré en Uruguay ya que las ventajas era siderales y se mantuvieron) advierte sobre el escaso peso que tiene en el electorado el par continuidad vs cambio a secas. Es más, en ambos ejemplos la continuidad era cabal ya que era candidato el presidente. Si fuera sólo eso lo que se pone en juego, Dilma hubiese perdido 55% a 45% y Santos 75% a 25%. Habría que pensar en que los votantes no se limitan a una oferta que sólo ofrece cambio o sólo continuidad. El éxito de la “caprilización”, de la que tanto hablamos en otros lados, fue que combina los grados de cada uno de esos polos. Desde allí que Scioli se ofrezca como “la continuidad con cambios” y que Macri (al menos desde el discurso) se comprometa a mantener los activos centrales del kirchnerismo. Pero aquí lo que definirá es a quien le cree o le tiene más confianza el electorado para asegurarlo.
- El otro elemento que decimos que puede ser decisivo en esta compulsa es el nivel de “anti….” existente en el votante. Es evidente la existencia de antikirchnerismo y antimacrismo. No hace falta realizar 50 grupos focales para advertirlo. Se palpa en la calle. De hecho, el antikirchnerismo, fue expresado el domingo anterior y se observó de forma nítida en el principal distrito del país. Y el antimacrismo se pronunció de forma contundente en el último balotaje de la Ciudad, por citar un caso. Lo que sí habría que interrogarse es acerca del nivel de “antisciolismo” existente en la sociedad argentina. Ese dato sería un aporte trascendental a la comprensión de lo que pueda suceder en tres semanas.
- Para una gran parte de la sociedad lo que hay en pugna son dos modelos. Para otra, tal vez la mayoría de los que no votaron a Scioli y a Macri, de lo que se trata es de elegir sólo entre dos personas. Es decir, todo está bastante mezclado, combinado, a la hora de votar. Para Macri hacer eje en el antikirchnerismo es una parte central de su estrategia. Sus promesas de campaña (una mezcla de ofertas incumplibles con slogan de cambio) son secundarias frente a una estrategia que descansa sobre todo en el cansancio de una buena parte del electorado con el gobierno. Para Scioli, el eje pasa por una doble estrategia: explicitar que la disputa es entre él y Macri y hacer pie en ese antimacrismo que aún mantiene otra buena parte del electorado. Por último, la presidenta habló el jueves, contuvo el voto propio, y avisó que desea que cuando se vaya el 10 de diciembre no se hagan pelota los cimientos construidos. Daría la sensación que luego se correrá para dejar sólo a los dos que tienen asegurado el boleto por el premio mayor.
Los que durante varios años vienen hablando (y obviamente criticando) la existencia de una grieta, la tendrán nuevamente expuesta el domingo 22. El país, casi con seguridad, tendrá partidarios (duros y de los otros) de uno de los dos lados de las opciones electorales. Es decir, gane quien gane, la misma existirá. Sabemos que de ganar la oposición, se titulará el fin de un modelo (y por ende de la grieta) y si ganara el oficialismo, se dirá que el país “continúa partido en dos mitades”.
Faltan 20 días. Una eternidad para lograr adhesión, votos y simpatías.