El reciente encuentro en la provincia de Córdoba de dirigentes justicialistas –que se autotitulan “renovadores” por no abrevar en el núcleo ideológico kirchnerista-, reabrió un debate que nos obliga a entrar en él mirando al pasado y al futuro: ¿puede el peronismo unir sus distintos fragmentos en un todo sintetizador de cara a las elecciones presidenciales de 2019?
Este interrogante, que buena parte de la opinión pública, la militancia y los analistas políticos ven como condición sine qua non para evitar la reelección de Cambiemos, nos obliga a rastrear los momentos similares de la historia reciente en los que el peronismo se encontró en la oposición. De esta forma, podremos observar el comportamiento de los “compañeros” fuera del gobierno y sus estrategias de cara a recuperarlo.
En ese marco, un muy buen aporte a la comprensión del Movimiento en el llano (hoy más que nunca “gigante e invertebrado”) es el post del amigo Nicolás Tereschuk “Oposición: esa bolsa de genios”, donde en base a siete ejes analíticos el autor desmenuza el libro “Los hombres de Perón. El peronismo renovador”, de Marta Gordillo y Víctor Lavagno, un conjunto de entrevistas a más de treinta dirigentes peronistas a mediados de los ochentas, en lo que llamaremos “la primera oposición peronista”. Esos ejes son: Los nombres, Las disputas, La lectura del pasado, La lectura del presente, La desorientación sobre el pasado y el presente se retroalimentan, Izquierda, derecha, dame más y Las ganas de ganar. Tomando ese hilo de variables, este post intentará en perspectiva comparada, dar cuenta de los otros dos momentos (a los que llamaré “segunda oposición peronista” y “tercera oposición peronista”) en los que el justicialismo se encontró y se encuentra del otro lado del poder político.
Comencemos:
Segunda oposición peronista (1999-2001)
Los nombres:
Luego del contundente triunfo electoral de Fernando De la Rúa en la primera vuelta del 24 de octubre, el peronismo logró conservar tres de los cuatro más importantes distritos del país, (Buenos aires, Córdoba y Santa Fe) y la mayoría absoluta en la Cámara de senadores. Desde allí que Carlos Ruckauf, Juan Manuel De la Sota y Carlos Reutemann emergieran como los principales nombres dentro del peronismo. Un Eduardo Duhalde golpeado luego de dos reveses electorales consecutivos (legislativa de 1997 y presidencial de 1999, haciendo la peor elección histórica del peronismo hasta ese momento) y un Carlos Menem desgastado luego de diez años de ejercicio del poder, aquella triple entente se autotitulaba (una vez más) “la renovación del peronismo”. A pesar de sus estrategias dispares, dicho trío convergía en la necesidad de oxigenar el justicialismo superando la etapa de menemismo.
Las disputas:
Al igual que la experiencia precedente, las disputas hacia el interior del justicialismo brotaban por doquier: Menem- Duhalde, Ruckauf- Menem, De la Sota- Duhalde, por mencionar algunas. El duhaldismo acusaba al menemismo de ser los verdaderos “culpables” de la derrota, los menemistas contestaban que “Si Menem hubiese competido, no se perdía”, Ruckauf intentaba “jubilar” a Menem por considerar que “su tiempo ya pasó”, De la Sota resaltaba que Menem aún mantiene su apoyo en el interior del Partido, Reutemann cobijado en su Santa Fe con su silencio eterno, Duhalde disparando munición gruesa sobre el menemismo. Ese era el peronismo opositor en su segunda versión. Sin llegar a la “guerra de todos contra todos” hobbesiana, las huestes justicialistas disparaban culpabilidad por doquier.
La lectura del pasado:
Discutir el pasado en 1999 era discutir el menemismo. Para decirlo mejor, poner en discusión el gobierno peronista anterior. Al menos desde 1997 las disidencias en torno al neoliberalismo menemista habían formado parte de las discusiones entre los compañeros. El PJ de la provincia de Buenos Aires había emergido en ese marco como un polo confrontativo en el interior del movimiento y mantuvo esa posición en la campaña presidencial y con mayor vehemencia luego de ella. El sector más moderado del peronismo, con De la Sota (y Reutemann con su silencio) a la cabeza, sin embargo, valoraban los trazos centrales de la obra de gobierno despegando su apoyo de los casos de corrupción. Al igual que en la primera oposición peronista, la discusión del pasado no resultó un camino uniforme.
La lectura de (aquel) presente:
En este punto el peronismo tiene, en 1999, menos diferencias. El PJ bonaerense aparece como el más opositor dentro de los tres espacios descriptos. A pesar de ello, las críticas se dirigen a los ministros de economía y luego al presidente. En cambio el peronismo cordobés y santafecino, más por cuestiones ideológicas que por otra cosa, plantean críticas menores. El menemismo, en pleno, aparece como el mayor crítico de las políticas aliancistas. A pesar de las diferencias de perfiles y estrategias, el peronismo se muestra opositor al delarruismo en su discurso político, no así en el plano institucional. El Senado aparece como el abanderado de las políticas oficiales fungiendo como el principal aliado del oficialismo radical dentro del legislativo.
La desorientación sobre el pasado y el presente se retroalimentan:
A diferencia de la experiencia anterior aquí hay menos desorientación. Hay dispersión, fragmentación, pero no desorientación. Preparados para la derrota que se avizoraba desde el fracaso electoral de 1997, en el peronismo no brilla el desconcierto. La disputa del pasado divide, pero no la del presente. Eso evita la retroalimentación. La experiencia de los ochenta brindó a los actores en el interior del partido la experiencia necesaria para intentar evitar la diáspora y enhebrar estratégicamente las posibilidades concretas del retorno. Hay futuro (“Hay 2003”). En este sentido, el peronismo opositor en los ochenta fungió como “herencia” histórica para que el justicialismo del siglo XXI tuviera a mano un legado que le permitiera transitar los cuatro años en el llano con expectativa de retorno.
Izquierda, derecha, dame más:
Como siempre en el peronismo, identificar la izquierda y la derecha resulta un desafío mundial. A finales de los noventa, si pudiésemos ubicar en un continuo ideológico a los fragmentos peronistas, en los polos estarían el menemismo y el duhaldismo. Recordemos que el proto kirchnerismo adhería al segundo núcleo político ideológico. Si el menemismo expresaba el neoliberalismo ahora “dolarizador” de principios de siglo, el duhaldismo se presentaba (y ubicaba) más cerca del peronismo tradicional hijo de “la intervención del Estado para congeniar los intereses del capital y del trabajo”. La comunidad organizada made in 2000.
Las ganas de ganar:
La evidencia histórica mostraba que el peronismo desde la oposición podía volver a ganar elecciones. Pasado el desconcierto de mediados de los ochenta, los líderes justicialistas de esta etapa creían en la posibilidad concreta del retorno. Hasta Menem se anotaba allí. Duhalde mismo, con sus dos derrotas a cuestas, no quería perderse el convite. Y tanto Ruckauf, como De la Sota y Reutemann, entendían que se encontraban en una posición expectante para pelear el 2001 y el 2003.
Como sabemos, la Alianza se fue antes de tiempo, el peronismo sin unidad se disputó la propia presidencia durante las dos últimas semanas de diciembre de 2001 y Duhalde logró imponerse en esa interna irresuelta. La sucesión de presidentes era la muestra más acabada de la ausencia de unidad del peronismo, la nula capacidad de consensuar un candidato y la necesidad de buscar fuera de él (el alfonsinismo bonaerense) los aliados necesarios para completar el mandato radical-frepasista. Avancemos ahora con la tercera oposición justicialista.
Tercera oposición peronista (2015-?)
Los nombres:
Una vez más el peronismo en su tercera versión opositora tiene nombres. Muchos nombres. Desde Cristina Fernández de Kirchner a Juan Manuel Urtubey, pasando por Sergio Massa y Florencio Randazzo, hasta Alberto Rodríguez Saa y Sergio Uñac. El peronismo entiende que su paso por la oposición suele ser corto y se ilusiona (a veces en silencio –mucho silencio-) con el retorno. Cuando parece que todo está perdido, ahí está el peronismo para recordar y mostrarse como partido de poder.
Las disputas:
Como vimos al comienzo, la (re) emergencia de un polo renovador en el interior de sus filas, parece marca registrada en el PJ. Así también las disputas. Aunque suele ser de menor intensidad que sus precedentes, los dos grandes polos, kirchnerimo y antikirchnerismo, parecen vertebrar la disputa principal. El primero, sin muchos recursos institucionales en comparación con el segundo, tiene como principal soporte el recurso electoral frente a una coalición de gobernadores con posibilidades de perder sus propios distritos.
La lectura del pasado:
Aquí radica la principal discrepancia. El pasado kirchnerista. Discutir el pasado, es, al igual que la segunda oposición justicialista, discutir al gobierno anterior. En esta coyuntura discutir a CFK. En ese polo, post “valijas de López”, se anotó la gran mayoría dentro del peronismo nacional. A diferencia de la experiencia precedente, en esta existe mayor uniformidad entre los “compañeros” a la hora de criticar el pasado. También hay, pero en menor proporción, quienes defienden la “década ganada”. Algunos con mayor efusividad, otros tímidamente, se ponen la letra K. Pero al igual que la segunda oposición peronista, esta alienta la conformación de un polo renovador frente a la expresidenta. No importa que quienes la impulsen tienen menos novedad que la derecha argenta, porque en el peronismo la palabra renovación es sinónimo de oponerse a la experiencia precedente (sea esta la ortodoxia en los ochenta, menemismo en los noventa y kirchnerismo hoy). La renovación no está en las prácticas, en la ideología o en el posicionamiento político frente al gobierno, sino en oponerse al peronismo que fue expresión en la etapa precedente.
La lectura de (este) presente:
En espejo con la segunda oposición, esta tercera tiene al peronismo con recursos institucionales (gobernadores y senadores) en su mayoría alineados con las posturas más moderadas frente al gobierno, mientras el kirchnerismo (al igual que el menemismo) como la fracción más intransigente. Para dar ejemplos concretos: Urtubey, al igual que Ruckauf en el 2000, critica solapadamente la política económica sin confrontar con el presidente. Los gobernadores “comprenden” el ajuste, se endeudan junto al gobierno sin lanzar severas y continuadas críticas a los efectos sociales del ajuste. Mientras el kirchnerismo emerge como la oposición en totalidad a la obra de gobierno.
La desorientación sobre el pasado y el presente se retroalimentan:
De nuevo, en línea con la experiencia precedente, aquí no hay desorientación. Hay una estrategia contemplativa, similar a la segunda oposición. Desde allí que no se retroalimenten como si sucedió con la primera oposición. La bandera del “hay 2019” penetra sin exclusiones en los fragmentos internos del peronismo. El pasado enciende las posibilidades del presente, pero sobretodo del futuro. El peronismo entiende que, a pesar de sus divisiones y sus luchas intestinas, tendrá posibilidades de retorno. En palabras del amigo Abe Vitale: “no hay, nunca, derrotas definitivas, concluyentes”.
Izquierda, derecha, dame más:
Desde los analistas, más que desde los propios actores, hoy el peronismo aparece como dividido a partir de cuestiones ideológicas. El populismo kirchnerista expresaría hoy la izquierda partidaria, mientras que el frente de la renovación articularía el “centro moderado” del PJ. Como sabemos, en el interior del peronismo nadie se presenta como parte ideológica de algo. Los compañeros se asumen como peronistas. Así, a secas. Ni siquiera en los momentos más álgidos (y trágicos) del PJ, no se escuchará a un peronista decir “yo expreso la derecha/izquierda del partido”. En todo caso se discutirá “quién es” el verdadero peronista. Insisto, así, a secas pe ro nis ta.
Las ganas de ganar:
Al igual que la experiencia anterior, el peronismo ve (hoy) el 2019 con mayor optimismo que hace un tiempo. Seguramente luego de la derrota electoral del año pasado (y antes inclusive) la atmósfera política le indicaba otra cosa. Pero cuidado, no hay que confundir silencio con resignación. El peronismo se sabe un partido de poder. Y cuando el peronismo huele las posibilidades del retorno sus acciones no suelen tener vuelta atrás. De esta forma, las “ganas de ganar” forman parte de la genética del movimiento. Es allí cuando las internas se procesan velozmente y la conducción logra imponerse a las fragmentaciones.
Entonces, ¿qué podemos extraer de este veloz recorrido histórico por las distintas experiencias opositoras peronistas desde el retorno a la democracia en 1983?
1) Luego de las derrotas electorales el peronismo se fragmenta en polos que escasamente tienen que ver con cuestiones ideológicas. Las divisiones internas se asientan sobre todo en “choques” de liderazgos o en el posicionamiento táctico frente al gobierno de turno. Digo táctico, para dar cuenta que se trata de acuerdos coyunturales, que más tarde, cuando la ocasión lo amerite, sean suspendidos definitivamente.
2) La gran mayoría del justicialismo, una vez en la oposición, suele ser crítico de las experiencias pasadas de gobiernos peronistas. Lo han sido de la del 70, de la menemista y de la kirchnerista. Y en los tres casos la palabra “Renovación”, apareció siempre en el vocablo preferido de los compañeros. Siempre hay que “renovarse” del pasado. Para el peronismo renovación suele ser igual a salida de la primera plana de los dirigentes que protagonizaron la etapa anterior.
3) En las tres experiencias reseñadas brevemente, el peronismo contó con importantes recursos institucionales: mayoría de provincias y el Senado. Los gobernadores siempre intentaron tener buena relación con la Rosada (Menem y Cafiero con Alfonsín, Ruckauf y Reutemann con De la Rua, Urtubey y Schiaretti con Macri, para mencionar algunos) mientras el presidente de turno “midiera” bien. Una vez que estos ingresan en la pirámide descendente se convierten en “mancha venenosa”. En cambio, el Senado suele acompañar al presidente casi hasta “el final”. En ese sentido, la Cámara Alta oficia como dador de gobernabilidad, en su rol que lo ubica la mayoría de las veces como cuasi-participante de un co-gobierno. Si uno piensa en voz alta qué leyes le trabó el Senado opositor peronista a los gobiernos de turno no justicialistas aparecen después de pensar un buen rato “la Ley Mucci”, “la Reforma Electoral” y no muchas más.
4) El peronismo en la oposición no discute cuestiones ideológicas o programáticas. No discute, ni reflexiona públicamente mucho sobre el pasado. Al son de la “única verdad es la realidad”, el peronismo suele asumirse oposición e intenta mediante diversas tácticas y estrategias continuar manteniendo cuotas de poder con el nuevo gobierno, y en el peor de los casos, convertirse en poder de veto cuando se trata de defender sus privilegios. Es bien pragmático y a pesar de las desavenencias internas, suele en silencio cuidar la unidad (al menos la mayor parte de ella).
5) La unidad del peronismo suele llegar siempre una vez que emerge un liderazgo indiscutido. Puede ser antes de la elección general (Menem 1988) o luego de ella (Kirchner 2005). Nunca antes. Y hasta ese momento, los peronistas suelen jugar con sus figuras hasta el final. Y ese candidato unificador no llega pronto. La primera oposición peronista resolvió sus disidencias en la interna de 1988 a favor del ganador de ella, que hasta ese momento contaba con la menor cantidad de adhesiones en el mundo justicialista. La segunda oposición lo hizo recién luego de sortear una primera grieta en la caída de De la Rúa (los cinco presidentes fueron la evidencia de que el peronismo continuaba desunido), la elección de 2003 con tres candidatos peleando por la Rosada y la última entre el kirchnerismo gobernante contra su ex aliado Duhalde.
6) Los presidentes justicialistas que suceden a los gobiernos no peronistas hasta hoy provinieron de las provincias “periféricas” (Menem y Kirchner). Los candidatos a priori luego de perdida la elección (o los triunfantes en las legislativas de medio término) nunca fueron. No fue Cafiero, no fue Ruckauf, no fue Reutemann, no fue De la Sota, no fue Massa. No fue ninguno de las provincias centrales o más pobladas. Es como si el peronismo seleccionara a sus candidatos a último momento (nadie esperaba que fuera Menem un año antes, ni Kirchner, cinco meses antes) llevándose puesto siempre a los más instalados o a los “candidatos cantados”.
El gobierno de Cambiemos comienza a perder su brillo inicial. Las últimas semanas fueron difíciles para los intereses de la alianza de gobierno. El peronismo olfatea que el humor social está cambiando y se mueve sigilosamente uniéndose en la fragmentación genética, como siempre que se bate como oposición. Cuando parece que buena parte del peronismo se resigna a ejercer plenamente su rol de oposición, y en consecuencia se hable del fin del peronismo (en los ochenta, a principios de siglo y hoy) el movimiento septuagenario vuelve a resurgir. La demanda de mayor intransigencia opositora, de mayores críticas hacia el gobierno, de un silencio que muchas veces se traduce como aceptación, de la ausencia de un líder que quiera aglutinar al siempre principal partido de oposición, forman parte del combo al que el justicialismo se ve sometido en la opinión pública y puertas adentro del partido. Pero debemos problematizar esta cuestión interrogándonos acerca de sí estas tácticas partidarias no forman parte de una estrategia unitaria que descansa justamente en “nunca mostrar las verdaderas cartas”. Las tres oposiciones peronistas antagonizaron con liderazgos muy fortalecidos electoralmente en distintos momentos en los cuales nunca se le realizó una oposición total, y en la mayor parte de sus administraciones se les otorgó votos parlamentarios, agendas programáticas casi sin obstáculos y acuerdos puntuales en la superestructura (la “calle” es otro cantar, ya que el peronismo en sus distintas fracciones nunca las abandonó en ninguno de los tres momentos). Sólo cuando esos liderazgos comenzaron a descender en la opinión pública y a perder recursos de poder, el peronismo los enfrentó en forma plena y directa. Nunca antes.
Hoy, al igual que en sus otras experiencias, el peronismo vuelve a instalarse públicamente en el ágora. Los encuentros de San Luis y Córdoba hablan por sí solos. Un repunte del gobierno, tal vez, los vuelva al silencio táctico, pero ya habrán avanzado varios casilleros. Así parece jugar este juego el peronismo. La historia muestra que mal no le fue. Los nombres, las disputas, las lecturas y, por supuesto, las ganas de ganar, siempre estarán presentes.