Un estado de alienación

RAE: alienación. Del lat. alienatio, -ōnis. 1. f. Acción y efecto de alienar (enajenar); 2. f. Limitación o condicionamiento de la personalidad, impuestos al individuo o a la colectividad por factores externos sociales, económicos o culturales; 3. f. Med. Trastorno intelectual, tanto temporal o accidental como permanente; 4. f. Psiquiatr. Estado mental caracterizado por una pérdida del sentimiento de la propia identidad.

 

Los vientos soplan en contra. Hemos perdido al menos un par de elecciones seguidas y el oficialismo parece tener un poder creciente. El panorama de la región tampoco ayuda. El retroceso de los movimientos populares en Latinoamérica es innegable. Los factores de poder se alinean del otro lado: el poder político, el judicial, el mediático, el que quieras. Están enfrente. Y hasta estoy tentado de hablar que también se alinea en contra el poder social. Y bueno, lo escribo. Para colmo de males estamos divididos, quebrados. Así que esta columna trata de la acepción cuatro.

Y aquí una primera aclaración: esta columna pretende estar “situada”. Es decir: intenta reflexionar sobre algunos aspectos de la realidad política, pero no se satisface con el rol de “analista”. Aquí el análisis es, en todo caso, un primer paso para plantear una acción. Que vamos: hay muy buenos analistas, pero sin los que hacen los analistas no somos nada.

¿Y entonces? ¿Qué hacemos? Porque seamos honestos, mucho no estamos ayudando a que esto cambie. Estamos chapoteando en el barro de esas derrotas, casi que disfrutando perversamente de esa situación. Sin reaccionar más que indignadamente. Frustrados. Enojados, con la gente, con tal dirigente, con tal decisión, con aquella cosa, con esa opinión. Pero digamosló rápido, que el tiempo apremia: no hay, nunca, derrotas definitivas, concluyentes. Es una derrota. O un par. O incluso varias. Como siempre ha pasado, como siempre va a pasar. A veces, las menos, ganamos. A veces, las más, perdemos ¿Y entonces qué hacemos?

Están los que nos dicen que hay que “modernizarse” y “copiarlos”. Incluso están los que los copian. Están aquellos que están obsesionados con “entenderlos”, con estudiarlos y captar, quizás, el signo de los tiempos. Y está bien. Son válidos los intentos de “entender” al macrismo y el modo en el que éste  logra representar (a parte) de nuestra sociedad. Por supuesto, aunque parezca una verdad de perogrullo para cualquiera que haya participado de una elección en una cooperadora escolar, no ignorar los “aires” que soplan en determinado momento es una obligación política. Pero tenemos que ser cuidadosos: “entender” al macrismo es una cosa y “comprenderlo” es otra. Y algunas comprensiones que circulan están (quizás sin desearlo) peligrosamente cerca de justificarlo. Están, hay que decirlo, más cerca de una “representación” que de una “comprensión”, porque si la comprensión no va acompañada de la pregunta sobre los efectos políticos, ideológicos e intelectuales de esa propia comprensión, se abandona (insisto, quizás sin desearlo) el campo del análisis para entrar al de la propaganda. No vamos, precisamente nosotros, a realizar una impugnación ética o moral a la propaganda. Pero avisemos, y hagamosnos cargo, de que es un “espacio de publicidad”.

Otra cosa, bien diferente, es intentar “comprender” a la sociedad. Y eso es una de nuestras características de las que debemos enorgullecernos. Históricamente, que la historia tiene un valor, no nos hemos peleado con la sociedad. Tratamos de comprenderla. De aprender de ella y, de ser posible, de representarla.

El desfiladero es tanto de práctica como de análisis. En términos de análisis tenemos de un lado el abismo ya citado: tratar de ser como ellos. Pero hay otro: el de pretender que alcanza con ser lo mismo que hemos sido en la última etapa. No se trata de que haya en eso algo malo per se. Se trata de que con eso, señores, no alcanza. Y si no alcanza es malo. Sencillito.

Entonces, recapitulemos: no se trata (sólo) de “superarnos”. No se trata (sólo) de “captar los nuevos aires”. No se trata (sólo) de “adaptarnos”. Aunque se trate de todo eso. Tampoco se trata (solo) de “resistir”, de (solo) “vamos a volver”, de “falta poco para que nos extrañen”, de “que manga de pelotudos todos los que no están con nosotros”. Menos que menos se trata de reemplazar el “peronómetro” con el “traidorómetro”.

Pero antes se trata de otra cosa. De otra cosa que es bastante más simple de los que nos gustaría aceptar a los que nos gustan las cosas complejas. Se trata de ser lo que somos, lo que fuimos, lo que siempre seremos. Se trata de que somos parte de esta sociedad y, como tal, somos una parte –a veces la mayoría- de ella.

¿Quiénes somos? Somos los que queremos igualdad, solidaridad, sociedades justas, movilizadas, transformadoras, sociedades escandalosamente plebeyas. Eso fuimos, somos y seremos.

Así que, humildemente, postulo que debemos empezar por afirmar lo que somos. Y el diccionario nos ayuda, como siempre. Del lat. affirmāre. 1. tr. Poner firme, dar firmeza; 2. tr. Asegurar o dar por cierto algo; 3. prnl. Dicho de una persona: Estribar o asegurarse en algo para estar firme. Afirmarse en los estribos. 4. prnl. Dicho de una persona: Ratificarse en lo dicho o declarado; 5. prnl. Esgr. Irse firme hacia el contrario, presentándole la punta de la espada.

Ahí, en esa afirmación de nuestra identidad, poniendo especial énfasis en determinados valores que nos constituyen más que en etiquetas o sellos, una posibilidad de reconstrucción. No se trata, por cierto, de que esa identidad sea inmutable, acabada. Admitir eso sería tornarse conservador. Y no somos conservadores. La potencia transformadora de las corrientes populares de nuestro país tiene como basamento la capacidad de renovarse, de adaptarse, de ser maleables y reinventarse las veces que sea necesario.

Pero todo ese intento y ese esfuerzo que hay que hacer sería en vano si no empezamos por el principio: hay cosas que no vamos a cambiar. Hay cosas que no vamos a resignar. Hay cosas que nos dan orgullo, nos mueven el corazón y las tripas. Hay afectividades que nos marcan. Y esas cosas nos van a acompañar para siempre. Porque para emancipar una sociedad tenemos que empezar por emanciparnos a nosotros mismos.

Finalizo como empecé: contra la alienación hay mucho para hacer. Pero mucho más hay que hacer para afirmar. Y se puede.

 

 

Imagen: Marcos López. Museo Nacional de Bellas Artes.

Acerca de Abe "Mendieta" Vitale

De chiquito, Mendieta no quería ser bombero ni policía. Soñaba con ser basurero. Ir colgado, como un superhéroe, del camión. Despúes se las ingenió para ser y hacer muchas cosas, todas más interesantes que lo que terminó siendo: un Licenciado en Comunicación, algunas veces como periodista, otras como funcionario público. Sus únicas certezas son su sufrimiento racinguista, la pasión por el mar y cierta terquedad militante. Todo el resto puede cambiar mañana. O pasado.

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