Hace aproximadamente 8 meses (principios de septiembre de 2015 para ser más precisos) asistí por invitación del Centro de la Cooperación a una charla sobre la “Ofensiva desastabilizadora sobre el PT”. Allí se discutía acerca de sí lo que sucedía en Brasil podía caracterizarse como un “golpe blando”. De la mesa además de quien esto escribe participaban expertos en la política de nuestro vecino como país como Marcelo Falak, Federico Vázquez, Amílcar Sánchez Oroño y Juan Manuel Karg. Recuerdo que mi intervención se basó, en lo fundamental, en describir el nuevo fenómeno que se despliega desde hace dos décadas en Sudamérica: caen los presidentes, se mantiene el presidencialismo. Para decirlo con otras palabras, los presidentes renuncian o son despedidos antes de cumplir el plazo establecido, pero se mantiene el sistema democrático. Se trata de otro tipo de inestabilidad. Muy distinta a la que se desarrolló en las décadas sesenta y setenta en las que la caída de presidentes implicaba la clausura del ciclo democrático. Desde allí que esta sea caracterizada como una inestabilidad de la democracia, ya que lo que entraba en crisis era el propio sistema y no un gobierno en particular. El nuevo fenómeno que se desarrolla en nuestra región en la actualidad circunscribe la inestabilidad en el presidente, y no en el presidencialismo. Desde allí que se la caracterice como “inestabilidad presidencial”.
Una importante literatura académica en la actualidad le presta atención al fenómeno. No es abundante ya que la Ciencia Política argentina ama las instituciones y le presta escasa atención a los avatares de los liderazgos presidenciales. Pero quien se detenía a observar la recurrencia en la que se desplegaban estos procesos, visualizaba que se trataba de algo novedoso que requería ser teorizado. Se trataba nada más y nada menos de la “salud política” de los presidentes. La evidencia estaba ahí. Hagamos memoria. Casualmente (o no) es en Brasil donde se origina el fenómeno. El caso Collor de Melo le da el punta pié inicial a esta nueva forma de inestabilidad. Allá por el año 1992 el presidente brasilero renunció a su cargo antes que avanzara el juicio político a la que iba a ser sometido, luego de una denuncia de corrupción. Un año más tarde caía en Venezuela Carlos Andrés Pérez y dos años después Samper en Colombia zafaba por un pelito. En 1997 se hundía Bucaram en Ecuador y en 1999 Cubas Grau en Paraguay. Comenzando el nuevo siglo De la Rúa en Argentina y en 2003 Sánchez de Losada en Bolivia. Todos gobiernos neoliberales que había aplicado ajustes económicos en línea con el Consenso de Washington. Todos con minoría parlamentaria (salvo Samper), casos de corrupción (o de insanía como el ecuatoriano) y numerosas movilizaciones policlasistas. En algunos casos, un vicepresidente que oficiaba como transición a un nuevo llamado a elecciones. Durante algunos años este nuevo tipo de estabilidad pasó desapercibida, pero los casos Zelaya en Honduras y Lugo en Paraguay volvió a activarla (sin olvidar que Chávez en el 2002, Evo y Cristina en 2008 y Correa en 2010 pasaron por procesos semejantes con resultados diferentes), pero en un ciclo presidencial de orientaciones posneoliberales. Es decir, la inestabilidad presidencial no tiene color político, aunque tuvo más preponderancia hasta ahora con los primeros mandatarios neoliberales.
¿Cuál son entonces las variables a tomar en cuenta para predecir la inestabilidad de un presidente en nuestra región? La evidencia empírica muestra que hay cuatro variables a tomar en cuenta: a) minoría parlamentaria (se agrava en casos de coalición partidaria) b) un caso de corrupción (real o inventado) que tenga impacto mediático, c) movilizaciones policlasistas en contra del presidente y d) un vicepresidente (dispuesto) como figura de transición.
En aquella charla recuerdo haber hablado de un “pronóstico reservado” acerca de las posibilidades que tenía Dilma de culminar su mandato, ya que hasta ese momento existía el caso de corrupción en Petrobras y las movilizaciones con epicentro en San Pablo. Según la teoría faltaban las otras. Asimismo, la orientación promercado que impulsó desde el inicio del segundo mandato agravó el cuadro de situación, dando lugar a la existencia de otro elemento de contexto (orientación neoliberal de las políticas públicas) que se diò en la mayoría de las otras salidas anticipadas. La política de recortes, el nombramiento en el ministerio de economía de un ortodoxo y la consecuente entrada en la recesión más larga de los últimos 25 años hicieron el resto, Aquí se trató más de un pelotazo en contra del gobierno del PT, que de una zancadilla provocada por la oposición brasileña. El contraste con el gobierno argentino, también sometido en ese mismo contexto a una andanada fenomenal de críticas y presiones, llama la atención y despierta el interés comparativo sólo en términos históricos de cómo debe reaccionar un gobierno que pretende desafiar el status quo ante el levantamiento de los poderes fácticos.
Desde septiembre hasta hoy la historia de la caída más anunciada, le sumó las otras variables. Si bien es cierto que el PT estaba en minoría en el Congreso bicameral brasileño, la alianza que mantenía con el PMDB le aseguraba a Dilma los votos necesarios para frenar cualquier avanzada opositora en el parlamento. La ruptura de la alianza y la retirada de este Partido de la alianza de gobierno sellaron la suerte de Rousseff. La disposición del vicepresidente Michel Temer a ser una suerte de garantía de continuidad institucional asegura la transición a nuevas elecciones. Es cierto que aún resta la instancia del Senado, pero observando la “calidad democrática” de los diputados brasileños (el domingo daba pena escuchar las excusas por las que votaban la salida de Rousseff) se puede advertir que la suerte del gobierno del PT ya está echada.
Un nuevo tipo de inestabilidad está presente entre nosotros. Los presidentes deberán estar atentos al nuevo esquema que impera en Sudamérica y cuidar que las variables “inestables” no se activen para no sufrir antes de tiempo. No es fácil gobernar nuestra región. Hace unos días, con mis amigos de Artepolítica caracterizamos como “personas con cierta locura” a los que se animan a desafiar las condiciones impuestas por los poderes reales en el sur de América. Tal vez sea exagerada la descripción, pero no deja de ser cierto que para poder transformar la realidad en nuestros países se necesita dedicación full time a la tarea y un corazón de hierro para bancar los desafíos cotidianos que emergen de forma natural en la dinámica del gobierno.