La insoportable liviandad del Consultorio
“Abandona la esperanza si entras acá” debería rezar en la puerta del consultorio de un dentista. No por nada, la excursión al odontólogo es uno de los tópicos más abordados en la literatura costumbrista sobre salud. El ruido de los tornos, el aroma de la anestesia, la molestia del sorbedor de saliva, en fin, un ascéptico compendio que ha alimentado por décadas tanto a la prosa de alcurnia como a los géneros menores.[1] “Profesionales de la tortura bucal”, al decir de V8, que seguro aprovecharán el momento de indefensión de su paciente para dar cátedra sobre tópicos tales como Lázaro Báez, el penal que no le cobraron a Messi o cualquier otra banalidad que esté de moda. Asusta la sola idea de estar tantos minutos desarmado y con la boca abierta frente a alguien que ha entumecido el alma y la mandíbula de varias generaciones. Y, sin embargo, el hic sunt dentífricos tiene su lado amable, su parte positiva. Esta no debe buscarse en el consultorio en sí, claro está, si no en la sala de espera.
En la sala de espera del dentista (o de otros especialistas, obvio) podemos revisar un material al que no tenemos acceso sistemático en esos minutos previos eternos donde nos relojeamos con los otros pacientes. Nos referimos a esa pila de revistas en desuso que pueblan las mesitas ratonas del lugar. Corpus sarlesco que agarramos apenas nos sentamos para pasar un poco el mal rato (a veces disputado con otros parroquianos cuando no son muchos los ejemplares en oferta). Páginas que aposentamos medio cancheros en nuestras rodillas, y que nos ponemos a hojear como distraídos, casi con desinterés snob. Canon de la liviandad.
Pasan así frente a nuestros ojos un El Gráfico añejo o una aggionarda Paparazzis, todo suma. Ser Padres Hoy, Forbes, Gente, Noticias, Porcelana Fría, la revista de Tarjeta Naranja: el universo es infinito y se expresa en una mesita de consultorio devenida borgeana. Las más buscadas de aquel patrimonio cultural desmontable seguramente serán las revistas del corazón. Magazines del jet set que son, al menos desde los años 20, una clave fidedigna para otear el clima de época. Estética easy listening de los grandes temas de la agenda nacional. Desde la famosa y malvinera Gente a la Caras, casi tan menemista como el Fiat Duna, todas enlistan con frivolidad autoconciente la semana en el país. Para aquellos que no las consumen regularmente, que son muchos, tenerlas en el consultorio deviene en un plaisir malsain. Un permitido tinellesco en la vida del consumidor de Game of Thrones. De ahí su éxito en los consultorios, y en la vida misma, hay que decirlo.
Los semanarios de la farándula funcionan bien porque desde siempre resultaron una representación bastante cabal y efectiva de la vida de las elites escrita para el consumo masivo de la plebe. Suerte de democratización ficticia de la riqueza que le dio, da y dará fuertes réditos comerciales a las editoriales. Estetización rosa del clasismo, inversión de la ecuación ricotera: en los magazines la vulgaridad es lujo y te viene gratis con el diario los domingos.
Tropa de Elite
Señalada la importancia de los semanarios sociales, bien podríamos preguntarnos sobre cuál es hoy el más importante de la troupe, ¿Cuál es el magazine más representativo de la Argentina macrista?, ¿cuál ha aprehendido mejor el paso de la pizza con champán y el “no fue magia” al “si se puede”?
Consideramos que la más relevante hoy es la versión Argentina de la ¡Hola! española. Vale aclarar que no basamos esta afirmación en datos duros como la tirada de ejemplares semanales o las ganancias en publicidad. Simplemente es una percepción, a contrastar: que la ¡Hola! local ha copado la parada en el casting de voceras de Cambiemos en la baja cultura. Efectivamente, en el mundillo de la revistas populares, así como la Caras hizo las veces de house organ del menemismo, y la XXIII de frivolidad politizada del kirchnerismo, hoy la ¡Hola! funciona como la Pravda del PRO. La representación más cabal de una elite que, si bien llega con una modernidad de iphones y bicisendas a cuesta, no desdeña la ayuda que la centenaria Mirtha Legrand pueda brindarle. Dios, Patria y Hogar 2.0.
El modernismo conservador y un poco chupasirios que apalanca al PRO globalizado y fan de Obama no es una rara avis en la historia de la derecha nacional. Más bien se engarza en una tradición de pensamiento ultramontano que desde siempre se ha sobreimpreso con el liberalismo basal que detenta nuestra elite desde el siglo XIX. Realeza sin corona, sangre azul de Anchorenas, Mitres y Bullrich mezclada con la mersada de un Franco Macri dispensando departamentos a sus sucesivas Flavias Palmieros. Un casta que puede pasar de Borges a Ricardo Fort sin que se le mueva un pelo.
Hasta la última Dictadura Militar, reino de lo sórdido y lo bestial, se llamó así mismo Proceso de Reorganización Nacional en un no siempre confeso intento por recuperar las raíces de la Organización Nacional pos 1852. Y Emilio Massera, acaso el mayor exponente surgido del partido militar, intentó reforzar su carrera política con un trascendido romance con graciela Alfano. ¿Y qué decir de Menem, un caudillo riojano petiso, plebeyo y privatizador, que encontró en la revista Caras el lugar ideal para darse un baño de seducción aristócratica? El Carlos Saúl de trajes Armani conquistó así el corazón de una creme porteña poco afecta a dejarse seducir por el peronismo.
El medio que mejor realiza hoy aquella alquimia entre lo chic lo y cavernícola es la ¡Hola! Para hacerlo, esta adaptó su relato al ethos relajado del macrismo, bien lejos de las aventuras desmedidas de Carlos Menem en la Caras de los 90 -versión bizarra de Los Viajes de Gulliver, sin hombrecillos diminutos, pero con romances con Yuyito González y fotos del Juez Trovato mostrando sus roperos-.
La ¡Hola! se caracteriza en la actualidad por un tono sobrio que escapa de forma explícita de la frivolidad boba de la Caras (de hecho hasta esta parece haber hecho su propia pasteurización palermitana, dejándole la feria de freaks a la Paparazzi). Aquella tiene así en su literatura el tipo de ascetismo zen que podemos encontrar en Marcos Peña o Guillermo Dieterich. Para la elite macrista, el disfrutar no es constante, si no solo un permitido inserto en un continuum de duro trabajo y esfuerzo, a la usanza del festejo un poco excedido de los amigos del novio en un casamiento. La bhoda, ese ritual que tanto sintoniza con los actos del PRO, llenos de globos y Gilda.
Ahora bien, antes de caracterizar al núcleo delirante de la ¡Hola! vernácula, vamos a apuntar una o a dos cosas sobre la génesis de dicha publicación. Los orígenes de la misma se remontan a la España franquista, verdadero humus para la mixtura entre modernidad aspiracional, conservadurismo cultural y filantropía social que tanto ha gustado en el paladar popular local.
Amiguito que Dios te Bendiga
Fundada en 1944 por Antonio Sánchez Goméz, la ¡Hola! se convirtió década a década en una suerte de house organ de la realeza hispana y hoy es una de las más vendidas de España, palo a palo con la más amarilla Pronto. De temprano ocupó el nicho del integrismo conservador cuando en el continente europeo ya se sucedían la revolución cultural y social de posguerra. Mientras en Inglaterra tocaban Los Beatles y en Francia los estudiantes se tiraban adoquines, en la España dibujada por la ¡Hola! las princesas besaban sapos.
Aquel tempo reaccionario, en un país reaccionario, le dio una poderosa potencia editorial al emprendimiento, que de hecho pudo exportar su franquicia a Gran Bretaña y América Latina. Incluso en los años malos borbónicos bajo el yugo franquista o en los de mayor éxito, con el querido Rey Juan Carlos metido en la Moncloa, la ¡Hola! siguió contando su atemporal cuento de hadas cada semana. Con Franco, el giro lingüístico se fue a la guerra y no se supo jamás cuándo volvería.
Todavía en este 2017 global y multicultural, en la ¡Hola! española las clases altas siguen viviendo sus vidas tal cual el siglo XVI (tal vez incluso con un poco menos de picaresca y orgías). En sus páginas los cuentos son de hadas con una tenacidad feudal a prueba de familias ensambladas y diversidad sexual. No hay lugar allí para el Brexit, solo para Kate y William pasando sus vacaciones de invierno con los faisanes de Gales.
Es interesante la perdurabilidad de aquel registro conservador que pareció dejar a España congelada en tiempos de bufones y meninas. Sexy, Ibiza, Loco mía, si, pero también un difundido consumo popular plebeyo y reaccionario. Existe toda una extensa literatura que ha trabajado en torno a la cultura española de los setenta. Y, más menos, todos anotan cómo en aquellos años finales del franquismo se dio una alquimia rara pero efectiva entre la sordidez de una sociedad reprimida y el desparpajo de la cultura de masas de entonces.[2] La balada romántica de Rafael, Dyango, Camilo Sesto y José Luis Perales fue así la expresión castiza y reprimida de la chanson francesa. Un mundo donde nadie quería salir del clóset e Isabel Pantoja lloraba abnegada a su Paquirri. Hasta Gabi, Fofó y Miliqui (no casualmente con una trayectoria bastante sincrónica con la ¡Hola!) también fueron expresión de este momento. Sus canciones nos muestran un combo para divertir a los niños que mezclaba de forma inocente risas, arcaísmos y catolicismo. Expresión cultural hecha de contraluces, dobles sentidos y secretos. Vamos, nada nuevo en la cuna del Lazarillo de Tormes. Pop franquista. Españolísimo, si, pero en un punto, casi tan argentino como el dulce de leche.
La Jackie Kennedy Argentina
La verdad de la milanesa es que la Monarquía europea que siempre tuvimos a mano fue la de la Madre Patria, como aprendimos en 1910 con la visita de la Infanta. El filohispanismo argentino surgido al calor del entresiglo nunca perdió vitalidad (y tuvo sus picos, como con la polémica visita de Eva Duarte en 1947). Así, de forma casi natural la representación cosmopolita de nuestra farándula siguió el patrón que describimos para la revista española: realeza y sordidez. Una diva total, Susana, por siempre igual.
De todos modos, claro está, la narrativa en Argentina debió aggiornarse (la nuestra es una República y no hay reyes, más allá de la rentabilidad que le extraen hoy a las aventuras de Máxima en Holanda). Pero, a falta de tiaras, buenos resultaron los sillones de Rivadavia y la ¡Hola! descubrió en la actual familia presidencial el charmed necesario. Así, en los últimos dos años la ¡Hola! se volvió una suerte de road movie presidencial. Y, a tono con las caras tradiciones sexistas, el foco lo puso en Juliana Awada, retratada como una Primera Dama refescante y abnegada de la que podemos estar orgullosos. Hermosa y centrada en su familia pero también comprometida con causas modernas como el medio ambiente y las energías no renovables. La Jackie Kennedy de las pampas. Veamos algunos ejemplos ilustrativos.
En su edición del 29 de junio de este año la revista, al hablar de las claves del estilo influyente de Awada, escribía lo siguiente:
“La asunción de su marido, Mauricio Macri, como Presidente de la Argentina, marcó un antes y un después en la vida de Juliana Awada, que se convirtió en un primera dama muy mirada y fotografiada por su belleza y estilo. Ella, la “hechicera”-tal como la llama el primer mandatario- traspasó las fronteras con su encanto natural”.
Quince días antes, en un artículo con el sugestivo nombre de “Juliana Awada, con las perlas a sus pies”, reseñaba “…durante la cena de gala en honor a la canciller alemana Angela Merkel, la primera dama se desacó con unos stilettos que causan furor en la temporada europea”. Algunas semanas antes, al hablar de un viaje a China del Presidente, su mujer y su hija, anotaban que, mientras el mandatario mantuvo una serie de reuniones, “sus mujeres aprovecharon para recorrer y hacer turismo por la ciudad”.
Al hablar de “las” mujeres del Presidente, hacían referencia a Juliana Awada y a su hija Antonia, claro está. Antonia, otro de los personajes centrales en la saga humanizada de Macri. Sobre ella también tenemos algunos títulos interesantes: “Antonia Macri, la mejor ayudante de Juliana Awada en la huerta”, “De la mano de su madre, Antonia Macri jugó en la nieve”, “Mauricio Macri compartió un tierno día de clase con Antonia”. Todos de este año, claro está.
Esta seguidilla de artículos (de los que por motivos de espacio solo seleccionamos algunos, pero está claro que la retahíla seguiría ad absurdum) muestra lo obvio. Que uno de los principales insumos de las revistas del corazón hoy es Juliana y su familia. La vida de la trinidad presidencial (se ha tematizado mucho en las redes sociales sobre lo mucho que se habla de Anotnia y de lo poco que se hace del resto de la familia Macri) es mostrada así ascética y descontractura a la vez. Macri pasa a ser Mauricio, el tipo que hace su laburo vuelve a su casa pide sushi en el delivery y se destapa un vinito. Y su mujer, Juliana, la encantadora de serpientes que va por los organismos multinacionales blandiendo bellos zapatos y peinados. La musa del Presidente, la que con su belleza suma a la nueva vuelta de la Argentina al mundo casi tanto como las gestiones formales de Cancillería.
El intento por humanizar a un Presidente es casi tan viejo como la escarapela, o al menos como la hiper tematizada gestión de JFK en los Estados Unidos. Y, mucho más cerca en el tiempo, lo estilizó y mejoró la familia de Obama, Michelle y sus hijas. La intención de mostrar al Presidente correteando conejos de pascua por los jardines no es nueva, ni debe sorprendernos. Lo interesante es la resonancia conservadora e integrista que tal expediente tuvo y tiene en nuestro país.
Juliana Awada es, entre otras cosas, una divorciada con un emprendimiento exitoso, pero en la semblanza semanal esas cualidades no son puestas en valor. Poco se habla en la revista de sus aptitudes profesionales y empresariales, lo que es cuanto menos curioso en un clima de época que hace del emprendedorismo un credo oficial. Sin embargo, en la prensa ella parece estar presente solo para ganarle la guerra de vestidos a Leticia, la reina de España que es un poco apenas menos linda. El cuento de Juliana Awada en la ¡Hola! es un relato que parece escrito más para Susanita que para Steve Jobs.
[1] Por caso, y solo para hacer una mención, está la serie de películas de terror de los 90 de Brian Yuzna The Dentist, que justamente apelaban al temor atávico que produce dicha profesión. Y quié puede no recordar el capítulo de la octava temporada de Seinfeld, el de los chistes anti dentistas.
[2] La película de Alex de la Iglesia Balada Triste de Trompeta reconstruye de forma magistral ese contrapunto entre lo kitsch y demencial de los años del franquismo tardío.