7 de abril de 2018: Luiz Ignacio “Lula” Da Silva queda detenido. Es y no es el mismo que detuvo la dictadura en 1980. Es el mismo Lula, pero ahora es dos veces ex presidente de la República, y el Poder Judicial funciona en un marco formalmente democrático. A ese contexto, se suma otro marco político en toda la región sudamericana.
El futuro de los movimientos políticos de matriz popular en esta parte del mundo es una incógnita, aunque en general el pesimismo puebla la mirada de los que componen este vasto espacio. Hace algo más de 100 años, el movimiento político, aquella vez revolucionario, se hacia una pregunta semejante ¿Qué hacer? de la mano de uno de los intelectuales revolucionarios más brillante e influyente de todo el siglo XX, Lenin. Con semejante antecedente, plantear siquiera una pregunta parecida es ya temerario; responderla, ridículo. Pero es el interrogante que flota aquí y allá, con no poca angustia cada vez que se pronuncia o al menos se piensa, por el temor a una respuesta concluyente y negativa.
Algo aprendimos del ciclo de las revoluciones del siglo pasado: el futuro no está escrito. La victoria no es inminente ni inevitable. Esa lección, que debió ser asumida de modo trágico no pocas veces, nos da a nosotros una certidumbre: la derrota definitiva, tampoco es el único destino. No olvido una sentencia de Chesterton: el pesimista es un estúpido triste. El optimista, un estúpido alegre.
Existen un par de certezas, sobre las que se apoya la mirada que no ve en el futuro inmediato una recuperación del movimiento popular. Esa coalición inexplicable (por lo heterogéneo de su composición, por las trayectorias tan diversas de sus líderes) que se formó a partir del rechazo al ALCA en 2005 comienza una lenta pero no interrumpida crisis con la destitución de Fernando Lugo en Paraguay en 2012 (también claro, por la muerte de Néstor Kirchner en 2010 y de Hugo Chávez en 2013; el azar juega esas malas pasadas), la derrota del peronismo en 2015, la destitución de Dilma Ruseff en 2016, la crisis política del Frente Amplio en 2017, la transformación política de Lenin Moreno en el mismo año. La crisis política en Venezuela, que aunque con Maduro aun en el gobierno, hace que las acciones sean solo a la defensiva, sin visos de salto hacia adelante; el complicado proceso electoral que enfrenta Evo Morales en Bolivia para 2019, e incluso la victoria de Sebastián Piñera en Chile. No hay que llamarse a engaño, hace 5 años se inició un proceso de cuestionamiento a los gobiernos populares; desde la destitución de Lugo, no ha habido sino malas noticias y estrategias electorales y políticas en general sin resultados positivos. Hay una excepción: la victoria de Hugo Chávez sobre Henrique Capriles en octubre de 2012, pero la muerte también se llevó parte de ese triunfo. Los pasos parecen ir sólo hacia atrás. No basta el optimismo de la voluntad. Los gobiernos de matriz popular, fueron cuestionados también con movilizaciones de sectores que los habían apoyado y que marcharon en su contra por las calles de San Pablo y de Buenos Aires, por ejemplo. (En Chile, un domingo de 2017, marcharon miles pidiendo reformas al sistema privado previsional; luego Piñera se convierte en presidente). El diagnóstico sostenido por los líderes e intelectuales del campo popular es que las clases medias dejaron de acompañar estos procesos, una vez que su situación socioeconómica mejorada por esos mismos gobiernos, comenzó a estancarse o a avanzar a un ritmo mucho más lento (a veces también a empeorar). A esas clases medias se les había hablado con el bolsillo y cuando emergieron situaciones críticas, contestaron con el mismo; muchos sectores de ellas también (quizás los jóvenes en particular) se sintieron convocados por el nuevo imaginario o relato que se brindaba como una construcción política, que exageradamente podemos llamar hegemonía. Muchos de esos sectores, en Argentina es evidente, sostuvieron su identificación con ese modelo y se sumaron a la coalición populista. Quienes habían apoyado de modo menos intenso, producido cierto estancamiento económico, fueron los que ocuparon las calles desde 2012 con reclamos varios, alentados también por viejos odios antipopulares, no cabe duda. Pero, sin embargo, no puede omitirse el quiebre discursivo que se generó en un momento: a las mismas clases medias que se las había convocado a consumir, se les daba ahora argumentos contradictorios, para que continuaran apoyando un modelo que les pedía paciencia, o modificaciones en el consumo. Es cierto que la llegada de las derechas a los gobiernos, les ofreció un paraíso plagado de restricciones; pero la advertencia pretérita “les dijimos lo que iba a pasar”, no articula fuerzas en política. El desafío era hacerlo percibir antes que sucediera. Porque si los movimientos populares pudieron triunfar con las clases medias dentro, quiere decir que sus objetivos no son contradictorios con los anhelos de ellas. Lo que sí aprendimos, es que los tiempos conjugan esos anhelos de modos distintos, incluso “caprichosos”. Una pregunta capital para este “ahora” es cuál será el lugar que las clases medias (sabiendo que no es un grupo uniforme) pueden ocupar en una construcción mirando el futuro, no una restauración, sino una reconstrucción estratégica.
Si se trata de reconstruir y no meras repeticiones, se impone la necesidad de revisar acciones y políticas. Pensemos algunas. Los líderes, no cualquiera sino los que conocemos, siguen ocupando un lugar transcendental. Las imágenes, por momentos conmovedoras de Lula en el sindicato de metalúrgicos en San Pablo, lo dejan claro. (Como Cristina en las plazas, como Correa, sin dudas como Evo) y esos líderes indiscutidos, deberán proponer el modo de incorporar a los nuevos, no transmitir poder ni bendecir, ya vimos que esas posibilidades no funcionan como esperamos, sino percibir lo nuevo; alentar los emergentes de nuevos momentos. Porque hay una percepción que a mi entender es clara: estos líderes nacieron al calor de la revolución (está muy bien narrado en el excelente libro de Javier Trímboli, entrevistado también por AP), los nuevos herederos, los que vienen a continuar, no se (no nos) formaron al calor de la inminencia revolucionaria o al menos a la sombre de su sueño. La democracia es la referencia más relevante, la dictadura la imagen de la advertencia. ¿Hay alguna característica nueva en los liderazgos generados totalmente en la vida democrática, ya casi fuera del sueño revolucionario? ¿Cuáles son los ideales de la generación de la democracia? Lula nos dio el sábado una representación magistral de lo que significan muchas cosas: el compromiso político, la conducción, la lectura de la coyuntura y de la historia al mismo tiempo. ¿Cuánto de todo eso, y qué en particular, debe alimentar los liderazgos que deben conformarse rápidamente para el campo popular? Que se entienda bien: los líderes políticos que dejan huella, marcan la tierra hasta el día de su muerte (alcanza con pensar en Perón, en Vargas, en Allende, en Fidel, en Chávez, en Néstor), pero no podemos darnos el lujo (otra vez) de la orfandad, ante la pérdida de cualquiera de ellos; sabemos de transiciones institucionales; no hemos desarrollado nuestra imaginación para moldear transiciones de liderazgos. Algunas claves del primer caso, deberían ayudarnos.
Pero no es solo cuestión de líderes, sino también de instituciones, en particular el Poder judicial. Porque al campo popular le importan las instituciones. Y le importan mucho. Quizás, no del mismo modo que le importan a otros espacios. O no las mismas instituciones. Pensando en Clausewitz, Pier Paolo Portinaro afirma en su libro Estado, que éste es en la modernidad el elemento que modera la política, la ordena, la aleja de la guerra. Todas las instituciones del Estado cumplen parte de esa función. Los tribunales incluidos. Ergo, no es una novedad que el Poder Judicial, juegue un rol en la lucha política, el cual es hoy sí, mucho más activo (Argentinos: el 19 de septiembre de 1945, se realizó en Buenos Aires la Marcha por la Constitución y la Libertad, exigiendo que la presidencia fuera entregada a la Corte Suprema, para que organizara las elecciones. Eran otros de aquellos que marcharon solo un mes después). El Poder Judicial, también se ha volcado siempre a ordenar la política, a moderarla, con la particularidad que no cuenta con controles democráticos directos por parte de la ciudadanía. El sector judicial se ha movido como una corporación casi sin fisuras y ha intervenido en numerosos procesos políticos, a veces de manera clave. ¿Será necesario avanzar en un cambio constitucional acerca de su diseño? ¿Es posible incluir mecanismos de control electorales? ¿Cómo se conforma una coalición política que genere el suficiente consenso para una reforma de esta escala? ¿O descubrirá también Mauricio Macri que el Poder Judicial, así, es también una piedra para sus proyectos y encarará una reforma? ¿De qué tipo? Del “hay que hacer algo” parece el tiempo del “hay que hacerlo”.
Otro actor cada día más mencionado en este retroceso del campo popular, lo constituyen los medios de comunicación masivos y concentrados. Ahora además las redes, el big data, las fake news. Es hora que podamos decir en cuál dimensión influyen y cómo construyen poder. Responder a quienes piensan que sólo se trata de avances tecnológicos inocuos en la construcción de opinión pública, que uno sospecha que si fuese así, no queda claro el por qué de semejantes inversiones no solo de los privados, sino de los mismos gobiernos. Desde luego que existen estudios muy relevantes, pero parece faltar la traducción de lecturas políticas más coyunturales, mas en vinculación con los procesos políticos que se ven afectados por estos nuevos moderadores de la política, muy por fuera de las regulaciones estatales. Acerca de cómo construir poder frente a esos fenómenos. Hace 100 años la respuesta fue apostar al partido político ¿cuánto queda de aquello como estrategia exitosa? La lógica de acción colectiva de los obreros frente a los patrones tuvo su respuesta en el siglo XX. ¿Qué nuevas respuestas nos están faltando en el pos industrialismo?. Tenemos carencias de mecanismos de regulación par ale siglo XXI, pensando en los medios de comunicación, pero también en el sector financiero. Siempre las hemos diseñado en torno del Estado nacional, el salto de escala aún es indeciso.
El lugar del pueblo movilizado. Todo es un poco más trágico porque la conducción política de este nuevo proyecto de la derecha, está en manos de gente sin mayor experiencia política. No destacan cuadros intelectuales brillantes, ni fatigados líderes políticos con vínculos sólidos con un amplio espacio de la sociedad civil. No. Mayormente son empresarios, algunos de ellos muy ricos, vinculados a la obra pública y a los negocios financieros. Su vida político partidaria nació hace muy poco tiempo. Es cierto, a cambio cuentan con el apoyo de la abrumadora mayoría de los medios de comunicación y mucho dinero para mover las redes sociales y amedrentar voces hostiles. No es la generación del 90, con un proyecto de nación en sus espaldas, pero saben hacia dónde quieren ir, y cuál debe ser el lugar de la Argentina (y de Brasil y de Paraguay…) en el mundo. Portan pretensiones restauradoras del orden y de las jerarquías, como varias veces se ha mencionado en este blog. El control del aparato estatal, como a todo gobierno, les provee de una innumerable cantidad de recursos, con el remarcado monopolio de la violencia legítima, ya puesto en acción de modo reiterado. Pero desde luego, conocemos la región y nuestro país. Ni siquiera a las dictaduras militares les fue sencillo lograr estabilidad política y económica (sobresalen los casos de Brasil, Chile y Paraguay). En nuestro país la inoperancia militar para lograr un proyecto en los plazos que se habían propuesto tanto en 1966 como en 1976, es notoria. Cambiemos disfruta de dos triunfos electorales seguidos, pero sabe que no tiene el futuro comprado. Sus propios aliados dicen estar un poco inquietos por la falta de velocidad en las reformas. Los prefieren al populismo, pero no parecen definitivamente enamorados del andar del gobierno. Todo puede ser repentinamente endeble en nuestros países, aun cuando estos cinco años de acumulación de la derecha en la región es el dato prioritario. Porque uno no deja de preguntarse cuanto puede consolidarse Cambiemos generando políticas públicas sólo para los intereses de un reducido sector de la sociedad. Y en ese contraste, surge la capacidad de movilización sino como freno a las políticas neoliberales, aunque a veces también, como espacio identitario del campo popular. Lula estuvo acompañado por la militancia, pero no era una multitud la que lo rodeaba, mientras que en Buenos Aires, el peronismo y sus aliados en la oposición, logran todavía convocar a miles, allí aun radica una fortaleza. Pero a la vez el peronismo ha sido derrotado electoralmente, mientras que a Lula, la arrebataron ese camino. Nada está garantizado, pero queda claro que esa alianza popular heterogénea sin movilización política, todo le será más complejo.
El futuro no está sellado. Renunciemos al optimismo y al pesimismo por igual. Parece más interesante plantearnos las nuevas palabras, las acciones y las articulaciones por generar si se quiere torcer este ascenso por ahora firme de la derecha. Y no pensarlo encerrados en nuestros países, sino en diálogo regional. Asumir a la vez la situación política de la derecha y del campo popular. Y proponer las acciones en consecuencia.