(Nota de Marcelo Falak publicada originalmente aquí)
“Yo me excluyo”. Aquella frase, pronunciada hace casi un mes por Cristina Kirchner en la sede del SADOP, el gremio de los docentes privados, desató un tsunami alrededor de la expresidenta. La expresión resultaba evidentemente inconveniente y apresurada justo cuando llega al clímax el póker tenso que tiene en su figura, o en su eventual candidatura a senadora bonaerense, la mejor carta para unir lo que queda del peronismo y, de la mano de eso, para hacer dudar a Florencio Randazzo de dar pelea en unas PASO.
El entorno cercano, familiar incluso, operó y aquella definición se transformó durante su viaje a Grecia en otra: “No creo en las exclusiones”.
Ella misma pareció extasiarse, al hablar de “responsabilidades históricas” y al subrayar en rojo y subir a las redes un artículo periodístico que la mencionaba como el terror del establishment.
Hasta hace días, u horas inclusive, todo el sistema político actuaba bajo el convencimiento de que el kirchnerismo ladraba con la candidatura de Cristina, pero que no mordería. Sobraban los argumentos. “No va a bajarse del 54% (que obtuvo en la última elección que encaró, en 2011) a un 35”. “No se va a arriesgar a una elección que puede perder, porque el macrismo está fuerte en la provincia”. “Si pierde, se tiene que despedir de 2019”. “Sabe que si compite, refuerza a (Mauricio) Macri, porque su figura polariza”. “Aunque gane, va a decepcionar a la gente, porque desde una banca no va a poder incidir ni cambiar nada”. “Si ya la están matando desde la justicia y desde la prensa, en una campaña directamente se expone a que la masacren”. “Es demasiado orgullosa y no se va a bancar que digan que está buscando fueros para no ir presa”. Y más, mucho más.
Esos análisis abundaban en las mesas de arena del panperonismo, esto es en el randazzismo y en el massismo, que se llenaban de razones con la esperanza de que no se concretara un escenario potencialmente ruinoso para ellos. En el Gobierno, mientras, esperaban con ansiedad a que se animara, que entrara y delineara el escenario que más lo favorecería.
El dato saliente de las últimas horas es que lo que se pensaba como imposible ya no lo es. La percepción es que la presión de “los que se le cuelgan de su pollera” la llevaron “demasiado lejos”, que la forzaron a coquetear en exceso con una candidatura y que bajarse decepcionaría terminalmente a muchos que la esperan. Y, sobre todo, que eso equivaldría, a esta altura, a un gesto de debilidad frente a su exministro que bastaría, incluso antes de que se vote, para darle a este el liderazgo político que busca con la mente puesta en 2019. “Le están haciendo un daño enorme”, fingen protegerla quienes quieren destronarla.
La sensación de que algo cambió para Cristina Kirchner, que sus opciones se redujeron, es correcta. Sin su nombre al tope de la lista en unas PASO, cualquier otro candidato del sector es terrenal y la posibilidad de que Randazzo dé el gran golpe se agranda.
Sus rivales dicen no comprender cómo ella se dejó traer a esta encrucijada. Ni Máximo Kirchner ni Axel Kicillof renuevan banca. ¿A quién quiere proteger? ¿A Carlos Kunkel, a Diana Conti, a quienes sí se les vence el mandato? Esos son, justamente, dos de los nombres que el randazzismo quiere tener lo más lejos posible, dos vetados.
¿A quién más querría cobijar?, siguen las preguntas retóricas. ¿A los intendentes que no la quieren pero hoy la cortejan solo porque la consideran el mejor escudo para alambrar sus territorios?
La verdadera pregunta, sin embargo, es otra: ¿qué opciones le quedan?
Con Randazzo empeñado en su vieja obsesión de ganar una primaria, la unidad ofrecida desde la vereda de enfrente (de condiciones bastante unilaterales hasta ahora, cabe reconocer) sigue siendo un escenario posible pero no probable. Y, con dos listas, ella no puede darse el lujo de volar, aséptica, sobre la disputa. Eso la obligaría, al menos con gestos, a jugarse por su sector, sin ninguna garantía de éxito.
Pero, por otro lado, competir es un riesgo: aunque un eventual “efecto María Eugenia Vidal” no está asegurado, porque la historia prueba lo difíciles que resultan las transfusiones de carisma, nada la blinda de sufrirlo. Una candidatura sería para ella una aventura sin seguro.
Pero no hacerlo amenaza a su sector y su herencia política con la destrucción. No se trata, como dicen sus rivales, que la pelea sea por poner un senador y cinco o diez diputados. La elección es un test de vigencia. Si para sus rivales la legislativa es un requisito burocrático para 2019, también lo es para el kirchnerismo.
Mientras, personalísima y discrecional como siempre, ella sopesa sus opciones y nada puede darse por seguro. Las decisiones individuales siempre son inescrutables. Lo que emerge claramente es que, a tono con lo disputado que está su liderazgo, se encuentra ante una opción de hierro: es el riesgo o los costos.
Ella tiene la palabra.