#1M: Argumentos que movilizan

Salvo una revelación de último momento, no pareciera haber hoy dirigente en la Argentina que pueda sostener una pieza oratoria del calibre y con el nivel de argumentación política como la que CFK despachó durante casi cuatro horas en la apertura de las Sesiones Ordinarias.

Foto Marcha

Afuera, se vivió como una suerte de cátedra abierta a cielo abierto. La gente escuchaba el discurso en silencio, y se disparaban cada tanto oleadas de aplausos cuando la cuestión se ponía picante. Los bombos sonaban apenas unos segundos, porque cuando Cristina retomaba el hilo, la Plaza volvía su silenciosa atención a las pantallas gigantes. En algunos párrafos sensibles, como los referidos a la AMIA o Malvinas, la emoción afuera pasaba los 99 grados y no pocos hacían pasar por lluvia lo que en verdad eran lágrimas.

Por Callao se habían estirado las vallas para dejar vacía la avenida por donde se iría luego Cristina. Es decir que para aquellos que quisimos llegar a la Plaza desde –digamos- el norte del Congreso, lo único que nos quedó fue caminar hasta Corrientes, esquivar el vallado, y retomar para el Congreso. Obviamente, muchos decidieron quedarse de aquel lado, evitar la larga caminata, aunque el sonido de los parlantes llegara en un bloque algo indescifrable.

Justamente de aquel otro lado de la valla, donde la gente se agolpaba en negocios que tuvieran la televisión prendida, se dio una escena interesante de analizar: Detrás de la barra de una pizzería, un mozo sostenía con el brazo estirado un plato con dos porciones que, a su vez, estaba también agarrado desde la otra punta por una mano de uñas rojas. El plato firme en el aire, apuntalado por estas dos manos. Él y ella, el mozo y la clienta, se había congelado mirando la televisión y escuchando el discurso de CFK, que por ese tramo atravesaba los destinos de Aerolíneas Argentinas. Cuando llegaron los aplausos, bajaron el plato a la barra que los separaba, cada cual celebró a su modo, y recién entonces retomaron la escena comercial: La mujer estiró el dinero, el mozo entregó de nuevo el plato y ella se lo llevó hasta una de las mesas del local.

El poder de una buena argumentación quedó plasmado en esta especie de fotografía. El flaco laburante de domingo y la mujer de camisa clara y uñas rojas atraídos por un mismo mensaje e interpelados por la complejidad de un discurso presidencial destinado (al menos en la letra constitucional) al cuerpo de legisladores. Anida ahí toda una definición: La argumentación, que en el fondo es la más loable de las herramientas de la política, puede atravesar un cuerpo social y torcer los rumbos de una nación intempestivamente.

Se me cruza la imagen de Walsh, sentado solitario frente a su máquina, eslabonando argumentos, causas, hipótesis, convencido que la potencia de un texto perfecto podía erosionar con mucha más efectividad las columnas de un régimen de facto que las fallidas tácticas de guerra.

El discurso de Cristina ante el Congreso dotó a la discusión política de nuevas dimensiones de análisis, reorientando debates: por ejemplo el de la AMIA; ¿por qué acaso nadie habla de la Embajada?; o el de los acuerdos económicos, planteando la necesidad de imaginar un nuevo escenario geopolítico para los próximos cinco años; o el de la prensa, al estrechar lazos con elementos de la Justicia que parecían inconexos; etc. Se trató de un discurso articulado en diferentes planos de la simbología de un lenguaje, lo que contrasta con la sequía argumentativa que suele prescribir el recetario del marketing político: Frases simples, temas palpables, cercanos a la cotidianeidad, golpes de efectos y otras hierbas.

Hay entre esa complejidad discursiva y la masiva concurrencia que escuchaba atenta desde la Plaza, un vínculo que es difícil de cuantificar en encuestas, que descansa más sobre el reconocimiento de un pueblo por sentir que no lo subestiman, por encontrar placer en descifrar entre esas palabras de Cristina los oscuros vericuetos que esconde la política argentina; en resumen, por sentirse parte de un proceso.

Y ese sentirse parte es lo que explica que después de tantos años al frente del Gobierno, el oficialismo aún tenga esa capacidad de convocatoria masiva.

Algunos celosos cronistas (que vomitan en twitter lo que las formas no le permiten en los diarios) prefirieron ningunear la movilización mostrando las fotos de una asamblea de micros estacionados. Es una pavada, pero vamos a responder: ¿Acaso esperan que 30 tipos que militan juntos en –pongamos- Berazategui vayan separados a la marcha y se encuentren en la esquina del Molino a las 11.30 para juntar las banderas de su agrupación que cada uno llevó por su parte? ¿Realmente creen que se puede movilizar 200 o 300 mil personas aparateadas por las unidades básicas de Lanús, La Matanza y Morón? Es necio pensar que la única forma leal y genuina de manifestarse es esta ficción de la autoconvocatoria, a la que todos llegan casi de casualidad, sin banderas políticas. Quizás los atormenta que un municipio pague el costo de los micros… ¿Quién se piensan que financia los congresos anuales de las cámaras empresariales, o los viajes de los expositores internacionales para asistir a esos paneles que arman las fundaciones de la política pop? Amigos periodistas, cuando asisten a esas jornadas en hoteles luminosos, con catering excesivo, organizadas por alguna mesa de empresarios, ¿nunca intuyeron que los organizadores también fueron a golpear las puertas de una oficina pública para pedir parte del financiamiento de ese evento, ya sea a un ministerio, una secretaría, una universidad, etc.?

¿Lo que molesta son los micros o la organización popular?

Desacreditar a los manifestantes del 1M sería igual de erróneo que desacreditar a los manifestantes del 18F. Los primeros se enfrentaron a una pieza discursiva compleja, cargada de dimensiones que interpelan a la política nacional e incomoda por la densidad de las argumentaciones. Los segundos asistieron a una marcha motorizada por el silencio, confirmando una vez más que los dos modelos de país también pueden sintetizarse en dos modelos contrapuestos de lenguaje.

 

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