Advertencia: El texto que sigue refleja la reacción de su autor ante declaraciones que ya tienen una relativa antigüedad para los tiempos de la Argentina mediática. Su hallazgo se ha producido en una revisión del copioso archivo que ha dejado el paso de los últimos meses.
El 19 de Junio pasado, el ex presidente Eduardo Duhalde pronunció un discurso frente a sus partidarios de la ciudad bonaerense de Mar del Plata. Las mismas fueron reproducidas por los principales matutinos porteños del día siguiente. Las coberturas de Página/12, La Nación y Clarín coincidieron en el relato de la parte sustancial de la alocución del dirigente. Durante su transcurso, Duhalde afirmó que «era una pavada acusar al campo de golpista» y que «los justicialistas tuvimos más culpas que el campo a la hora de producirse el golpe».
Había habido antecedentes y remansos en la relación del dirigente peronista con los años `70. Tal vez el ex presidente se sintió tentado de revivir aquel 17 de Octubre del año 1975 en el que las columnas justicialistas de Lomas de Zamora, bajo su liderazgo, cantaron entrando a la plaza de Mayo, poco antes de que hablara Isabel: “¡A la lata, al latero, queremos las cabezas de los jefes montoneros!”
Salta a la vista que no fueron las entidades rurales por sí mismas las responsables del golpe. Hubo un conjunto de actores que intervinieron, distintos sectores civiles y militares, para derrocar al gobierno. La responsabilidad del lockout agrario en los días previos fue importante en la caída del gobierno de Isabel, independientemente del enfrentamiento entre la guerrilla y la Triple A. Fue un golpe en el que confluyeron distintas fuerzas, incluidos sectores productivos y financieros, entre ellos el rural.
Es preocupante que en los dichos de Duhalde se filtre una versión procesista de las causas que condujeron a la trágica jornada del 24 de Marzo de 1976. Duhalde afirma que «tuvimos más que ver nosotros. Y eran las Tres A y esos militantes guerrilleros los que le dieron una coartada a las Fuerzas Armadas para que derrocaran al Gobierno en el 76», en lo que constituye una velada aceptación del discurso que sostiene que ante el caos social, las Fuerzas Armadas no tuvieron otra salida que tomar el poder. Los dirigentes políticos deberían recordar que el golpe fue dado por el conjunto de las fuerzas militares, no con el objetivo de luchar contra las organizaciones armadas, acción que ya venían desarrollando desde comienzos de 1975 y que, sumado a los múltiples errores de la guerrilla, daban un cuadro de franco retroceso y debilitamiento de la misma, en un contexto de derrota y aislamiento político evidente e incontrastable. El objetivo del asalto armado al Estado, lejos de pretender «pacificar» la vida política nacional, tuvo como objetivo central el imponer un modelo económico sustentado en la represión clandestina sistemáticamente organizada por el aparato del Estado. Dicho sistema económico fue acertadamente descripto por Rodolfo Walsh como «una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada». De más está decir que el plan económico desarrollado por la última dictadura militar contó con el firme apoyo de los grandes sectores de la burguesía industrial y comercial, los sectores financieros y, por supuesto, las corporaciones rurales.
Por otra parte, Duhalde incurre en un grosero error al equiparar dos coyunturas absolutamente disímiles. La misma conducta malintencionada en que reiteradamente han reincidido, cual adictos a un revisionismo superficial y ramplón, tanto los sectores de la fracción rural-clase media opositora como el kirchnerismo.
Tal vez esta haya sido una de las tantas posturas circunstanciales que ha mantenido Duhalde a lo largo de su extensa carrera política, y las declaraciones sobre las que trata este escrito tampoco significarán demasiado en un futuro cercano. Ese es nuestro deseo. Al reiterado y ambiguo uso del pasado por parte del Gobierno nacional, algunas veces en una meritoria labor informativa, otras rayando la manipulación histórica y promoviendo acríticas versiones de un desarrollo histórico basado entre «héroes» y «villanos», se le suma el trasnochado intento del diario La Nación y sus acólitos, que saliendo a rebatir las versiones de la historia que da el kirchnerismo, se ven en la necesidad de hacer malabares para seguir sosteniendo su fantasioso discurso sobre la «historia completa y que muestra todas las campanas» que en verdad sólo sirve a los inconfesados propósitos de defender veladamente al Proceso. Duhalde tiene el mismo derecho que cualquier hijo de vecino a hacer política en una democracia formal. Sin embargo, desde este humilde ámbito le pedimos que ejerza su derecho desde los valores que dice reivindicar y defender: el diálogo, el consenso y la verdad. Cierto es que estos arranques bucólicos solo persiguen la idea de llevar buena prensa al líder justicialista más no obstante, creemos que esa línea política le puede traer mucho más éxito y, en todo caso, ayuda a mantener su honorabilidad a salvo, que el intento de jugar con el pasado en función de la necesidad de justificar la conducta política del presente.
Bueno, Duhalde representa a esos sectores. El diálogo que implementó en 2002, a no olvidarlo, tenía a la jerarquuía católica de por medio.
Yo trataría de agregar algo que aparece una y otra vez en los clivajes políticos e ideológicos. Ciertos usos del pasado van de la mano con la defensa de ciertos intereses económicos y sociales. Lo propongo como hipótesis. La Sociedad Rural y La Nación, el gobierno con el discurso, en buena medida, de las Madres, Duhalde y los puntos de vista de la derecha católica peronista, etc. No es solamente un tema de usos del pasado (que hacen todos los mencionados), sino de adecuación entre ciertos discursos sobre derechos humanos y determinados intereses, proyectos políticos y representaciones. Y no es de ahora: la implementación neta del neoliberalismo en los 90 fue de la mano con la reivindicación del papel de las Fuerzas Armadas, y el deterioro de ese proyecto con la inversión del discurso, no solo de la mano de NK. Recordemos, por ejemplo, la referencia a las Madres en el discurso de Adolfo «presidente por un día» Rodríguez Saá. La secuencia fue, si mal no recuerdo, proto kirchnerista: declaración del default, indagación sobre los espurios orígenes de la deuda, apertura del Congreso a las Madres de Plaza de Mayo…
Recientemente, CFK anunció un nuevo giro discursivo: la responsabilidad civil. Me parece que es el giro más importante en materia de discurso económico, social y político en cierto tiempo: romper con la dinámica del actor militar trabajando en solitario y volver a situar a Martínez de Hoz, a Krieger Vasena, pero tambien a quienes se beneficiaron con ellos, a quienes los apoyaron, etc. Es un discurso de fractura, qué duda cabe.
Lo peor de lo dicho por el cabezón, en todo caso, es que convierte la teoría de los dos demonios en parte de la interna peronista: montoneros, triple A, golpe.
Coincido en parte con usted Ezequiel.
Lo que más me gusta del discurso del kirchnerismo sobre los años setenta es el que se refiere a que la defensa del Estado de Derecho, poseamos la ideología que poseamos, debe venir acompañada de Juicio y Castigo a los culpables. Me gusta mucho ver a peronistas en las marchas del 24, es una presencia que esperemos trascienda al kirchnerismo.
La parte con la que no concuerdo es cuando esa legítima recuperación del Estado para juzgar a los genocidas se utiliza como arma discursiva para justificar cualquier cosa del presente. Me parece que eso le puede llegar a jugar en contra si la oposición se radicaliza mucho, y sinceramente, no deseo volver a estar en el llano como en la década pasada.
Saludos, gracias por comentar