Historia en ciernes

Cuando el kiosquero se lo dio, el gesto fue contundente y claro: “Es el último número. No te puedo conseguir más, pibe. Lo siento. Patoruzú me dijeron que no sale más”. Agarró la revista y mientras sacaba la guita para pagar se dio cuenta de que la garganta se iba haciendo un nudo seco y duro. Siempre supo que tarde o temprano ese momento iba a llegar, pero nunca imaginó que fuera ahora.

 

Se fue caminando, tratando de aprovechar la vereda del sol sobre Defensa. Le gustaba la sensación del sol sobre su cara y de ese papel avejentado en las manos, ese perfume a offset que guardaban aquellas viejas revistas y a veces se las arrimaba a la nariz. Pero esta mañana era distinto. Esa discreta felicidad se parecía mucho más a resignación. A despedida. De Upa, de la Chacha, de Pampero, de Isidoro y su ángel de la guarda, el amargo y cascarrabias Coronel Cañones. Y del mismísimo cacique de los Patoruzek, el indio con los pulgares de los pies apuntando al cielo.

 

Caminaba, lánguidamente, cuando comenzó a sentir un vacío en el estómago. Extraño. Nunca le pasaba a las 10 de la mañana. Era lo más parecido que hubiera sentido a un ataque de hambre, inesperado y traicionero. Continuó. Pensó que podía ser acidez, pero como casi no conocía lo que era la acidez, dudó. Rápidamente la cosa se agudizó. El pulso se aceleró y tuvo lugar una sensación de vahído. En segundos comenzó a ver grupos de gente que emergían de las calles laterales y caminaban hacia él, por las veredas, por la calle. Gente con banderas. En grupos, caminando, charlando animadamente. En contra del sentido del tránsito, pero todo era difuso como en una película. Y su mareo se agudizaba. Bombos. Humo. Estruendos. Voces estridentes y metálicas llegando desde megáfonos. Un ambiente alegre del que él no era parte. Previendo algo malo, llevó la revista y el llavero a su pecho con fuerza, se aferró como a una línea de vida arrojada desde la popa de un barco.

 

“No puede ser… Parece Alsina cuando juega Racing”, se dijo. Columnas de humo subían espesas desde algunos puntos, pero a partir de cierta altura encontraban una corriente fuerte que las licuaba hacia el sur. La multitud continuaba su caminar alegre, vital, bajando en dirección a Independencia. Y él se sentía cada vez peor. “No creo que logre llegar a casa. Me desmayo antes”, se preocupó.

 

Y el olor.

 

Ese olor fuerte y único, encontró sus fosas nasales. La sensación de hambré se tensó hasta lo indecible, poniendo en evidencia el origen de las columnas de humo: eran puestos choripaneros.

 

“No puede ser… El barrio… Domingo… 10 de la mañana. No puedo estar tan loco!…nunca me pasó algo así…” Para confirmar la solidez del sueño se arrimó a uno de los tanques negros que lanzaban humo. Un tipo flaco y bigotudo, a su lado, era la abeja reina que dirige y ordena a sus obreras. Algunos clientes y se arremolinaban en un espiral deforme. Su voz era pastosa, pero clara.

 

Una piba que parecía la hija lo ayudaba en una mesita: cortaba el pan, cobraba y de vez en cuando levantaba la vista buscando que el de bigotes, transpirado y con los ojos colorados, le devolviera un gesto o una indicación. El tipo parecía feliz. En control de todo. Ordenando. Dirigiendo. 

 -Marce!! Qué le doy a estos pibes?!

–Ehhh?!?! Los pibes?! Dos choris, creo…

Uno de “los pibes” asentía con la cabeza.

 

Él se acercó, todavía mareado. “Si es hambre”, se dijo, “se va con comida…” Se escucharon protestas porque no daba muestras de querer respetar la fila. “Un chori” dijo, mientras metía la mano en el bolsillo trasero del pantalón. El olor a choripán y el humo ya se convertían en una defensa impenetrable a su alrededor. Y él se daba cuenta de que no estaba actuando por voluntad propia. “Algo más?”, preguntó la piba. Pero él no respondió. Estaba ido, fuera de sí. Ya sentía la boca húmeda y preparada y sabía que si alguien, en ese preciso instante, se hubiese interpuesto a su choripán, quizás lo hubiese atacado tomándolo del cuello con toda la violencia de la que, en ese momento, sólo en ese momento, era dueño. Actitud de lobo hambriento. 

 

Bigotes lo vio venir con desconfianza, se dio cuenta de que algo no estaba bien con el tipo. “Un chori” le escuchó decir y empezó a hacer su trabajo con precisión quirúrgica. -Le ponés algo?, remató. –Nada, así está bien. Mandó la revista bajo la axila, había salido de casa con lo puesto. Levantó a su pequeña presa inmóvil y sin más lanzó su primer bocado. Se sintió unos instantes el dueño de su universo y de lo que giraba a su alrededor. Lo disfrutó. Lo paladeó. No encontró palabras. Literalmente. No encontró palabras para definir esa mañana, ese momento, ese gentío, esa locura. Y tragó…

 

Oscuro

Negro.

Negro profundo.

 

Y un pequeñísimo punto blanco.

 

 

 

Continuará

11 comentarios en «Historia en ciernes»

  1. Nunca pude entender el afecto que le tiene la gente a Patoruzú, súper-héroe representante del más rancio nacionalismo argentino xenófobo de derecha, al igual que su creador, Dante Quinterno.
    Isidoro, el símbolo de la picardía criollla, vivo, pero no inteligente, aprovechador y oportunista, capaz de estafar a cualquiera, especialmente al sastre Popoff, caricatura virulentamente antisemita, como Quinterno.
    La autoridad emana de un militar probo y honesto.
    La sabiduría, de la Chacha, médium de Patoruzek una imitación del Thor del Wallhala tan apreciado por el nazismo.
    Upa, con su mensaje implícito de que para ser bueno hace falta ser boludo.
    Personajes horrorosos que las personas de mal y de bien aman.

  2. Bueno, la «sabiduría de medium» no sólo es apreciada por el nazismo … Aunque probablemente pertenezca a la mitología nacional, leí por ahí que Goscinny (no me acuerdo cómo se escribe) se inspiró en Paturuzú para Astérix, porque, parece, trabajó para la historieta en su juventud. El parecido de los personajes no prueba demasiado, porque son stándares, ya estudiados por el estructuralismo. Pero se parecen mucho.

  3. Jorge, habría que agregar a Ñancul como símbolo del peón buenazo y servicial y a Cachorra como representante del gaterío Vip. Patora hoy sería motivo de denuncias ante el INADI. Pero no me vas a decir que las empanadas de la Chacha no compensaban los aspectos negativos de la historieta…

    Contradicto, espero con ansiedad la próxima entrega.

    Un abrazo.

  4. Toda una sorpresa su faceta literaria, Contradicto. Pero no vale dejarlo así inconcluso…

    Cierto, Patoruzú y Upa son el mismo tipo de dúo que Asterix y Obelix.

    Lo del afecto debe venir que muchos de los que leíamos Patoruzú de chiquitos no sabíamos que existía el antisemitismo. Y leer Patoruzú no es garantía de que uno se convierta en antisemita, tampoco. De todas formas, a Isidoro no lo quería nadie y Cachorra no tenía nada de gato.

  5. ¿Y el dueño del hotel? (No me acuerdo el nombre) ¿No era sospechosamente «afrancesado»?
    Y no me vengan con que era francés, esos son detalles que no hacen al rol que cumplen en la estructura del relato.
    Schussheim: No me desayune ahora con que «Anteojito» era antisemita, porque ahi si que se me cae un ídolo.
    Yo curtía «Nippur de Lagash» ¿Ese era antisemita?
    Contradicto: la historia es muy, muy buena. Te va llevando, te atrapa. Felicitaciones, y que siga !

  6. Jorge:
    Hace un tiempo, había y gente que aprendió a leer con Paturuzú. Que era uno de las pocas publicaciones que le llegaban y/o compraban. Frente a eso, la ideología de Quinterno pasa a segundo plano…. y más cuando el manual bonaerense nunca fue muy progre que digamos…
    Saludos,

  7. Ustedes jodan, que si Don Dante se hubiera llamodo Von Quinterno, me hacía jabón junto a Udi, a Eva Row, a Ezequiel Meler y a otros impuros que pueblan estas páginas.
    Américo del Verbo, al contrario de usted, creo que las ideología están siempre n primer plano y son las que se sobrenadan en la obra de los creadores.
    No leo a Celine, a Drieu, a D’annunzio y mucho menos a Hugo Wast a gusto. justamente por sus ideolgias.
    pero cada quién es como es.

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