Historieta VI: Un Paseo

Cuando volvió los ojos hacia el viejo encontró los de aquel detrás de esos anteojos anticuados, apuntando directamente hacia él, escudriñándolo. Aquella mirada sólo duró un instante y el semáforo de Venezuela avisaba, como lo había hecho mil veces ese día, que prefería a los tibios que no intentaban cruzarlo – Me asustaron bastante el otro día – le soltó Martín, en su primera estocada. – Lo sabemos – respondió. – Tenemos métodos de aproximación suaves y otros más, llamémoslos, compulsivos, pero en todos los casos nuestro hombre objetivo sufre un impacto inevitable. Nos interesa que después de ese primer shock todavía esté cerca para poder hablar con él. Hubieras subido a este auto de otra forma?.. – la retórica del viejo lo dejó momentáneamente sin respuestas. – Te pido disculpas. – continuó – Tratamos de no asustar a quienes queremos que se nos unan y nos representen, imaginate. Pero tengo que decirte que, orgullosamente, lo que viviste en esa jornada estuvo dentro del plan. Orgullosamente, digo, porque creíamos que la falta de práctica nos podía jugar en contra. Hacía un largo tiempo que no entrábamos en acción. Y sin embargo, fijate, acá estamos, conversando… –

 

Martín escuchaba, pero ahora en la lejanía. Paseo Colón, rumbo al sur, siempre le había parecido amable y mansa. Salvo las tardes de viernes.  En un 1600 rojo descapotable se ubicaba un peldaño más cerca del cielo. El viejo lo distrajo de su paseo mental cuando volvió al grano – No necesito contarte lo tremendo que fue ese “entreacto” que vivimos en los últimos años. Muchas personas y muchas familias en nuestro país lo sufrieron, algunas incluso no pudieron terminar esa trágica travesía. Nuestra organización también. Un poco más viejos y quizás un poco más afortunados, hicimos como hace el gaucho en la quebrada cuando arrecia la tormenta, nos ajustamos el sombrero y nos arrimamos a la tierra. Aquello pasó y acá estamos. Sobrevivientes. Pero no fue gratuito para ninguno de nosotros– de alguna manera, las señales y gestos que el viejo enviaba al exterior no cambiaban, pero en sus ojos se notaba un discurso que lo inflamaba.

 

– Observamos, no obstante, que esta vez las cosas son mucho más graves. Que se requiere una acción más amplia y profunda. No nos podemos quedar con caricaturas y papeles. Necesitamos un héroe de carne y hueso… – Martín tragó una saliva áspera y amarga.

 

En el semáforo de San Juan el viejo tuvo tiempo para hurgar con la mano derecha detrás de su asiento – Estamos entrando en zona restringida, Martín y espero que te guste el paseo. Si querés te devuelvo a tu casa. Nadie mañana en la oficina va a preguntarte qué pasó hoy. Pero si estás interesado en avanzar, si querés seguir charlando conmigo, necesito que te pongas esto. – El viejo le extendía una capucha larga y negra. – No es lo más divertido, ya lo sé. Pero hasta contar con tu aceptación definitiva y en las adyacencias de una base del Comando, disculpame todo este engorro –

 

Martín lo pensó unos cuántos segundos. Todas las sensaciones de riesgo se habían disipado con el paseo, quizás por ese convite a abandonar el auto a dejar ir, que el viejo marcó un par de veces. Probablemente Rodolfo no fuera un “viejito indefenso”, pero su instinto le dictaba que, al menos, era “fuego amigo”. O neutral. Salvo por la descabellada idea de convertirlo en un Superhéroe. Eso sí que era una locura. Bajó la cabeza y, lentamente, comenzó a arremangar la capucha. – Vamos – se escuchó.

 

Una vez a oscuras inclinó su torso hacia adelante para no levantar sospechas en los transeúntes. Mientras tanto seguía escuchando con atención – Tus misiones no van a caracterizarse por el riesgo o el nivel de dificultad, Martín. Por lo menos no el real. Tu seguridad va a ser prioritaria para nosotros porque queremos un Superhéroe larga vida. Que acompañe a las nuevas generaciones unos cuantos años – Sentía cómo se bamboleaba el auto, evidentemente aquella era una calle con tránsito intenso y olores penetrantes, el Riachuelo preanunciaba su cercanía. Esperaba que esa parte del viaje terminara lo antes posible. Había disfrutado demasiado la anterior. 

 

– Tu acción debe ser frecuente y muy visible. Que vayas tejiendo un mito hasta convertirlo en una realidad sólida y firme, al tiempo que inasible – El viejo mantenía ese ritmo claro y coherente que había mostrado desde que Martín decidió subir al auto. Sin dudas. Sin circunloquios.

 

En un momento sintió un giro a la derecha y luego de un par de cuadras otros giros sucesivos. En un minuto el auto estaba detenido en un plano ascendente, seguramente una rampa. El viejo dio dos toques cortos con la bocina, que sonó algo anticuada, divertida.

 

Escuchó un ruido continuo y mecánico, no dudó de que se trataba de un portón eléctrico. Sintió el movimiento del auto y al frenar nuevamente, un contacto con su espalda, una palama apoyada seguida de un – llegamos, Martín, sacate eso y acompañame – Lindo viaje – pensó – lástima el final. –

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