IPC

Publicado originalmente acá.
A través del amigo de la casa Mauri k, llegamos al debate suscitado en el gran blog de Olivera, entre el responsable del blog y el comentarista Ricardo Natalucci, sobre el IPC.

La tecnicidad de los conceptos debatidos excede en mucho lo que podamos decir desde acá. Sin embargo, nos parece apropiado sacar alguna conclusión lateral, para hacerle honor a la feracidad del aludido debate.

En realidad, vamos a reafirmar lo que veníamos diciendo desde hace un tiempo bastante largo.

No es una casualidad ni un capricho de quienes intentan «desviar la atención» (tal lo expresado en algún comentario) que los debates sobre este asunto, el IPC, adquieran carácter técnico y de difícil abordaje para quien no tiene acceso al «saber» en el cual se inscribe el problema.

El IPC (y, por consecuencia, las discusiones sobre su confección) es un número técnico, que tiene finalidades técnicas, que responde a una metodología de carácter técnico, y que suscita debates técnicos.

Entonces, volvemos a hacer hincapié en la existencia de un sesgo fundacional de los debates en torno a él.

Desde los medios de comunicación (sí, tienen responsabilidades los medios de comunicación, no son entes pasivos) se instaló la base sobre la cual se apoyan todas las discusiones sobre el IPC, y que determinan inexorablemente el destino de las mismas. Y este campo discursivo se constituye en torno a la idea, aceptada como parte del sentido común, de que el IPC tiene que ser una descripción exacta de la «sensación térmica» del bolsillo de cada uno de los consumidores. O más y peor aún, que tiene que satisfacer la mala predisposición psicológica de la que queda rehén un consumidor al que le aumenta sustancialmente el precio de un bien a cuyo consumo le asigna una alta utilidad.

Nos detenemos a explicar este punto mediante un ejemplo autobiográfico. En mi dieta personal es altamente valorada la presencia de cantimpalo. Un aumento subrepticio de un (digamos) 30% en el precio del mismo en el local en que habitualmente lo compro me convierte inmediatamente en un ser irreflexivo incapaz de entender explicaciones acerca de que los precios de la economía en su conjunto se movieron en torno a un coeficiente del 0,4%. «No puede ser«, exclamo a los gritos. «Vengo del almacén, de comprar 200 gramos de cantimpalo y me lo cobraron a $18 el medio kilo«.

Decíamos, entonces, que el debate público está ganado a priori por Olivera, en tanto el mismo se inscribe sobre un campo discursivo que le da al IPC un carácter y una valoración que nunca tuvo antes, no debería tener, y no podría tener nunca. El elemento decisivo, entonces, es apriorístico y desleal.

Todo esto no va en detrimento de los argumentos de Olivera. Pero sí de la traslación que se hace de los mismos hacia ámbitos que no son los adecuados, y que hacen que un debate se cierre antes aún de haber empezado.

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