Una moral situada

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Si el Kirchnerismo recuperó la idea de conflicto como un factor estructurante para hacer avanzar la acción política, la muerte de Mariano Ferreyra, los episodios de Formosa y de Villa Soldati llevan la contienda política a la confrontación del cuerpo a cuerpo. Dentro de esta lógica el que tiene las mayores posibilidades de perder es el más débil, es decir, los sectores desposeídos que reclaman por sus justos derechos. Los muertos son de un solo lado, lo que confirma esta certeza.

Durante los convulsionados 2002 y 2003, el “Colectivo Situaciones” afirmaba que el poder ( por ese entonces el gobierno de Eduardo Duhalde) quería llevarlos a la confrontación cuerpo a cuerpo porque eso ayudaba a terminar de demonizar al movimiento piquetero al mostrarlo como protagonista de una acción violenta. Ellos tenían en claro que debían evitar llegar a esa instancia y desarrollaron una serie de recursos de concientización política en sus militantes. Los primeros meses del gobierno de Néstor Kirchner no fueron sencillos en el modo de contener el conflicto social y hasta tuvo que prescindir de un Ministro de Justicia a quien la máxima de no reprimir no lo convencía mucho.

Comparto con Horacio González la idea de que estos episodios “ponen a la política argentina, nuevamente, en el máximo de exigencia moral e intelectual”, también coincido como señalaba en la nota del sábado 11 de diciembre en Página/12 que se debe “tomar partido por las víctimas sociales, los débiles de la historia, sin más”.Si decidí apoyar el proyecto político del kirchnerismo es porque pude ver y comprobar que mejoraba la vida de buena parte de la población. Nunca pondría la defensa del proyecto por encima de la vida de los sectores más vulnerables. En este sentido creo que los hechos de Formosa son una nube negra que debe ser despejada. El día que el kirchnerismo deje de ocuparse de los sectores más desposeídos yo voy a dejar de ser kirchnerista.

Pero no puedo pensar los hechos en abstracto, como pareciera invocar González en esa nota, por fuera de la razón de estado, sino que entiendo los sucesos políticos como situados, respondiendo a relaciones de fuerza, a estrategias políticas que muchas veces sus protagonistas ignoran. Con esto no quiero decir que voy a negar la legitimidad de la protesta o que voy a desalentar las manifestaciones y reclamos. Creo que una sociedad crece en la medida en que se escuchan más voces señalando lo que falta. Pedirle al pueblo, especialmente al sector que más sufre, que se calle para mantener lo logrado es sostener una lógica asesina.

Para que las personas salgan en grupo a la calle, decidan tomar un espacio, tiene que haber u organización o un detonante que las motive a salir. Los hechos del 19 y 20 de diciembre corresponden al último caso. No nos pusimos de acuerdo para tomar la plaza sino que fuimos invadidos por el mismo sentimiento de furia que nos provocó el discurso de Fernando De la Rúa después de una serie de episodios intolerables. Teníamos que salir a la calle, era un acto, si se quiere visceral, la ciudadanía recuperó no sólo el protagonismo sino esa certeza de que su acción, su intervención podía modificar la realidad. Esos episodios fueron capitalizados por la fuerza política que estaba en mejores condiciones de aprovecharlos: el duhaldismo, pero nada le quita valor a esa presencia del pueblo en la calle después de tantos años de silencio.

Después podemos discutir largamente sobre el espíritu de los caceroleros, sobre la gente que sólo salió por la plata, pero lo que argumentaba en ese momento y lo que sostengo ahora es que no existen hechos políticos puros. Sostener que el 19 y 20 de diciembre llevó a Duhalde al poder es hacer una lectura cínica y desalentadora de la historia. Que las personas salgan a la calle, se presenten, se hagan oír, que escuchemos las voces de esas singularidades que no buscan representantes sino que están allí como seres que se pronuncian sobre su situación, es algo que siempre vamos a defender.Que sus reclamos están por encima de todo, por supuesto, pero ese “sin más” de González no me parece que ayude a concretar estos reclamos sino que nos ubica en una zona estrictamente moral. Esa moral de González me suena tan abstracta que corre el riesgo de parecerse a la falsa espiritualidad de Elisa Carrió. La moral la construimos sabiendo que estamos en un contexto atravesado por estrategias políticas. Llevar a los sujetos a la lucha del cuerpo a cuerpo es extremar el conflicto y eso responde a un plan, no es producto de la mera casualidad.

Mi planteo es el siguiente: Estamos en un momento donde el gobierno de Cristina Fernández goza de un alto porcentaje de imagen positiva. Existe un pueblo participativo, movilizado, critico, que ha recuperado su capacidad de pensar y discutir su época. Podríamos decir que hay un amplio sector del pueblo que se ha despertado y esto se expresa en una variedad de discursos que no son exclusivamente kirchneristas. Acciones estudiantiles, pueblos originarios que se visibilizan cada vez más, movimientos de diversidad sexual, trabajadores. No piensan todos igual, no se encolumnan de forma fanática a un modelo, como cree Tomás Abraham, sino que han recuperado su capacidad de protagonismo y la confianza de que ante el reclamo pueda existir una modificación de los hechos a su favor. Por otro lado se está realizando una muy interesante revisión del pasado ligada a la política de derechos humanos y a la mirada sobre la historia que posibilitó el Bicentenario. Tampoco aquí hay un discurso uniforme. Pero lo bueno es que nos hemos despabilado como sujetos, que queremos pelear, discutir y conseguir esos derechos que todos nos merecemos.

Pero aquí no se termina mi diagnóstico. Hay una derecha que ve en estas expresiones a su mayor enemigo. Una derecha que quiere el ajuste y la somnolencia de los noventa. Esta nueva derecha es más compleja de lo que parece porque tiene a muchos intelectuales progresistas que dicen, como expresaba Abraham en un programa de televisión, que él está de acuerdo con la política económica del kirchnerismo, que a él lo que realmente le molesta es su política cultural. Lo que yo siento es que mucha gente lo que no soporta es que las personas se aviven (aclaro: avivarse no quiere decir ser kirchnerista sino ser una persona autónoma, que es algo muy distinto)

¿Cómo hace esta derecha para poder imponer su modelo dentro de este contexto? Una idea de cualquier politólogo o conocedor más o menos profesional de la política es instalar una situación de violencia. La derecha siempre se ve beneficiada en el caos, la crisis, la confusión y el miedo. Instalar el miedo es un recurso que la derecha utiliza desde tiempos inmemoriales porque cuando la gente tiene miedo se vuelve más conservadora. ¿Cómo reducimos a un sujeto a su expresión más básica, plana , a esa existencia que lo vuelve domesticable? Instalando el miedo. Pueden ser muy progresistas, muy inteligentes, muy críticos, pueden dudar de Clarín y de TN pero si ven que corren el riesgo de perder todo lo que tienen se olvidan de “6,7,8” de las canciones de Barragán y del cadáver de Néstor y piden bala.

Lo que me preocupa del texto de Gonzales es que la derecha argentina es asesina y no le va a temblar el pulso si tiene que volver a matar como mató en 1955 en Plaza de Mayo o en los años setenta en la ESMA. Tenemos que defender a esa gente que padece pero también tenemos que preguntarnos ¿a quién beneficia todo esto? No por mezquindad ni bajeza ni mirada corta de la política, sino porque si estamos atentos vamos a impedir que todos aquellos que sufren terminen despedazados por la derecha. Voy a ser más clara, tenemos que hacernos esas preguntas por nosotros, no por Cristina, no por el kirchnerismo, sino porque los cuerpos a los que van a dirigir las balas si ignoramos esas preguntas y pedimos por una moral sin más, van a ser los nuestros.

2 comentarios en «Una moral situada»

  1. esta bueno el analisis de Alejandra,pero hay que insistir en como se da la provocacion de la derecha confiando en la inteligencia de la gente,y para neutralizar el accionar de los medios que se asocian a esa provocacion.

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