De república de leyes a una democracia de emperadores

20/10/12
Hace no tanto, apenas ayer, la democracia recién llegada en gran parte de América latina estaba amenazada y era un ejercicio debilitado de libertad debido al corset que implicaba el pago de una onerosa deuda externa.
Esas obligaciones reducían la capacidad de las administraciones nacionales para aliviar graves contradicciones sociales internas. Se generaba, por lo tanto, una reacción de esas sociedades que no avanzaban y los gobiernos acababan acorralados o se desplomaban. Los ciclos siguientes fueron modificando ese cuadro, y la democracia se fortaleció pero no de modo parejo en la región.
La etapa de alta concentración del ingreso y abismos sociales de la década de los 90 acabó teniendo en numerosos países un efecto similar en la estructura republicana que aquel de las deudas a raíz de la masa explosiva de pobreza que produjeron esos experimentos . Lo que surgió de esa turbulencia, y que es parte de este presente, fueron modelos de retórica progresista , pero que nuevamente colgaron a la república de un trapecio esquivando la incomodidad del fortalecimiento del sistema. La democracia se volvió otra vez una estructura maleable y pasible de ser acomodada según las necesidades del poder.
Por razones que deberían pesquisarse más de lo que se lo hace, en buena parte de la región se ha transcurrido desde la noción de una república de leyes, que era también el ideal en la lucha contra las dictaduras, a otra que se resume en una república de personas, con la idea ostensible de que el poder al fin de cuentas es una caja vacía que llena a su gusto y con sus valores aquel que lo alcanza. Es decir, ignorando los límites e identidades que la historia ha depositado antes ahí. El poder en democracia debería, en verdad, esquivar toda concentración y diluirse entre la gente si se pretendiera construir un gobierno no imperial sino de todos los ciudadanos . No es lo que sucede.
Como las normas son los acuerdos que norman a la sociedad y la hacen posible, al reemplazarse el imperio de la ley que debería fundamentar a la república por el de las personas que la mandan, ya no se tiene una verdadera república . En ese espacio es posible, entonces, hacer dóciles a las instituciones para acomodarlas a las necesidades del poder que de otro modo serían tan inflexibles como intocables. Veamos. En Venezuela acaba de ganar ampliamente el presidente Hugo Chávez su tercer mandato consecutivo. Es absurdo sostener que la diferencia de más de diez puntos que logró sobre su inmediato adversario fue producto de los abusos del oficialismo durante la campaña. Pero esos abusos existieron.
Chávez impuso la reelección ilimitada en 2009 saltando sobre su propia Constitución que impedía volver por mucho tiempo sobre esa demanda después que un referendo nacional la había rechazado. Pero, además, el gobierno ha venido usando en todas las citas electorales el dinero del erario público y la estructura gubernamental y de las fuerzas armadas, así como las cadenas nacionales y el enorme aparato de comunicación menos público que netamente partidario para sostener la campaña del Presidente. Ese abuso de posición dominante parece una exageración si se tiene en cuenta que el amplio voto a Chávez se hubiera producido de cualquier modo. Pero esa forma de entender la política sin reparar en cuidados institucionales existe porque implica una manera excluyente de gestionar la democracia . Chávez avanzó sobre el Poder Judicial y el Legislativo y su régimen desplazó de una u otra manera a opositores que obtuvieron espacios clave de poder, como le sucedió al alcalde de Caracas, porque tenía la posibilidad de hacerlo y ningún prejuicio que lo detuviera.
Construyó una democracia virtualmente sin instituciones , es decir, sin límites, que es la etimología más adecuada de esa palabra. Y que se menea en el vértice del autoritarismo con un personalismo extremo casi faraónico, que acepta una visión y un único relato de las cosas.
Es por eso el amordazamiento de la prensa que en Venezuela ha llegado ya a niveles extravagantes.
Lo que anida debajo de esa concepción es que, para estos regímenes, la masa es un conjunto ingenuo que debe ser guiado y protegido también de lo que lee y mira para que no se rompa la ilusión como en el domo del Mundo Feliz de Aldous Huxley. Ese paternalismo desmesurado y grotesco caracteriza al líder como el único con todas las respuestas, casi en el molde de los antiguos emperadores que, como éstos, también entendían el poder como una conquista personal y perpetua. E ste armado se cierra sobre sí mismo y se convierte en un virtual dogma cuando los números de la realidad vacían a la retórica de éxitos para sostenerla y comienzan a multiplicarse los cuestionamientos .
La idea de que la defensa de la república y de las instituciones es un desvío conservador y que no debe haber intermediarios en la relación entre el líder y la masa es una noción oportunista y reaccionaria que se ha puesto de moda entre los venezolanos y en nuestro país entre otras comarcas. Politólogos sorprendentes como Ernesto Laclau promocionan ese modelo como de avanzada. Pero, en la práctica, es un método que libera la gestión del líder, que de ese modo no podría ser cuestionado ni siquiera en sus mentiras al descomponerse las estructuras que deberían interpelarlo, entre ellas la prensa y los organismos de control. El ex dictador egipcio Gamal Abdel Nasser, un hombre reivindicado como progresista por el reformismo mundial, repetía a su pueblo una frase terrible pero concluyente: “Ustedes no piden, nosotros damos”. Es un espejo para este presente y en estas orillas donde la idea de la suma del poder casi no escandaliza pese al durísimo costo aún no silenciado que ha demandado la conquista de la democracia y de la república verdadera.
Copyright Clarín, 2012.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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