Evita, la estadista

OPINIÓN
Muchos cuando hablan de Evita la identifican sólo por su entrega social y no por lo que realmente fue: una estadista con gran sensibilidad social, compañera eterna de Perón y su pueblo. Nadie le regaló el espacio que ocupa en la historia. Se ubicó allí no sólo por el modo de ver el mundo a partir de la Justicia Social, sino en la consolidación de los Derechos, como lo demuestra la esencia de la Constitución de 1949.
La vemos también en la fuerza que dio a la participación de las mujeres en la vida social y política, testimonio vivo de la trascendencia de sus acciones. El sufragio femenino, por ejemplo, es una política de Estado que nadie en su sano juicio se atreve a cuestionar. Pero hasta mediados del siglo pasado solamente era la utopía de mujeres luchadoras.
Adelantada a su tiempo y por haberlas vivido en carne propia, Evita entendió como nadie que las soluciones para las privaciones y las injusticias no pueden esperar eternamente. Esa sensibilidad social no la tomó de las academias o universidades: la aprendió en la calle, viviendo y compartiendo los desvelos de los trabajadores y de los que luchan en silencio cada día. La fuerza de Evita es evidente en la etapa primigenia del peronismo, que pasó de ser un movimiento sustentado principalmente en los trabajadores que Perón supo representar, a un movimiento de masas mucho más amplio.
Evita no fue una figura decorativa de la política, más allá de los que quisieran colocarla en ese lugar. Ella era LA POLÍTICA; una estratega, aunque no ocupara un cargo en el Estado. No le alcanzó con reivindicar y conquistar derechos para el pueblo: luchó para empoderarlo y para que se encarnaran en conciencia social. Eva intuía que cada vez que se conquistaba un derecho había que fortalecerlo porque de esa manera, aunque alguien quisiera cercenarlo –o directamente derogar una Constitución, como pasó– nunca se borraría de la memoria del pueblo.
Siempre creyó inconclusa su obra. Con la sabiduría de sus convicciones. Decía: «La mayoría de los hombres que rodeaban entonces a Perón creyeron que yo no era más que una simple aventurera. Mediocres al fin, ellos no habían sabido sentir como yo quemando mi alma, el fuego de Perón, su grandeza y su bondad, sus sueños y sus ideales. Ellos creyeron que yo calculaba con Perón, porque medían mi vida con la vara pequeña de sus almas.»
Esos hombres, por una cuestión de género (o «de clase» o porque no les convenía), no la dejaron llegar, pero fue siempre en los hechos la vicepresidenta de Perón y de su pueblo.
Tengo el convencimiento de que la forma en que el peronismo abordó los derechos de los niños está enraizada en la propia infancia de Evita. En la República de los Niños se plasmó con la construcción de ciudadanía la voluntad del esparcimiento y el juego, pero también la defensa de las instituciones públicas y los servicios que debe prestar el Estado: ahí están el Congreso, el Banco, la estación de servicio, el aeropuerto, el ferrocarril… En esa valoración de lo público está implícito el rol del Estado, que se aprende como aprende un niño: jugando.
Evita trascendió fronteras. Fue embajadora de ideales, de posiciones geopolíticas. Cruzó el mundo como Primera Dama, pero en realidad representó a la Argentina en materia de política exterior. Con claridad meridiana nos decía hace 60 años: «Yo pensaba estos días, en una conferencia que me tocó presidir, si el mundo querrá la felicidad de la humanidad o sólo aspira a hacerle la jugada un poco carnavalesca y sangrienta de utilizar la bandera del bien para intereses mezquinos y subalternos”. ¿No nos preguntamos lo mismo hoy, seis décadas después?
Concluyendo, vemos cómo Eva Perón tuvo un rol fundamental en la construcción irreversible de la Argentina. Abrió las puertas de la política a la mujer, institucionalizó el voto femenino, en la Constitución de 1949 imprimió con su sello los derechos sociales de los trabajadores, de la familia, de los ancianos, abriendo caminos para la educación y la cultura. Pensó siempre en el bien común, cambió el paradigma de las políticas sociales de la perspectiva de caridad a la de derechos. Fue líder indiscutible del peronismo, pero su figura trascendió al partido y representó a la Argentina en el exterior.
Un 26 de julio, hace mucho –y tan poco–, nos dejaba físicamente. Ella encarnaba derechos, de esos que no se negocian ni pueden ser acallados por la muerte. Y los pueblos detectan a los mejores de los suyos. Sin Evita fue más fácil ir por Perón, aunque en realidad fueron por el pueblo y sus derechos. Pero hubo resistencia popular inclaudicable hasta el regreso del exilio exigido. Fue ese pueblo el que por generaciones se negó a ser avasallado, postergado, mancillado en la dignidad alcanzada para alzarse contra la ignominia de los más poderosos.
Como los pueblos nunca se suicidan, las banderas de Evita volvieron a flamear en esta década ganada, porque como ella decía: «Yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera hacia la victoria.»
Homenajearla hoy a Evita, y a todas las mujeres luchadoras de nuestra Patria, es entender que, con voz y voto, con decisión y compromiso, se pueden hacer muchas cosas. Es entender que lo que decimos, hacemos y proclamamos, debe tener sus cimientos construidos por los principios de solidaridad, unidad y trabajo. Porque la Patria es el Otro. Porque nosotros somos el Otro.
Recordarla hoy a Evita es hablar de hechos y no de promesas. Y ese también es nuestro desafío, y a eso nos convoca esta nueva historia de esperanzas. A seguir abriendo caminos de igualdad, a seguir colocando todos los días un ladrillo más para elevar la calidad de vida de nuestro pueblo, a acompañar a Cristina en la conducción de este hermoso país para seguir transformando la realidad con hechos y no con promesas. Nunca un paso atrás. Siempre cinco o diez hacia adelante.
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Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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