Las estrategias discursivas del golpismo

07 de Septiembre de 2014
PANORAMA POLÍTICO
De la Sociedad Rural y la UIA a los economistas del establishment y dirigentes como Pino Solanas.
La última semana ha sido verdaderamente interesante en materia de pirotecnia discursiva por parte de algunos sectores de la oposición. Muchas de esas voces han surgido, una vez más, de la usina comunicacional más tradicional que han tenido todos los golpes de Estado y las dictaduras militares de nuestra historia. Otros pregones del miedo fueron los sectores económicos que han acompañado siempre a todos los procesos liberales conservadores y sus voceros: los representantes de la entidades empresariales como la Sociedad Rural y la Unión Industrial, y los economistas rentados por los sectores dominantes –porque los economistas como Javier González Fraga, Carlos Melconian, José Luis Espert y Domingo Cavallo, lejos de ser técnicos especializados, no son otra cosa que empleaditos del poder económico y financiero nacional e internacional–. Un último sector que amplificó la teoría del golpe fue un grupito reducido de personajes políticos entre los que se encontró el caso más doloroso: el de Fernando «Pino» Solanas, un hombre al que la historia podría haberle deparado un mejor destino.
Quiero detenerme en un párrafo en Pino Solanas porque es el ejemplo en el que todo hombre público –es decir, escritores, intelectuales, políticos, artistas– pueden caer por el propio peso de su vanidad. El hombre que entrevistó a Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro, el autor de tres películas que marcaron a varias generaciones –La hora de los hornos, El exilio de Gardel y Sur– hoy está convertido en el vocero miserable del golpismo más retrógrado. Advirtió en los últimos días que el pueblo argentino puede cansarse sin siquiera tomar conciencia de que lo que estaba representando no eran los intereses del hombre y la mujer de trabajo –que es posible que estén preocupados por la inseguridad, porque el sueldo ya no les alcanza como hace dos años o porque ven que «la cosa está un poco parada»– sino del poder económico y financiero que le marcó la agenda a la política en los últimos cien años. Porque Solanas se suma a la teoría del golpe de González Fraga alegremente, agregándole un supuesto espíritu de «pueblada» a lo que intenta ser un golpe de mercado, liderado por fondos buitre, exportadores y licuadores de salarios.
En aquel imprescindible texto titulado «Actualización doctrinaria» y que fue la transcripción de la entrevista que el congruente Octavio Gettino y el voluble Solanas le realizaron al General en Madrid, Perón habló del arte de la conducción como un don pero también como un aprendizaje. Y ponía como ejemplo el caso del mariscal de Sajonia, quien había ganado decenas de batallas y había aprendido mucho de estrategia y conducción, pero que no bastaba sólo con haber estado al lado del mariscal para haber tomado sus conocimientos. Jocoso, Perón decía que la mula del mariscal, la que lo había acompañado en mil batallas, nada había aprendido de táctica militar. Desgraciadamente, Solanas está convertido hoy en la mula de Elisa Carrió, quien está creída de que, más que el mariscal de Sajonia, ella encarna al mismísimo emperador Napoleón Bonaparte.
Dignos de coleccionar en los anales del absurdo y el grotesco intelectual fueron los editoriales de esta semana del diario La Nación –especialistas en campañas político-comunicaciones en defensa de los intereses de la renta agraria y, por ende, del golpismo militar en nuestro país– y una nota del historiador militante antiperonista Luis Alberto Romero, titulada «Los malos finales de los gobiernos peronistas». Este último logró arrancarnos carcajadas a todos aquellos que leemos historia, con su mamotreto teórico sobre «las caídas» de los gobiernos peronistas. En una por lo menos heterodoxa sugerencia de que la «caída» de Hitler puede asemejarse a lo que ocurrió en 1955, en 1976, y lo que, sugiere, puede suceder el año que viene, el Sumo Pontífice de la historiografía liberal-paupérrima en la Argentina olvida los bombardeos a la Plaza de Mayo, el levantamiento de Eugenio Lonardi, el brutal golpe de Estado de Jorge Rafael Videla. Para Romero Junior, los gobiernos peronistas no fueron derrocados por el plomo de las balas sino que «cayeron» por su peso propio, como álamos viejos que se han dejado acostar por el viento. Parece mentira que tremenda frivolidad pueda enseñarse en una universidad del Estado, ¿no es cierto? Ni el más fervoroso de los historiadores ultra-recontra-archi-pluscuam-peronista se habría animado a falsear tanto la historia en su propio beneficio. Y a Romerito, en cambio, los jubilados de este país le pagan flor de sueldazos.
Pero si usted ha creído, estimado lector, que esto era todo, se ha equivocado. El premio a la estupidez política de la semana se lo ha llevado el editorial del diario La Nación «El gobierno de los peores». (Me voy a reservar para mis adentros el comentario sobre el hecho de que Romero sea tan ridículo que haya salido segundo en la carrera de ridículos). El escribano de la editorial ha creado un neologismo imposible de igual: «kakistocracia». Es para descostillarse de risa. «Kakistos» significa en griego los peores, y el neologismo fue acuñado por el italiano Michelángelo Bovero en 1944. Lo bueno del término es que empieza con K, y eso le permite al editorialista jugar con el apellido Kirchner. ¿Se le habrá ocurrido solito?, ¿o lo habrá ayudado alguien del cotolengo de opinadores del diario? Si los Kirchner han sido los peores, ¿qué quedará para Fernando De la Rúa, Carlos Menem, los dinosaurios de la dictadura militar, el fallido gobierno de Isabel Perón, la inefable tiranía de la autoproclamada Revolución Libertadora que duró 18 años?
No deja de ser interesante lo que ocurrió esta semana y, obviamente, está en consonancia con los anteriores intentos de derrocar al gobierno kirchnerista desde 2003. Primero, fueron los cien días de plazo que le dio Escribano pocos días antes de asumir el poder, luego la operación de «hitlerizar» a los Kirchner, pero como la opereta era tan burda, las mayorías no hicieron caso a la comparación y la encontraron ridícula. Entonces, hablaron directamente de dictadura, de baja calidad democrática, de utilizar el Parlamento como escribanía –el mismo titular de la UIA Héctor Méndez lo repitió hace pocos días–, pero tampoco funcionó: las mayorías tampoco creyeron que el kirchnerismo fuera una dictadura. La operación era sencilla: ante una dictadura, no queda otra alternativa que el derrocamiento, la revolución «libertadora», el golpe de Estado. Y frente a los kakistos, también. Pero las mayorías no cayeron en la trampa. Ahora, directamente, se sacaron la careta. Pronostican lisa y llanamente el golpe de mercado. Hacen públicas sus expresiones de deseos y también bajan sus cartas. Seguramente, las mayorías tampoco se prendan esta vez en los deseos imaginarios de los sectores dominantes. Aunque haya más de un pescado que muerda el anzuelo. -<dl

Acerca de Napule

es Antonio Cicioni, politólogo y agnotólogo, hincha de Platense y adicto en recuperación a la pizza porteña.

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