Personalísimo

Por Marcos Novaro
07/12/12 – 10:33
En 2011 Cristina Kirchner demostró que, sola, podía ser mejor candidata de lo que había sido acompañada por su marido. A lo largo de 2012, sin embargo, ha probado que sin él puede ser bastante peor gobernante.
Este contraste podría hacernos creer que todo iba bien, hasta que Cristina comenzó a cometer error tras error, cegada por su apabullante éxito electoral. Pero lo cierto es que la raíz de los males que fueron saliendo a la luz durante el último año está más atrás. Y si el modo en que la Presidenta asumió su triunfo ayudó a agravarlos, ello se debió a una disposición a ver el mundo con lentes que viene usando hace tiempo.
La verdad, su primer mandato tampoco empezó muy bien que digamos. Le bastaron unos pocos meses, entre la valija de Antonini, la crisis del campo y los discursos incendiarios contra la prensa, para gastarse la popularidad que Néstor, moneda tras moneda, había ahorrado en cuatro años. Incluso estuvo por entonces tentada de renunciar, con la pretensión de confirmar con su suicidio una conspiración destituyente que, en cuanto la locura se disipó, se disipó ella también como lo que era, pura alucinación.
Con todo, en lo que siguió se las arregló para imponer sus proyectos de ley, sobre todo algunos muy útiles para que su gobierno se presentara como el súmmum del progresismo y el reformismo: estatizaciones de Aerolíneas y las AFJP, Ley de Medios, matrimonio igualitario, etc. Asimismo, a fuerza de alimentar el consumo con todos los anabólicos a la mano, en particular el incremento del empleo público y la distribución de subsidios a troche y moche, el desempleo cayó a su menor nivel en veinte años y los ingresos, aun los de los más pobres, mejoraron.
Cristina tardó sin embargo en recuperar el consenso perdido. Aunque desde fines de 2009 la economía voló, iniciativas distributivas como la AUH y las nuevas jubilaciones lograban amplio consenso y la oposición se dividía y empantanaba en el Congreso, la imagen de la Presidenta y su marido se recuperó parcial y lentamente. El oficialismo lo atribuyó a una aviesa campaña mediática. Pero visto lo que sucedería después, cabe dudar de la sensatez de esa explicación. Una más razonable destacaría no tanto lo que sus críticos decían de ellos, como lo que ellos decían de sí mismos: contra lo que en general se cree, el “relato”, modo sintético en que se alude al discurso de autobombo replicado hasta el cansancio por los funcionarios y amplificado por el infernal aparato de propaganda, no ayudó sino que más bien complicó las cosas. Porque los involucró en desgastantes batallas ideológicas tan incomprensibles para el gran público como onerosas para el fisco y los mostró autoritarios e intolerantes.
Fue por el relato, más que por cualquier otra cosa, que la imagen de los Kirchner era, todavía a mediados de 2010, un lastre para su gestión. La muerte de Néstor cambió drásticamente esta situación. Detuvo una crisis ya abierta en el peronismo, que hubiera llevado a Scioli a intentar la candidatura que recién ahora se atrevió a anunciar. Y a Moyano a avalarla. Y permitió que Cristina se reinventara, y fuera “redescubierta” por la sociedad. Un fuerte pacto afectivo se selló entonces entre el electorado y la mandataria, pacto que demostraría ser impermeable a todo tipo de escándalos de corrupción y muestras de desgobierno. E inmune a las señales respecto de que su beneficiaria no estaba corrigiendo los rasgos de su gestión que habían sido más objetados en el pasado, sino asumiendo que ella había hecho todo bien y era la sociedad la que finalmente corregía sus erradas apreciaciones al respecto.
Cristina consiguió entonces el mayor éxito electoral de su carrera. Y lo asumió como un respaldo inapelable a todo lo que había hecho hasta allí. El “vamos por todo” nació de esa percepción, y se entiende por tanto que resultara mucho más potente que la “sintonía fina”. Los problemas acumulados, se supuso, habrían de desarmarse tal como se había desarmado la desconfianza de la sociedad, a golpe de relato: él también triunfaría sobre los holdouts, el déficit energético, la falta de inversiones, el retraso del tipo de cambio, la autonomía de gobernadores y sindicalistas, y finalmente, sobre los medios rebeldes.
Ello dio inicio a una guerra de desgaste contra los gobernadores que la desafiaran o se mostraran autónomos, contra los gremios que expresaran demandas disruptivas. Y a una escalada en la que se venía librando con Clarín. En todos esos terrenos el segundo gobierno de Cristina hasta aquí falló. Lo que se revela tanto en el hecho de que los contendientes sobreviven como en el aún más llamativo proceso de relegitimación de sus roles. La sociedad parece inclinarse una vez más a favor del pluralismo, el equilibrio de poder y la autonomía de los actores. No tanto por mérito de ellos como de Cristina y de su obsesión por gobernar con el relato.
*Investigador del Conicet y director de Cipol.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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