Las tensiones entre una presidenta peronista como Cristina Kirchner y el sindicalismo alineado con el oficialismo no son una novedad sino una situación estructural y permanente en la relación entre el PJ y los gremios.
Existen en algunos sectores de la prensa y de la sociedad dos visiones extremas que no parecen reflejar la realidad de esa compleja relación.
Una indica que el movimiento obrero argentino mayoritariamente peronista es un mero apéndice del PJ, que se trata de un sector que fue conformado ‘desde arriba‘ y ‘por el Estado‘ en tiempos de Juan Perón y que por ello la CGT carece de visión propia a la hora de reclamar por los intereses de los trabajadores.
Se hace referencia en esta visión a un pasado mítico del sindicalismo -más vinculado a la izquierda- en el que supuestamente los gremios habrían tenido verdadera vocación de autonomía.
El otro enfoque extremo sobre el sindicalismo señala que en todo tiempo y lugar ha sido una corporación que sólo busca beneficiar los intereses de sus pocos y poderosos dirigentes, que no aceptan ninguna injerencia de los dirigentes ‘políticos‘ del PJ.
Nada de eso parece haber sido así, ni en tiempos de Perón ni en la actualidad.
Para eso habría que recordar, por ejemplo, la tensa huelga ferroviaria de 1951, en un momento complicado para la economía argentina, cuando la propia Eva Perón enfrentó a los trabajadores y sindicalistas con fuertes palabras y los conminó a levantar la medida de fuerza.
Otra instancia que puede servir para ilustrar esta situación de ‘ida y vuelta‘ se registró en 1955.
Entonces, se convoca desde el Gobierno al Congreso de la Productividad y Perón hace un señalamiento que estuvo dirigido a los empresarios, pero también a los trabajadores y sindicalistas.
Dice en aquel momento que ‘se ha repartido lo posible: para más hay que producir‘.
Y le advierte a los trabajadores que se preguntan ‘¿para qué vamos a producir?‘ que ese razonamiento no es válido en un país ‘donde no hay explotación y el trabajo se reparte ecuánime y justicieramente‘.
En los 60, ya con Perón en el exilio, una relación signada por la contrariedad fue la del líder justicialista con el titular de la CGT, Augusto Vandor, quien terminó asesinado.
En tanto, hacia comienzos de los 70 seguramente no fue del todo grato para los sindicatos escuchar las palabras elogiosas de Perón hacia los representantes de la juventud y la guerrilla peronista.
Y ya muerto el líder partidario, en 1975, los sindicatos liderados por la entonces muy poderosa Unión Obrera Metalúrgica (UOM) llevaron adelante un paro general contra el gobierno de Isabel Perón y su ministro de Economía, Celestino Rodrigo.
Yendo más hacia adelante, en los 90, si bien un sector de los sindicatos peronistas vinculados a lo que hoy son ‘los gordos‘ de la CGT y el sector gremial que responde a Luis Barrionuevo y Gerónimo Venegas se alinearon con Carlos Menem, otros gremios peronistas -sobre todo Camioneros y la UTA- enfrentaron las políticas oficiales.
Entender, por lo tanto, el discurso de la presidenta Cristina Kirchner con críticas hacia sindicatos peronistas como algo anómalo o novedoso no sería del todo correcto.
Tampoco parece válido considerar que los sindicatos deberían estar un cien por ciento de acuerdo con las políticas de un gobierno conducido por un justicialista.
Se trata de tensiones que hacen a la relación entre la dirigencia política y la dirigencia sindical a partir de sus distintas bases de sustentación.
La presidenta Kirchner pareció dejarlo claro: señaló que ella no es ‘neutral‘ cuando surgen reclamos de los trabajadores, aunque pidió mantener un equilibrio en las protestas y vinculó ese señalamiento a su propio futuro político.
Allí habría que entender también que, de presentarse a la reelección, la jefa de Estado deberá revalidar su mandato ante todos los argentinos en condiciones de votar, instancia a la que no deben someterse los líderes sindicales.
En este sentido, los sindicalistas pueden mantener -como lo hacen- enfrentamientos con algunos poderosos grupos empresarios a pesar de que las encuestas no les sean favorables a los representantes de los trabajadores.
La Presidenta, en cambio, -quien también se enfrenta en particular y no sólo con palabras a dos grupos económicos como son, por ejemplo, Clarín y Techint- debe tomar en cuenta cada día qué opinión tienen de ella la mayoría de los argentinos.
Existen en algunos sectores de la prensa y de la sociedad dos visiones extremas que no parecen reflejar la realidad de esa compleja relación.
Una indica que el movimiento obrero argentino mayoritariamente peronista es un mero apéndice del PJ, que se trata de un sector que fue conformado ‘desde arriba‘ y ‘por el Estado‘ en tiempos de Juan Perón y que por ello la CGT carece de visión propia a la hora de reclamar por los intereses de los trabajadores.
Se hace referencia en esta visión a un pasado mítico del sindicalismo -más vinculado a la izquierda- en el que supuestamente los gremios habrían tenido verdadera vocación de autonomía.
El otro enfoque extremo sobre el sindicalismo señala que en todo tiempo y lugar ha sido una corporación que sólo busca beneficiar los intereses de sus pocos y poderosos dirigentes, que no aceptan ninguna injerencia de los dirigentes ‘políticos‘ del PJ.
Nada de eso parece haber sido así, ni en tiempos de Perón ni en la actualidad.
Para eso habría que recordar, por ejemplo, la tensa huelga ferroviaria de 1951, en un momento complicado para la economía argentina, cuando la propia Eva Perón enfrentó a los trabajadores y sindicalistas con fuertes palabras y los conminó a levantar la medida de fuerza.
Otra instancia que puede servir para ilustrar esta situación de ‘ida y vuelta‘ se registró en 1955.
Entonces, se convoca desde el Gobierno al Congreso de la Productividad y Perón hace un señalamiento que estuvo dirigido a los empresarios, pero también a los trabajadores y sindicalistas.
Dice en aquel momento que ‘se ha repartido lo posible: para más hay que producir‘.
Y le advierte a los trabajadores que se preguntan ‘¿para qué vamos a producir?‘ que ese razonamiento no es válido en un país ‘donde no hay explotación y el trabajo se reparte ecuánime y justicieramente‘.
En los 60, ya con Perón en el exilio, una relación signada por la contrariedad fue la del líder justicialista con el titular de la CGT, Augusto Vandor, quien terminó asesinado.
En tanto, hacia comienzos de los 70 seguramente no fue del todo grato para los sindicatos escuchar las palabras elogiosas de Perón hacia los representantes de la juventud y la guerrilla peronista.
Y ya muerto el líder partidario, en 1975, los sindicatos liderados por la entonces muy poderosa Unión Obrera Metalúrgica (UOM) llevaron adelante un paro general contra el gobierno de Isabel Perón y su ministro de Economía, Celestino Rodrigo.
Yendo más hacia adelante, en los 90, si bien un sector de los sindicatos peronistas vinculados a lo que hoy son ‘los gordos‘ de la CGT y el sector gremial que responde a Luis Barrionuevo y Gerónimo Venegas se alinearon con Carlos Menem, otros gremios peronistas -sobre todo Camioneros y la UTA- enfrentaron las políticas oficiales.
Entender, por lo tanto, el discurso de la presidenta Cristina Kirchner con críticas hacia sindicatos peronistas como algo anómalo o novedoso no sería del todo correcto.
Tampoco parece válido considerar que los sindicatos deberían estar un cien por ciento de acuerdo con las políticas de un gobierno conducido por un justicialista.
Se trata de tensiones que hacen a la relación entre la dirigencia política y la dirigencia sindical a partir de sus distintas bases de sustentación.
La presidenta Kirchner pareció dejarlo claro: señaló que ella no es ‘neutral‘ cuando surgen reclamos de los trabajadores, aunque pidió mantener un equilibrio en las protestas y vinculó ese señalamiento a su propio futuro político.
Allí habría que entender también que, de presentarse a la reelección, la jefa de Estado deberá revalidar su mandato ante todos los argentinos en condiciones de votar, instancia a la que no deben someterse los líderes sindicales.
En este sentido, los sindicalistas pueden mantener -como lo hacen- enfrentamientos con algunos poderosos grupos empresarios a pesar de que las encuestas no les sean favorables a los representantes de los trabajadores.
La Presidenta, en cambio, -quien también se enfrenta en particular y no sólo con palabras a dos grupos económicos como son, por ejemplo, Clarín y Techint- debe tomar en cuenta cada día qué opinión tienen de ella la mayoría de los argentinos.
Un historia a lo Pigna, deliberadamente acorde al 80% de imagen negativa del secretario general de la CGT y a pedir del nuevo discurso oficial.
Comencé a escribir en blogs en 2006 y desde entonces he visto varios comentaristas en la categoría «obsesionados».
Bienvenido.
Descuida, la crítica no es personal. No te conozco pero aprecio muchas de las cosas que escribís. Otras no.
Un saludo.
Nicolás:
Es cierto que históricamente el peronismo tuvo sus diferencias con los gremios. Bien recordada la huelga ferroviaria de 1951, que debió ser reprimida con la intervención del Ejército. También como conflictos del “primer peronismo” podemos mencionar la huelga de los obreros gráficos en 1949, los marítimos en 1950, y numerosos gremios –metalúrgicos, textiles, etc.- en los años 1954/55.- Esas huelgas se originaron mayormente por reclamos salariales.
La CGT por su parte siempre se mantuvo fiel al gobierno, careciendo de autonomía frente al mismo desde que en 1947 el laborista Luís Gay fue destituido y luego de un intervalo reemplazado finalmente por José Espejo, que no pasó de ser un espejo de las ordenes del gobierno.-
Pero en esos años y los posteriores en que el peronismo vuelve a ser gobierno, no existió en general por parte de los sindicalistas pretensiones de actuar dentro del ámbito político gubernamental, como está ocurriendo actualmente por parte de Hugo Moyano. Dejamos de lado el tema Vandor, bastante complejo y que, a pesar de una biografía publicada hace poco tiempo, aún tiene que ser investigado independientemente del rótulo de traidor del que aún no se ha despegado.
Ese aspecto muestra una faceta diferente del actual conflicto entre el gremialista y la Presidenta, se trata del poder político, y lo estrictamente laboral, que existe, es utilizado, por el primero para avanzar y por la segunda para limitar esas pretensiones.-
Por supuesto que Hugo Moyano quiere ser “el número uno”, bromas aparte, y está un poco excedido de peso para sentarse con la Presidente en el sillón de Rivadavia.-
Saludos.-
Eduardo Reviriego (Daio)
Daio, fijate la composición de las listas para legisladores desde el 83 hasta el medio mandato de la primera presidencia de Menem. Alrededor del 30% es el histórico.
Habría que verlo. Pero dije que «no existió en general por parte de los gremialistas pretensiones», y realmente la presencia de esos legisladores ha pasado bastante desapercibida y ha sido más bien simbólica. Lo de ahora es distinto, por que lo que la Presidenta intenta limitar es un proyecto personal de poder del clan Moyano, que siguiendo las enseñanzas del maestro y la maestra K, primero consiguió una cierta base económica, imprescindible: «sin dinero no se puede hacer política».
Saludos.-
Dos visiones «extremas» (en realidad afines, para nada polarizadas) del movimiento obrero en los tiempos de Perón, una de la izquierda que miraba el «afuera» y no el país real y concreto, y la otra del «medio pelo». Dos visiones no antagónicas que el redactor las expone y tras cartón las niega pero no con otra visión contrapuesta, simplemente las niega. De ese modo quedan expuestas (para el «consumo» del lector) solamente aquellas, (que vaya causalidad) conforman un «mix» para hacer la mirada de cierto progresismo encolumnado con el oficialismo.
Desde ahí que viene sesgado el artículo, falto de equilibrio.
No obstante, insiste en ubicar tanto a Evita como a Perón contra los trabajadores, contra los sindicatos. Omite la génesis del peronismo, omite el el renunciamiento de Evita (por las presiones de la dirigencia política) días después del cabildo obrero que se pronunció por su candidatura. Omite a la Evita dándole armas al pueblo (tanto que estuvieron en la misma CGT) para defender a Perón.
No sé en que habrá estado pensando Cooke cuando definió al peronismo como «el hecho maldito del país burgués».
Corte por aquí corte por allá, salta gruesos tramos de la rica historia del movimiento obrero: la Resistencia, los programas de la Falda, Huerta Grande, CGT de los Argentinos, el Cordobazo, CGT-Brasil, los 26 puntos, etc.
El texto pasa por alto el tercer Perón, se detiene en las movilizaciones obreras contra Isabel (que echaron a Lopez Rega -cosa que no dice el artículo-), deja de lado los «papeles» de Walsh, su autocrítica, la reflexión sobre dichos acontecimientos, el error de haber dado por agotado al peronismo, etc.
El racconto ni siquiera es tomando la mitad de la biblioteca, siquiera un estante. Se inscribe en la línea de Ishi: los sindicalistas a sus sindicatos y la política para los políticos.