Un vacío…

Por Eliseo Verón
12/08/12 – 04:56
Primeras vivencias de mi regreso al país, después de más de un mes sumergido en la crisis europea. Las ocho de la mañana de un miércoles, en el aeropuerto internacional de Ezeiza, en la flamante terminal C. Primera etapa, la frontera: control policial de la identidad. A pesar de las atractivas líneas de colores diferentes trazadas en el suelo y destinadas a encaminar diferencialmente a las variadas categorías de pasajeros (argentinos y residentes en el país, miembros del Mercosur, turistas de otros orígenes), funcionarios del aeropuerto explican (con expresiones y gestos inequívocamente interpretables como “el mundo está lleno de boludos”) que no hay que prestar atención a esas indicaciones, y que todos debemos hacer una única larguísima cola. ¿La razón aducida por dichos funcionarios cuando alguien pregunta? “Para acelerar los trámites”. Ah, bueno. Hay sólo dos ventanillas funcionando, con lo cual el control de frontera lleva aproximadamente una hora y veinte minutos. Como para alimentar la espera, en ese primer escenario quedamos todos sometidos a un video transmitido en pantalla gigante, donde se presenta la nueva tecnología para el control de la identidad (precisamente ésa que estamos experimentando nosotros, en ese mismo momento), resultado de una colaboración con China y que nos coloca a la vanguardia de los servicios aeroportuarios. Dicho video explica la identificación por huellas digitales, por un lado, y por reconocimiento de la configuración facial por otro. ¿Cómo decirlo? El audiovisual da la impresión de ser una especie de montaje de cuarta, que trata patéticamente de parecerse a una secuencia de CSI. Terminada esa primera etapa, nos preparamos para la aduana. Dado el tiempo que llevó el control policial, los equipajes están ya disponibles, pero no hay ni un solo carrito para transportarlos. Cuando, con creciente desesperación, alguno de los recién llegados interpelamos a alguien que pasa y que tiene el aspecto de ser funcionario de alguna de las instituciones vinculadas directa o indirectamente con el lugar donde nos encontramos, la respuesta es: “Ah, sí, los carritos están todos afuera”, acompañada de gestos que indican “no puedo hacer nada por ustedes”. (En el audiovisual que yo estoy contando –que también es de cuarta–, esta escena se repite varias veces). Después de unos 15 minutos, un largo tren de carritos ingresa finalmente a la sala. Y nos falta todavía el pasaje por la aduana, del que nadie escapa (ya no existe la opción “nada que declarar”, habitual en los aeropuertos internacionales). Resultado final: exactamente dos horas después del aterrizaje del avión que me había traído de París, pude salir del aeropuerto y encontrarme con la persona que me estaba esperando para conducirme a la llamada Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Esa ciudad en la que, como resultado del interminable forcejeo entre el Gobierno de la ciudad y el Gobierno nacional, el transporte público ha quedado prácticamente paralizado por la huelga del metro.
Estoy seguro de que la mayoría de mis lectores tiene hoy para contar muchas historias comparables con ésta, localizadas en otras zonas de la sociedad, en relación con otras actividades, poniendo en escena otros disfuncionamientos, pero generando en definitiva igual bronca, desasosiego, incomprensión, frustración, sensación de impotencia. Estos procesos afectivos son políticos, pero no tienen nada que ver con las actitudes y las opiniones. Así que no me pregunten a qué porcentaje de la población corresponden. ¿Qué es lo que pasa? Bueno, justamente al parecer no pasa nada, está todo muy tranquilo.
Creciente vacío institucional, sin duda alguna, que se expresa en el discurso cada vez más “de entrecasa” de la señora Presidenta. Vacío que al exhibirse en el nivel más alto de la gestión de gobierno, bajo la forma de la indiferencia (cuando no el desprecio) respecto de las mediaciones institucionales por parte de quienes ocupan las posiciones más visibles del aparato del Estado, se va difundiendo lentamente en el tejido social, va afectando progresivamente los intercambios, las relaciones, los vínculos de servicio, las prestaciones técnicas. Va produciendo en los actores sociales una suerte de anomia psicológica. En verdad, de lo que se trata es de una metodología, a la vez de control y de contención social, extraordinariamente eficaz: la supuesta búsqueda neopopulista de una relación directa con el pueblo culmina, paradójicamente, en la figura de un vacío, donde la Presidenta se convierte en una especie de conductora de televisión, y por el cual la expresión cotidiana “si no pasa nada; está todo bien, todo tranquilo” esconde una convicción silenciosa, no dicha, que es más o menos así: “Si a nadie le importa un carajo”.
*Profesor plenario, Universidad de San Andrés.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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