Con el clima caldeado que generó «lo del campo», expresarse a favor o en contra, tomar partido, parece ser necesario en la mesa del almuerzo o en un comentario del pasillo. Putear contra el gobierno va a tener casi siempre una aceptación inmediata en muchos círculos, y muy pocos peros. Se parece a contar un chiste y que todos se rían, pero sin la risa. Ser un oficialista debe estar difícil fuera de la sede del partido o de una plaza llena de manifestantes de convicciones políticas… variadas. Incluso está difícil el sólo albergar una idea crítica hacia los medios periodísticos, que en estos últimos días han demostrado ser peligrosamente poderosos.
Quizá dejamos que eso suceda porque vivimos en la creencia de que la ineptitud, la irresponsabilidad y la maldad están siempre de un solo bando: La otra cara del amor al caudillo. Se parte de asumir a un gobierno como un dios inepto, todopoderoso pero idiota o malvado, o ambos, en lugar de lo que interiormente nadie duda que es: Una consecuencia de nuestra propia idiosincrasia. «Ellos», no son otros que otros «nosotros».
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